SÁBADO / SEMANA SEXTA /
TIEMPO DE PASCUA / CICLO “B”.
1.
“Por este motivo os llamé para veros y
hablaros, pues precisamente por la esperanza de Israel llevo yo estas cadenas” (Hechos de los Apóstoles XXVIII, 20).
Un criterio espiritual y pastoral que he procurado mantener a lo largo
de los últimos veinticinco años de sacerdocio es tomar las lecturas propias de
cada día con el fin de mantener la mirada puesta en los textos que el Señor por
medio de su Iglesia en la liturgia nos propone cotidianamente. Cada día
tiene su afán dice el refranero popular sacado del libro del Eclesiastés…y añadiremos para cada día hay
una página de la Santa Biblia abierta a nuestra mente y corazón.
Y, sabemos que no es un texto elegido al azar, sino que –realmente- la voz del Espíritu Santo se oye en cada versículo y en cada capítulo: por esto, solemos quedar sorprendidos y desafiados por
los caminos que el Dios de la Palabra y la Palabra de Dios nos exhortan.
Con San Pablo diré hoy: “Os
llamé para veros y hablaros”. En efecto, con ocasión del aniversario del nacimiento, vemos esta
ocasión como una oportunidad para dar gracias a Dios por habernos llamado a
conocer, a compartir y a crecer en la fe en Cristo por medio de los vínculos de
la familiaridad, de la amistad y de la recíproca paternidad y fraternidad
espiritual en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Por ello: ¡para
vosotros y junto a vosotros, una vez sacerdote, siempre sacerdote!
Debo reconocer que
desde que tempranamente Dios me llamó a la consagración sacerdotal me he sabido
portador de un don inmerecido y que trasciende infinitamente las humanas y
limitadas capacidades. Quedamos en deuda ante la misericordia; quedamos cortos ante las gracias concedidas; quedamos exigidos por los dones
otorgados, lo cual una y otra vez nos lleva a decir: “Las misericordias del Señor cada día cantaré” (Salmo 88).
En un polvoriento
cuaderno de meditaciones escrito hace unos años, el lunes 18 de abril de 1983
anoté: “¿Será por tus cualidades que
Él te ha elegido?...A veces parece que pensaras que así es. Lo que pasa es que
ese orgullo es tan grande que te ciega ver que Dios por su infinita bondad te
eligió”.
El ejercicio del
ministerio sacerdotal durante veinticinco años, sumado a los años de formación
presbiteral en el Pontificio Seminario ubicado a los pies de la Purísima de Lo
Vásquez, me han enseñado a percibir la necesidad de tener una vida consagrada moldeada
por el ejemplo de San Juan el Bautista quien, ante la grandeza del Cordero de
Dios presente en medio del mundo dijo: “Es
necesario que el crezca y que yo disminuya”. En el mundo de la
comunicación los cables importan porque logran conectar con mayor definición a
los receptores… Al mirar un puente entendemos que éste tiene su razón de ser si
acaso logra acercar dos extremos…Así el sacerdocio en Cristo une eficazmente el
cielo y la tierra.
2.
“Su trono está en los cielos; ven sus ojos el
mundo, sus párpados exploran a los hijos de Adán” (Salmo XI, 4).
El contacto diario con el misterio más grande del amor de Dios al
mundo como es habernos dejado a su propio hijo en la Santísima Eucaristía hace
que las deficiencias sean más evidentes para cada uno y mas perceptibles para
los demás, por lo que la figura de un consagrado resultará en todo momento y
en cada época un signo de contradicción para un mundo, que en ocasiones no sólo
se le hace difícil comprender el sacerdocio sino que en la actualidad le
resulta casi inaceptable la sola idea de un alma consagrada para Dios.
Por esto, en la Ultima Cena, nuestro Señor dijo al Padre por sus
discípulos: “Padre no te ruego que los
saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo,
como tampoco Yo soy del mundo”.
En ocasiones constatamos que para muchos católicos la Iglesia se
parece a un pasajero que se le escapó su medio de locomoción. El sacerdote para
algunos es como un pasajero en un andén, que espera ser transportado por el
carro de la modernidad, al que mira con nostalgia porque se la ha pasado de largo y que espera con desesperanza su venida que tarda en pasar. No es extraño ver que en algunos
seminarios de formación sacerdotal se instala la tentación de la búsqueda
frenética de novedades y de modas que el solo tiempo terminará sepultando.
La tentación de llevarse bien con el mundo, y adecuarse a una cultura
pseudo-moderna conlleva el olvido de las enseñanzas de Jesús: “! Yo
les he dado Tu Palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como
tampoco Yo soy del mundo” (San
Juan XVII, 14).
Entendámoslo claramente: “¡Quien
quiere ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios” (Santiago IV, 4).
Y esto nada tiene que ver con la receptividad del mensaje de Cristo,
ni con una mejor capacidad para comunicarse con todas las personas, porque
estamos convencidos que, si el
misterio de Dios da entidad a la vida humana, entonces, lo que constituye el anuncio de la verdad de
Dios es realmente el camino de nuestra la Iglesia para nuestros días donde la
incertidumbre, la duda y la desconfianza anida en el alma de gran parte de
nuestra sociedad.
Dios no quita nada al hombre sino que le concede todo; no es rival de
nuestra libertad sino su primer garante, por esto, el hecho de manifestar en
toda su hondura y exigencia la verdad del Evangelio es la vía más expedita para
la profundización de la vida cristiana. ¡Solo la fidelidad es fecunda! ¡Sólo la
fidelidad abre espacios inagotables de caridad! ¡Sólo en la fidelidad anida la
verdadera esperanza!
Todos estos años de vida sacerdotal he constatado que la fidelidad
a Dios sólo se escribe con letra mayúscula nunca con letra chica.
3.
“Este es el discípulo que da testimonio de estas
cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (San Juan XXI, 24).
En los años de Seminario, algunos seminaristas con humor me decían que
yo no daba “testimonio” sino más bien
daba “testimomio”. Admito que algo de
razón tenían, pues la
formación recibida al interior del hogar,
a lo largo de los años de vida escolar en el Colegio de los Sagrados
Corazones y gran parte de la etapa de Seminario en Lo Vásquez, unida a la
cercanía espiritual de diversos sacerdotes, gestó un perfil de sacerdocio que
puede ser sintetizado en la búsqueda incansable de procurar ser un sacerdote
según el Corazón de Jesús y no un sacerdote al servicio de la mundanidad.
Por lo anterior, sólo tengo
en este día palabras de gratitud a Dios por haberme permitido vivir largos años
como sacerdote, junto a ser heredero de una formación de la cual el
carácter testimonial me ha hecho conocer en primera persona la abnegación, la
fidelidad, el espíritu de sacrificio, de una fe intransable que he visto en
quienes me han acompañado cercanamente en toda mi vida.
La familia, los amigos, y los feligreses son parte de mi vida. Y, parte
fundamental, sin los cuales no habría surgido el germen vocacional
tempranamente y probablemente los vientos del secularismo habrían mermado la
formación con consecuencias tan
dramáticas como las que hemos constado por la honda crisis vocacional que enfrenta
actualmente nuestro Seminario Pontificio y una suerte de esclerosis espiritual y pastoral al interior
de la Iglesia.
El
Evangelio de hoy nos invita a ser testigos convencidos
y convincentes de las gracias
recibidas, realidades que necesariamente vinculadas entre sí, han de estar debidamente ordenadas: “Nadie da lo que no tiene” y “nadie ama lo que no conoce”. En
consecuencia, las crisis de credibilidad son consecuencia del eclipse de la
fe, en tanto que las faltas de identidad son faltas de fe.
Lo
anterior nos hace reconocer el valor del testimonio como fundamental en la hora
presente donde los modelos que tiene nuestra sociedad se diluyen en el mar de
un mundo empecinado en oponerse a los designios de Dios y de su Iglesia. El
testigo certifica con su vida lo que ha visto lo que ha conocido, lo que ha
vivido, y ello es consecuencia de la condición propia de quien asume la
invitación a ser “sal de la tierra” y
“luz del mundo” en toda
circunstancia, por adversa que nos parezca inicialmente.
Esta
hermoso lugar sagrado, ubicado en el corazón de Tunquén, fue construido gracias
a la generosidad de los vecinos que, colocaron en el centro de la localidad la
Capilla donde se habitualmente se ha de celebrar la Santa Misa. Con ello se
quiso significar la importancia de dar a Dios el lugar que le corresponde en el
desarrollo de la sociedad y en la necesidad de centrar en la piedad cada
determinación, cada pensamiento y cada deseo que se tenga.
Por
desgracia, hoy para muchos, Dios es un desconocido. En el mejor de los casos puede obtener el título
de una sentimental visita, se le permite a Dios entrar en
la vida “con hora de llegada y de
partida”. Mas, el lugar que ocupe el Señor ha de ser el centro, lo primero que como
opción se tome y lo último que como premio se reciba con la Bienaventuranza
eterna.
No
se trata de sólo recurrir a Dios después de todo lo que uno haya hecho: porque
entonces limitamos su gracia a un auxilio;
tampoco, se trata de invocarlo -.exclusivamente- en la angustia prometiendo
determinadas acciones: porque entonces terminamos creyendo obtener los dones no
desde la gratuidad sino desde la reciprocidad. No se puede negociar ni lucrar
con la bondad de Dios: ¡Es libérrimo, es magnánimo, es misericordioso!
Entonces,
el testimonio de los Apóstoles, de los santos es ejemplificador. Este templo
está colocado bajo el patronazgo de una vecina que fue elevada a los altares:
Santa Teresa de los Andes, cuya reliquia –aquí venerada- fue entregada con
ocasión de su canonización el año 1992. Es posible que entre sus largas
cabalgaduras de verano, nuestra santa haya visitado estos hermosos parajes, de
los cuales escribió: “todo lo que veo me
lleva a Dios”.
Un día como hoy, hace un tiempo atrás, nací como el cuarto de los hermanos. Enrique, que
como un ángel partió a pocos meses de nacido, Paulina Luisa y Hugo Hernán. Ese
día, jueves 23 de Mayo se celebraba la fiesta del Apóstol Santiago, cuyo nombre
hebreo es Iacobi del cual proviene
Jaime. Doy gracias a Dios que la reforma litúrgica se implementó años
después de mi nacimiento, porque si hubiese nacido en este tiempo, el santoral coloca a Desiderio y Florencio…y
no me veo portador de esos nombres.
Como Apóstol era conocido con el seudónimo de “boanergues” (San Marcos III, 17), que el mismo Señor les colocó, que
significa “hijo del trueno”, en
virtud del ímpetu de su carácter fuerte, que le hizo actuar impetuosamente y de
manera enérgica. Le pidió a Jesús permiso para hacer caer fuego sobre quienes
los rechazaban…No he llegado a pedir como mi Santo Patrono pero ganas
sobrevienen a veces….Por él intercedieron sus seres queridos ante Jesús para ocupar un lugar de importancia y
figuración…Aunque no he implorado como mi Santo Patrono, no olvido las enseñanzas
de quien fuera Cura de esta Parroquia: “Nada
pedir y nada rechazar”.
De esta manera, uno vive bien, hace el bien, y vive feliz de
procurar cumplir la voluntad de Dios. Tengo certeza que mi Apóstol Patrono
no se dejó seducir ni por el quietismo ni por el conformismo: Dio la cara,
navegó con tiempo calmo y tempestades, exigió en tiempos de claudicaciones, tuvo
la convicción que quien tiene a Dios en su alma nada le falta porque lo tiene
todo, por esto, su testimonio apostólico
terminó con el inicio del camino de quienes a lo largo de dos milenios han
proclamado que su existencia no tiene sentido si Dios está al margen de su
vida. Dio su vida por el Autor de ella. Gracias por vuestra compañía y
oración en este día. ¡Que viva Cristo Rey! Amén.
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