HOMILÍA MATRIMONIO SALAMÉ & CANO MARZO 2017
El relato de la partida
de Abrahán hacia la tierra prometida, abre la puerta de la formación del Pueblo
que Dios hizo para sí, inmerso en el proyecto de salvación de la humanidad, ya incoado al instante mismo de la primera
caída. El paraíso terrenal fue testigo de la desconfianza y del olvido de
Dios de toda la humanidad presente en Adán y Eva, como –también- de la promesa
de redención.
Al interior de nuestros
templos acontece algo similar: a la confesión de las culpas, deviene el bálsamo
del perdón por medio de la absolución
sacramental; la realidad del pecado original con la que viene a este mundo cada
creatura es borrada en las aguas bautismales; y ante la evidencia de la muerte se
anuncia la victoria de la resurrección en cada celebración de exequias,
todo lo cual, tiene su germen del que nace, su centro por el que camina,
y su destino al que avanza, en la Santa Misa, como es la que ahora estamos
celebrando. En efecto, toda nuestra vida está llamada a ser una eucaristía, de
la cual nace y a la cual converge la vida misma de nuestra Iglesia, por
ello, cuando el Apóstol San Pablo señala que quien se case lo haga en el Señor
se refiere a hacerlo en su presencia y su gracia.
MATRIMONIO SALAMÉ & CANO 2017
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No fue fácil para
Abrahán salir de la seguridad de su hogar ubicado en la localidad de Ur de Caldea –actual región de Irak- hacia
un lugar desconocido, del que carecía de toda información. Lo único seguro
que lo motivó a ir fue que Dios se lo pidió, por ello, no duda un instante en abandonar una realidad
deseable por una incomparablemente superior como era la medida de la promesa
hecha por Dios mismo.
En el caso de nuestros
novios, hoy –también- ellos responden a una llamada de Dios. Salen del hogar
paterno, pleno de seguridades, cuidados y cariños, para ir a la aventura
hermosa a la que el Señor les ha invitado en vistas a constituir una nueva
familia, en la que Jesucristo sea el centro de sus anhelos, de sus
opciones, y de cada una de sus acciones.
Seamos claros: ¡Cristo
no puede ser visita ocasional en el hogar, debe ser huésped permanente en el
corazón de la familia!, en la cual, no duden en apoyarse para estar seguros, no
vacilen en consultar en la incertidumbre, y no tarden en implorar en medio de
la adversidad, puesto que la
intervención del Cielo no viene como última opción sino como el inicio, la
huella y el destino de todo acto meritorio para el creyente. Dejemos de
tratar a Jesucristo como alguien de
quien nos avergonzamos de reconocer públicamente y como quien termina
resultando invocado según el arbitrio de nuestras necesidades.
Al salir de su tierra
el patriarca Abraham nos enseña a conducirnos por la fuerza de la fe, que
debe primerear nuestros afectos y
resoluciones, toda vez que una fe con recovecos se termina inevitablemente
desplomando como una represa si acaso tiene una mínima fisura. El camino
como creyentes no admite “grietas”, debe ser integro para que la convicción de
saberse elegidos y protegidos por la Divina Providencia coloque la mirada en
todo momento en quien llama y no en aquello
que se ha dejado atrás, queridos novios, el camino que ambos
comienzan a recorrer como el de Abrahán, no admite una doble mirada, no incluye una
vuelta adolescente al pasado: Dos
salieron de Ur de Caldea, uno constituirá la base del Pueblo de Dios, el otro
quedaría petrificado en sus nostálgicos recuerdos. La vida como esposos
está por ser escrita, la de novios hoy llega a su fin, por lo tanto, de la experiencia vivida y de la historia
escrita ambos se esmerarán en colocar a Jesucristo en el lugar que corresponde,
procurando imitarlo en sus palabras y acciones, toda vez Él “pasó haciendo el bien” (Hechos
de los Apóstoles X, 38).
La certeza de contar
con su auxilio la fundamentan en lo que Cristo dijo: “Dejara el hombre a su padre se unirá a su mujer y no serán los dos
sino uno solo, de tal manera que no separe el hombre lo que Dios ha unido”.
Imitar a Cristo desde la vocación matrimonial implica hacer vida el mandato
de la Caridad que Cristo nos legó en la Ultima Cena: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (San
Juan XIII, 34) cosa que sólo les dijo una vez que su
presencia eucarística estaba no sólo aconsejada sino explícitamente mandatada: “Hagan esto en mi memoria” prometiendo a
todos: “!Yo estaré con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo!” (San Mateo XXVIII, 20) Porque
el amor de Cristo es incondicional y no tiene fecha de vencimiento es que el acto
de donarse mutuamente hoy resulta irrevocable y por lo tanto indisoluble.
Para tener una vida
matrimonial “para toda la vida” se
requiere entonces seguir los consejos que leemos en la Santa Biblia, y que el Espíritu
no cesa de suscitar para quien reza y acoge con verdadera generosidad las
enseñanzas de nuestra Iglesia, custodia
fiel de la revelación. En la voz de los Santos hoy nos detenemos para escuchar
los consejos a estos novios, tan preciados para todos:
En primer lugar, el
criterio fundamental ha de ser amarse
mutuamente como Cristo nos ama, lo que está por sobre cualquier otra medida
puesto que Dios nos ama de modo ilimitado. Esto implica buscar la mutua
perfección y santidad, la cual, si Dios quiere y permite, se extenderá por santo contagio a vuestra numerosa
descendencia. Para ello, tendrán presente que “Él es quien os ha entregado unos
a otros”. Realmente podemos decir que Dios los hizo el uno para el otro, por
lo que la felicidad y la realización
tienen el rostro de quien está a vuestro lado. (San
Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, capítulo XXXVIII).
CURA JAIME HERRERA GONÁLEZ CHILE
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En segundo lugar, es
una característica de ambos el buen
humor, el saber mirar con alegría incluso los momentos adversos que toda
vida suele incluir. Nunca olviden vivir el don de la alegría, que nada y
nadie hurte este tesoro que les hará fuertes ante la tentación y les permitirá
colocarse de pie en cualquier dificultad. Cumplan entonces la exhortación
que hace el Apóstol San Pablo: “Estad
alegres os lo repito, estad alegres porque el Señor está cerca”
(Filipenses IV, 4).
En tercer lugar, eviten los secretos pues “nada hay oculto que vaya a saberse” (San
Marcos IV, 22) por lo que
vivan con la frente en alto, con la verdad en todo momento, y la claridad para
saber expresar aquello que les agrada, lo que les molesta o lo que encuentran
intrascendente. Para esto, la comunicación será una realidad presente en
todo momento, evitando que haya aspectos fundamentales vedados unilateralmente.
En este sentido: sean como la luz que es colocada sobre un candelero que ilumina a todos, con el bien realizado y
la verdad anunciada.
Imploremos a la Sagrada
Familia de Nazaret, cuya imagen es venerada en este templo, para que su ejemplo
y la gracia que de ella emana, bendiga a estos jóvenes novios que alegres y esperanzados
anhelan donarse mutuamente en santo matrimonio. ¡Que Viva Cristo Rey!
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