CICLO “C” / DÉCIMO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO.
1.
“He conocido bien que eres un hombre de Dios, y
que es verdad en tu boca la palabra de Dios” (1 Reyes
XVII, 24).
La sociedad en que
vivimos esta ávida de las ofertas. El “ciber
day”, la temporada de “sale”, sumadas a las “ofertas” casi permanentes son algo
cotidiano. Incluso, hay locales y mall especializados en rebajas: los “oulet”. En el fondo se busca que cueste
lo menos posible el mejor producto accesible.
En ocasiones tendemos a
extender el aggionamiento –incluso-
en el ámbito de las realidades más
santas, como son: la vida pastoral, las enseñanzas de la Iglesia en su
magisterio perenne, la tradición de vida de dos milenios de catolicismo, la enseñanza
común de los Padres de la Iglesia y hasta la misma vida sacramental establecida
por Jesús.
Hace un tiempo consultaba
a diversos protestantes cómo lo hacían en la vida pastoral con las parejas de
divorciados y vueltos a casar. Y recibí como respuesta que no era problema
porque una vez que aceptaban a Cristo
daba lo mismo lo que hicieron antes o harán después. Argumentaban desde un mundo
de la reforma protestante que de algún modo el “divorcio” era aceptado por la “excesiva
misericordia” de Jesucristo, que con su gracia revestía de “pintura blanca” sobre una expresión tan
fuerte para algunos oídos, aunque es de raíz testamentaria: “el adulterio”. En
efecto, fue Cristo quien dijo: “Aquel que
se casa con mujer casada comete adulterio” (San Mateo V, 32).
2.
“El Evangelio anunciado por mí, no es de orden
humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas I, 11-12).
La
misericordia implica necesariamente la conversión:
ninguna de las dos realidades puede existir de manera autónoma. Ofrecer un acto
misericordioso al margen de un cambio de vida no es lo que Jesús hizo ni lo
que -por tanto- se nos pide. Ningún “discernimiento”
es válido si acaso se prescinde de lo que Nuestro Señor ha enseñado, toda vez
que es nuestra conciencia la que debe ser iluminada por la fe y no la fe la iluminada por la conciencia.
Jaime Herrera González, Sacerdote Chile |
Muy simple: vive lo que crees o creerás lo que vives,
y esto es lo que en ocasiones constatamos que se pretende implementar. Con
frecuencia escuchamos que “el mundo lo
dice”, “el mundo es así”, “ahora las cosas son diferentes” y como
estas frases un sinfín de otras expresiones que tienen todas una perniciosa raíz
común: esclavizar el espíritu del
cristiano al espíritu del mundo.
Hace un siglo esto era
visto mayoritariamente por el mundo católico como algo obvio: cómo el Santo Evangelio
va a seguir nuestros pasos, más bien, se afirmaba con determinación, que somos
nosotros los llamados a seguir los pasos de Cristo, del Evangelio de vida y
verdad, que es la Buena Noticia definitiva para el mundo. En realidad, a la
disyuntiva de: “o de Cristo o del mundo”,
se respondía ¡de Cristo! En la actualidad, socialmente la respuesta ya parece
univoca: ¡del mundo! En ciernes, una apostasía general.
3.
“Joven, a ti te digo: Levántate” (San Lucas VII, 14).
Actualmente, no son
pocas las voces pseudo católicas que –prácticamente- exigen una Iglesia a la
medida del mundo, presentando “gangas” como bondad sin conversión,
bienaventuranza sin penitencia, todo en el plano de la salvación debe ser “rapidito”, “expedito”, “facilito”. Sin duda, aquello que tiene
raíz bíblica: “amplio es el camino de la
condenación y angosto el de la salvación”, en la predicación secularista se suele presentar justo de manera inversa.
Se afirma con frecuencia que son más lo que se salvan que los que se condenan, llegando a resucitar las viejas melodías salvíficas
de las almas respecto de un lugar que Dios habría creado para dejarlo vacío.
Suena bonito pero, no es así: las habitaciones
de ese lugar (el infierno) siempre parecen tener alta demanda, y Dios –digámoslo
de una vez- “no da palos en el aire”.
El hecho de dar “ofertones”
en la vida pastoral atrae la simpatía y gratitud inicial, que por cierto,
precipitan que aquel que fue mal formado ceda con mayor facilidad, puesto que: se le enseñó a
no sacrificarse, a mofarse del espíritu de sacrificio, -también en su dimensión
corporal- y comunitario como lo han practicado los santos y algunas comunidades
de vida religiosa. Además, es necesario tener presente que fueron formados para
no tener conciencia de pecado más
que la emanada de la visión horizontal de la Santa Cruz, en la cual los pecados
cometidos contra Dios simplemente terminan siendo inexistentes. Nos podemos “sentir mal” por haber ofendido con una
palabra a una persona, y ello está bien por cierto, más si se trata respecto de Dios,
como puede ser proferir una blasfemia,
ver una película que atente contra su divina majestad, una broma que se mofe de
nuestro Dios, o simplemente callarnos y decir que “nada sabemos” que “no somos
fanáticos” que nuestra religiosidad es “a
la medida de cada uno”, entonces, pareciera que todo ello no nos preocupa en la más mínimo porque simplemente
no lo vemos ya como un pecado.
El problema es que nuestra
ceguera espiritual nos impide ver
que Dios es ofendido con nuestros desprecios y blasfemias, tanto de acciones
como de palabras. Hemos llegado al punto que ya no nos damos cuenta que
ofendemos a Dios, de la misma manera que el abusador de menores, que el tóxico
dependiente, que el de vida promiscua, que maltratador de mujeres no perciben -con
el paso del tiempo- lo que resulta evidente. El mal “hace cayo” en el alma y la hace insensible e inmune al amor a
todos, al respeto de los preceptos de Dios y de su Iglesia, a la tierna devoción,
y a la piedad sincera y constante. ¡Que Viva Cristo Rey!
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