ANIVERSARIO FUNDACIÓN COLEGIO ALBERTO
HURTADO .
Las virtudes no se
improvisan, no se tiene un estilo de vida simplemente por la consecuencia de un
conjunto de circunstancias fortuitas. Por el contrario, quien opta por el
camino de crecer en santidad y llevar una vida de acuerdo a lo que enseña el
Evangelio, procura colocar en práctica cada una de las incidencias que la
Escritura Santa tiene.
En estos días, donde tanto se habla de una reforma educacional, se debe tener la
seguridad que su éxito en beneficio del mayor número de alumnos, no estará dado por la sola incorporación de nuevos recursos
económicos. Tampoco, lo será por la exclusiva implementación determinados recursos
pedagógicos, o la copia exacta de iniciativas de países del primer mundo, al
cual aspiramos pero aún no llegamos.
Si comparamos los
resultados académicos con otras naciones vemos resultados muy distantes los
cuales evidencian realidades diversas que no nos pueden dejar indiferentes: ¿Cómo es la puntualidad allí? ¿Puede un
escolar o universitario dejar su bicicleta sin llave a la puerta de su sala con
la certeza que a la salida de clases la encontrará intacta? ¿Seremos
respetuosos de la propiedad intelectual de libros, software, cancelando oportuna
y totalmente las licencias respectivas? ¿Se optará por una disciplina interior
que evite el ambiente de crispación reinante en las aulas y patios presente en numerosos
centros educacionales? ¿Se prohibirán los locales de expendio de bebidas alcohólicas
en las cercanías de los colegios y universidades tal como se hace en los países
con los que se compara? ¿Habrá un respeto hacia la libertad de la familia como
primera gestora de la educación de sus hijos? Es cierto que no debe verse a un
alumno como un cliente pero tampoco el mal llamado estado docente puede abrogarse
la autonomía de esclavizar la libertad para poder enseñar con programas propios
y de poder aprender con opciones que personalmente se han asumido y forman parte
del ADN familiar y espiritual.
La visión materialista
que mutila la dimensión trascendente de la persona humana, ha logrado hacer
pensar que las soluciones son expeditas. Pero, sabemos que una persona puede
tener numerosos bienes económicos sin
que por ello su cultura y vida sea mayor.
La experiencia me dice
que se debe nivelar hacia arriba, porque, tal como acontece en todo orden de cosas, la masificación tiende a hacerlo siempre de
manera contraria. A los jóvenes se les puede sacar bien el trote porque están
en una etapa de sus vidas donde los sueños e ideales les permiten aventurarse a
desafíos que en el futuro pueden parecer infructuosos de emprender. De la misma manera la educación debe incluir
la sabia virtuosa y probada de la experiencia. Resulta riesgoso, y de suyo estéril, toda iniciativa que se
emprenda en vistas a una mejor educación, parta segregando y colocando nuevos muros que
terminan –irremediablemente- siendo infranqueables.
Esto acontece cuando se
endiosa la juventud como una realidad desvinculada del resto de la sociedad. Por
esto, con su agudeza característica -Su Santidad- en el Encuentro Mundial de
los Jóvenes realizado en Brasil, les incitaba a no dejar de lado a los mayores y a
los ancianos. En la sociedad pasa como en toda familia: hay, niños, adultos, jóvenes
y ancianos. No puede unilateralmente dejarse encerrados en sus habitaciones a
los ancianos, llevándoles sólo agua y comida, y dejándoles –en el mejor de los
casos- un televisor como exclusiva distracción. Se les debe incorporar a la
familia porque en caso contrario ésta verá mermada su entidad, su grandeza, e
hipotecada su felicidad.
Lo anterior es
aplicable con toda propiedad al ámbito educativo: los argumentos no tienen más
consistencia porque se grite al momento de exponerlos, ni tampoco, porque sean muchos o pocos quienes los
expongan. La fuerza de la verdad es que es verdadera…y la sabiduría de los
mayores es intransable por ser necesaria al momento de planificar e implementar
cualquier reforma en el mundo de la educación.
Nuestra Iglesia ha sido
definida como “experta en humanidad”,
no sólo porque tiene dos mil años de permanente influjo en el mundo de la
enseñanza, sino porque es depositaria y custodia fidedigna de cada una de las
enseñanzas dadas por Nuestro Señor, el Maestro Bueno que sí enseñaba con
autoridad, cuyo legado ha permeado gran parte de la historia y cultura que dio
origen a la nuestra.
No podemos confiar en
aquellas iniciativas que dejen de lado la experiencia y sabiduría de nuestros
mayores, ni tampoco soslayar gratuitamente el influjo vital que la Iglesia está
llamada a proponer y entregar.
Desde esta perspectiva,
en esta ocasión constatamos la importancia que tuvo para nuestra comunidad
parroquial, y para la sociedad porteña en general, la iniciativa implementada a
lo largo de tantos años por quien ejerciera como directora del Colegio Alberto
Hurtado, y cuyo aniversario de defunción hoy conmemoramos.
En efecto, más que un
apego desmedido a un cargo determinado como es la rectoría de un establecimiento
educativo, descubrimos en su labor una entrega nacida de una verdadera vocación
a la enseñanza que le hizo recorrer desde los humildes comienzos en una sala múltiple
hace seis décadas, a lo que ella legó como un establecimiento polivalente, con
cientos de alumnos y casi incontable número de generaciones que egresaron de
sus aulas.
Su estilo educativo era
característico: actuaba en primera persona, procurando dar el tiempo necesario
a cada persona, evitando muchas veces estamentos intermedios que terminan
burocratizando la necesaria relación personal, afectiva y hasta amistosa. A su
oficina llegaban auxiliares, directores de Colegios, docentes, alumnos, padres
de familia, los cuales siempre salían con la convicción de haber sido escuchados,
independiente del resultado de sus intereses. En otras palabras: era
acogedora y espiritualmente maternal en
su actitud.
Esto le confirió al
Colegio un espíritu característico que hace que muchos ex-alumnos y padres de
familia se reconozcan agradecidos por lo recibido al interior de las aulas en
todo el caminar educativo, y haga que se produzca una retroalimentación, toda vez que sienten seguridad en incorporar a
sus hijos al mismo colegio donde sus padres un día los llevaron por primera
vez. Es un signo indesmentible el aumento de matrícula en un estilo de
establecimiento denominado particular subvencionado por una parte, y el
decrecimiento sostenido de otro tipo de establecimientos denominados
municipalizados o estatales.
Lo que hoy destacamos
no necesita ocupar pancartas, tampoco requiere de vociferantes expresiones, ni
de paros, tomas ni huelgas. Tampoco, en la unilateral exigencia de algunos derechos
huérfanos de deberes. Nosotros hablamos de una realidad más prounda, cual es
aquella que nos ha convocado: rezar a Dios por quien durante medio siglo dedicó
su vida en bien de los alumnos que más lo requerían, en una época carente de
medios de locomoción y calles pavimentadas, y una adecuada iluminación como era
hace seis décadas gran parte de lo alto del Primer Puerto de Chile, en la cota
del Camino de Cintura.
Precisamente, aquí se
instaló el Colegio: como una semilla pequeña que ha cobijado a tantas familias
de la jurisdicción parroquial, pero –también- provenientes de otras localidades
y de situaciones especiales de niños y jóvenes más vulnerables. No era el lugar
más próspero, ni creciente de la ciudad, más, -indudablemente- era la realidad que incluía
más desafíos en vistas a hacer crecer un Colegio con las características que
hoy posee.
En lo anterior, el
testimonio de amor a la Iglesia dado por su fundadora, fue inspirado por el de aquel joven
sacerdote, discípulo de San Ignacio de
Loyola, que conmovió y movió a dos jóvenes estudiantes de pedagogía, una de las
cuales era la señorita Clara Luz Meneses Gamboa a formar una juventud con
valores bien definidos y acotados según la inspiración católica.
Mas, aunque resulta
evidente que la sociedad en Chile ha cambiado en relación a los tiempos de
gestación de este emprendimiento educativo, las bases de formación han de seguir
guiando a los directivos, docentes y padres de familias en orden a proponer con
claridad y caridad aquellos principios, valores, y normas por los cuales es
necesario seguir avanzando sin claudicar a los vaivenes y turbulencias que arreciarán
con más fuerza hasta el fin de los
tiempos.
Pero nuestra confianza
no está depositada en nuestras solas fuerzas, sino en el “auxilio que nos viene de lo alto”, que hoy en esta Santa Misa
imploramos y recibimos no figurada ni simbólicamente sino en la persona misma
de Jesucristo, Pan de Vida Eterna, que es el Camino, la Verdad y la Vida para
la Iglesia, el mundo y nuestro Colegio Alberto Hurtado. Amén.
Padre
Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro de Valparaíso.
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