QUINTO DOMINGO /
TIEMPO DE PASCUA / CICLO “B”.
1. “Andaba
con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor” (Hechos
IX, 28).
En las vísperas del Día del Señor hacemos una peregrinación espiritual
hacia Tierra Santa. En estos días donde hemos puesto la mirada en la
resurrección del Señor hemos transitado por diversos lugares donde se apareció
el Señor, lo cual fue motivo de alegría para grandes y pequeños, para fuertes y
débiles, cuya grandeza común fue dar lugar, luego de las tinieblas, incertidumbres,
soledades y tristezas, al gozo y certeza anidado en sus corazones, ante el
Señor: que de la muerte salió victorioso.
Pero, todo aquello no sólo tuvo
lugar en Jerusalén, sino que Jesucristo comenzó su ministerio público en el Río
Jordán donde fue bautizado por San Juan Bautista. Hoy, para bautizar a quien
será constituido hijo de Dios usaremos agua sacada desde ese río y que ha llegado
generosamente a nuestras manos. Con ello queremos significar elocuentemente que
lo que nuestro Señor hizo como señal conveniente para nosotros, se transforme
en sacramento, eficaz y necesario para quien ahora es bautizado.
El tiempo de Pascua es tiempo de resurrección, todo en él nos habla de
una vida nueva: de
Cristo que está junto al Padre Eterno; de los Apóstoles que ven transformadas
sus almas en el reencuentro con el resucitado; de la Virgen María cuya
esperanza contagia a la plegaria de la Iglesia naciente; y de cada uno de los
bautizados, que vemos en este maravilloso camino instituido por Cristo la vía para nacer de verdad para
siempre, tal como dice nuestro Señor a Nicodemo: “En verdad, en verdad os
digo: Si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de los Cielos” (San Juan III,5).
“Le recordarán y volverán a Dios todos los
confines de la tierra, ante Él se postrarán todas las familias de las gentes” (Salmo
XXII, 28).
El diálogo que tuvo nuestro Señor con aquel anciano magistrado al
anochecer se desarrolla en un ambiente afectuoso y respetuoso, realidad que se
mantendría cuantos años se extendió la predicación pública. Sabemos que la
gracia supone la naturaleza, por lo que los presupuestos de cercanía mutua
facilitarían eficazmente el crecimiento espiritual y la apertura hacia la
verdad revelada. Y, junto al cariño mutuo y al trato debido se percibe una
ambiente exigente, pues se invita a una victoria sobre el pecado y a participar en la vida misma de
Dios. Si para Nicodemo resultaba arduo comprender el misterio de la
filiación divina, no es un camino fácil
para nosotros, pero sí lo suele ser para los pequeños: “Gracias Padre porque has revelado estas cosas a los sencillos y
pequeños” (San Mateo XI, 25).
Hace unos días, mientras viajábamos de Tunquén a Viña del Mar, con los
padres de Agustín, de pronto le pregunté si rezaba al “tatita Dios”, a lo cual me repudió que lo hacia todas las noches.
Su padre le dijo que –además- debía hablarle en las mañanas, a lo cual, de
inmediato el pequeño se comprometió a hacerlo.
Estoy cierto que ese diálogo lo escuchaba el Señor con gran alegría, la misma con la que en esta tarde debe estar
contemplando desde lo alto, esta celebración litúrgica en la cual, aquel que le
ha conversado ya desde temprana edad, le implora, junto a sus padres y
padrinos, ser tenido entre los renuevos
del Cielo y de la Iglesia.
En efecto, el Santo Evangelio nos habla hoy de una nueva
autodenominación del Señor: “Yo soy la
vid; vosotros los sarmientos” (San Juan XV, 5). La experiencia nos indica que en la vida
vegetal nuestros plantas, nuestros árboles, nuestras flores, nuestros frutos
sólo pueden subsistir y tener vigor si acaso se mantienen unidos plenamente a
las raíces y troncos respectivos. ¿Qué le sucede a una flor que es contada y
dejada una semana sin agua? Se seca… ¿Qué le sucede a un fruto que es sacado
del árbol y abandonado? Se pudre…Pues, entonces, es necesario estar unido a la vid para que
los sarmientos tengan vida, pues segregados resultan estériles los esfuerzos e
infecundos los frutos deseados.
En la vida espiritual acontece algo similar: Unidos a Cristo, los
padres tienen la gracia para criar a sus hijos según el querer de Dios: Encontrando
en los momentos a solas para exponer sus convicciones y plantear sus eventuales
diferencias; descubriendo las genuinas características de cada hijo para poder
entregarle la ayuda oportuna y necesaria; buscando con esfuerzo enriquecer los
escasos momentos que las jornadas laborales permiten en bien de sus hijos; asumiendo
el camino mutuo y exigente de saber compatibilizar una cercanía cómplice con
una clara huella que no reniegue de la exigencia, tal como los antepasados lo sincretizaban
en un refrán: “mano de hierro en guante
de seda”.
En vistas al mundo que este niño enfrentará en su vida adulta se hace
imprescindible que se mantengan unidos a las enseñanzas y a la vida del Señor,
nuestro Dios. Cualquier duda, toda incertidumbre y todo temor humano tienen
respuesta en la persona de Jesucristo que tiene “palabras de Vida Eterna”. Ante tantas realidades donde la sociedad ha pretendido dar seguridad,
progreso, alegría al hombre, constatamos que por todas partes esta embarcación “hace agua”, por lo que surge
espontáneamente la pregunta co la que los discípulos clamaron: “¿Señor, dónde podemos ir?”.
La cultura actual nos entrega sucedáneos de felicidad, y hace nuevos esclavos con la gravedad que se
creen libres. ¡Antes el esclavo sabía su condición! Por ello, se vive en un
mundo de fantasía, de ilusión, en el cual las variadas recetas, incluidas las
emitidas por el liberacionismo ad intra
ecclesia, pretender cortar los sarmientos y unirlos a las piedras del
poder, del tener y del placer, ofreciendo una redención y una libertad que
excluye a Cristo e incluye al progreso, al espíritu secularizador, al
endiosamiento de la libertad, y a la idolatría de la conciencia. ¡Todos
estos remedios tienen a nuestro mundo en una fase terminal!
Muchos pensarán que nuestra visión es pesimista. ¡Se equivocan! La
crudeza de los resultados médicas de una grave enfermedad que se padece por
largo tiempo, suelen ser el camino para esperar una plena y pronta recuperación
a los males que se tienen y se desconoce actualmente su origen. En este caso, desde
la fe, el hombre actual y la sociedad en que vivimos, no es un enfermo que se
va a morir sino alguien que se sanará
plenamente.
Por ello, los hijos de Dios y de la Iglesia sólo pueden ser
optimistas porque han puesto su confianza en lo que no pasa de moda, en lo que
no se pierde, en lo que no pierde su valor, es decir, en la vida de Quien
venció de una vez para siempre: el pecado, al demonio, y al mundanismo.
Como padres de este niño que vamos a bautizar deben renovar hoy sus
promesas bautismales, con lo cual se comprometen a procurar llevar una vida a
la medida del amor de Dios. Hemos hablado de la unión a Cristo, ahora nos
detendremos unos momentos en la unión en
Cristo, la cual es el fundamento del amor verdadero que, donde está,
siempre hace nuevas todas las cosas.
“Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce
todo” (1 San Juan III, 20).
Un cirio encendido representa a Cristo Luz del Mundo: bien sabemos lo
que pasa cuando se corta la luz de improviso, nos detenemos, quedamos en el mismo
lugar esperando que pronto se restituya. En ocasiones, se sobreviene un
sentimiento de incertidumbre y de temor ante lo desconocido. ¿Quién conoce
lo que hay en la oscuridad? ¡Sólo sabemos de lo que vemos y para ello, la luz juega un rol insustituible!
Por
ello, si acaso Cristo es la Luz del Mundo, es porque es capaz de descifrar toda
incertidumbre y de sobreponernos a todo temor. Tantas veces lo dice el Señor en
el Evangelio: “Soy, yo no temáis”.
Pero, no basta con dejar los temores de lado es necesario confiar el ´El
para vivir con Él, por lo que la unión con Cristo nos invita a irradiar su luz
a todos los que están a nuestro alrededor, en especial, al interior de la familia
llamada a ser domus ecclesiae, que es
uno de los caminos más preclaros para vivir el Evangelio en nuestro tiempo.
Así
lo sentenció el Papa Juan Pablo II cuando visitó nuestra ciudad: “¡El futuro del mundo pasa por la familia!”,
por lo que ninguna iniciativa de renovación
pastoral ni eclesial válida puede pretender
prescindir del hogar para evangelizar el mundo actual. Del fortalecimiento del
hogar, de la fortaleza de la familia depende no sólo el porvenir sino la
existencia misma de nuestra sociedad.
Como
padres y padrinos tienen el imperativo de hacer que la vida de quien hoy es
bautizado sea el seguimiento de la vocación que Dios le ha trazado, pues el
Señor no nos creó para dejarnos solos en manos de un destino ciego, sino que continúa
a nuestro lado con el cuidado de su Divina Providencia, la cual es tan
diligente como intima aunque nos olvidemos de ella.
Ese
camino se recorre con el consejo de los
padres y padrinos, pero –también- por medio de la frecuencia a cada uno de los sacramentos, con un espíritu de verdadera
confianza hecha plegaria…Recuerden
que “la oración es la verdadera
respiración del alma”, y una educación
que jamás prescinda del horizonte de las enseñanzas de nuestra Iglesia, las
cuales lejos de ser murallas que separan, son puentes que nos permiten responder
cabalmente a los designios de Dios, en
cuyo pleno cumplimiento está la felicidad y bienestar verdadero.
“No teman”
repetimos una y otra vez. No teman aventurarse por la senda de la fe que da
seguridad si procuran como padres de familia hacer realidad el mandato de la
caridad que nos enseñan las sagradas Escrituras: “El amor es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés, no se irrita, no
toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no
acaba nunca” (1 Corintios XIII, 4-8).
Con
la certeza de saber que los padres de quien es bautizado han conocido la vida
de la Iglesia desde temprana edad, confiamos en que se esmerarán en hacer que su primogénito, a medida que vaya creciendo a su mirada, lo
haga -también y primero- a la mirada de Dios: hoy, en cuya alma inhabita la
Trinidad Santa; hoy cuya alma es purificada de la culpa del pecado original,
hoy que recibe la fuerza extraordinaria de la gracia santificante; hoy, que pasa a formar parte de una vez para
siempre de nuestra Iglesia, que es: una, santa, católica, apostólica y romana.
¡Fuera de la Iglesia no hay salvación! Extra ecclesiam nulla salus.
Que
nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen María cuide e ilumine los pasos
del pequeño Agustín, cuyo nombre está tomado de aquel gran “super héroe de la fe”, que pudo
conquistar tantas almas para Dios Padre desde que en su vida supo dar espacio
primario a la verdad del Cielo entregada a través de la Iglesia Santa, en la
cual puede confiar plenamente.
Sabemos
que en la vida de San Agustín de Hipona
ocupó un lugar principal su madre
–Santa Mónica- , cuyas lágrimas
cautivaron el Corazón de Dios y precipitaron la conversión de su hijo.
Sea
la Virgen María el ícono donde estos
padres creyentes se apoyen y depositen sus seguridades y desvelos en las manos
de aquella Madre Buena que en todo momento sólo colocó la vida de su hijo más
que en manos de Aquel que no puede dejar de amarnos como es el Buen Dios. Amén.
! EXTRA ECLESIAM , NULLA
SALUS!
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SI HIJO DE DIOS…
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HIJO DE LA IGLESIA
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