martes, 21 de marzo de 2017

RESPUESTA A LA LLAMADA DE DIOS

HOMILÍA MATRIMONIO SALAMÉ & CANO MARZO 2017
El relato de la partida de Abrahán hacia la tierra prometida, abre la puerta de la formación del Pueblo que Dios hizo para sí, inmerso en el proyecto de salvación de la humanidad,  ya incoado al instante mismo de la primera caída. El paraíso terrenal fue testigo de la desconfianza y del olvido de Dios de toda la humanidad presente en Adán y Eva, como –también- de la promesa de  redención.

Al interior de nuestros templos acontece algo similar: a la confesión de las culpas, deviene el bálsamo del perdón  por medio de la absolución sacramental; la realidad del pecado original con la que viene a este mundo cada creatura es borrada en las aguas bautismales; y ante la evidencia de la muerte se anuncia la victoria de la resurrección en cada celebración  de exequias,  todo lo cual, tiene su germen del que nace, su centro por el que camina, y su destino al que avanza, en la Santa Misa, como es la que ahora estamos celebrando. En efecto, toda nuestra vida está llamada a ser una eucaristía, de la cual nace y a la cual converge la vida misma de nuestra Iglesia, por ello, cuando el Apóstol San Pablo señala que quien se case lo haga en el Señor se refiere a hacerlo en su presencia y su gracia.

              MATRIMONIO SALAMÉ & CANO  2017



No fue fácil para Abrahán salir de la seguridad de su hogar ubicado en la localidad  de Ur de Caldea –actual región de Irak- hacia un lugar desconocido, del que carecía de toda información. Lo único seguro que lo motivó a ir fue que Dios se lo pidió, por ello,  no duda un instante en abandonar una realidad deseable por una incomparablemente superior como era la medida de la promesa hecha por Dios mismo.
En el caso de nuestros novios, hoy –también- ellos responden a una llamada de Dios. Salen del hogar paterno, pleno de seguridades, cuidados y cariños, para ir a la aventura hermosa a la que el Señor les ha invitado en vistas a constituir una nueva familia, en la que Jesucristo sea el centro de sus anhelos, de sus opciones, y de cada una de sus acciones.

Seamos claros: ¡Cristo no puede ser visita ocasional en el hogar, debe ser huésped permanente en el corazón de la familia!, en la cual,  no duden en apoyarse para estar seguros, no vacilen en consultar en la incertidumbre, y no tarden en implorar en medio de la adversidad, puesto que  la intervención del Cielo no viene como última opción sino como el inicio, la huella y el destino de todo acto meritorio para el creyente. Dejemos de tratar a Jesucristo como alguien de quien nos avergonzamos de reconocer públicamente y como quien termina resultando invocado según el arbitrio de nuestras  necesidades.

Al salir de su tierra el patriarca Abraham nos enseña a conducirnos por la fuerza de la fe, que debe primerear nuestros afectos y resoluciones, toda vez que una fe con recovecos se termina inevitablemente desplomando como una represa si acaso tiene una mínima fisura. El camino como creyentes no admite “grietas”, debe ser integro para que la convicción de saberse elegidos y protegidos por la Divina Providencia coloque la mirada en todo momento en quien llama y no en aquello  que se ha dejado atrás, queridos novios, el camino que ambos comienzan a recorrer como el de Abrahán,  no admite una doble mirada, no incluye una vuelta adolescente  al pasado: Dos salieron de Ur de Caldea, uno constituirá la base del Pueblo de Dios, el otro quedaría petrificado en sus nostálgicos recuerdos. La vida como esposos está por ser escrita, la de novios hoy llega a su fin, por lo tanto,  de la experiencia vivida y de la historia escrita ambos se esmerarán en colocar a Jesucristo en el lugar que corresponde, procurando imitarlo en sus palabras y acciones, toda vez Él “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles X, 38).

La certeza de contar con su auxilio la fundamentan en lo que Cristo dijo: “Dejara el hombre a su padre se unirá a su mujer y no serán los dos sino uno solo, de tal manera que no separe el hombre lo que Dios ha unido”. Imitar a Cristo desde la vocación matrimonial implica hacer vida el mandato de la Caridad que Cristo nos legó en la Ultima Cena: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (San Juan XIII, 34) cosa que sólo les dijo una vez que su presencia eucarística estaba no sólo aconsejada sino explícitamente mandatada: “Hagan esto en mi memoria” prometiendo a todos: “!Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo!” (San Mateo XXVIII, 20) Porque el amor de Cristo es incondicional y no tiene fecha de vencimiento es que el acto de donarse mutuamente hoy resulta irrevocable y por lo tanto indisoluble.

Para tener una vida matrimonial “para toda la vida” se requiere entonces seguir los consejos que leemos en la Santa Biblia, y que el Espíritu no cesa de suscitar para quien reza y acoge con verdadera generosidad las enseñanzas de nuestra  Iglesia, custodia fiel de la revelación. En la voz de los Santos hoy nos detenemos para escuchar los consejos a estos novios, tan preciados para todos:

En primer lugar, el criterio fundamental ha de ser amarse mutuamente como Cristo nos ama, lo que está por sobre cualquier otra medida puesto que Dios nos ama de modo ilimitado. Esto implica buscar la mutua perfección y santidad, la cual, si Dios quiere y permite, se extenderá por santo contagio a vuestra numerosa descendencia. Para ello, tendrán presente que “Él es quien os ha entregado unos a otros”. Realmente podemos decir que Dios los hizo el uno para el otro, por lo que la felicidad  y la realización tienen el rostro de quien está a vuestro lado. (San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, capítulo XXXVIII).

 CURA JAIME HERRERA GONÁLEZ  CHILE


En segundo lugar, es una característica de ambos el buen humor, el saber mirar con alegría incluso los momentos adversos que toda vida suele incluir. Nunca olviden vivir el don de la alegría, que nada y nadie hurte este tesoro que les hará fuertes ante la tentación y les permitirá colocarse de pie en cualquier dificultad. Cumplan entonces la exhortación que hace el Apóstol San Pablo: “Estad alegres os lo repito, estad alegres porque el Señor está cerca” (Filipenses IV, 4).

En tercer lugar, eviten los secretos pues “nada hay oculto que vaya a saberse” (San Marcos IV, 22)  por lo que vivan con la frente en alto, con la verdad en todo momento, y la claridad para saber expresar aquello que les agrada, lo que les molesta o lo que encuentran intrascendente. Para esto, la comunicación será una realidad presente en todo momento, evitando que haya aspectos fundamentales vedados unilateralmente. En este sentido: sean como la luz que es colocada sobre un candelero  que ilumina a todos, con el bien realizado y la verdad anunciada.

Imploremos a la Sagrada Familia de Nazaret, cuya imagen es venerada en este templo, para que su ejemplo y la gracia que de ella emana, bendiga a estos jóvenes novios que alegres y esperanzados anhelan donarse mutuamente en santo matrimonio. ¡Que Viva Cristo Rey!

       


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