martes, 19 de abril de 2016

Cristo está con vosotros y junto a vosotros


HOMILÍA MATRIMONIO ROSENKRANZ FERNANDEZ & GARCÍA GEN. MARZO 2016

MATRIMONIO CATOLICO

1.        “El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas” (Isaías XIIIL, 16-21)

Como una extensión de nuestra Madre Patria, este templo cobija  las más hondas raíces de las tierras desde donde nos llegase la fe hace más de cinco siglos. Al interior de este templo, dedicado a Nuestra Señora de Valvanera, todo nos habla de la mayor riqueza que poseemos cual es el don de la fe, cuyo centro es la persona de Jesucristo, cuya presencia aquí nos es tan evidente como real, particularmente en su realidad eucarística.
En efecto, el centro de cada iglesia (templo) es la persona de Jesucristo: aquí todo nos habla de Él, y Él nos habla de todo. Por ello, el altar, el sagrario, y el crucifijo ocupan nuestra mirada en todo momento, y desde esta realidad, se nos indica la necesidad de la centralidad de nuestra vida en la persona de Jesucristo, quien lejos de ser un hermoso recuerdo del pasado, o una sentimental representación del presente, constituye una realidad viva que comprueba la promesa hecha por Nuestro Señor: “Yo estaré junto a vosotros hasta el final de los tiempos” (San Mateo XXVIII, 20).
Es importante destacar que en medio de la celebración de aquella Primera Misa, Nuestro Señor señaló que estaría junto a nosotros y no sólo con nosotros, lo que implica que se hace parte real de nuestra vida ¡Es nuestra vida!  Según esto, no es como una visita que viene por un tiempo acotado, ni un simple peregrino que está de paso, no…Él viene para quedarse, tal como le dijo un día a Zaqueo y su familia: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (San Lucas XIX, 9).
Los Santos Evangelios son muy generosos al momento de presentarnos la reacción de quienes recibían a Jesús: En lo alto del monte Tabor exclamaron: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (San Lucas IX, 33)  en tanto que cuando ya resucitado acompañó a los jóvenes peregrinos de Emaús, luego del encuentro, ambos señalaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras estaba en medio nuestro y nos explicaba las escrituras?” (San Lucas XXIV, 13-35).

Es que ante la persona de Cristo, o se está con Él o se está contra Él, lo único que no tiene sentido es la indiferencia. Y, nosotros hemos apostado por el Señor, de tal manera que sólo desde su Persona podemos descifrar cada una de las realidades, misterios y grandezas que encierra toda nuestra vida, de manera particular en la vida matrimonial.

Como entonces, al inicio de ministerio público del Señor Jesús,  con ocasión del primer milagro hecho en las Bodas de Cana de Galilea, acogió la invitación hecha a su madre y los discípulos, mas no fue casualidad que la primera bendición permaneciera incólume de las consecuencias del pecado original, pues,  el proyecto de Dios respecto del origen de la vida humana debía ser lo más cercano a la generosidad, la fidelidad, y la entrega que tuvo Dios al momento de formar al hombre y la mujer “a su imagen y semejanza” (Génesis I, 26-27). Por esto,  no podemos creer en el fraude de asemejar la sublimidad de la obra de Dios respecto del matrimonio con aquello que es una simple máscara de fantasía.

Jesucristo viene a bendecir desde su origen a estos novios que constituyen una nueva familia. Con el anhelo de ser partícipes de una realidad que no es una caja de sorpresas pues sabemos que estará presente con su gracia en todo momento operando para que: se fortalezca cada día más estrechamente la unión, haga más fiel el compromiso asumido, y sea más fecunda la entrega recíproca, todo lo cual,  marca la necesidad de ser partícipes de la gracia que viene de lo alto.

Por esto, la espiritualidad del matrimonio nos enseña que ambos recorrerán un camino para alcanzar la santidad, y con ello, procurarán  hacer presente el amor de Jesucristo por su Iglesia, según enseñan las escrituras: “Gran sacramento es este que yo lo refiero al amor de Cristo por su Iglesia” (San Pablo a los Efesios V, 32)

2.        “Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante” (Filipenses III, 8-14).
La vida matrimonial como la vida cristiana implica siempre un grado de desasimiento personal, donde la opción preferencial por la persona de Jesucristo lleve a los esposos a asumir en todo momento y circunstancia el imperativo de la vocación recibida. El Apóstol San Pablo nos entrega hoy el primer consejo a los novios:

Perdonar implica saber olvidar: Es cierto que nuestra memoria puede albergar  antiguas ofensas, pero -sin duda- en la medida que nos llenamos del amor de Dios, aquello que tanto pareció importarnos en un momento,  rápidamente pasa a ocupar un lugar secundario, y en ocasiones, hasta se nos olvida la causa de lo que un día nos ofendió. No es bueno ni hace bien al alma del matrimonio el llevar severa cuenta de lo que se nos ha hecho, pues,  estamos ciertos que si Dios la llevase de todo lo que hemos hecho hacia Él y nuestro prójimo, estaríamos en el Dicom celestial como elementos de “alto riesgo”.

Sin duda, el tema del perdón es una realidad que cruza toda nuestra vida, y de manera especial,  a lo largo de este Año de la Misericordia al cual el actual Romano Pontífice nos ha convocado. Durante este tiempo especial de gracia e indulgencia, reciben el Sacramento del Matrimonio, lo cual,  conlleva un compromiso en orden a mutuamente “dejarse misericordear” –en palabras del Papa Francisco- es decir, dejarse querer por el Amor de Dios que: siempre puede más que nuestra maldad, que en todo momento  es más fuerte que nuestra debilidad, y que permanentemente está más allá de nuestros rencores.

Como dice un antiguo refrán: “Dios pregunta menos y perdona más”, pues siendo más íntimo a nosotros que nosotros, sabe perfectamente lo que pensamos, deseamos, y hacemos, no sólo en el presente, sino en el pasado, y en el futuro, lo cual le da una visión perfecta de quién somos realmente. Por ello, es necesario recurrir a Él para poder tener “sus entrañas de misericordia” (Colosenses III, 12) a lo largo de nuestra vida.

SACERDOTE JAIME HERRERA
Todo lo anterior nos lleva a profundizar en los medios de santidad que Él nos entrega: La oración es un camino imprescindible para quien desea cumplir a cabalidad la voluntad de Dios. Sin ella, el alma se seca y muere, por esto,  no dejen de enriquecer la vida mutua con la oración mutua, toda vez que “familia que reza unida permanece unida”. A este respecto, que no falten en vuestro hogar la imagen del Sagrado Corazón en el dintel de vuestra casa para que proteja a cuantos están invitados en su interior como de cuantos vienen del exterior sin invitación. No dejen de consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús, y eventualmente procuren asistir a la Santa Misa dominical y los Primeros Viernes de Mes para tener un hogar “según el Corazón de Jesús” que tanto nos ha amado.

Presidan vuestras habitaciones las imágenes que recuerden a la Virgen Santísima y a vuestros santos patronos, de la misma manera que no dejen de portar, cada uno y vuestra futura descendencia, el estandarte victorioso de la Cruz y la imagen maternal de la Virgen Santísima

A este respecto, un segundo consejo: El uso del anillo es signo del compromiso y de vuestra mutua fidelidad. Es necesario que se tengan como permanentemente enamorados, de tal manera que los sueños del inicio les mantenga el corazón con el anhelo de pasar cada uno de los días venideros no sólo bajo un mismo techo sino en un mismo espíritu cumpliendo con ello las palabras pronunciadas por el Señor: “Ya no son dos sino uno solo” (San Mateo XIX, 6). Ambos deben tener la certeza que lo que hoy acontece es definitivo, ¡sin vuelta atrás!, toda vez que  lo que asumen  no es solamente un nuevo modo de vivir sino que implica una vida nueva en Cristo.

Vuestra unión no es consecuencia de un convencionalismo, ni sólo del seguimiento de una venerable tradición heredada de los antepasados, tampoco es solo un mutuo acuerdo disoluble en el agua de las circunstancias. Hoy son partícipes del sacramento mediante el cual serán bendecidos por Dios en vistas a vuestra mutua fidelidad. Se casan ustedes ante Dios mismo, es El quien sella vuestro mutuo compromiso, de tal manera que estando plenamente conscientes, y ejerciendo libremente  vuestra voluntad, repetirán hoy las palabras que vuestros antepasados un día pronunciaron ante un altar: “prometo serte fiel, en lo favorable y lo adverso, con salud o enfermedad, para así amarte y honrarte todos los días de mi vida”.

3.      “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cánticos” (Salmo CXXVI, 1-6).
Será entonces, el hecho de evocar vuestro primer amor, como el oasis que les permita seguir avanzando en vuestra vida matrimonial, la cual indudablemente incluirá desafíos que en ocasiones les haga ver que es un camino infructuoso, que requiere de gran abnegación y múltiples sacrificios mutuos. ¡No existe matrimonio que no tenga ni haya pasado  dificultades!  De alguna manera la vida esponsal es como una carrera de vallas, en la cual,  han de pedir a Dios desde hoy que les conceda la gracia de saber sobrellevar los desafíos de manera mancomunada.

PADRE JAIME HERRERA CHILE

Para esto, nada mejor que implorar la ayuda de quien sabe de esto, de aquella que es experta en momentos difíciles. ¡Vislumbramos quién es!. La Santísima Virgen María: cuánta delicadeza, cuánta presteza, cuánta fe, cuánta fidelidad, al momento de ir en ayuda de unos novios atribulados. Cuando ya todas las posibilidades se veían extinguidas, y experimentarían la vergüenza de tener que despedir a los invitados abruptamente, surgió la voz y la presencia de la Virgen María como intercesora ante su hijo y Dios, logrando arrebatar el primer milagro en medio de la celebración de las Bodas en Caná de Galilea.

Nuevamente, ante la imagen de la Patrona de nuestra Madre Patria, la Virgen del Pilar, colocamos nuestras intenciones en bien de estos novios que llenos de esperanza y felicidad depositan su futura vida matrimonial y su nueva familia en las manos, corazón y mente de Aquella que nuevamente  nos exhorta como hace dos milenios: “! Hagan todo lo que Él les diga!” (San Juan II, 5).
¡Viva Cristo Rey!


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