HOMILÍA MATRIMONIO ROSENKRANZ FERNANDEZ
& GARCÍA GEN. MARZO 2016
MATRIMONIO CATOLICO |
1.
“El pueblo que yo me he formado contará mis
alabanzas” (Isaías XIIIL, 16-21)
Como una extensión de
nuestra Madre Patria, este templo cobija
las más hondas raíces de las tierras desde donde nos llegase la fe hace más
de cinco siglos. Al interior de este templo, dedicado a Nuestra Señora de
Valvanera, todo nos habla de la mayor riqueza que poseemos cual es el don de la
fe, cuyo centro es la persona de Jesucristo, cuya presencia aquí nos es tan
evidente como real, particularmente en su realidad eucarística.
En efecto, el centro de
cada iglesia (templo) es la persona de Jesucristo: aquí todo nos habla de Él, y
Él nos habla de todo. Por ello, el altar, el sagrario, y el crucifijo ocupan
nuestra mirada en todo momento, y desde esta realidad, se nos indica la
necesidad de la centralidad de nuestra vida en la persona de Jesucristo, quien
lejos de ser un hermoso recuerdo del pasado, o una sentimental representación
del presente, constituye una realidad viva que comprueba la promesa hecha por
Nuestro Señor: “Yo estaré junto a
vosotros hasta el final de los tiempos” (San
Mateo XXVIII, 20).
Es importante destacar
que en medio de la celebración de aquella Primera Misa, Nuestro Señor señaló
que estaría junto a nosotros y no sólo
con nosotros, lo que implica que se
hace parte real de nuestra vida ¡Es nuestra vida! Según esto, no es como una visita que viene
por un tiempo acotado, ni un simple peregrino que está de paso, no…Él viene
para quedarse, tal como le dijo un día a Zaqueo y su familia: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (San
Lucas XIX, 9).
Los Santos Evangelios
son muy generosos al momento de presentarnos la reacción de quienes recibían a
Jesús: En lo alto del monte Tabor exclamaron: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (San Lucas IX,
33)
en tanto que cuando ya resucitado
acompañó a los jóvenes peregrinos de Emaús, luego del encuentro, ambos
señalaron: “¿No ardía nuestro corazón
mientras estaba en medio nuestro y nos explicaba las escrituras?” (San
Lucas XXIV, 13-35).
Es que ante la persona
de Cristo, o se está con Él o se está contra Él, lo único que no tiene sentido
es la indiferencia. Y, nosotros hemos apostado por el Señor, de tal manera que
sólo desde su Persona podemos descifrar cada una de las realidades, misterios y
grandezas que encierra toda nuestra vida, de manera particular en la vida
matrimonial.
Como entonces, al
inicio de ministerio público del Señor Jesús, con ocasión del primer milagro hecho en las
Bodas de Cana de Galilea, acogió la invitación hecha a su madre y los discípulos,
mas no fue casualidad que la primera bendición permaneciera incólume de las
consecuencias del pecado original, pues, el proyecto de Dios respecto del origen de la
vida humana debía ser lo más cercano a la generosidad, la fidelidad, y la
entrega que tuvo Dios al momento de formar al hombre y la mujer “a su imagen y semejanza” (Génesis
I, 26-27). Por esto, no podemos creer en el fraude de asemejar la
sublimidad de la obra de Dios respecto del matrimonio con aquello que es una
simple máscara de fantasía.
Jesucristo viene a
bendecir desde su origen a estos novios que constituyen una nueva familia. Con
el anhelo de ser partícipes de una realidad que no es una caja de sorpresas
pues sabemos que estará presente con su gracia en todo momento operando para
que: se fortalezca cada día más estrechamente la unión, haga más fiel el
compromiso asumido, y sea más fecunda la entrega recíproca, todo lo cual, marca la necesidad de ser partícipes de la
gracia que viene de lo alto.
Por esto, la
espiritualidad del matrimonio nos enseña que ambos recorrerán un camino para
alcanzar la santidad, y con ello, procurarán hacer presente el amor de Jesucristo por su
Iglesia, según enseñan las escrituras: “Gran
sacramento es este que yo lo refiero al amor de Cristo por su Iglesia” (San
Pablo a los Efesios V, 32)
2.
“Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que
está por delante” (Filipenses III, 8-14).
La vida matrimonial como la vida cristiana implica siempre un grado de
desasimiento personal, donde la opción preferencial por la persona de
Jesucristo lleve a los esposos a asumir en todo momento y circunstancia el
imperativo de la vocación recibida. El Apóstol San Pablo nos entrega hoy el primer
consejo a los novios:
Perdonar implica saber olvidar: Es cierto que nuestra memoria puede albergar antiguas ofensas, pero -sin duda- en la medida
que nos llenamos del amor de Dios, aquello que tanto pareció importarnos en un
momento, rápidamente pasa a ocupar un
lugar secundario, y en ocasiones, hasta se nos olvida la causa de lo que un día
nos ofendió. No es bueno ni hace bien al alma
del matrimonio el llevar severa cuenta de lo que se nos ha hecho, pues, estamos ciertos que si Dios la llevase de todo
lo que hemos hecho hacia Él y nuestro prójimo, estaríamos en el Dicom celestial como elementos de “alto
riesgo”.
Sin duda, el tema del perdón es una realidad que cruza toda nuestra
vida, y de manera especial, a lo largo
de este Año de la Misericordia al cual el actual Romano Pontífice nos ha
convocado. Durante este tiempo especial de gracia e indulgencia, reciben el
Sacramento del Matrimonio, lo cual, conlleva un compromiso en orden a mutuamente “dejarse misericordear” –en palabras del
Papa Francisco- es decir, dejarse querer por el Amor de Dios que: siempre puede
más que nuestra maldad, que en todo momento es más fuerte que nuestra debilidad, y que permanentemente
está más allá de nuestros rencores.
Como dice un antiguo refrán: “Dios
pregunta menos y perdona más”, pues siendo más íntimo a nosotros que
nosotros, sabe perfectamente lo que pensamos, deseamos, y hacemos, no sólo en
el presente, sino en el pasado, y en el futuro, lo cual le da una visión
perfecta de quién somos realmente. Por ello, es necesario recurrir a Él para
poder tener “sus entrañas de
misericordia” (Colosenses
III, 12) a lo
largo de nuestra vida.
SACERDOTE JAIME HERRERA |
Todo lo anterior nos lleva a profundizar en los medios de santidad que
Él nos entrega: La oración es un
camino imprescindible para quien desea cumplir a cabalidad la voluntad de Dios.
Sin ella, el alma se seca y muere, por esto,
no dejen de enriquecer la vida mutua con la oración mutua, toda vez que “familia que reza unida permanece unida”.
A este respecto, que no falten en vuestro hogar la imagen del Sagrado Corazón en el dintel de vuestra
casa para que proteja a cuantos están invitados en su interior como de cuantos
vienen del exterior sin invitación. No dejen de consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús, y eventualmente
procuren asistir a la Santa Misa
dominical y los Primeros Viernes de
Mes para tener un hogar “según el Corazón
de Jesús” que tanto nos ha amado.
Presidan vuestras habitaciones las imágenes que recuerden a la Virgen Santísima y a vuestros santos patronos, de la misma manera que
no dejen de portar, cada uno y vuestra futura descendencia, el estandarte
victorioso de la Cruz y la imagen
maternal de la Virgen Santísima
A este respecto, un segundo consejo: El uso del anillo es signo del
compromiso y de vuestra mutua fidelidad. Es necesario que se tengan como permanentemente enamorados, de tal
manera que los sueños del inicio les mantenga el corazón con el anhelo de pasar
cada uno de los días venideros no sólo bajo un mismo techo sino en un mismo
espíritu cumpliendo con ello las palabras pronunciadas por el Señor: “Ya no son dos sino uno solo” (San Mateo XIX, 6). Ambos deben tener la certeza que lo que hoy
acontece es definitivo, ¡sin vuelta atrás!, toda vez que lo que asumen
no es solamente un nuevo modo de vivir sino que implica una vida nueva
en Cristo.
Vuestra unión no es consecuencia de un convencionalismo, ni sólo del
seguimiento de una venerable tradición heredada de los antepasados, tampoco es
solo un mutuo acuerdo disoluble en el agua de las circunstancias. Hoy son
partícipes del sacramento mediante el cual serán bendecidos por Dios en vistas
a vuestra mutua fidelidad. Se casan ustedes ante Dios mismo, es El quien sella
vuestro mutuo compromiso, de tal manera que estando plenamente conscientes, y
ejerciendo libremente vuestra voluntad,
repetirán hoy las palabras que vuestros antepasados un día pronunciaron ante un
altar: “prometo serte fiel, en lo
favorable y lo adverso, con salud o enfermedad, para así amarte y honrarte todos
los días de mi vida”.
3.
“Los que siembran con lágrimas cosechan entre
cánticos” (Salmo CXXVI, 1-6).
Será entonces, el hecho de evocar vuestro primer amor, como el oasis que les permita seguir avanzando
en vuestra vida matrimonial, la cual indudablemente incluirá desafíos que en
ocasiones les haga ver que es un camino infructuoso, que requiere de gran abnegación
y múltiples sacrificios mutuos. ¡No existe matrimonio que no tenga ni haya
pasado dificultades! De alguna manera la vida esponsal es como una
carrera de vallas, en la cual, han de
pedir a Dios desde hoy que les conceda la gracia de saber sobrellevar los
desafíos de manera mancomunada.
PADRE JAIME HERRERA CHILE |
Para esto, nada mejor que implorar la ayuda de quien sabe de esto, de
aquella que es experta en momentos difíciles. ¡Vislumbramos quién es!. La
Santísima Virgen María: cuánta delicadeza, cuánta presteza, cuánta fe, cuánta
fidelidad, al momento de ir en ayuda de unos novios atribulados. Cuando ya
todas las posibilidades se veían extinguidas, y experimentarían la vergüenza de
tener que despedir a los invitados abruptamente, surgió la voz y la presencia
de la Virgen María como intercesora ante su hijo y Dios, logrando arrebatar el
primer milagro en medio de la celebración de las Bodas en Caná de Galilea.
Nuevamente, ante la imagen de la Patrona de nuestra Madre Patria, la
Virgen del Pilar, colocamos nuestras intenciones en bien de estos novios que
llenos de esperanza y felicidad depositan su futura vida matrimonial y su nueva
familia en las manos, corazón y mente de Aquella que nuevamente nos exhorta como hace dos milenios: “! Hagan todo lo que Él les diga!” (San Juan II, 5).
¡Viva Cristo Rey!
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