viernes, 10 de junio de 2016

“JOVEN A TI TE DIGO, LEVÁNTATE”.

 CICLO “C” / DÉCIMO DOMINGO  /  TIEMPO ORDINARIO.

1.      “He conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Dios” (1 Reyes XVII, 24).

La sociedad en que vivimos esta ávida de las ofertas. El “ciber day”, la temporada de  “sale”, sumadas a las “ofertas” casi permanentes son algo cotidiano. Incluso, hay locales y mall especializados en rebajas: los “oulet”. En el fondo se busca que cueste lo menos posible el mejor producto accesible.

En ocasiones tendemos a extender el aggionamiento –incluso- en el ámbito de las realidades más  santas, como son: la vida pastoral, las enseñanzas de la Iglesia en su magisterio perenne, la tradición de vida de dos milenios de catolicismo, la enseñanza común de los Padres de la Iglesia y hasta la misma vida sacramental establecida por Jesús.

Hace un tiempo consultaba a diversos protestantes cómo lo hacían en la vida pastoral con las parejas de divorciados y vueltos a casar. Y recibí como respuesta que no era problema porque una  vez que aceptaban a Cristo daba lo mismo lo que hicieron antes o harán después. Argumentaban desde un mundo de la reforma protestante que de algún modo el “divorcio” era aceptado por la “excesiva misericordia” de Jesucristo, que con su gracia revestía de “pintura blanca” sobre una expresión tan fuerte para algunos oídos, aunque es de raíz testamentaria: “el adulterio”. En efecto, fue Cristo quien dijo: “Aquel que se casa con mujer casada comete adulterio” (San Mateo V, 32).

2.        “El Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo(Gálatas I, 11-12).

La misericordia implica necesariamente la conversión: ninguna de las dos realidades puede existir de manera autónoma. Ofrecer un acto misericordioso al margen de un cambio de vida no es lo que Jesús hizo ni lo que -por tanto- se nos pide. Ningún “discernimiento” es válido si acaso se prescinde de lo que Nuestro Señor ha enseñado, toda vez que es nuestra conciencia la que debe ser iluminada por la fe y no la fe  la iluminada por la conciencia.  

  Jaime Herrera González, Sacerdote Chile
Muy simple: vive lo que crees o creerás lo que vives, y esto es lo que en ocasiones constatamos que se pretende implementar. Con frecuencia escuchamos que “el mundo lo dice”,  “el mundo es así”,  “ahora las cosas son diferentes” y como estas frases un sinfín de otras expresiones que tienen todas una perniciosa raíz común: esclavizar el espíritu del cristiano al espíritu del mundo.

Hace un siglo esto era visto mayoritariamente por el mundo católico como algo obvio: cómo el Santo Evangelio va a seguir nuestros pasos, más bien, se afirmaba con determinación, que somos nosotros los llamados a seguir los pasos de Cristo, del Evangelio de vida y verdad, que es la Buena Noticia definitiva para el mundo. En realidad, a la disyuntiva de: “o de Cristo o del mundo”, se respondía ¡de Cristo! En la actualidad, socialmente la respuesta ya parece univoca: ¡del mundo! En ciernes, una apostasía general.

3.      “Joven, a ti te digo: Levántate” (San Lucas VII, 14).

Actualmente, no son pocas las voces pseudo católicas que –prácticamente- exigen una Iglesia a la medida del mundo, presentando “gangas” como bondad sin conversión, bienaventuranza sin penitencia, todo en el plano de la salvación debe ser “rapidito”, “expedito”,  “facilito”. Sin duda, aquello que tiene raíz bíblica: “amplio es el camino de la condenación y angosto el de la salvación”, en la predicación secularista se suele presentar justo de manera inversa. Se afirma con frecuencia que son más lo que se salvan que los que se condenan,  llegando a resucitar las viejas melodías salvíficas de las almas respecto de un lugar que Dios habría creado para dejarlo vacío. Suena bonito pero,  no es así: las habitaciones de ese lugar (el infierno) siempre parecen tener alta demanda, y Dios –digámoslo de una vez- “no da palos en el aire”.

El hecho de dar “ofertones” en la vida pastoral atrae la simpatía y gratitud inicial, que por cierto, precipitan que aquel que fue mal formado ceda con  mayor facilidad, puesto que: se le enseñó a no sacrificarse, a mofarse del espíritu de sacrificio, -también en su dimensión corporal- y comunitario como lo han practicado los santos y algunas comunidades de vida religiosa. Además, es necesario tener presente que fueron formados para no tener conciencia de pecado más que la emanada de la visión horizontal de la Santa Cruz, en la cual los pecados cometidos contra Dios simplemente terminan siendo inexistentes. Nos podemos “sentir mal” por haber ofendido con una palabra a una persona, y ello está bien  por cierto, más si se trata respecto de Dios, como puede ser  proferir una blasfemia, ver una película que atente contra su divina majestad, una broma que se mofe de nuestro Dios, o simplemente callarnos y decir que “nada sabemos” que “no somos fanáticos” que nuestra religiosidad es “a la medida de cada uno”, entonces, pareciera que todo ello  no nos preocupa en la más mínimo porque simplemente no lo vemos ya como un pecado.

El problema es que nuestra ceguera espiritual nos impide ver que Dios es ofendido con nuestros desprecios y blasfemias, tanto de acciones como de palabras. Hemos llegado al punto que ya no nos damos cuenta que ofendemos a Dios, de la misma manera que el abusador de menores, que el tóxico dependiente, que el de vida promiscua, que maltratador de mujeres no perciben -con el paso del tiempo- lo que resulta evidente. El mal “hace cayo” en el alma y la hace insensible e inmune al amor a todos, al respeto de los preceptos de Dios y de su Iglesia, a la tierna devoción, y a la piedad sincera y constante. ¡Que Viva Cristo Rey!



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