martes, 17 de enero de 2017

AMAR LLEVA A ORAR Y ORAR LLEVA A AMAR”

HOMILÍA  MATRIMONIO   CASABLANCA   ENERO    2017

1.     “En Dios puse toda mi esperanza, Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” (Salmo XL, 2-10).

Agradezco a los novios Aníbal y Daniela,  haberme hecho participe de vuestra celebración. Lo hago con especial cariño toda vez que conozco la familia del novio desde los inicios de la década de los setenta.

El templo que nos acoge ha sido consagrado a la persona de Jesús Salvador de mundo, cuya imagen nos acompaña como el resucitado. El misterio  de quien ha nacido y está vivo en medio nuestro se revela como  camino seguro y claro para que los novios vivan ahora momentos decisivos y eternos.

 SACERDOTE JAIME HERRERA


Sin duda, Nuestro Señor a lo largo de la Santa Biblia recibe diversas denominaciones, las  cuales van desde aquellas que encontramos en el Antiguo Testamento en la voz de los profetas: hasta aquellas que leemos en el texto de San Juan con el cual se cierra de revelación escrita. Los nombres dados tienen una importancia de acuerdo a quien los decía: el arcángel Gabriel le señaló como “Jesús”, frecuentemente fue reconocido como “nazareno”, en virtud de la ciudad donde viviría durante tres décadas; de manera particular, aquellas denominaciones que el mismo Cristo dijo de Si son una auto revelación que reviste una teofanía nominal.

Tras cada denominación hay una misión, subyace un camino que mutuamente han de  seguir,  por medio del cual se de una más perfecta identificación con la persona de Jesucristo, asumiendo que la vocación a la vida matrimonial es indisociable del llamado a la santidad que Cristo nos hace: “Sed perfectos como mi padre de los cielos es perfecto(San Mateo V, 48).

Sin duda en la actualidad se subraya una dimensión de la vida matrimonial. En ocasiones se presenta como univoca, mas hemos de tener una visión más complementaria e integradora de lo que es la esencia de la vida matrimonial establecida desde el Cielo.

               CURA PÁRROCO JAIME HERRERA GONZÁLEZ



Cuando Dios forma a nuestro primeros padres y los coloca en el paraíso les confiere un designio: “Creced multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”. Con lo cual, resulta vinculante, a la vez,   la vivencia en común y la búsqueda de la felicidad como cónyuges, con la vida santa a la que están llamados a compartir.

Entonces, ¿Para qué se casan?... ¿Para vivir juntos? Si,… ¿Para ser felices? Si, más ello, quedaría inconcluso si acaso no formulamos la siguiente pregunta: ¿Para ser santos? Si, y ello da sentido al gozo verdadero y a la perpetua permanencia del compromiso asumido para toda la vida, según lo disponga Dios mismo.

La santidad no es un premio reservado para unos cuantos, sino que es parte de la invitación que Dios hace a cada bautizado, y de la cual cada uno es directamente responsable de dar respuesta. Una y otra vez recuerden: “Cielo perdido, todo perdido; Cielo ganado, todo ganado”.

Vuestra vida a partir de hoy, tiene sentido si acaso buscan juntos alcanzar el imperativo de la santidad, por medio del camino de vivir mutuamente cada jornada haciendo patente el amor de Dios, en cada acción, en cada palabra, en cada moción del corazón. ¡Todo debe hablar de Dios! ¡Todo debe hablar con Dios!

Es decir, si el trabajo es posible hacerlo oración, ¿Por qué la vida familiar y matrimonial va a ser una excepción? En efecto, de las múltiples definiciones que encontramos para el acto de rezar, los santos la han descrito como: “principal apoyo” (San Juan Bautista Della Salle), “alimento del alma” (San José de Calasanz); “gran armadura”· (San Efrén); “Aliento de la caridad” (San Vicente de Paul);”arma invencible” (Santa Teresita de Liseaux)…todo ello es real, más nos detenemos en aquella expresión de la gran mística hispana del Siglo XVI y refundadora de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, la gran Teresa de Ávila: “Orar no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama”.

   PADRE JAIME HERRERA / VALPARAISO


Si a Dios le agrada estar a solas con cada uno en la oración, y nos escucha con total y exclusiva atención, de modo similar, la vida como esposos les concederá muchas oportunidades de vivir “a solas” grandes momentos: de felicidad, de gozo, de placer, de incertidumbre, de temor y de sufrimiento, más en toda ocasión ambos tendrán la certeza de saber que no están solos porque mutuamente se tienen el uno para el otro, puesto que desde hoy sólo pueden ser el uno para el otro, lo que implica que no pueden vivir ni encontrar la felicidad el uno sin el otro.

Ya lo dijo nuestro Señor cuando le consultaron respecto de la vida matrimonial: “Yo os digo, ya no son dos sino uno solo. No separe el hombre lo que Dios ha unido” (San Mateo XIX, 6-8).

No son sólo signo sino presencia del amor de Dios, por tanto, deben ser muy cuidadosos de respetar la nueva condición que voluntariamente asumen: ser esposos ante Dios y su Iglesia. A partir de hoy tienen una misión. En uno de los libros de Antoine de Saint Exúpery leemos una frase elocuente: A la respuesta de ¿Qué es amar? Responde: “No es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”.

Aún más, diremos que los esposos no sólo miran lo mismo, sino que –además-  viven lo mismo. Los proyectos futuros deben ser parte de la vida en común, donde la hermosa sintonía que descubrieron un día entre ambos se proyecte en opciones, decisiones y panoramas que no resulten de la imposición unilateral ni de un pasajero deseo egoísta, sino re responda más bien al resultado de una armonía que les lleve mutuamente a dar gracias al Señor por quien ahora está a vuestro lado y que  –Dios mediante- lo estará hasta el último suspiro en este mundo.

Las palabras que citamos hace un momento de Santa Teresa de Jesús, nos hacen recordar un aspecto propio de la vida de los esposos: “Estar con quien sabemos nos ama”. Por medio de la oración casi nos aventuramos a decir que nos hacemos como dueños del querer de Dios en vistas a que ha querido hacernos partícipes de su vida a través que de la plegaria. Por esto dijo Jesús: “Todo lo que pidan en mi nombre os será concedido” (San Juan XIV, 13).

Sin negar que es Dios quien mueve el mundo con su libérrima Providencia,  a la vez,  reconoceremos que al Señor le mueve nuestra oración. Los éxitos y crisis, alegrías y tristezas en la sociedad, en la familia, y en cada persona dependen de nuestra acuciosidad en la oración.  

2.     “Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra” (Isaías IXL, 3-6).

Por ello,  resulta fundamental dar el lugar que le corresponde al Señor en la vida matrimonial y familiar, donde su gracia, su palabra y su presencia eucarística sean “faro” y “antorcha”.

a). Faro: Que en medio de la navegación de la vida esponsal les indique por dónde seguir, en tanto que,  en medio del devenir humano, signado por prisas y autonomías, sepan mirar aquella luz que en todo momento les previene de las amenazas y oscuridades que toda vida matrimonial conlleva.

El faro está siempre encendido, siempre atento, de modo semejante,  no duden en acudir al Señor para implorar el auxilio necesario cuando así lo requieran,  en tanto que,  no olviden dar gracias en aquellas etapas de bonanza. ¡Confíen en quien nunca defrauda!

 Como en aquella parábola descrita por Jesús ante la oración de un orgulloso fariseo y de un humilde publicano no podemos presumir de nuestro amor por Dios porque fallamos a diario, pero si podemos presumir de su amor por nosotros ya que  nunca nos falla.

Ambos –Aníbal y Daniela- son importantes para Dios, así lo recordaba el Romano Pontífice al decir: “Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la belleza de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios” (Benedicto XVI, 11 de Septiembre del 2011 en Ancona).


b) Antorcha: Sabemos que Dios se manifestó al patriarca como una “llama ardiente”, diciéndole: “Yo soy el que soy” (Éxodo III, 14). Durante cuatro décadas guio al pueblo elegido  por medio del desierto como una “columna de fuego” (Éxodo XIII, 21-22). Las incertidumbres y sufrimientos parecen sobrellevarse mejor cuando hay un poco de luz, en tanto que,  las alegrías parecen despertar cuanto más intensamente la oscuridad es son vencidas por la luz. Cristo mismo dijo: “Yo soy luz del mundo” (San Juan VIII, 12) “quien se une  a mí no camina en tinieblas”.

Queridos novios: Los maestros de la pintura universal se han caracterizado por su habilidad en el trato de la luz y de las sombras en sus obras. El hecho de tener a Cristo como luz verdadera, implica la vivencia permanente de su estilo de vida, de manera especial por la gracia propia que encierra el sacramento del matrimonio, tal como recuerda el Apóstol: “Los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo” (Corintios I, 1-3).

Con el paso de los años y por la sabiduría de vuestros mayores, descubrirán la grandeza que tiene el poseer un alma generosa y dispuesta a compartir –como una página en blanco- cada momento por desafiante que se presente, pues como almas jóvenes tienen un mundo por descubrir y conquistar sabiendo que en toda ocasión Dios velará con delicadeza por cada uno. No hay mejor comparación del matrimonio que referirlo al misterio del amor de Cristo por su Iglesia. En efecto, ambos van a presencializar el amor de Dios por lo cual han de tener presente en todo momento el dulce mandato de la caridad, que en toda ocasión es necesario recordar: “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará” (San Pablo a los Corintios XIII, 4-8).

Imploremos a la Santísima  Virgen de Carmen que proteja  con su manto protector a estos novios –Aníbal y Daniela- y a sus familias que les acompañan, tal como lo hizo en el primer milagro obrado por Jesús en las Bodas en Caná de Galilea, por medio del vino abundante de la gracia. ¡Que Viva Cristo Rey!

         







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