martes, 12 de abril de 2016

Homilía Santa Misa 225° Aniversario Cabildo de Valparaíso

                               JESUCRISTO ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Homenaje a la Patrona de Valparaíso
                                     
1.      “Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar, Valparaíso” (Pablo de Rocka).
Con inmensa alegría y guiados por la luz de la fe nos hemos reunimos para celebrar la Santa Misa de Acción de Gracias con motivo del Centuagésimo vigésimo quinto aniversario del Primer Cabildo de nuestra ciudad, donde elevaremos una plegaria por sus necesidades, primero espirituales y –también- materiales de cada hogar.
Sin duda lo hacemos en un marco especial: un templo ya centenario, en el cual se venera la primera advocación de la Virgen María en nuestra ciudad, habida consideración que como muchas realidades de esta ciudad “muy noble y leal” es única. En efecto, sólo en Valparaíso se honra el doble título de María Santísima como: “Nuestra Señora de las Mercedes” y “de Puerto Claro”.
Leemos en los Hechos de los Apóstoles que el Apóstol San Pablo naufragó en las costas de la isla de San Pablo de Creta, donde al momento de buscar cobijo llegaron al denominado “Puerto Claro” –en griego kaloi limenes- que les sirvió de refugio seguro (Hechos XXVII, 8-12). Es dable pensar que ya que la Virgen recibió el encargo de  Jesucristo de cuidar a sus discípulos desde el Calvario, ejerciera tempranamente su misión como Madre de la Iglesia protegiendo al Apóstol que llevaba el nombre de Cristo a los gentiles y que estaba destinado a derramar su sangre por la verdad de Cristo y de su Iglesia.
 

No podía ser de otra manera, pues, como Madre su premura iría de la mano con la generosidad y la dedicación, a la vez que se revestiría de la esperanza, la fe y la caridad  desde que fue constituida como la “llena de gracia”. Lo anterior nos puede hacer entender las virtudes de María como una plenitud, más si tomamos el sentido del texto en hebreo nos refiere, además,  a la presencia de Dios en el corazón de la Virgen, es decir, a la hermosura encarnada en Ella.

Insuperable en su entrega,  los hijos de la Iglesia no tardaron en reconocerla como aquella de la cual Jesucristo nos concedía sus dones en cumplimiento de su misión intercesora desde el primer milagro obrado en las Bodas de Caná de Galilea, y continuado en la era apostólica en aquel día de Pentecostés, cuando confortó al apóstol Santiago en medio de su predicación, y cuando cuidó del discípulo converso del camino a Damasco.

Coro adulto mayor de Valparaíso

En todo momento aquellos apóstoles experimentaron la maternidad espiritual de la Santísima Virgen, alejados de todo sentimiento de orfandad y soledad. Como suele acontecer con la presencia de la madre en el hogar, todo se ordena, todo funciona, todo luce distinto, a la vez que los hijos permanecen no sólo reunidos bajo un mismo techo sino unidos al interior del hogar. Junto a la Virgen la Iglesia permanecía unida en la oración.
El refranero popular enseña que una madre puede cuidar diez hijos pero no siempre diez hijos terminan cuidando a una madre. El cariño prodigado a la madre en esta tierra es único, diferente al que se puede tener con las demás personas, de manera semejante respecto de la Virgen diremos que permanece fiel aunque deba saborear la ingratitud y olvido en ocasiones de quienes son espiritualmente sangre de su sangre.
En circunstancias históricas muy especiales para la vida de la Iglesia la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro llegó a nuestra ciudad. Mientras que declinaba la vida cristiana en muchas naciones, la Iglesia se expandía por medio de misiones en tierras generosas a la fe, algo que parece repetirse en la actualidad.
Se requiere de una Nueva Evangelización la cual,  como entonces,  no ira sin el estandarte de la presencia de la Bienaventurada Madre de Dios a la cabeza, por lo que los nuevos tiempos estarán indeleblemente marcados por la cercanía a Jesucristo por medio de su Madre, pues a Jesús vamos por María.

a). Una fe compartida.
La primera característica de un mundo para Dios es que vivamos la fe al interior de nuestras comunidades. Nuestro Señor se presenta a los discípulos en este día cuando estaban juntos, aún más, “en una misma barca” realizaban su labor diaria.
La fe que hemos recibido no puede quedarse oculta como un tesoro al interior del cofre de nuestra existencia sino que debe irradiar en certeza y vida a cuantos están a nuestro alrededor, pues si el bien es esencialmente difusivo, y es bueno que lo bueno se dé a conocer, entonces, aquel que se sabe creyente encontrará cualquier oportunidad para compartir el mayor don recibido, cual es la fe en Jesucristo.

b). Una fe vivida.
Casi un imperativo para nuestro tiempo es el valor de la credibilidad en relación a la vivencia de la fe. ¡El creyente debe ser creíble! A esto apunta el magisterio pontificio contemporáneo  en orden a que “el mayor mal del mundo es la dicotomía entre la fe y la vida”, de lo cual surgen no sólo graves errores sino males que resultan tan recurrentes como perversos.
Y es que para todo creyente la disyuntiva es muy clara y no admite parvedades: o se vive de acuerdo a lo que se cree o se terminará creyendo lo que se vive. Esto último hace que una vida virtuosa y una vida santa se terminen evaporando en la mediocridad y tibieza espiritual. 

Padre Jaime Herrera González, Cura párroco Valparaíso

Una vida consecuente a la fe que se ha recibido permite que la vida comunitaria se fortalezca, a la vez que garantiza un desarrollo armónico en la sociedad, el cual es capaz de integrar todos los talentos y de asistir en las debilidades, evitando con ello las diferencias que terminan siendo el germen de una crispación en la sociedad.
No nos equivoquemos: la falta de una vida cercana a la fe no incide solo en el ámbito de los creyentes sino que afecta de manera exponencial a toda la sociedad la cual, en todo momento,  está llamada a “abrir las puertas a Cristo” (Apocalipsis III, 20) y en palabras del Pontífice actual ha de “dejarse misericordiar”. ¡Dejaos reconciliar por Dios! (2 Corintios V, 20).
Sin duda, al interior de nuestra ciudad, la historia nos enseña que ha sido un puerto que ha permitido no sólo un amplio intercambio comercial, sino que se ha constituido como el refugio acogedor que no ha cerrado sus puertas y hogares a tantos que venidos de los más recónditos lugares terminaron echando raíces en cada uno de sus cuarenta y cuatro cerros.
Denominado el balcón del pacífico, permite a quien se acerque contemplar de una sola mirada, cada uno de sus recovecos. No pocos se esfuerzan en destacar su carácter patrimonial en virtud de un pasado signado de magnificencias. Más, su mayor grandeza no es la que se observa desde el plan a sus cerros sino aquella que subsiste en cada uno de ellos: allí se vive, allí se cree, allí se llora, allí se ríe. El verdadero Patrimonio es por tanto el patrimonio del alma. La visión del hombre desde la fe nos hace recordar las enseñanzas del peregrino de Cracovia: “El hombre vale por lo que es, y  no por lo que tiene”. Si ello lo aplicamos a nuestra ciudad diremos que su mayor tesoro no está en los sobrios edificios del pasado sino en las piedras vivas que son quienes le dan vida.

c). Una fe convencida.

Si el hecho de compartir la fe es un imperativo, y el ser coherente una necesidad para nuestro tiempo, no menos decisivo resulta el grado de convencimiento que se tenga respecto de lo que se cree. No se puede creer “por si resulta”, no se puede creer “porque no queda otra”, ni se puede “creer según las circunstancias”. El acto de creer implica abandonarse en la seguridad de Aquel que se nos ha revelado, lo cual es, a la vez,  algo gradual, permanente y definitivo, por ello la fe se fortalece creyendo.
En efecto, según enseña el Evangelio de este día podemos aplicar el consabido refranero popular: “La tercera es la vencida”. Su origen incierto nos lleva a descubrir la necesidad de un esfuerzo especial, reservado a los persistentes que  ven coronado el fruto de sus dedicaciones. Así aconteció aquella mañana a orillas del Mar de Tiberíades. Era la tercera vez que se aparecía el Señor, la necesaria para que Jesús encomendase a Simón Pedro la misión de guiar a la barca de la Iglesia por Él fundada.

El anuncio de las mujeres, que comentaron que el Señor estaba vivo, y las palabras de los ángeles que preguntaron afirmando: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?, no fueron lo suficientemente poderosas para quitar el velo de la incertidumbre de los discípulos. Para ellos era una noticia tan hermosa y sorprendente que les resultaba imposible creerla. Por esto, Jesús tomó la iniciativa y por tercera vez vino a ellos, solo entonces, clamaron: ¡Es el Señor! Y sus corazones se llenaron de alegría y sus embarcaciones de pescados, cosa no menor si consideramos que habían estado una noche entera trabajando.
Virgen de Puerto Claro, Valparaíso


d). Una fe persistente.

Una vez que los apóstoles estuvieron con Jesús Resucitado todo cambió. Ya no andaban separadamente con proyectos propios, descubrieron que sólo remando juntos  podían crecer, desarrollarse y dar a conocer lo bueno. lo hermoso, lo permanente que obtenía el hecho de llevar una vida cercana a Jesucristo. No por ello dejaron de exigir una coherencia en el seguimiento del Señor a las nuevas comunidades de creyentes. No temieron “hablar con claridad” en exigir una vida a la altura de la fe más allá de los deseos; una vida de generosidad más allá de la avaricia.
A este respecto, el segundo premio nobel de nuestra Patria vivió y escribió en nuestra ciudad: “Que se entienda, te pido, puerto mío, que yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado” (Pablo Neruda). De manera semejante, el amor a esta ciudad debe llevarnos a verla más allá de sus centros de diversión, mas allá de su loca arquitectura inserta en una no menor loca geografía.
Es la Ciudad de María, donde Ella ha recibido las lágrimas de quienes han sufrido, de cuantos han partido a tierras lejanas con el sueño de retornas sus últimos días; de los que perciben un futuro con incertidumbre, donde Ella ha recibido las risas del que se ha puesto de pie luego de una caída, de aquellos  que como primera generación de educación superior sacan adelante a sus familias, del marinero que retorna a puerto luego de meses de lejanía; donde Ella ha recibido los pasos cansinos de los mayores y ligeros de una juventud que sube y baja las escaleras, recorriendo sus recovecos  que serpentean sus cerros.

Parroquia de Puerto Claro

Nuestra Acción de Gracias se eleva en este día, al inicio de las conmemoraciones de este aniversario donde la Ilustre Municipalidad de la ciudad ha querido visitar la imagen patronal que ha acompañado a sus hijos desde su inicio hace casi cinco siglos.    
                                                             ¡Viva Cristo Rey!
   
  
  

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