JESUCRISTO ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
Homenaje a la Patrona de Valparaíso |
1. “Todos los caminos de todos los
destinos de la tierra van a dar al mar, Valparaíso”
(Pablo de Rocka).
Con inmensa alegría y
guiados por la luz de la fe nos hemos reunimos para celebrar la Santa Misa de
Acción de Gracias con motivo del Centuagésimo vigésimo quinto aniversario del
Primer Cabildo de nuestra ciudad, donde elevaremos una plegaria por sus
necesidades, primero espirituales y –también- materiales de cada hogar.
Sin duda lo hacemos en
un marco especial: un templo ya centenario, en el cual se venera la primera
advocación de la Virgen María en nuestra ciudad, habida consideración que como
muchas realidades de esta ciudad “muy noble
y leal” es única. En efecto, sólo en Valparaíso se honra el doble título de
María Santísima como: “Nuestra Señora de
las Mercedes” y “de Puerto Claro”.
Leemos en los Hechos de
los Apóstoles que el Apóstol San Pablo naufragó en las costas de la isla de San
Pablo de Creta, donde al momento de buscar cobijo llegaron al denominado “Puerto Claro” –en griego kaloi limenes-
que les sirvió de refugio seguro (Hechos XXVII, 8-12). Es dable pensar que ya
que la Virgen recibió el encargo de Jesucristo
de cuidar a sus discípulos desde el Calvario, ejerciera tempranamente su misión
como Madre de la Iglesia protegiendo al Apóstol que llevaba el nombre de Cristo
a los gentiles y que estaba destinado a derramar su sangre por la verdad de
Cristo y de su Iglesia.
No podía ser de otra
manera, pues, como Madre su premura iría de la mano con la generosidad y la
dedicación, a la vez que se revestiría de la esperanza, la fe y la caridad desde que fue constituida como la “llena de gracia”. Lo anterior nos puede
hacer entender las virtudes de María como una plenitud, más si tomamos el sentido del texto en hebreo nos
refiere, además, a la presencia de Dios
en el corazón de la Virgen, es decir, a la hermosura encarnada en Ella.
Insuperable en su
entrega, los hijos de la Iglesia no
tardaron en reconocerla como aquella de la cual Jesucristo nos concedía sus
dones en cumplimiento de su misión intercesora desde el primer milagro obrado en
las Bodas de Caná de Galilea, y continuado en la era apostólica en aquel día de
Pentecostés, cuando confortó al apóstol Santiago en medio de su predicación, y
cuando cuidó del discípulo converso del camino a Damasco.
Coro adulto mayor de Valparaíso |
En todo momento
aquellos apóstoles experimentaron la maternidad espiritual de la Santísima
Virgen, alejados de todo sentimiento de orfandad y soledad. Como suele
acontecer con la presencia de la madre en el hogar, todo se ordena, todo
funciona, todo luce distinto, a la vez que los hijos permanecen no sólo
reunidos bajo un mismo techo sino unidos al interior del hogar. Junto a la Virgen
la Iglesia permanecía unida en la oración.
El refranero popular
enseña que una madre puede cuidar diez hijos pero no siempre diez hijos terminan
cuidando a una madre. El cariño prodigado a la madre en esta tierra es único,
diferente al que se puede tener con las demás personas, de manera semejante
respecto de la Virgen diremos que permanece fiel aunque deba saborear la
ingratitud y olvido en ocasiones de quienes son espiritualmente sangre de su sangre.
En circunstancias
históricas muy especiales para la vida de la Iglesia la imagen de Nuestra Señora
de las Mercedes de Puerto Claro llegó a nuestra ciudad. Mientras que declinaba
la vida cristiana en muchas naciones, la Iglesia se expandía por medio de
misiones en tierras generosas a la fe, algo que parece repetirse en la
actualidad.
Se requiere de una Nueva
Evangelización la cual, como entonces, no ira sin el estandarte de la presencia de la
Bienaventurada Madre de Dios a la cabeza, por lo que los nuevos tiempos estarán indeleblemente marcados por la cercanía
a Jesucristo por medio de su Madre, pues a
Jesús vamos por María.
a).
Una fe compartida.
La primera
característica de un mundo para Dios es que vivamos la fe al interior de
nuestras comunidades. Nuestro Señor se presenta a los discípulos en este día
cuando estaban juntos, aún más, “en una
misma barca” realizaban su labor diaria.
La fe que hemos
recibido no puede quedarse oculta como un tesoro al interior del cofre de
nuestra existencia sino que debe irradiar en certeza y vida a cuantos están a
nuestro alrededor, pues si el bien es esencialmente difusivo, y es bueno que lo
bueno se dé a conocer, entonces, aquel que se sabe creyente encontrará
cualquier oportunidad para compartir el mayor don recibido, cual es la fe en Jesucristo.
b).
Una fe vivida.
Casi un imperativo para
nuestro tiempo es el valor de la credibilidad en relación a la vivencia de la
fe. ¡El creyente debe ser creíble! A esto apunta el magisterio pontificio
contemporáneo en orden a que “el mayor mal del mundo es la dicotomía entre
la fe y la vida”, de lo cual surgen no sólo graves errores sino males que
resultan tan recurrentes como perversos.
Y es que para todo
creyente la disyuntiva es muy clara y no admite parvedades: o se vive de
acuerdo a lo que se cree o se terminará creyendo lo que se vive. Esto último
hace que una vida virtuosa y una vida santa se terminen evaporando en la
mediocridad y tibieza espiritual.
Padre Jaime Herrera González, Cura párroco Valparaíso |
Una vida consecuente a
la fe que se ha recibido permite que la vida comunitaria se fortalezca, a la
vez que garantiza un desarrollo armónico en la sociedad, el cual es capaz de
integrar todos los talentos y de asistir en las debilidades, evitando con ello
las diferencias que terminan siendo el germen de una crispación en la sociedad.
No nos equivoquemos: la
falta de una vida cercana a la fe no incide solo en el ámbito de los creyentes
sino que afecta de manera exponencial a toda la sociedad la cual, en todo
momento, está llamada a “abrir las puertas a Cristo” (Apocalipsis
III, 20)
y en palabras del Pontífice actual ha de “dejarse
misericordiar”. ¡Dejaos reconciliar por Dios! (2
Corintios V, 20).
Sin duda, al interior
de nuestra ciudad, la historia nos enseña que ha sido un puerto que ha
permitido no sólo un amplio intercambio comercial, sino que se ha constituido
como el refugio acogedor que no ha cerrado sus puertas y hogares a tantos que venidos
de los más recónditos lugares terminaron echando raíces en cada uno de sus
cuarenta y cuatro cerros.
Denominado el balcón del pacífico, permite a quien se
acerque contemplar de una sola mirada, cada uno de sus recovecos. No pocos se
esfuerzan en destacar su carácter patrimonial en virtud de un pasado signado de
magnificencias. Más, su mayor grandeza no es la que se observa desde el plan a
sus cerros sino aquella que subsiste en cada uno de ellos: allí se vive, allí
se cree, allí se llora, allí se ríe. El verdadero Patrimonio es por tanto el
patrimonio del alma. La visión del hombre desde la fe nos hace recordar las
enseñanzas del peregrino de Cracovia: “El
hombre vale por lo que es, y no por lo
que tiene”. Si ello lo aplicamos a nuestra ciudad diremos que su mayor
tesoro no está en los sobrios edificios del pasado sino en las piedras vivas
que son quienes le dan vida.
c).
Una fe convencida.
Si el hecho de
compartir la fe es un imperativo, y el ser coherente una necesidad para nuestro
tiempo, no menos decisivo resulta el grado de convencimiento que se tenga
respecto de lo que se cree. No se puede creer “por si resulta”, no se puede creer “porque no queda otra”, ni se puede “creer según las circunstancias”. El acto de creer implica abandonarse
en la seguridad de Aquel que se nos ha revelado, lo cual es, a la vez, algo gradual, permanente y definitivo, por
ello la fe se fortalece creyendo.
En efecto, según enseña
el Evangelio de este día podemos aplicar el consabido refranero popular: “La
tercera es la vencida”. Su origen incierto nos lleva a descubrir la necesidad
de un esfuerzo especial, reservado a los persistentes que ven coronado el fruto de sus dedicaciones. Así
aconteció aquella mañana a orillas del Mar de Tiberíades. Era la tercera vez
que se aparecía el Señor, la necesaria para que Jesús encomendase a Simón Pedro
la misión de guiar a la barca de la Iglesia por Él fundada.
El anuncio de las
mujeres, que comentaron que el Señor estaba vivo, y las palabras de los ángeles
que preguntaron afirmando: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?,
no fueron lo suficientemente poderosas para quitar el velo de la incertidumbre
de los discípulos. Para ellos era una noticia tan hermosa y sorprendente que
les resultaba imposible creerla. Por esto, Jesús tomó la iniciativa y por
tercera vez vino a ellos, solo entonces, clamaron: ¡Es el Señor! Y sus
corazones se llenaron de alegría y sus embarcaciones de pescados, cosa no menor
si consideramos que habían estado una noche entera trabajando.
Virgen de Puerto Claro, Valparaíso |
d).
Una fe persistente.
Una vez que los
apóstoles estuvieron con Jesús Resucitado todo cambió. Ya no andaban
separadamente con proyectos propios, descubrieron que sólo remando juntos podían crecer, desarrollarse y dar a conocer
lo bueno. lo hermoso, lo permanente que obtenía el hecho de llevar una vida
cercana a Jesucristo. No por ello dejaron de exigir una coherencia en el
seguimiento del Señor a las nuevas comunidades de creyentes. No temieron “hablar con claridad” en exigir una vida
a la altura de la fe más allá de los deseos; una vida de generosidad más allá
de la avaricia.
A este respecto, el
segundo premio nobel de nuestra Patria vivió y escribió en nuestra ciudad: “Que se entienda, te pido, puerto mío, que
yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado” (Pablo Neruda). De
manera semejante, el amor a esta ciudad debe llevarnos a verla más allá de sus
centros de diversión, mas allá de su loca arquitectura inserta en una no menor loca
geografía.
Es la Ciudad de María,
donde Ella ha recibido las lágrimas de quienes han sufrido, de cuantos han
partido a tierras lejanas con el sueño de retornas sus últimos días; de los que
perciben un futuro con incertidumbre, donde Ella ha recibido las risas del que
se ha puesto de pie luego de una caída, de aquellos que como primera generación de educación
superior sacan adelante a sus familias, del marinero que retorna a puerto luego
de meses de lejanía; donde Ella ha recibido los pasos cansinos de los mayores y
ligeros de una juventud que sube y baja las escaleras, recorriendo sus recovecos
que serpentean sus cerros.
Parroquia de Puerto Claro |
Nuestra Acción de
Gracias se eleva en este día, al inicio de las conmemoraciones de este
aniversario donde la Ilustre Municipalidad de la ciudad ha querido visitar la
imagen patronal que ha acompañado a sus hijos desde su inicio hace casi cinco
siglos.
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva Cristo Rey!
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