HOMILÍA VIGILIA
DE
RESURRECCIÓN ABRIL 2015
PUERTO CLARO VIGILIA PASCUAL 2015 |
¡Exulten
por fin el coro de los ángeles! Con esta frase la
Iglesia comienza el anuncio de la Resurrección del Señor. Encontramos en ello
una triple invitación: a estar felices, a un anhelo alcanzado luego de un largo
caminar, y a la universalidad de la gracia del misterio anunciado.
En efecto, los grandes
momentos de la presencia de Jesús fueron precedidos por una invitación a estar alegres,
así cuando el arcángel Gabriel se presenta ante la joven doncella nazarena le
dijo: “Alégrate María, el Señor está
contigo”, lo cual Ella se inmediato cobijó en su corazón como una verdad
cuya hermosura era menester comunicar con urgencia. Por eso, con premura partió
a la localidad de Ain Karem ubicada a seis kilómetros de la cosmopolita
Jerusalén, en medio de las montañas.
Etimológicamente el
nombre de esa ciudad de las serranías de Judea, significa “La Fuente del
Viñedo”. ¡Cómo no recordar aquel salmo
que dice: “El fruto de la vid alegra el
corazón del hombre”! Pues ello, resulta un anuncio de lo acontecido aquel
día en Ain Karem.
Ni la soledad, ni lo
abrupto, ni lo agreste del camino, como tampoco su estado de gravidez, ni los
eventuales rechazos que eventualmente podría experimentar al presentarse
embarazada ante sus familiares, le impidió a la Virgen cobijar un gozo que en su
mirada y en sus palabras era portadora.
¿Nos sorprenderá
entonces que su prima Isabel al verla dijese: “En cuanto entraste el niño en mi vientre saltó de alegría”?
y luego añadiese parte del rezo del Ave
María que decimos día a día en el Santísimo Rosario: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre” (San Lucas I, 43).
¿Nos sorprenderá que en
ese lugar la Virgen, llena de alegría recitase el Magnificat como un himno de alegría al decir: “Se alegra mi alma en Dios mi Salvador?
¿Nos sorprenderá que el
anciano Zacarías, presente en ese día, recitando el Benedictus que nuestra liturgia proclama diariamente al decir; “nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas”(San Lucas I, 78-79) ?
Desde el momento de la
anunciación hasta la natividad misma de Jesucristo, verificamos una constante, una nota que en la sinfonía de
la salvación Dios ha colocado como una melodía de fondo, que percibimos a lo
largo de todo el Evangelio: “Estad
alegres porque el Señor está cerca” (Filipenses IV, 4-5). ¡Es el Señor la
cusa definitiva de toda alegría en el mundo!
Desde esta Noche sólo
tenemos derecho a ser felices. Porque,
Jesucristo ha resucitado por cada uno de nosotros, dando su vida por la
salvación de muchos.
Ninguna realidad por
adversa que sea en el plano espiritual, como es el pecado, o la muerte corporal
que para muchos no parece tener solución, en plano material, tiene la capacidad
de silenciar y cegar el misterio que hoy descubrimos: Cristo, que hasta los
historiadores paganos contemporáneos acreditaron su muerte, apareció vivo
nuevamente entre los suyos, terminan reconociendo.
Por cierto, para
nosotros a la luz de la fe, tenemos la certeza de lo acontecido no porque
muchos o pocos lo reconozcan; ni porque por mucho tiempo así se sostenga, sino,
-esencialmente- es porque Dios mismo nos
lo ha revelado en su Palabra, la cual extensamente hemos escuchado y acogido
hace unos momentos.
Toda la historia de la
salvación tiene como protagonista principal, al Verbo Encarnado que hoy
resucita para darnos vida en abundancia. ¡No es el hombre quien debe primerear, es Cristo quien debe reinar!
¡Viva Cristo Rey!
PADRE JAIME HERRERA VIA CRUCIS 2015 |
Entonces, no es el
hombre el centro del universo. No lo ha sido ni lo será. Es Dios el admirable,
es Dios el adorable, es Dios el amable. Al Él debemos todo honor y gloria…A Él
nos debemos por Siglos y Siglos.
La primacía del amor a Dios y del amor de Dios no oprime ni diluye la
debida caridad fraterna, por contrario, sólo desde que asumimos la realidad de sabernos
amados por Dios, y desde la certeza de contar con un Dios que se ha revelado
como un Dios que es amor, podemos tener la luz y la fuerza necesaria para
cumplir el programa de vida que nos entrega el Señor en labios de su Apóstol al
decirnos: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra
con soberbia, no se jacta, no
es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la
injusticia, se complace en la verdad;
todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1
Corintios XIII, 4-7).
Lo anterior
lo comprendemos porque no tenemos una visión parcial ni temerosa de Dios, sino porque
participamos de la plena revelación de la cual nuestra Iglesia Católica es
custodia predilecta, enseñándonos que, Aquel que nos ha creado de la nada, y
ahora, nos ha recreado desde todo, que
es Jesucristo Resucitado, es la única garantía que no se doblega, que siendo
más íntimo a nosotros que nosotros mismos, es el mejor aliado, la más fiel
compañía, la amistad más perfecta, que en todo momento está a nuestro lado y de
nuestra parte.
Sabiamente
sentenciaba el recordado Benedicto XVI: “Dios no es el rival de nuestra
libertad sino su primer garante”. Por ello, en este día sin ocaso, el Señor
nos invita a ser portadores de certezas no de ambigüedades; nos permite
participar de su vida alejándonos de la cultura de la muerte que es alzada por
una sociedad que se afana en doblar la mano de Dios.
Se
equivocan quienes piensan que Dios cambia de parecer: lo que dijo en la Santa
Biblia vale para siempre, lo que hizo Jesucristo permanece inmutable por siglos
y siglos.
Si hace un instante
recodábamos que tenemos derecho a ser
felices, además, poseemos en Cristo vivo
la fuerza más poderosa del universo para transformar la sociedad egoísta y sin
sentido por medio del sentido más hondo del alma cristiana que hoy sale de las tinieblas hacia la luz que no se
extingue.
Dios en Cristo nos salva para
salvar, por lo cual la alegría es contagiosa, la fe es comunicable, y la
caridad de suyo se participa. Entonces,
procuraremos no colocar cerrojos a lo que Cristo ha abierto, nos esmeraremos en
cultivar las virtudes, las cuales, aunque requieren de mayor esfuerzo para
obtenerlas terminan, imponiéndose sobre la
fragilidad y caducidad de los vicios.
¡El amor vence siempre, el amor
puede más! ¡Dios siempre puede más! El anhelo alcanzado no sólo es una
respuesta a lo que creemos necesitar sino que sobrepasa lo inimaginable. La
respuesta del Cielo siempre es desbordante, no puede contenerla ni nuestra
imaginación ni nuestros deseos. ¡Más es Dios!
En el himno de esta Vigilia de
Resurrección se proclamó: “Esta noche
santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los
caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, y doblega
a los poderosos”.
La universalidad del misterio de
la salvación, que a todos nos convoca a
vivir en santidad, nos hace asumir la gracia bautismal no como un recuerdo del
pasado sino como un compromiso vital, existencial, plenamente vigente, del cual
debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra vida presente. Como católicos
debemos tener una personalidad creyente, un estilo de vida en
consonancia con lo profesado. En efecto, ahora vamos a renovar las promesas de
nuestro bautismo, con el fin de no quedarnos en la inercia de rechazar el mal
sino en la grandeza de procurar vivir según el querer de Dios.
Que nuestra Madre del Cielo, la
Santísima Virgen de las
de Puerto Claro nos conceda la gracia de resucitar como hijos de Dios e hijos de
su Iglesia Santa en esta Noche luminosa para el alma y el mundo entero. Amén.
SACERDOTE JAIME HERRERA COLEGIO 2015
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