SOLEMNIDAD NATIVIDAD DEL SEÑOR AÑO 2015.
Una alegría nos ha nacido,
el Mesías, el Señor está junto a nosotros. Los sones que el Coro tocaba antes
de la Santa Misa nos colocaba en una curiosa novedad respecto del origen del
burrito que llevó a la Virgen María hacia Belén, al decir que el burrito era
oriundo de La Habana...porque la canción decía “que mi burrito es Habanero y va
camino de Belén”.
Pesebre de la Parroquia de Nuestra Señora de Puerto Claro |
La realidad que encierra
el pesebre de manera misteriosa se abre gradualmente a todos a quienes están a
su alrededor. Así, pedagógicamente lo
celebra la Iglesia en su liturgia, así, lo percibimos en nuestro corazón, y así, lo devela
la sociedad, que no parece impermeable ante el poder del anuncio de este día
preclaro.
En los más recónditos
lugares de la tierra el anhelo por buscar a Dios se hace celebración de la más diversa
manera: En aquellos pueblos donde la fe
ha sido proscrita por decreto, en
aquellas naciones donde la persecución resulta bestial en nuestros días, en
tantos hogares donde el nombre de Cristo y su Iglesia parecen estar proscritos
el resto de los días, en estos días del nacimiento de Jesucristo todo parece
cubrirse de un espíritu nuevo, aun no plenamente descifrable para quienes
procuran dar respuesta a las interrogantes de su vida humana. ¿De dónde vengo?,
¿hacia dónde vamos?, ¿cuál es el proyecto para nuestra vida? Nuestra vocación
esencial, fue descrita con precisión por el gran santo de Hipona: “Nos hiciste para ti Señor, e inquieto está
nuestro corazón mientras no descanse en Ti”
(San Agustín).
Todo esto tiene
respuesta definitiva en este noche y al despuntar el alba, ante la evidencia de
un recién nacido, cuyo advenimiento, marca un antes y un después. De dos almas
contemplativas en aquella pesebrera, la de su madre virginal y su padre
custodio, a la cual, prontamente se sumarían reyes y pastores, las
generaciones interrumpidas hasta nuestros días han descubierto que la duda no
tiene la última palabra.
El hombre puede padecer
por un tiempo de la incertidumbre y
eventualmente, sumergirse en profundas crisis,
pero no es ese el camino establecido por
Dios para nuestra vida sino que, por medio
del don de la fe caminamos por la vida con la certeza de un Dios –nacido en
este día- que está presente en medio nuestro.
Mas, la presencia del
Señor no es como la de un cazador que nos busca sorprender para eliminarnos, ni
es como la de un exclusivo juez leguleyo
que se dedica a sentenciar, ni una presencia como la de un comerciante que
busca convencer…No, no. Dios no nos ve como presa, ni como reo, ni como mercancía,
Él nos ha creado para ser sus hijos, y nos mira desde el sacramento del bautismo como un padre.
La certeza de la
vocación al amor verdadero cual es: que Dios nos ama y que amamos a Dios, nos
hace ver la luz en medio de la obscuridad, presente en nuestro mundo, en ocasiones demasiado evidente, y que no
permanece oculta en nuestra alma en virtud de tantas actitudes, pensamientos, y
proyectos que reniegan de hecho al acto de “mirar
la luz” que nos es dada en esta Nochebuena, prefiriendo permanecer en tinieblas y las
sombras de muerte.
En efecto, la sociedad
actual no deja de presentar atractivos sucedáneos
de felicidad y de proporcionarnos
múltiples ilusiones de verdades que
terminan cautivando nuestro corazón y oscureciendo
nuestra inteligencia.
Lo anterior, por
cierto, hace que de la incertidumbre pacemos a la duda; de la duda se transita a la suspicacia; y de la
suspicacia se progresa a renegar. Quien ha recibido la verdad de Dios no tiene
derecho a seguir sumergido en la duda. El error no tiene derechos, la mentira
no tiene derecho, ni las crisis tienen carta de ciudadanía de nuestra vida, sólo
la tiene la primacía del amor a Dios y la primacía del amor de Dios.
Entonces, así podemos
comprender lo dicho por el Evangelista: “Dios
es luz sin tiniebla alguna” (1 San Juan I, 5).
En este día,
constatamos que la salvación que nos es dada hoy se asemeja a la luz. Esta, tiene dos características muy especiales:
descubre cada recoveco a medida que se va imponiendo. Y nada queda oculto ante
su presencia.
Por esto, nuestro
Señor, es un Dios conocedor de nuestra intimidad, de hecho “es más íntimo a nosotros” de lo que
creemos serlo cada uno. ¡Nos conoce perfectamente! Por esto, Él sabe qué necesitamos, qué está de más.
Cristo es “el amor hecho carne” ha dicho el actual Pontífice. No es un ideal al que tendemos, es el sentido de la
vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.
Por ello, desde la encarnación
el misterio del hombre hace que toda su historia sea historia de salvación, no
habiendo recovecos en la cual la supuesta
autonomía del hombre no deje espacio a la gracia multiforme de Dios. Por lo que,
con toda claridad diremos que: sólo o reina Cristo o reina cualquiera, y
evidentemente, en caso que no sea nuestro Dios quien “primeree” lo hará el poder de las tinieblas.
Una estrella guio a los
Tres Reyes venidos de Oriente en este día. Una luz irradió desde el pesebre
llamando a los humildes pastores de Belén. Unos y otros, con su sabiduría y
simpleza, con sus conocimientos y carencias, acudieron presurosos y constataron
la promesa cumplida del Mesías esperado por generaciones: El Dios omnipotente
que se hace débil; el Dios todopoderoso que se hace necesitado, para que
quienes nada somos seamos todo en El.
Esto nos hace descubrir
que la vivencia de la misericordia sea como una nueva creación, pues la
vivencia de la caridad fraterna hace presente a Jesucristo quien en su Espíritu
“hace nuevas todas las cosas”.
Nuestro mundo, la sociedad en que vivimos parece naufragar por todas partes.
Una vez más verificamos que la oportunidad de cambiarlo está en medio de aquel
establo: en manos de un recién nacido, en manos de Jesucristo.
Imploremos a María
Santísima a que nos conceda la gracia de poder recibir a Jesús en nuestra vida,
en nuestra familia, en nuestra sociedad, para que vencidas las tinieblas y
oscuridades resplandezca en todas partes y en todo nuestro ser el esplendor de
la verdad de Jesucristo que ha nacido en Belén hoy. ¡Viva Cristo Rey ¡
Padre
Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro, Chile.
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