HOMILÍA DE AÑO NUEVO / PARROQUIA PUERTO CLARO / DICIEMBRE
2016.
El hecho de terminar un
año e iniciar uno nuevo implica evaluar y programar. Aquello que anhelamos y no
se obtuvo, o lo que resultó sin haberlo esperado. Dios no deja de sorprendernos
con sus designios. Ya vivamos, ya muramos
“sea todo en el nombre del Señor” (San
Pablo a los Romanos XIV, 8).
PARROQUIA PUERTO CLARO |
En estos días nos
colocamos especialmente en las manos del Señor: sabe más, nos conoce mejor, y
puede más. Dejarse cuidar por la Divina Providencia no es dar un paso en una
aventura incierta sino que implica avanzar en la seguridad plena del amor y `del
poder de nuestro Dios que vela por cada uno.
Dios ha intervenido en
el mundo no para darnos una posibilidad sino para hacernos partícipes de una
certeza. La fe no se mueve en la incertidumbre sino que se apoya en la
revelación de Dios que dice de sí mismo: “Soy
un Dios fiel” (Isaías LXV, 16-18).
Los días pasados ya no
pueden cambiar. Los podemos ofrecer pues encierran tantas grandezas y bondades
de Dios, como también contienen
–eventualmente- innumerables debilidades y pecados propios, que son
consecuencia de nuestra humana naturaleza.
Son hechos
irrepetibles. Aquello que Dios concede en un momento es para ese instante, ni fue dado para ayer, ni lo será concedido para mañana, es para ahora, por lo que hemos de estar
despiertos (atentos) a recibir la gracia que pasa, que viene ahora a
enriquecer nuestra vida interior.
A lo largo del año que
culmina consumimos diversos alimentos: pensemos en todos ellos, ¿cuántos litros
de líquidos…de comida…de fruta?. Cuidamos con esmero la salud con medicamentos
y un sin fin de ejercicios. Actualmente existe la posibilidad de contar los
pasos diarios, de ver el rendimiento físico, incluso,
de cuánto tiempo tardamos en dormir y de cómo dormimos. Todo lo cual
denota una preocupación por el desarrollo físico, por su cada vez mejor y más
productivo rendimiento.
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ |
Ahora bien, sabemos que
nuestra vida no es sólo materia, que nuestro cuerpo tiene vida porque tiene un
alma que lo anima. Cada año debemos esforzarnos por crecer espiritualmente lo
que conlleva:
a). Cumplir la invitación a rezar:
Con mayor confianza, perseverancia y humidad.
b).
Con una más perfecta vivencia de la caridad: Procurando ver
más lo bueno que lo malo en quienes están a nuestro alrededor.
c).
Aplicando la actualidad de la caridad: El Poema ·titulado ”En vida hermano, en vida” de Ana María Rabatte, solía ser citado
por una experimentada maestra de varias generaciones: “Si quieres hacer feliz a alguien que quieras mucho, díselo hoy, sé muy
bueno, en vida hermano, en vida…No esperes a que se mueran si deseas dar una
flor, mándalas hoy con amor, en vida, hermano, en vida…Si deseas decir te
quiero a la gente de tu casa, al amigo cerca o lejos, en vida, hermano, en vida…No
esperes a que se muera la gente para quererla y hacerle sentir tu afecto, en
vida, hermano, en vida…Tú serás muy venturoso si aprendes a hacer felices, a
todos los que conozcas, en vida hermano, en vida…Nunca visites panteones, ni
llenes tumbas de flores, llena de amor corazones, en vida, hermano, en vida”.
El tiempo para hacer el
bien es hoy. Lo que tienes que decir, lo que tienes
que hacer, aquello que piensas en bien
de otros. En vida, pues, porque después es solo lamento y recuerdo. Dios nos
pide el cumplimiento del Mandato de la Caridad Fraterna “ahora”: en el tiempo del mérito,
donde nuestras obras son evaluadas por Dios y por el prójimo; en el tiempo
de la conversión donde podemos modificar nuestra conducta, rectificando
aquello que esta torcido, aclarando lo que resulta turbio, inmersos en el tiempo de la gracia.
d)
Proyectos de vida a partir de la fe: Lo que Dios tiene
programado para cada uno es siempre lo mejor, por lo que aunque pueda resultar
incomprensible e incierto su actuar no podemos olvidar que cuando Dios está en
silencio es porque algo está haciendo por nosotros. Nunca podemos olvidar
que es Dios quien tiene poder para cambiar todas las cosas. ¡Nada es imposible
para Él! y por tanto para quienes confían en sus designios.
Cuando actuamos
autónomamente, pensando que somos nosotros, solos, los que debemos solucionar nuestras
dificultades, los que debemos abrir nuevos senderos, e implementar novedosos
proyectos, entonces, olvidamos que, solamente cuando dejamos todo en las manos
de Dios, veremos la mano de Dios en todo, y se fortalecerá la fe, se
acrecentará la caridad y ampliará la esperanza, propia de quien es creyente de
verdad y no a su manera..
El Apóstol Santiago dice
en el Nuevo Testamento: “Dios no permite
la adversidad para quebrantarnos, sino para mejorarnos” (I,
3).
¿Quién no ha pasado por el quiebre del camino que creíamos permanente?
En el orden de los
afectos, en el plano de las amistades, en la vida en sociedad, en el mundo del
trabajo y del estudio. Muchas veces hemos tenido que asumir la voluntad de Dios
que rompe los esquemas y nos invita a dejar nuestras seguridades. Lo vemos en los
patriarcas como Abraham (Génesis
XI, 31), Moisés
(Éxodo
III, 1-10), el justo Job (XXXVIII, 1-38 a XIIL,
6).
GRUPO REZO DEL SANTO ROSARIO |
Y, en el Nuevo Testamento,
sin duda “saca de los esquemas” y de sus labores cotidianas, muy dignas por
cierto: a la Virgen María, cuyos
días estaban consagrados desde niña, a
San José Custodio, el varón justo (San Mateo I, 19), que
asume un camino que le resulta inicialmente totalmente desconocido y riesgoso,
a los Apóstoles que “dejando sus embarcaciones” y labores
cotidianas (San
Lucas V, 11) siguieron al Señor a todo evento.
¿Cómo despedimos este
año y cómo lo hacemos para recibir el que se inicia? Para el creyente no podría
ser mejor: El día sábado que habitualmente dedicamos a honrar a la Virgen María,
cuya presencia constituye verdaderamente la “Aurora de la salvación”, y con la
plenitud del Día del Señor. ¡Un Nuevo Año coincidente en el Día del
Señor! Toda una bendición el hecho de poder hacerlo a los pies de Jesús Sacramentado
en el día mismo que Dios se reservó para Sí.
Es una oportunidad para
recordar la invitación del Apóstol: “Todo
lo hagáis hacedlo en el nombre del Señor” (Colosenses III,
17). En
todos los anhelos, proyectos, desafíos que depare el período que se inicia
hemos de dar no sólo un barniz de
vida espiritual sino que, mejor aún, colocaremos la persona de Jesucristo como
la “raíz” que sustente toda nuestra
vida,
por lo que nuestro Señor no viene a ser un auxilio
en el camino sino su principal sostenedor,
desde realmente se despliegue la primacía de Quien es “todo en todos” y “en todos
es todo”. Entonces, nuestra religión
católica, nuestra fe, y nuestra vida espiritual no es un barniz que adorna,
sino una raíz que sostiene basilarmente nuestra misma existencia. Ser
católico –entonces- no es un adjetivo,
sino que forma parte de su esencia misma, que proclama la evidencia de dónde venimos, por dónde vamos y hacia
donde nos dirigimos.
Este Dios que remueve nuestras humanas seguridades, no dejará de venir a cada uno, cada vez que hagamos un acto de fe e
imploremos con insistencia: ¡Auméntanos
la fe! (San Lucas XVII, 5). Con esto, la
cultura que vivimos, la ciudad que edificamos, tendrán la impronta de ser parte del proyecto de Dios y no
consecuencia de la audacia de ciegos que guían otros ciegos y juntos terminan
cayendo al despeñadero. La ciudad con futuro es aquella que se funda sobre roca
y da a Cristo el lugar que le corresponde, no postergándolo ni encerrándolo al
interior de los templos y las conciencias.
El desafío que tenemos para
el Año que se inicia es llevar a Jesús a la ciudad:
En toda su verdad, en toda su grandeza, en toda su generosidad, en todo su
perdón, y n todo su respeto. En efecto, los fuegos artificiales, músicas,
bailes y ciudadanos brindis –masivos- son cosa de unas horas; pero, la misión que tenemos como católicos no
admite pausas, toda vez que es una realidad permanente:
El acto de rezar para
que venga el Reino de Cristo hoy, es una tarea permanente, pues urge que Cristo
sea “todo en todos”.
Imploremos a María Santísima, en su grandeza de Medianera Universal de toda
gracia, para que nos acompañe en cada jornada del Año Nuevo que, en el nombre del Señor iniciamos. Pues, ¡Que
Viva Cristo Rey!
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