HOMILÍA CENTENARIO NATALICIO PRESIDENTE
PINOCHET 2015.
1.
“He aquí
que pongo en tu boca mis palabras. Mira que te constituyo hoy sobre naciones y
reinos para arrancar y destruir, para arruinar y asolar, para edificar y
plantar” (Jeremías
I, 8-0).
Una simple placa de
mármol fue colocada el 1936 en el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro: “Gracias Madre mía. Ayúdame
siempre. Alférez. A. Pinochet.1936”. Aquel día recibía el primer grado como
oficial del Ejército al que estaría formalmente vinculado durante sesenta y
cinco años, llegando a ser el soldado con más años en servicio activo en todo el
mundo.
Sin lugar a dudas, aquella filial confianza puesta en la Madre de
Dios tendría la respuesta maternal a lo largo de toda una vida conocedora de lo
dulce y agraz; donde no faltó -en momento alguno- la mirada providente, particularmente en las horas
de mayor dificultad como fue padecer un secuestro
en tierra extranjera durante 503 días, y el haber salido ileso de un
atentado que humanamente parecía terminal. Los gestores del fracasado
magnicidio olvidaron un detalle: el hombre puede equivocarse y olvidar, Dios
no, por lo que “cielo y tierra pasarán
pero su Palabra no pasará”. ¡Fiel es
Dios a sus promesas!
Para los creyentes nada
pasa por que si, todo tiene un sentido, en los cuales el poder y la bondad de
nuestro Dios nunca permanecen ajenos. Sólo así es posible enfrentar la vida y
hacer que los sueños sean una realidad.
Misa Centenario Presidente Pinochet |
Con gozo y renovada
esperanza celebramos el centenario del nacimiento del Presidente Pinochet,
quien nació en la ciudad evocadora del Valle del Paraíso cobijada bajo la protección
patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro.
Bautizado tempranamente,
sus padres, don Augusto Alejandro y doña
Avelina, se esmeraron en que su
primogénito recibiera una arraigada educación religiosa, procurando
estrablecimientos confesionales como fueron: el Colegio Episcopal Seminario
Menor San Rafael, el Instituto de Formación de los Hermanos Maristas en
Quillota, y el Colegio de los Sagrados Corazones en Valparaíso.
Allí supo de misas, de Adoración
al Santísimo, de devoción a la Virgen María, de confianza en la Divina
Providencia, como –también- de las virtudes humanas de amistad, fidelidad,
espíritu de sacrificio, todo lo cual, se impregnó en el seguimiento de la vocación
al servicio de la Patria para culminar con la proclamación del solemne juramento
hecho ante el emblema Patrio: “Juro por
Dios y por esta bandera, servir fielmente a mi Patria, ya sea en mar, en tierra
o en cualquier lugar hasta rendir la vida si fuese necesario”. El cielo y
la tierra serían testigos del cumplimiento de estas palabras a lo largo de toda
su vida.
Mientras que en la
actualidad muchos anhelan extender su
juventud hasta bien entrada la segunda y tercera década de vida, evitando compromisos
y responsabilidades, tenemos a nuestro Presidente que desde los quince años
descubrió la vocación al servicio de la Patria a la que Dios le llamaba. Por
ello, no dudó en cumplir su palabra en
toda circunstancia: Su amor al poder consistió en poder amar a Dios, poder amar a su Patria y poder amar a su Familia: En consecuencia: una vez
bautizado siempre bautizado, por ello permaneció fiel como hijo de Dios e hijo
de la Iglesia; una vez militar, siempre militar, al servicio de una vocación
más que de una profesión, y una vez
esposo y padre, preocupado y ocupado de su
familia, vivero del alma y de la ciudad.
2.
“Hazme justicia, Señor, porque yo he andado en
integridad y he confiado en Dios sin vacilar”
(Rey
David).
Padre Jaime Herrera |
El Salmo que hemos
escuchado, fue escrito por el Rey David, y nos habla del premio a quien
deposita toda su confianza en Dios, que es amor. No da lo mismo en quien
creemos, y no da lo mismo en que qué creemos: Finalmente, la vida de
cada uno de nosotros termina siendo expresión de ausencias y presencias respecto
de aquello en que hemos creído.
En efecto, constatamos
que la ausencia de Dios en el mundo se manifiesta por un creciente espíritu
deshumanizador. No da lo mismo mirar al cielo y
descubrir a un Dios todopoderoso, omnicomprensivo, misericordioso, que marginar
la dimensión religiosa del hombre con una supuesta neutralidad que siempre es
inexistente. Quien no alaba a Dios irremediablemente se termina alabando a sí
mismo, en sus capacidades y limitaciones. Esto catapulta la soberbia, la
violencia, y la insensibilidad hacia los demás.
Durante siete décadas
el imperio de una ideología definida por el magisterio pontificio como “intrínsecamente perversa” (Divini
Redemptoris, Pío XI) encontró
guarida en una sociedad que comenzó a renegar de Dios, de sus mandamientos, y
de los caminos propuestos en el Santo Evangelio, constatando que podemos por un
tiempo tener la ilusión de alzar un
mundo al margen de Dios, mas, prontamente percibimos los efectos de la
pesadilla a la que conduce alejarse del Reino de Cristo en la sociedad.
Una y otra vez la
Iglesia nos recuerda, entonces, que Cristo no es rival de la libertad del
hombre sino que es su primer garante. ¡Nada nos quita todo nos da! Hacer de lado a Dios necesariamente conlleva a
ampliar el abanico de los marginados, de los que quedan al margen de la mirada
y preocupación de la sociedad. Y como siempre acontece, son los más débiles los que más sufren.
Los niños, los huérfanos, los ancianos, los enfermos. El mundo ateo, que se
olvida de un Dios que es amor termina negando su obra por los caminos de la
indiferencia, el menosprecio y finalmente
el desprecio.
Con pavor y dolor hemos
visto los tristes sucesos que el terrorismo recientemente ha causado en la
ciudad de las luces y otras partes del mundo.
El mundo “moderno” despierta sorprendido y verifica que lo que
algunos antaño motejaban como ilusión y observaban
hasta con quimérica simpatía, hoy sale del closet para mostrar las garras
y fauces que dejan una estela de lágrimas, temor, y desazón.
La guerra siempre ha de
ser evitada porque es un camino sin retorno por eso, nunca serán suficientes los esfuerzos hechos para
conservar y alcanzar una paz estable e integradora entre las naciones. Generalmente,
las guerras no las declaran los hombres de uniforme, las declaran
civiles de cuello y corbata como lo recordaba años atrás nuestro Presidente
al culminar exitosamente el proceso de la mediación papal: “Los militares debemos por formación
prepararnos para la guerra, también debemos buscar la forma de evitarla. Una de
nuestras importantes misiones es la paz en la justicia y me enorgullezco de
haber contribuido a alcanzarla” (29 de Noviembre de
1989).
Es cierto, se
requiere más valentía en mantener la paz que en declarar una guerra, por lo
que cuantos han portado el uniforme del Ejército “siempre vencedor, jamás
vencido” ostentan la convicción de llevar en sus corazones la certeza de la
misión cumplida donde resuena la invitación hecha por el Divino Redentor: “Bienaventurados los pacíficos porque serán
llamados hijos de Dios” (San Mateo V, 9).
Con la fuerza que le
caracteriza, en la última Audiencia Papal, Su Santidad Francisco decía: “Bienvenidos los operadores de paz, pero los
que trabajan por la guerra, que hacen la guerra, son malditos, son delincuentes”
(19
de Noviembre del 2015). Nunca será suficiente recordar que nuestra
Patria evitó las consecuencias inimaginables de sufrimiento, que habrían
causado diversos conflictos armados, tanto ad
intra como ad extra de sus
fronteras.
Pero, el terrorismo
es una guerra en migajas: que en nuestra Patria ha causado, en un pasado
reciente, múltiples sufrimientos. Nunca
habrá justificación moral suficiente para una agresión a inocentes, nunca
una justificación para mutilar la historia personal, familiar y social. Nuestra
sociedad padeció durante décadas, los actos de un terrorismo coludido en
torno a la exclusión de Dios de la sociedad.
Por ello, constatamos
que el mayor mal del comunismo no es de quién es la propiedad, sino de quién
uno es en propiedad. Más que afectar los bolsillos afecta el alma de cada
uno y el alma de la Patria entera. De ahí que la crispación que verificamos
en la sociedad tiene su origen estrictamente en la intención y en la acción permanente
de sacar a Dios de la nuestra vida, de nuestra cultura, de nuestra arte, de
nuestra familia, de nuestra educación.
Misa por Presidente Pinochet |
3.
“Si alguien piensa que está en la
luz mientras odia a su hermano, está aún en las tinieblas”
(San
Lucas VII, 1-10).
En nuestro corazón de
creyentes hay por naturaleza un espíritu de esperanza, de perdón y de cristiana
resignación, tal como proclamamos a lo
largo de las plegarias tradicionales de éste Bendito Mes de María. No son
los puños alzados y cerrados los que dan la mano para acoger; no son los puños
cerrados y agresivos los que invitan a construir, son las manos abiertas las
que prodigan generosidad, las manos extendidas las que estrechan amistad, todo
lo cual deviene de una visión de las cosas del
cielo y de la tierra, que
colocadas en la debida perspectiva hacen posible una verdadera reconciliación y
amistad cívica.
Bajo el lema “ni perdón ni olvido” sólo se termina cultivando
la crispación social. ¡Siembra vientos y
cosecharás tempestades! (Oseas VIII, 7).
La segunda lectura del Nuevo Testamento ha dicho que: “Si alguien piensa que está en la luz mientras odia a su hermano, está
aún en las tinieblas” (1 San Juan II, 7-9).
A la luz de la fe
imploramos al Buen Dios tener un alma abierta a la trascendencia, donde no
demos cabida al rencor ni al odio. Que nos conceda el buen ánimo y el sano
sentido del humor, propio de quien vive en la esperanza cristiana.
A este respecto, hace 42 años atrás, tenía yo nueve años de edad…y medía lo
mismo…aunque pesaba mucho menos, es verdad. Vivía en el país del no: no hay
carne, no hay diarios, no hay pan, no hay verduras, no hay locomoción…no hay
clases –a esa edad eso no me era tanto problema, me podía sacrificar- pero,
como muchos hice extensas filas con mis hermanos para conseguir algo: de
regreso a casa como teníamos tiempo pasábamos a la plaza a jugar y veíamos los
carteles sobre el pasto que suelen colocar los encargados de jardines hoy: “por favor no pisar el pasto”, por
entonces, el cartel decía: “por favor no se coma el pasto”.
4.
“Yo os
digo que tal fe como ésta no la he hallado en Israel” (San
Lucas VII, 10).
Si nuestra vida como
creyentes implica el itinerario de buscar, encontrar y vivir en Cristo, entonces,
el encuentro que tuvo Jesucristo con un oficial de ejército, constituye
un verdadero icono de la vivencia en la fe.
Es un detalle
significativo el hecho que quienes se acercan a Jesús le digan: “Es digno que le concedas todo porque ama a
nuestra Nación”. La gratitud expresada en la súplica de intercesión de
aquellos subalternos del centurión, atrae la mirada del Señor y propicia el
milagro hacia quien estaba gravemente enfermo.
Ciertamente, la fe aumenta al escuchar, por lo que aquel
soldado romano que se acerca a hablar con Jesús, con seguridad oyó en el pasado hablar sobre un
tal Jesús de Nazaret, por ello, sin dudarlo, la grandeza de su fe le hizo no sólo implorar la
gracia de salir del pozo profundo que le aquejaba, que era la necesidad de uno
de los suyos, sino, además, de aspirar a llegar a la cumbre a la
que era invitado, y que San Pablo describe estupendamente: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Romanos
VIII, 10).
Estamos cercanos a
iniciar el Año de la Misericordia. Será un tiempo excepcional de la gracia de
Dios, que siempre puede más que nuestro pecado, pues, sólo Jesucristo es capaz de “transformar un corazón de piedra en un corazón de carne” (Ezequiel
XI, 19), que pueda hacerse parte de las miserias
humanas que cada uno sobrelleva en su vida. Imploramos tener un corazón
misericordioso, donde la caridad no sea sólo una moda, un slogan, o unas horas
de beneficio.
¡Que la misericordia
llegue para quedarse! Esto hará que las tinieblas de un mundo
que camina de espaldas a Dios, se disipen por la vivencia de una fe que evidencia
la claridad de las enseñanzas y de vida de aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo, quien vive en mí no andará en tinieblas” (San Juan VIII, 12).
Hemos comenzado
recordando a la Madre de Dios. Y, no podía ser de otra manera, pues, la Redención
del mundo vino de la mediación de la Santísima Virgen María, la cual, como “aurora de salvación” y “estrella de la mañana”, nos trajo al
Divino Redentor.
Dice el refrán: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra
le cobija”…Nació en una ciudad consagrada desde su origen a la Virgen
María en medio de la celebración del Mes de María; fue bautizado en una
parroquia dedicada a la Virgen María; estudió en tres colegios donde se venera
a la Virgen María; consagró su vida militar a la Virgen María, fue llamado por
Dios en una festividad de la Virgen María (Nuestra Señora
de Loreto) y sus funerales se realizaron en
un día de la Virgen María (Nuestra
Señora de Guadalupe).
Imploramos, en esta
celebración de los primeros cien años del recuerdo del natalicio del Señor
Presidente Augusto Pinochet, le obtenga, nuestra Madre del Cielo, el don de la
Bienaventuranza a la cual anhelamos recibir y nos preparamos alcanzar. ¡Viva Cristo
Rey!
HOMENAJE PRESIDENCIAL |
Pbro.
Jaime Herrera González / Diócesis de Valparaíso / /Fono: 9-7402707 / mail: padrejiameherrera@gmail.com
|
Hi there, I found your blog via Google while searching for such kinda informative post and your post looks very interesting for me. Siro spinned yarns
ResponderEliminar