lunes, 6 de abril de 2015

EXULTEN POR FIN EL CORO DE LOS ÁNGELES

 HOMILÍA   VIGILIA   DE   RESURRECCIÓN   ABRIL   2015

PUERTO CLARO VIGILIA PASCUAL 2015

¡Exulten por fin el coro de los ángeles! Con esta frase la Iglesia comienza el anuncio de la Resurrección del Señor. Encontramos en ello una triple invitación: a estar felices, a un anhelo alcanzado luego de un largo caminar, y a la universalidad de la gracia del misterio anunciado.

En efecto, los grandes momentos de la presencia de Jesús fueron precedidos por una invitación a estar alegres, así cuando el arcángel Gabriel se presenta ante la joven doncella nazarena le dijo: “Alégrate María, el Señor está contigo”, lo cual Ella se inmediato cobijó en su corazón como una verdad cuya hermosura era menester comunicar con urgencia. Por eso, con premura partió a la localidad de Ain Karem ubicada a seis kilómetros de la cosmopolita Jerusalén, en medio de las montañas.
Etimológicamente el nombre de esa ciudad de las serranías de Judea, significa “La Fuente del Viñedo”. ¡Cómo no recordar  aquel salmo que dice: “El fruto de la vid alegra el corazón del hombre”! Pues ello, resulta un anuncio de lo acontecido aquel día en Ain Karem.

Ni la soledad, ni lo abrupto, ni lo agreste del camino, como tampoco su estado de gravidez, ni los eventuales rechazos que eventualmente podría experimentar al presentarse embarazada ante sus familiares, le impidió a la Virgen cobijar un gozo que en su mirada y en sus palabras era  portadora.

¿Nos sorprenderá entonces que su prima Isabel al verla dijese: “En cuanto entraste el niño en mi vientre saltó de alegría”? y luego añadiese parte del rezo del Ave María que decimos día a día en el Santísimo Rosario: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (San Lucas I, 43).

¿Nos sorprenderá que en ese lugar la Virgen, llena de alegría recitase el Magnificat como un himno de alegría al decir: “Se alegra mi alma en Dios mi Salvador?
¿Nos sorprenderá que el anciano Zacarías, presente en ese día, recitando el Benedictus que nuestra liturgia proclama diariamente al decir; “nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas”(San Lucas I, 78-79) ?

Desde el momento de la anunciación hasta la natividad misma de Jesucristo, verificamos  una constante, una nota que en la sinfonía de la salvación Dios ha colocado como una melodía de fondo, que percibimos a lo largo de todo el Evangelio: “Estad alegres porque el Señor está cerca” (Filipenses IV, 4-5). ¡Es el Señor la cusa definitiva de toda alegría en el mundo!

Desde esta Noche sólo tenemos derecho a ser felices. Porque,  Jesucristo ha resucitado por cada uno de nosotros, dando su vida por la salvación de muchos.

Ninguna realidad por adversa que sea en el plano espiritual, como es el pecado, o la muerte corporal que para muchos no parece tener solución, en plano material, tiene la capacidad de silenciar y cegar el misterio que hoy descubrimos: Cristo, que hasta los historiadores paganos contemporáneos acreditaron su muerte, apareció vivo nuevamente entre los suyos, terminan reconociendo.

Por cierto, para nosotros a la luz de la fe, tenemos la certeza de lo acontecido no porque muchos o pocos lo reconozcan; ni porque por mucho tiempo así se sostenga, sino,  -esencialmente- es porque Dios mismo nos lo ha revelado en su Palabra, la cual extensamente hemos escuchado y acogido hace unos momentos.

Toda la historia de la salvación tiene como protagonista principal, al Verbo Encarnado que hoy resucita para darnos vida en abundancia. ¡No es el hombre quien debe primerear, es Cristo quien debe reinar! ¡Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA  VIA CRUCIS 2015     

Entonces, no es el hombre el centro del universo. No lo ha sido ni lo será. Es Dios el admirable, es Dios el adorable, es Dios el amable. Al Él debemos todo honor y gloria…A Él nos debemos por Siglos y Siglos.

La primacía del amor a  Dios y del amor de Dios no oprime ni diluye la debida caridad fraterna, por contrario, sólo desde que asumimos la realidad de sabernos amados por Dios, y desde la certeza de contar con un Dios que se ha revelado como un Dios que es amor, podemos tener la luz y la fuerza necesaria para cumplir el programa de vida que nos entrega el Señor en labios de su Apóstol al decirnos: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta,  no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal,  no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad;  todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios XIII, 4-7).
Lo anterior lo comprendemos porque no tenemos una visión parcial ni temerosa de Dios, sino porque participamos de la plena revelación de la cual nuestra Iglesia Católica es custodia predilecta, enseñándonos que,  Aquel que nos ha creado de la nada, y ahora,  nos ha recreado desde todo, que es Jesucristo Resucitado, es la única garantía que no se doblega, que siendo más íntimo a nosotros que nosotros mismos, es el mejor aliado, la más fiel compañía, la amistad más perfecta, que en todo momento está a nuestro lado y de nuestra parte.

Sabiamente sentenciaba el recordado Benedicto XVI: “Dios no es el rival de nuestra libertad sino su primer garante”. Por ello, en este día sin ocaso, el Señor nos invita a ser portadores de certezas no de ambigüedades; nos permite participar de su vida alejándonos de la cultura de la muerte que es alzada por una sociedad que se afana en doblar la mano de Dios.
Se equivocan quienes piensan que Dios cambia de parecer: lo que dijo en la Santa Biblia vale para siempre, lo que hizo Jesucristo permanece inmutable por siglos y siglos.

Si hace un instante recodábamos  que tenemos derecho a ser felices, además, poseemos  en Cristo vivo la fuerza más poderosa del universo para transformar la sociedad egoísta y sin sentido por medio del sentido más hondo del alma cristiana que hoy  sale de las tinieblas hacia la luz que no se extingue.
 Dios en Cristo nos salva para salvar, por lo cual la alegría es contagiosa, la fe es comunicable, y la caridad de suyo  se participa. Entonces, procuraremos no colocar cerrojos a lo que Cristo ha abierto, nos esmeraremos en cultivar las virtudes, las cuales, aunque requieren de mayor esfuerzo para obtenerlas terminan, imponiéndose  sobre la fragilidad y caducidad de los vicios.
¡El amor vence siempre, el amor puede más! ¡Dios siempre puede más! El anhelo alcanzado no sólo es una respuesta a lo que creemos necesitar sino que sobrepasa lo inimaginable. La respuesta del Cielo siempre es desbordante, no puede contenerla ni nuestra imaginación ni nuestros deseos. ¡Más es Dios!
En el himno de esta Vigilia de Resurrección se proclamó: “Esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, y doblega a los poderosos”.
La universalidad del misterio de la salvación, que  a todos nos convoca a vivir en santidad, nos hace asumir la gracia bautismal no como un recuerdo del pasado sino como un compromiso vital, existencial, plenamente vigente, del cual debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra vida presente. Como católicos debemos tener una personalidad creyente, un estilo de  vida en consonancia con lo profesado. En efecto, ahora vamos a renovar las promesas de nuestro bautismo, con el fin de no quedarnos en la inercia de rechazar el mal sino en la grandeza de procurar vivir según el querer de Dios.
Que nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen de las 
de Puerto Claro nos conceda la gracia de resucitar como hijos de Dios e hijos de su Iglesia Santa en esta Noche luminosa para el alma y el mundo entero. Amén.
                                                                SACERDOTE JAIME HERRERA COLEGIO 2015
  


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