HOMILÍA MATRIMONIO CASABLANCA ENERO
2017
1.
“En Dios puse toda mi esperanza, Él
se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” (Salmo
XL, 2-10).
Agradezco a los novios Aníbal
y Daniela, haberme hecho participe de
vuestra celebración. Lo hago con especial cariño toda vez que conozco la
familia del novio desde los inicios de la década de los setenta.
El templo que nos acoge
ha sido consagrado a la persona de Jesús Salvador de mundo, cuya imagen nos acompaña
como el resucitado. El misterio de quien
ha nacido y está vivo en medio nuestro se revela como camino seguro y claro para que los novios
vivan ahora momentos decisivos y eternos.
SACERDOTE JAIME HERRERA |
Sin duda, Nuestro Señor
a lo largo de la Santa Biblia recibe diversas denominaciones, las cuales van desde aquellas que encontramos en
el Antiguo Testamento en la voz de los profetas: hasta aquellas que leemos en
el texto de San Juan con el cual se cierra de revelación escrita. Los nombres
dados tienen una importancia de acuerdo a quien los decía: el arcángel Gabriel
le señaló como “Jesús”,
frecuentemente fue reconocido como “nazareno”,
en virtud de la ciudad donde viviría durante tres décadas; de manera
particular, aquellas denominaciones que el mismo Cristo dijo de Si son una auto
revelación que reviste una teofanía nominal.
Tras cada denominación
hay una misión, subyace un camino que mutuamente han de seguir, por medio del cual se de una más perfecta
identificación con la persona de Jesucristo, asumiendo que la vocación a la
vida matrimonial es indisociable del llamado a la santidad que Cristo nos hace:
“Sed perfectos como mi padre de los
cielos es perfecto” (San Mateo V, 48).
Sin duda en la
actualidad se subraya una dimensión de la vida matrimonial. En ocasiones se
presenta como univoca, mas hemos de tener una visión más complementaria e
integradora de lo que es la esencia de la vida matrimonial establecida desde el
Cielo.
CURA PÁRROCO JAIME HERRERA GONZÁLEZ
|
Cuando Dios forma a
nuestro primeros padres y los coloca en el paraíso les confiere un designio: “Creced multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”.
Con lo cual, resulta vinculante, a la vez, la
vivencia en común y la búsqueda de la felicidad como cónyuges, con la vida
santa a la que están llamados a compartir.
Entonces, ¿Para qué se
casan?... ¿Para vivir juntos? Si,… ¿Para ser felices? Si, más ello, quedaría
inconcluso si acaso no formulamos la siguiente pregunta: ¿Para ser santos? Si,
y ello da sentido al gozo verdadero y a la perpetua permanencia del compromiso
asumido para toda la vida, según lo disponga Dios mismo.
La santidad no es un
premio reservado para unos cuantos, sino que es parte de la invitación que Dios
hace a cada bautizado, y de la cual cada uno es directamente responsable de dar
respuesta. Una y otra vez recuerden: “Cielo
perdido, todo perdido; Cielo ganado, todo ganado”.
Vuestra vida a partir
de hoy, tiene sentido si acaso buscan juntos alcanzar el imperativo de la
santidad, por medio del camino de vivir mutuamente cada jornada haciendo
patente el amor de Dios, en cada acción, en cada palabra, en cada moción del
corazón. ¡Todo debe hablar de Dios! ¡Todo debe hablar con Dios!
Es decir, si el trabajo
es posible hacerlo oración, ¿Por qué la vida familiar y matrimonial va a ser
una excepción? En efecto, de las múltiples definiciones que encontramos para el
acto de rezar, los santos la han descrito como: “principal apoyo” (San Juan Bautista Della Salle),
“alimento del alma” (San
José de Calasanz); “gran
armadura”· (San Efrén); “Aliento
de la caridad” (San Vicente de Paul);”arma invencible” (Santa
Teresita de Liseaux)…todo ello es real, más nos detenemos en
aquella expresión de la gran mística hispana del Siglo XVI y refundadora de la
Orden de Nuestra Señora del Carmen, la gran Teresa de Ávila: “Orar no es otra cosa sino tratar de
amistad, estando muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama”.
PADRE JAIME HERRERA / VALPARAISO |
Si a Dios le agrada
estar a solas con cada uno en la oración, y nos escucha con total y exclusiva
atención, de modo similar, la vida como esposos les concederá muchas
oportunidades de vivir “a solas”
grandes momentos: de felicidad, de gozo, de placer, de incertidumbre, de temor
y de sufrimiento, más en toda ocasión ambos tendrán la certeza de saber que no
están solos porque mutuamente se tienen el uno para el otro, puesto que desde
hoy sólo pueden ser el uno para el otro, lo que implica que no pueden vivir ni
encontrar la felicidad el uno sin el otro.
Ya lo dijo nuestro
Señor cuando le consultaron respecto de la vida matrimonial: “Yo os digo, ya no son dos sino uno solo. No
separe el hombre lo que Dios ha unido” (San Mateo XIX, 6-8).
No son sólo signo sino
presencia del amor de Dios, por tanto, deben ser muy cuidadosos de respetar la
nueva condición que voluntariamente asumen: ser esposos ante Dios y su Iglesia.
A partir de hoy tienen una misión. En uno de los libros de Antoine de Saint Exúpery
leemos una frase elocuente: A la respuesta de ¿Qué es amar? Responde: “No es mirarse el uno al otro, sino mirar
juntos en la misma dirección”.
Aún más, diremos que los
esposos no sólo miran lo mismo, sino que –además- viven lo mismo. Los proyectos futuros deben
ser parte de la vida en común, donde la hermosa sintonía que descubrieron un
día entre ambos se proyecte en opciones, decisiones y panoramas que no resulten
de la imposición unilateral ni de un pasajero deseo egoísta, sino re responda
más bien al resultado de una armonía que les lleve mutuamente a dar gracias al
Señor por quien ahora está a vuestro lado y que –Dios mediante- lo estará hasta el último
suspiro en este mundo.
Las palabras que
citamos hace un momento de Santa Teresa de Jesús, nos hacen recordar un aspecto
propio de la vida de los esposos: “Estar
con quien sabemos nos ama”. Por medio de la oración casi nos aventuramos a
decir que nos hacemos como dueños del querer de Dios en vistas a que ha querido
hacernos partícipes de su vida a través que de la plegaria. Por esto dijo
Jesús: “Todo lo que pidan en mi nombre os
será concedido” (San Juan XIV, 13).
Sin negar que es Dios quien
mueve el mundo con su libérrima Providencia,
a la vez, reconoceremos que al Señor
le mueve nuestra oración. Los éxitos y crisis, alegrías y tristezas en la
sociedad, en la familia, y en cada persona dependen de nuestra acuciosidad en
la oración.
2.
“Te voy a poner por luz de las
gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”
(Isaías
IXL, 3-6).
Por ello, resulta fundamental dar el lugar que le
corresponde al Señor en la vida matrimonial y familiar, donde su gracia, su
palabra y su presencia eucarística sean “faro”
y “antorcha”.
a).
Faro:
Que en medio de la navegación de la vida esponsal les indique por dónde seguir,
en tanto que, en medio del devenir humano,
signado por prisas y autonomías, sepan mirar aquella luz que en todo momento les
previene de las amenazas y oscuridades que toda vida matrimonial conlleva.
El faro está siempre
encendido, siempre atento, de modo semejante,
no duden en acudir al Señor para implorar el auxilio necesario cuando así
lo requieran, en tanto que, no olviden dar gracias en aquellas etapas de
bonanza. ¡Confíen en quien nunca defrauda!
Como en aquella parábola descrita por Jesús
ante la oración de un orgulloso fariseo y de un humilde publicano no podemos
presumir de nuestro amor por Dios porque fallamos a diario, pero si podemos
presumir de su amor por nosotros ya que
nunca nos falla.
Ambos –Aníbal y
Daniela- son importantes para Dios, así lo recordaba el Romano Pontífice al
decir: “Como novios estáis viviendo una
época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la
belleza de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente:
tú eres importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este
camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio
del amor de Dios” (Benedicto XVI, 11 de Septiembre del
2011 en Ancona).
b) Antorcha: Sabemos que Dios se manifestó al patriarca como una “llama ardiente”, diciéndole: “Yo soy el que soy” (Éxodo
III, 14). Durante
cuatro décadas guio al pueblo elegido por medio del desierto como una “columna de fuego” (Éxodo
XIII, 21-22). Las incertidumbres y sufrimientos parecen sobrellevarse
mejor cuando hay un poco de luz, en tanto que, las alegrías parecen despertar cuanto más intensamente
la oscuridad es son vencidas por la luz. Cristo mismo dijo: “Yo soy luz del mundo” (San
Juan VIII, 12)
“quien se une a mí no camina en
tinieblas”.
Queridos novios: Los
maestros de la pintura universal se han caracterizado por su habilidad en el
trato de la luz y de las sombras en sus obras. El hecho de tener a Cristo como
luz verdadera, implica la vivencia permanente de su estilo de vida, de manera especial
por la gracia propia que encierra el sacramento del matrimonio, tal como
recuerda el Apóstol: “Los santificados en
Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el
nombre de Jesucristo” (Corintios I, 1-3).
Con el paso de los años
y por la sabiduría de vuestros mayores, descubrirán la grandeza que tiene el
poseer un alma generosa y dispuesta a compartir –como una página en blanco-
cada momento por desafiante que se presente, pues como almas jóvenes tienen un
mundo por descubrir y conquistar sabiendo que en toda ocasión Dios velará con
delicadeza por cada uno. No hay mejor comparación del matrimonio que referirlo
al misterio del amor de Cristo por su Iglesia. En efecto, ambos van a presencializar el amor de Dios por lo
cual han de tener presente en todo momento el dulce mandato de la caridad, que
en toda ocasión es necesario recordar: “El
amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni
se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por
la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la
verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta
todo. El amor nunca pasará” (San Pablo a los Corintios XIII,
4-8).
Imploremos a la
Santísima Virgen de Carmen que
proteja con su manto protector a estos
novios –Aníbal y Daniela- y a sus familias que les acompañan, tal como lo hizo
en el primer milagro obrado por Jesús en las Bodas en Caná de Galilea, por
medio del vino abundante de la
gracia. ¡Que Viva Cristo Rey!
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