domingo, 8 de noviembre de 2015

Firmes en la Fe

 DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO / TIEMPO ORDINARIO /CICLO “B”.

1.      “Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará” (Isaías LIII, 10-11).

Luz sombría del mundo hoy

Las luces mundanas son oscuridad en el hombre. Nada mejor ejemplifica estas palabras  que mirar las imágenes que quedaron impresas en las paredes de Nagasaki e Hiroshima producto de la explosión nuclear acontecida hace varias décadas atrás (1945). Nunca será suficiente destacar las consecuencias que tuvo la inventiva del hombre para provocar un suicidio colectivo como es la implementación de una guerra injusta.

Semejante al testimonio silente de los cuerpos calcinados en Pompeya producto de la erupción del Vesubio el 24 de Agosto del año 79, las imágenes plasmadas en las calles y paredes de las citadas ciudades niponas no nos hablan de un acto de la fuerza de la naturaleza, sino de la fuerza que la naturaleza pecadora de una persona puede llegar. Las luces de un mundo sin Dios son oscuridad para el hombre y la sociedad.

El hombre que se gana para sí mismo se pierde para Dios. Debemos centrar nuestra vida en torno al don de la fe que hemos recibido, la cual, como una semilla puesta en nuestra alma el día del bautismo está llamada a dar fruto en abundancia, lo que ha de ser motivo de verdadera esperanza para todo creyente.

Es una esperanza que tiene su consistencia en lo divino y lo humano, pues,  el profeta Isaías describe aquel siervo sufriente “familiarizado con las dolencias”. La expresión hebrea “ish machovot” dice relación con un “hombre habitualmente enfermo”.

Por medio de ese padecimiento, Cristo en la Cruz, con su sangre y su muerte, “paga a Dios” el precio de nuestro pecado, constituyéndose así en un puente que pertenece a las dos orillas, tan completamente humano como divino a la vez, ofreciendo la seguridad  que es uno de nosotros quien nos abre el acceso a Dios. Entonces, Jesús Dios y hombre verdadero, es el centro de nuestra fe y de nuestra esperanza.

A pesar del aparente carácter irrevocable de muchas realidades que estan a nuestro alrededor, y del poder aparentemente indestructible de una sociedad que da la espalda a Dios, sabemos que la oscuridad no tiene la última palabra. ¡Dios ha vencido! Y, junto a Él estamos llamados a reinar, para lo cual hemos de implorar insistentemente como le pedían sus apóstoles: “Señor, auméntanos la fe” (San Lucas XVII, 5). ¡Domine adauge nobis fidem!

 
Padre Jaime Herrera G.

2.        “Mantengamos firmes la fe que profesamos” (Hebreos IV, 14-16).
Para vencer la oscuridad y las sobras de muerte de mundo actual se requiere del consejo a los hebreos que hacen las enseñanzas de San Pablo: No hay otro camino posible ni otra enseñanza que la Iglesia pueda proponer a la sociedad actual que la de invitarnos a estar “firmes en la fe que profesamos”.
Ahora bien, ¿qué implica esta expresión? Nada más original que invitarnos a la fidelidad, pues,  los caminos opuestos a ella nos han demostrado –ampliamente- hacia dónde nos conducen.
Nuestra fe no es cuestión de moda es cuestión de amor. La tentación reinante desde hace dos siglos y medio hace que tendamos a igualar los gustos y opciones de las mayorías volubles y cambiantes sobre lo que Dios y su Iglesia nos invitan a seguir. La invención falaz de una fe seducida por las modas y las encuestas, ha inducido a muchos a claudicar en favor de las deidades  contemporáneas.
Nosotros en la vida presente nos vemos enfrentados a una doble tensión: Por una parte, el mundo se nos evidencia como perecedero, en tanto que la eternidad es “gloria y pena para siempre, siempre, siempre” (Santa Teresa de Ávila).

El “culto al mundo” que se da no sólo fuera de la Iglesia, entrega un conjunto de leyes, de conductas, de hábitos y vicios que no están abiertos a la trascendencia, que resultan impermeables –como una piedra inerte- a la luz divina y permanecen curvados en sí mismos. El mundo banaliza al hombre. Nos despersonaliza, vaciándonos por dentro…y sabido es que aquello que está vacío termina siendo juguete de cualquier viento.

En efecto,  el “mundo” es el valor de eternidad que el hombre atribuye a lo caduco, la palabra “dialogada” que suplanta a la Palabra, la presencia –masiva, entusiasta, festiva- que desafía y en ocasiones oculta a la misma Presencia verdadera. La liturgia que es celebración de la fe, muchas veces es violentada por ese espíritu mundano: cuesta distinguir quién es el protagonista principal de una Santa Misa: homilías histriónicas y emoticonas, con oraciones cortitas, altares sin vida: sin cirios, sin flores, sin reliquias, sin manteles, sin crucifijo. Pero, ¿qué se coloca en vez de aquello que la Iglesia ha establecido de modo perenne?: “ofrendas”, que pueden ser tan variadas como la imaginación humana; los albos manteles se suplantan por artesanales mantas y ponchos. Digámoslo claramente: El mundanismo es un enemigo que debemos vencer, pactar con él es condenarse a sí mismo. Ante ello debemos procurar estar: vigilantes, con el espíritu de la alegre generosidad de los comienzos y procurar cerrar cualquier fisura de malsano espíritu mundano. Por lo anterior, se hace necesario escuchar y vivir las enseñanzas de Jesús que en el Santo Evangelio nos invitan a ser servidores creyentes, servidores apóstoles, servidores discípulos, servidores católicos que no se avergüencen de los dones y gracias recibidos.

3.      “El que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (San Marcos X, 35-45).
¿A quién consideramos servidor? Los padres de familia que se desgastan por procurar el bienestar de sus hijos: desde su nacimiento, pasando por su educación. Lo mejor y primero para sus hijos. Un padre y una madre pueden cuidar diez hijos pero no siempre diez hijos terminan cuidando igualmente a sus progenitores. Es un servicio con una dimensión permanente, no tiene “recreos” ni “pausas” sino que se está pendiente en todo momento de lo que es amado y valorado.

Un carabinero: Muchas veces cuestionado en su labor diaria, es de lo más estimado siempre en las encuestas, las cuales en ocasiones, pueden ser un indicativo valido para ser considerado. A diferencia de muchos otros oficios, no hay retribución anexa a horas extraordinarias de trabajo. Entonces, el servicio implica una dimensión de gratuidad, donde el esfuerzo, dedicación, perseverancia, pulcritud no tienen relación más que con el espíritu de servir. No se sirve “para” algo, se sirve “por” alguien, ello le da una entidad poderosa al acto de servir porque –finalmente- Dios está en el origen, en el camino y en el fin de todo verdadero servicio.

Un maestro: El verdadero servicio es un acto consiente, que surge de la voluntad iluminada por la razón, por ello, verdaderamente se puede educar en la servicialidad, predisponiendo al alma a responder con prontitud y generosidad ante quien lo necesita. Dios ocupa un lugar central en esto, dando la gracia para hacer no solo que seamos “más generosos” sino,  para que ese acto mismo,  sea la vez  “más virtuoso” y –eventualmente- santificante. ¡No se llega al Cielo sin servir!

Nuestro Señor de manera insistente nos invita a servir a lo largo del Evangelio. “No podéis servir a dos señores” (San Mateo VI, 24); “Así como Yo he hecho servid a vuestros hermanos” (San Juan XIII, 14); “Estoy con vosotros como quien sirve(San Lucas XXII, 27); “Todo aquel que siquiera de un vaso de agua en mi nombre no quedara sin recompensa” (San Mateo X, 42); “El que quiera entre vosotros ser grande, será vuestro servidor” (San Mateo XX, 28). De algún modo podemos hablar del “Evangelio del servicio”.

A lo largo de toda la historia nuestra Iglesia se ha dedicado a servir, ha sido un “distintivo” de su vida en medio de la sociedad. Lo hizo, lo hace y lo hará. No dudemos un instante en esta verdad. En la medida que cada feligrés asuma la tarea de servir a quien lo necesita el Evangelio ira echando raíz diseminara el aroma de la verdad y la bondad de la belleza de la vida cristiana. Es un imperativo implementar el apostolado de servir para descubrir el servir como apostolado. ¡Viva Cristo Rey! Amén.

Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de Puerto Claro / Diócesis de Valparaíso.

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