CONFERENCIA
DEL R.P. JORGE GONZÁLEZ FOSTER (S.J) SOBRE “LA FORMACIÓN HUMANA EN EL
COLEGIO, IDEAL Y DESVIACIONES” (28 DE
MAYO DE 1982).
El que funda un Colegio
de Educación Secundaria, como el que ofrece sus conocimientos y su capacidad
para colaborar en él, están mirando, al mismo tiempo, a un niño que ven con los
ojos del cuerpo, y a un hombre que intuyen allá lejos, con los ojos del alma.
El niño, o el
adolescente, que se presenta ante sus ojos, no depende del Colegio ni del
educador: sus padres se lo ofrecen como es: alegre o triste, dócil o rebelde,
locuaz y abierto, tímido y cerrado,
inteligente y rápido, o lento y torpe para aprender, egoísta o generoso.
Dios le dio sus
cualidades, y su hogar y la vida fueron moldeando su alma y sus actitudes. Y en
todos los niños hay valores y cualidades, que pueden enriquecerse, que pueden
desarrollarse, que pueden transformar totalmente la imagen y el corazón del
educando.
Y eso es lo que al
mismo tiempo está mirando, allá lejos, el educador. A ese mismo niño, que
continúa siendo la misma persona, pero que se ha enriquecido y transformado, no
sólo con los conocimientos y normas aprendidos en el Colegio, sino principalmente
con el crecimiento y evolución armónica de todas las posibilidades que Dios
depositó en su alma y su cuerpo.
Porque el niño que
entra al Colegio, no es ni un trozo de mármol, para que lo labre el escultor
según su inspiración, ni una obra ya hecha que sólo hay que vestir y adornarla.
Sino un ser vivo y palpitante, que crece, que cambia entre sus manos, que se
resiste y que lucha, que se entrega y se da.
Por eso, ya en el siglo
IV San Basilio Magno escribía: “Antes que
al mejor escultor –y San Basilio conocía las estatuas de Fifias- antes que el
mejor pintor –y pensaba en Apeles- yo pongo delante a aquel que es capaz de
transformar las almas de los adolescentes”.
Porque la niñez y la adolescencia
son esa etapa tan hermosa de la vida, abierta a todos los ideales, libre
todavía de tantos contagios malsanos y de tantos intereses sórdidos.
Y cuando el educador,
enamorado de su tarea, a pesar de todas las incomprensiones, a pesar de todas
las repulsas, a pesar de todos los fracasos, sigue mirando hacia adelante,
tratando de impulsar y encauzar lo grande y lo noble que hay en el alma de todos los niños,
entonces el educador, siente en sí mismo la incomparable satisfacción de una
paternidad, que sólo viene de Dios.
El educador los ve, ya
grandes, fuertes, firmes en sus convicciones, con sus debilidades y
limitaciones, pero ricos de ideal y luchando por una superación.
¿Quién se atrevería a negar
que ése, o aquél, o el de mas allá no
llegará a ser quizás un sabio, tal vez un profesional distinguido, a lo mejor un jefe visionario,
por qué no un héroe, o un artista de genio, acaso un apóstol ardiente, un santo? ¿Por qué no?
Pero no pretendemos que
todos o algunos sean sobresalientes, como algunos que hemos conocido y que
antes fueron niños como ésos que están ahí, entrando al Colegio. La mayoría no
van a empinarse sobre los demás, por los destellos de sus talentos, ni por las
realizaciones de sus vidas. ¿Y no podrán ser ciudadanos amantes de su Patria,
funcionarios correctos y serviciales, buenos padres de familia en su hogar,
trabajadores honrados, amigos leales, en una palabra, “hombres” en la plenitud de la riqueza que este concepto encierra?
Porque el auténtico
humanista es aquel que, conociéndose a sí mismo, aspira a ocupar en la sociedad
el papel que le corresponde, entregando a los demás, sin egoísmo, todo lo que
la naturaleza le ha dado, para el bien común; sin pretender, por ambiciones
desmedidas, ocupar el puesto y la función para las que no está dotado.
El humanista es un
enamorado de la verdad: que la investiga con su entendimiento, que la goza con
el placer supremo de la contemplación; que la ama como el descanso de su
espíritu; y que la comunica con la fruición de la generosidad.
El humanista siente la
belleza: goza en sus manifestaciones; estimula las artes que la crean; comparte
sus dolores y se exalta con sus triunfos.
El humanista ha
disciplinado su mente: para entender con profundidad, para comprender con
amplitud, para discurrir con seguridad, para concebir con precisión, para
intuir con audacia, para retener con tenacidad, para formular con exactitud
para expresar con claridad y aun con elegancia.
El humanista sabe ser
inteligente: sin aislarse de las realidades concretas; sabe volar con alas de
la fantasía, sin apartarse de los caminos del buen juicio; sabe amar las
abstracciones del espíritu, sin despreciar el trabajo de las manos
encallecidas; goza y se embriaga con las más puras manifestaciones del arte, pero
con los pies en la tierra; sabe apreciar la técnica, sabe admirar la ciencia,
sabe reverenciar el trabajo.
Se dirá tal vez que ese
ideal de humanismo responde a otras épocas, que no es de nuestro siglo, que no
es de nuestro medio: y que, en todo caso, no se ve cómo realizarlo.
Lo que pertenece a la
esencia de las cosas, no cambia ni con el tiempo, ni con las circunstancia, ni
con los caprichos y errores de los hombres. Porque, como dijo el poeta: “mientras exista una mujer hermosa, habrá
poesía”, así también podemos decir: “mientras
existan hombres en el mundo, habrá humanistas”.
Y por eso, siempre será verdad que la meta de un Colegio, tiene que ser, fundamentalmente, el desarrollo
armónico de todas las facultades, potencias y habilidades que hay en el
adolescente, no en orden a una utilización inmediata de los conocimientos
adquiridos, sino en orden a una plenitud de vida humana, en el cumplimiento de
la vocación de cada uno en la sociedad.
Y por eso, para
desarrollar sus valores morales, todo el sistema de vida del Colegio tiene que
ayudarle a afrontar las propias responsabilidades, sin miedo, sin achicarse,
con grandeza de alma; y a superar las dificultades con energía, constancia y
honradez.
El adolescente tiene
que aprender por experiencia, que el éxito no se obtiene sin esfuerzo y sin
dificultades; que las dificultades se superan, aunando la habilidad y la
inventiva con el empeño y la constancia; que la constancia exige sacrificios; y
que los sacrificios son los que dan la más auténtica felicidad y los que van
haciendo la grandeza del alma.
¿Cómo va a formarse esa
grandeza del alma, si el alumno ve y siente que día a día van ablandándose las
pruebas, van disminuyéndose los días y las horas de clase, y van sustituyéndose
los objetivos que implican el esfuerzo de la síntesis, por controles que miden
más bien habilidades y destrezas…o suerte?
¿Cómo pretender que se
desarrollen armónicamente la inteligencia que penetra, la mente que comprende,
el talento que intuye, la razón que juzga, la memoria que retiene, la
imaginación que crea, la sensibilidad que vibra, el entusiasmo que dinamiza, si
los planes de estudio, si las materias de los programas, si los métodos de la
enseñanza, no contribuyen a ese desarrollo armónico de las diversas facultades?
Un plan de estudios tiene que ser completo y coherente: de
acuerdo con los fines de la educación en la etapa correspondiente. No puede
subordinarse a otras consideraciones de utilización momentánea, o de prejuicios
injustificados.
Un plan de estudios
tiene que contemplar una proporción de ramos que tienden más al raciocinio
analítico más abstracto, como las matemáticas, la física y la filosofía, con
los ramos que introducen al alumno en el criterio científico, que surge de la
experimentación positiva: tiene que situar al alumno en el mundo de los hechos
históricos y de su influjo en la cultura y desarrollo de los pueblos, dándole a
conocer al mismo tiempo, las características del mundo físico que habitamos con
sus posibilidades para la vida más humana de los hombres; y relacionarlo con
éstos por el dominio del idioma propio y algún conocimiento de otras lenguas;
tiene que desarrollar su sensibilidad y sus habilidades, haciéndolo gustar de
las más puras manifestaciones de las diversas artes y poniéndolo en contacto
con las diversas técnicas y contribuyendo a desarrollar las cualidades de su
cuerpo.
Así, un plan de
estudios, completos y coherente, tiende a formar hombres, en los años
maravillosos de la segunda infancia y de la adolescencia.
Un plan de estudios
así, no tiene por qué ser necesariamente rígido; ni uno solo para todos en la
nación. Puede haber diversos planes, que tiendan a un mismo fin, acentuando más
o menos determinados aspectos de la formación humana; y un mismo plan puede ser
modificado, en la medida en que la experiencia y las circunstancias indiquen la
convergencia de algunos cambios accidentales, como podría ser reforzar algún
ramo con mayor número de horas o trasladar una materia de un curso a otro.
Pero alumnos y profesores de un Colegio no deben
estar sometidos a la inestabilidad de cambios frecuentes de planes, que,
como en un carrusel, van pasando, sin dejar nada más que la impresión de que no
hay claridad de ideas, ni visión de objetivos.
Y no se diga que la
ciencia avanza, y que el mundo cambia.
Podrán y deberán cambiar los contenidos de algunas asignaturas. Pero la
estructura misma de los planes no tiene por qué cambiar, como lo vemos con
admiración en algunos grandes colegios de Europa, donde los planes de estudio
han sido los mismos, por generaciones; y los padres han podido acompañar a sus
hijos en los estudios, a través de los mismos libros que ellos tuvieron en sus
manos.
Y tocamos el segundo de
los tres factores que forman la trama de la enseñanza y formación intelectual
en un Colegio: los programas
de las materias de clases.
Los programas tienen
que cumplir una doble función: primera, guiar al profesor, para indicarle
cuáles son los conocimientos y habilidades que el alumno debe adquirir a través
de la materia, para realizar el ideal de formación humanística. Y la segunda,
señalar con precisión, sobre todo en aquellos ramos que van continuándose a
través de varios años, cuáles son aquellos conocimientos y habilidades que el
alumno necesita haber asimilado, para poder seguir con éxito las etapas
siguientes.
En cuanto a lo primero,
es evidente que los programas deben ser amplios y ambiciosos. Ni importa que
alguno o varios puntos no alcancen a ser tratados. El profesor tiene que gozar
de libertad y de iniciativa para encauzar su trabajo y la marcha progresiva de
su curso, a través de tal o cual aspecto de la materia. ¿Y si pasa menos
materia que en otro Colegio? ¿Qué importa, si no se han dejado temas
fundamentales, y si se ha dominado bien la materia tratada? Si con ella los alumnos han adquirido y
asimilado ideas que les serán toda la vida como pilares y puntos de referencias
inconmovibles. “Non multa, sed
multum”: no muchas cosas, sino muy a fondo, recomendaba aquel pedagogo
innato que fue San Ignacio de Loyola.
Pero esta libertad con
que debe moverse el profesor dentro de sus programas, no significa que no haya
de respetarse aquella segunda función de éstos: en todos aquellos ramos que se
enseña en forma graduada, en varios años, tiene
que haber una clara y precisa determinación de lo propio de la materia en cada
año, y de aquellos conocimientos insustituibles, que forman como los grados por
los cuales se va subiendo, y sin cuyo dominio no debería pasar al curso
superior.
Por no exigirse esta
norma, ¡Cuántos profesores de matemáticas o de ciencias, en cursos superiores
se quejan porque sus alumnos, al aplicar las leyes científicas a problemas
concretos, los resuelven mal o no pueden intentar resolverlos, porque se
equivocan en las multiplicaciones con fracciones o en las operaciones con
decimales, y tienen que gastar horas de clase en enseñar materias de cursos
inferiores¡
¿Tienen que ser los
programas uniformes en todo el país? No necesariamente. Para todos los Colegios
que siguen un mismo plan de estudios, debe haber un paralelismo bastante
estricto, a fin de que los alumnos que, por
diversas razones se cambian de un Colegio a otro, puedan empalmar bien
en los diversos ramos y seguir sus estudios con provecho. Pero para conseguir
este resultado y obviar esa dificultad, sólo se requiere que los niveles mínimos en los ramos escalonados, sean
exigidos con rigor para la promoción de curso.
Y ahora pasemos al
complejo tema de la metodología,
que incluye los sistemas de
evaluación, información y promoción.
En primer lugar,
recordemos que no existe el sistema completo, perfecto, siempre mejor que todos
los demás. La metodología no es un fin en sí mismo, sino un medio o conjunto de
medios; y como todos los medios, puede ser reemplazado por otros, puede tener o
no tener mejores resultados en determinados casos y para determinadas personas
y circunstancias.
En segundo lugar,
conviene apreciar debidamente la enorme influencia que pueden tener en el proceso
de formación humana, las aplicaciones de diversos métodos de enseñanza y de
evaluación, tanto para bien como para mal. No creo equivocarme al afirmar que
el deplorable descenso en su formación intelectual, con que egresan hoy día los
alumnos de los Cuartos Años medios, comparado con el grado de preparación con
que salían hace veinte años los alumnos de los Sextos Años, se debe en gran
parte, no sólo a la funesta reforma de planes y programas del año 1965, sino
también a los fuertes cambios introducidos junto con ella, en la metodología y
en la evaluación.
En tercer lugar, quiero
señalar que, dentro de la variedad y flexibilidad de la metodología, cuando un Colegio ha adoptado un plan de
estudios, con sus programas precisos y coherentes, y un sistema general de
métodos de enseñanza y de evaluación, el conservarlo y defenderlo como
patrimonio del Colegio durante largos años, da a ese mismo conjunto de
disposiciones prácticas, un valor, un peso de formación, que facilita su
realización más perfecta; y por ello mismo, marca poderosamente a los alumnos
con rasgos de responsabilidad y seriedad.
Y en cuarto lugar, no
olvidemos que, a pesar de las presiones con que influyen las pruebas de admisión
a las Universidades; a pesar de las opiniones y actitudes imperantes entre una
masa mayoritaria de profesores tímidos y rutinarios, que aceptan mansamente
sistemas y métodos que les vienen ya aderezados de parte de autores o grupos
pedagógicos; a pesar de todo esto, cada Colegio y cada profesor gozan de una
amplia libertad para adoptar su metodología a las necesidades de sus alumnos y
a sus propias cualidades de maestro y educador.
En cuanto a este punto,
creo que es un deber de hidalguía reconocer en este acto público, que desde
hace más de veinte años, se ha ido aflojando poco a poco la asfixiante coraza
de acero, con que el llamado “estado
docente” oprimió injustamente durante tanto tiempo a educadores y alumnos, impidiéndoles,
por terror de los exámenes, el pleno ejercicio de la libertad de enseñanza y la
igualdad ante la ley, consagrada en la Constitución de la República.
Hoy día, si un Colegio,
si un profesor se amarran y traban con libros de textos inadecuados, o con
procedimientos de enseñanza y evaluación contraproducentes, será culpa de su
propia responsabilidad, tal vez por falta de iniciativa creadora, tal vez por
falta de audacia.
Y planteemos ahora
algunos aspectos prácticos de la formación en el Colegio, sus planes y
programas, sus métodos y sistemas de evaluación, cuyas modificaciones dependen
de la Dirección del Colegio y de sus formadores.
a). Uno de los influjos
más perniciosos en la adopción o elaboración de planes y programas, es el inmediatismo: centrar el interés
de los alumnos y la línea de selección de la enseñanza en aquello que puede
serles útil a muy corto plazo, menospreciando aquellos estudios que tal vez no
van a ser nunca utilizados por la mayoría o la totalidad del curso, pero que
tienen un valor formativo, sea del discurso intelectual, sea de la cultura
humana.
Nunca en mi larga vida
he tenido que aplicar o recordar la mayoría de los teoremas que estudié en
geometría, ni las reglas de las figuras y modos del silogismo en lógica, ni el
procedimiento de obtención del cloro, en Química. Pero, ¡por Dios¡ que
agradezco a mis profesores, por las veces que me exigieron el rigor y la precisión
en el estudio.
Claro que esto no
significa que hayan de descuidarse ciertas materias de aplicación inmediata,
que son necesarias para avanzar en cualquier estudio, como las operaciones
aritméticas; o para la cultura, como las reglas de ortografía y puntuación.
b). Otra de las
desviaciones que en estos últimos años ha causado graves daños en la enseñanza
secundaria, en lo que podríamos llamar el “universitarismo
precoz”. El fuerte crecimiento
de la población escolar en el nivel secundario, lleva consigo ineludiblemente
la ampliación del anhelo y la aspiración por entrar a la Universidad. Las universidades,
como es lógico, hacen más severo el nivel de las exigencias, Los Colegios ven a
muchos de sus ex alumnos fracasar en la admisión o en los primeros años de
universidad. Y entonces discurren, como la mejor solución, especializar a
grupos de alumnos que van a seguir tal o cual carrera, adelantándoles materias
que son propias de una enseñanza universitaria ya especializada, descuidando la
formación general humana.
¡Profundo error! Lo que
los alumnos necesitaban no era mayor extensión de conocimientos, medio
sancochados, sino mejor formación de estudio: más capacidad de análisis y de
síntesis; y en muchos casos, saber leer mejor, saber traducir, saber redactar,
saber valorizar el alcance de una definición o el rigor de un raciocinio.
c). Otra plaga que ha
azotado a nuestros colegios desde hace algunos años, es la tendencia a la
llamada “investigación”
científica a nivel escolar. Los profesores no usan textos o no enseñan
determinados puntos de la materia, sino que envían a sus alumnos a averiguar
donde sea y como sea, los conocimientos de que se trata. Los alumnos parten,
cuaderno y lápiz en mano. Si hay enciclopedias en alguna parte a su alcance,
copian trozos de ellas, generalmente sin el menor discernimiento; y en algunos
casos, recortan el artículo, para copiarlo en la casa con más tiempo.
Si no encuentran
enciclopedias, entrevistan a alguna persona, y copian, bien o mal, lo que esta
persona les dicta. Y los profesores van acumulando kilos y más kilos de papel,
que a veces ni siquiera leen, y ponen algunas notas excelentes, sobre todo si
la investigación está bien presentada en su cartulina de color.
No pretendo burlarme de
una saludable tendencia a tratar de que los alumnos comprueben en forma
experimental las enseñanzas que se les dan, sobre todo en el campo de las
ciencias físico-químicas y biológicas. Pero pretender que va a formarse mejor una mentalidad científica, a nivel de
enseñanzas básica y media, haciendo perder a los alumnos un tiempo precioso,
dándoles una visión falsa de lo que es y ha sido la investigación científica, y
dejándolos sin una formulación clara y precisa de la verdad, eso, podrá ser más
excitante y entretenido, pero no es formación humana.
d). Y aquí tocamos otra
de las más graves desviaciones pedagógicas: el horror a la definición. ¿Será por ese sutil influjo de la
filosofía existencialista que lo ha invadido todo en los últimos cuarenta años
; será por un deformado antimemorismo; será por efecto de las formulaciones
imprecisas de los programas, escritos en un lenguaje a veces pedante y oscuro.
Lo cierto es que hoy día muchos
profesores evitan las definiciones;
llegando este nefasto influjo hasta la enseñanza de la Religión en los Colegios
Católicos, donde no se les enseñan a los niños los diez mandamientos, porque es
como una definición. Cuando, precisamente, una definición bien hecha es el
punto de partida y la guía segura de referencia para el desarrollo de todo un
tema.
e). Este mismo horror a
la definición, junto con otras razones extrínsecas y generalmente no valederas,
ha llevado a reemplazar los buenos
libros de texto, por cuadernos de apuntes, que se toman en clase, y que
después no se leen, o se leen sin provecho, porque están plagados de errores, y
muchas veces incompletos, sucios, desordenados.
¡Qué importante es un
buen libro de texto! ¡Qué necesario es que los alumnos tengan entre sus manos,
libros de diversas materias, en los cuales encuentren los temas bien expuestos,
con método, claridad y exactitud! Y que no consista el mérito del libro en la diagramación
de flechas y llaves y textos en diversos colores, con gran variedad de tipos de
letras y esquemas y dibujos, como si el ser racional necesitara sobre todo
asimilar la materia por su presentación plástica, como la presentación de la
propaganda de productos comerciales, y no como la aceptación intelectual por
una lectura repetida y razonada.
Nuestra
juventud no lee; sólo mira y oye; y por eso no sabe, por eso no discurre, por
eso no se expresa.
Yo sé que van a decirme
que los libros son caros, y que no hay libros adaptados a los actuales planes y
programas, que han estado cambiando continuamente. Esta objeción es válida sólo
en parte, porque de hecho hay buenos libros de texto; porque se pueden reeditar
libros caídos en desuso y que siguen siendo valiosos; y se pueden editar otros
nuevos. Y el dinero empleado en aliviar la edición de libros nuevo de texto,
será una excelente inversión. Y ese dinero se hallará, si hay voluntad para
ello.
Demos
libros de texto a nuestros alumnos; libros bien hechos, que tengan lectura y no
sólo figuras; y la cultura del país progresará.
f). Quedan todavía
diversos puntos concretos, que muestran el desconocimiento de los fines y metas
de la educación secundaria, y que frecuentemente son recordados en la prensa,
como manifestaciones del apagón
cultural, voy a enumerar algunos solamente. La pésima ortografía,
puntuación y redacción en castellano. La
incapacidad para traducir, en los idiomas extranjeros. El trauma que significan
para alumnos mayores las operaciones con fracciones decimales, que antes
dominaban los alumnos de once o doce años. La supresión de la enseñanza del
sistema métrico decimal, y de la regla de tres, con su planteamiento y
raciocinio: ahora los alumnos quieren
recetas, para resolver el problema con las calculadoras, pero sin entender.
El naufragio de los
jóvenes ante la ubicación de los hechos y personajes históricos en el tiempo y
en el espacio. Y en lugar de todo eso que antes se daba y ahora se ha perdido
¿Qué se ha ganado?
g). Pero aún nos queda
una última y gravísima desviación, que está dañando el proceso educativo: todo
un sistema de evaluación y
calificaciones, con notables fallas.
Muchos profesores casi
no usan la interrogación oral, y centran todo el proceso de evaluación en
pruebas escritas más o menos frecuentes; y como las notas, con sus decimales,
van acumulándose por adicción y promedios, el
alumno rara vez hace una síntesis global, con la que tendría una visión de
conjunto, cuyas líneas fundamentales deberían
ser lo que va a quedar por largo tiempo en su memoria y en su cultura.
Para colmo de males, recientemente se está implantando una nueva reforma, por
la cual se suprime la prueba global de fin de año, que tenía algo de ese valor
de síntesis.
Y si a esta falla,
relacionada con la materia que evalúa, se añade el uso indiscriminado de las llamadas “pruebas objetivas”, que se corrigen mecánica o electrónicamente, y
en las cuales el alumno, mediante simples rayas debe manifestar sus
conocimientos, sin redactar una frase, sin poder expresar un juicio personal y
crítico, guiado las más de la veces por intuición, o adiestramiento y no tanto
por raciocinio, entonces, ¿podremos extrañarnos de que nuestros alumnos salgan
del Colegio, sin saber pensar, sin saber
juzgar, sin saber expresarse?
Se dirá que las pruebas
de composición y redacción exigen de los profesores mucho tiempo para
corregirlas. Pero, ¿el alumno está en el
Colegio para el profesor, o el profesor para el alumno?
Se dirá que en las
pruebas de composición el profesor puede incurrir en muchos errores subjetivos
de apreciación, al corregirlos. Pase. Pero, en la confección de las llamadas
pruebas objetivas, ¿no entran muchos factores subjetivos? Los autores más
calificados en evaluación aseguran que es sumamente difícil preparar buenas
pruebas objetivas, con su correspondiente escala de puntaje, para que ellas
sean confiables y justas. Pregunta: ¿Todos los profesores tienen el tiempo y la
preparación para confeccionarlas?
Para terminar, voy a
hacer brevemente algunas reflexiones sobre otro factor, importantísimo, en la
tarea de contribuir a formar hombres, de los alumnos del Colegio. Y son los
profesores, los educadores.
Que sean ante todo personas enamoradas de su
misión, llenas de ideal, optimistas frente al futuro, sacrificados, ya que
ninguna obra grande crece, sin el aliento del sacrificio.
Podrán saber más o
menos de la materia que enseñan; podrán cometer más o menos errores, porque son
humanos; podrán ser más o menos sensibles al desaliento por las incomprensiones de los demás y las
fallas de su propia personalidad.
Pero, si ven en su
misión de educadores, más que de simples profesores la noble y opaca misión del
sembrador; si, como cristianos, ven en cada alumno un hijo de Dios que ellos
deben hacer más plenamente humano, más semejante al Padre; y en sí mismo tratan
de reproducir al menos algunos de los rasgos de Aquel que fue llamado por
excelencia “el Maestro”, entonces, en este Colegio cristiano se superarán las
pequeñeces de los egoísmos en los corazones y en los brazos abiertos por la
caridad; y las limitaciones se sobrellevarán con la divina serenidad de los humildes.
Y los que un día
entraron aquí niños, sensibles a todos los influjos, y con las pupilas abiertas
a todos los resplandores, saldrán con la mirada dirigida hacia la altura para
tomar sus decisiones, con el andar firme y decidido del que tiene una fe; con
el rico brebaje de conocimientos del que aprendió a estudiar; y con el generoso
corazón de aquel que sabe y quiere dar.
Estimado Padre:
ResponderEliminarEste texto debe ser leído por todo educador católico. La enseñanza en los primeros años de vida es vital y preponderante para el futuro del alma. Los liberales son corruptores de menores, precisamente porque saben muy bien que en la educación inicial es la base primordial del futuro individuo.
Las fijaciones, traumas y grandes alegrías quedan retenidas para toda la vida en tan tierna edad. La educación cristiana de los hijos es responsabilidad de los padres y la Iglesia es responsable para educar cristianamente a esos padres educadores.
Bueno, felicitaciones por el blog y un abrazo.