viernes, 3 de febrero de 2017

BUSCAR EL ROSTRO DE DIOS A LO LARGO DE TODA LA VIDA

HOMILÍA EXEQUIAL EUGENIA ÁLVAREZ DE LA RIVERA ZANETTA VDA DE GILDEMEISTER

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él;  el ser humano para darle poder?. Esta pregunta surge a lo largo de toda nuestra vida, y de manera recurrente se va manifestando en cada una de sus diversas etapas. En la adolescencia, la juventud, la vida adulta y por cierto, durante la ancianidad. Circunscritos a una realidad, e inmersos frente a la creación verificamos lo poco que podemos ser. Por otra parte, puesta la existencia en la paso de la historia  -nuestra vida- resulta un instante, e insertas nuestras obras en el plano del universo, resultan como una línea dibujada en el agua.

PADRE  JAIME  HERRERA  GONZÁLEZ


Más,  al leer en la Santa Biblia el instante en que Dios creó al hombre y la mujer, y los formó a su imagen y semejanza, constituyéndonos como “muy parecidos” a Él, en sus atributos de:  poder, de su bondad, de su conocimiento, y de su eternidad.

Referido al poder: Dios desplegó nuestra vida en medio del universo hecho previamente. Si nos sorprende su inmensidad en una noche estrellada de verán. ¿Cuánto más admiración deberíamos tener al ver la grandeza de cada alma formada por Él?, sabiendo   que cada una de ellas es más importante para El que el resto de la creación.  

Ahora bien, cada uno de nosotros participa de un poder insospechado en virtud de lo que alcanza por medio de la oración. Prometiendo su presencia real en medio nuestro: “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre allí estaré en medio vuestro” (San Mateo XVIII, 20), Nuestro Señor lo dice con toda claridad: “Todo lo que pidan en oración y con fe os será concedido” (San Mateo XXI, 22)…sentenciando que: “si tuviesen fe moverían montañas” (San Mateo XVII, 20).

Esto nos permite experimentar hoy la grandeza de poder interceder por quien ya ha partido de este mundo, ofreciendo el mayor de los dones por su alma. Ciertamente, la experiencia de los santos nos ayuda a vislumbrar la grandeza de esta celebración, recordando que nada resulta más importante ni puede tenerse como más urgente que ofrecer a Dios a quien Él nos ha ofrecido.

En efecto, en cada Santa Misa se renueva el sacrificio hecho por el Señor en lo alto del Calvario por lo que realmente podemos decir “valemos el precio de la sangre de Jesús” (Hechos XVII, 11). Pr eso, San Pablo nos recuerda con insistencia: “Cada vez que comemos en Cristo y bebemos la sangre de Cristo, comemos y bebemos el precio de nuestra redención” (Efesios I, 7-8).

Nuestra vida de creyentes se va fortaleciendo de manera tan misteriosa como real en cada Eucaristía, lo cual, incluso, luego de nuestra partida de este mundo, se extiende con la oración de intercesión hecha por las Benditas Ánimas del Purgatorio, las cuales sólo pueden recibir bienes por el camino de las plegarias elevadas por cada creyente, tal como nos invita a hacerlo el Antiguo Testamento: “elevad oraciones por los difuntos” (2 Macabeos XII, 42-46).

A lo largo de nuestra vida cuando alguien nos ha hecho un bien, solemos ser agradecidos…mas, ¿cómo no dejarán de serlo cuántos son rescatados del lugar de purificación! para ser llevados ante la presencia misma de Dios?

La gratitud en este mundo es limitada, podemos decir: “muchas gracias” pero,  solo las almas del purgatorio que han sido rescatas a fuerza de la oración,  son capaces de dar las “gracias totales”, lo que implica una verdadera comunión entre aquellos que anhelamos ser contados entre los bienaventurados,  con cuantos pasan a contemplar el rostro de quien un día dijo: “Venid benditos de mi Padre al lugar preparado para vosotros desde toda la eternidad”.

 PARROQUIA  PUERTO  CLARO  /  VALPARAÍSO  / CHILE

Sin duda,  ninguna alegría de este mundo es equiparable al menor de los gozos que junto a Dios tendremos,  pues, aquí sólo duran un breve tiempo, allá (en el Cielo) serán para siempre. Más, no sólo en virtud de la eternidad existe una distinción esencial, sino que,  además, en virtud de una mirada plena que nos dará la perspectiva de estar en presencia de Dios que es amor, en tanto,  que las alegrías de este mundo suelen poseerse de manera fragmentada,  limitadas a algunos aspectos de nuestra vida.

Por ello, con el salmista repetimos: ¡Sólo en Dios descansa mi alma! (Salmo LXI, 2) “Sólo en Él encontramos palabras de Vida Eterna! ( San Juan VI, 68). Si nuestra vida apunta a estar con Dios  diremos: “Cielo perdido, todo perdido, Cielo ganado, todo ganado”. No hay punto intermedio en este aspecto.

San Ignacio de Loyola, en su libro de “Ejercicios Espirituales” invita a involucrarse en cada capítulo del Santo Evangelio con el fin de  ser protagonistas en la vida de Jesús y de su Iglesia. Por esto, nos imaginamos vivamente la pregunta que nace del sentimiento de indigencia experimentado por los Apóstoles ante la presencia de Jesús: ¿Señor, dónde iremos?... ¿Domine quo vado? Solo tú tienes palabras de Vida Eterna. 

En medio de una cultura que sólo parece valorar al hombre que produce, y que rubrica el tener por sobre el ser, enfrentamos la partida de un ser querido como una invitación a descubrir el llamado a la santidad en la vida cotidiana, procurando que en nuestro corazón y en nuestras actividades,  busquemos cumplir el programa de vida que el Señor nos asigna a cada uno en la jornada de nuestra vida.

Al implorar por el eterno descanso de doña Eugenia Álvares de la Rivera Zanetta, suplicamos la infinita misericordia de Dios por quien ofrecemos esta Santa Misa de Exequias, en la cual, el tiempo se detiene porque la eternidad llega en medio de nuestro altar.

En efecto, es Jesucristo  el centro de nuestra fe, el centro de nuestra piedad, y el centro de nuestro altar, en el cual, se hace “real y substancialmente  presente” en su cuerpo y su alma para  que tengamos vida en abundancia, no según los criterios de un mundo que se alza como si Dios no existiera, sino en la generosidad del Corazón de Jesús que tanto nos ha amado, no al modo de nuestros méritos sino al modo de la bondad de Dios, la cual,  en el rostro de la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, nos invita a confiar en la victoria de Jesús sobre la muerte en su gloriosa resurrección.

Nuestra Madre del Cielo esperó como nadie el esplendor del día sin ocaso y de la noche luminosa  en la cual Cristo venció el poder aparente de la muerte, diciéndonos hoy nuevamente: “Yo soy la resurrección y la vida. Todo aquel que se une a mí con fe viva no muere para siempre, sino que tendrá la luz de la vida” (San Juan XI, 25-27). ¡Que Viva Cristo Rey!




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