HOMILÍA DEL DOMINGO DÉCIMO NOVENO AÑO 2017.
Con ocasión de las
exequias del cardenal Joachim Paul Meissner, que muchos años fue titular del Arzobispado de
Colonia, el Papa Emérito Benedicto XVI escribió unas hermosas líneas, en partes
de las cuales destacó la valentía y la profunda fe del venerado purpurado, viviendo
con la certeza que el Señor no abandona a su Iglesia, “aunque en ocasiones la barca está a punto de zozobrar”.
Recuerdo la descripción
que me contaba un navegante que naufragó hace algunos años en un buque en el Mar
de Omán: la dificultad para emerger, los remolinos marinos que incluso por su fuerza
lo llegaron a fracturar, luego las largas horas de espera para ser rescatados.
Sin duda un relato electrizante jalonado por una confianza en Dios, en la Virgen
y el recuerdo de su familia.
Muchos no hemos tenido
esa experiencia, pero intuimos lo dramático de enfrentar un mar tempestuoso,
con oleaje en contra, en medio de la noche, con el cansancio del pasar de las
horas –era la cuarta vigilia- donde nada se muestra a favor y todo está en
contra.
CRISTO DE PUERTO CLARO |
El Santo Evangelio de
este día nos muestra que la presencia
de Jesús en medio de ellos, se manifestó con su pleno señorío, ante cuya voz el
mar obedece de inmediato, y los vientos
amenazantes simplemente silencian.
Nuestra sociedad, como la
barca de los Doce Apóstoles se ve amenazada de múltiples ataques: Ha subido
un 523 % el número de los divorcios, con la gravedad que la mayoría de ellos acontecen a sólo cinco
años de casarse. Cien mil personas –entonces- se ven afectadas por ello
anualmente. Sin duda las palabras de unos sumado a los silencios de otros no
han hecho sino abonar el terreno para que la cizaña disolvente crezca y asfixie
el núcleo vital de la nuestra sociedad como es la familia, en la cual se fragua
el futuro y sin la cual, simplemente, no hay mañana posible. Fue aquí en
Valparaíso donde el santo sucesor de Pedro exhorto a no dejarse cautivar por “el cáncer del divorcio”, cuya metástasis hoy experimentamos al
constatar tantas carencias, violencias y una crispación social cuyo origen es el
debilitamiento de la fe que ha
afectado la unidad de la familia y de la sociedad llena de división y pillerías.
A lo anterior, debemos
sumar el hecho informado estos días donde se señaló que en Chile el número
de enfermos de Sida ha subido un 66 % lo que implica un verdadero descontrol,
según lo expresado por entendidos. No ha faltado el liberacionista que para
justificar este desastre social ha
dicho que ahora se están detectando antiguos casos… lo cual, es a todas luces falso porque igual quedan dos tercios de esa
cifra que evidencian una espiral sumamente riesgosa.
Ahora bien, se ha
detectado –dice el informe oficial- que el mayor incremento es en las
personas de igual sexo, lo que nos hace recordar los actos legislativos propuestos con suma
urgencia por el actual gobierno en favor
del pseudo matrimonio igualitario.
No son muchas las voces
que se oponen a un acto tan nocivo como el que se pretende aprobar en el futuro:
No lo eran –tampoco- en tiempos de la predicación apostólica en medio de un
imperio decadente a causa de la promiscuidad moral.
Lo cierto es que Dios no
se equivoca al crear al hombre y la mujer. Nuestra Santa Iglesia, custodia de una enseñanza y tradición ya bimilenaria,
es clara en la entrega de todo su
mensaje: y si acaso la ciencia de manera crecientemente enlaza con lo revelado por Dios, en el caso
de la historia del hombre que desde la encarnación es historia de salvación, diremos
que enseña con plena razón, en plena verdad
y con prístino testimonio.
SACERDOTE JAIME HERRERA |
Por muchos medios algunos obispos de nuestra Patria
dejaron en claro los beneficios de promover el control del Sida desde la
fidelidad, desde la vivencia de la castidad, y desde la necesaria vivencia de
valores perennes.
Hermanos: Un matrimonio
que es mutuamente fiel nunca enfermara de Sida; los noviazgos y pololeos que sean mutuamente castos, jamás
deberán temer a enfermar de Sida, más por el contrario, diremos que es el
camino del libertinaje y de la infidelidad el que deja entrever el drama de
múltiples enfermedades anexas al desenfreno y la promiscuidad, las cuales no
se sanan de raíz con antibióticos sino con una vida moral y espiritual más
seria, más fiel, más consecuente y sin el doblez propio del liberacionismo.
Pues bien, no se hizo
caso, y se continúa por el despeñadero de lo que hoy todos somos testigos…el mayor fracaso de una política pública de
salud en las últimas décadas. Teniendo más policlínicos, más centros de
salud, mejores medios de comunicación, múltiples recursos, han dejado una
herencia dramática por las consecuencias de tantos nuevos contagios y
sorprendente, por el crecimiento exponencial de la letal enfermedad.
Si hace unas semanas
conocimos el drama de los niños muertos
en el Senane, cuyo desamparo llegó al extremo de no saber durante semanas la
cantidad exacta de las víctimas fatales, hoy son
los contagiados anualmente de Sida
–cercanos a cincuenta mil- que deberán ser atendidos en los centros de salud de
suyo ya colapsados. ¿Qué se espera de una retórica que favorezca el
libertinaje juvenil? ¿Que se espera de una homilética
de la felicidad ciega a la verdad de Jesucristo?
Cuál es el objetivo del
hombre en este mundo…ser libre…ser feliz….hacer el bien…seguir la conciencia
Todo ello es parte integrante de una sola gran verdad: Dios nos creó para ser
santos. Esa es su voluntad: “Que todos
seamos perfectos” (San Mateo V, 48). Si se idolatriza
la libertad, si se idolatriza el placer, incluso si se idolatriza hasta la
servicialidad se termina olvidando que hay sólo un mandamiento principal que
nos dice: “Amar a Dios sobre todas las
cosas”(San Lucas X, 27).
Dice el señor Jesús que “nadie que ame antes a…es digno de mí” (San
Mateo X, 37). ¡Sólo Dios es adorable! ¡Sólo Dios es amable
eternamente! Por lo que todo lo demás debe estar supeditado a su libérrima voluntad.
Digámoslo con claridad: que los dictámenes de la sana conciencia deben ser obedecidos
es algo importante en tanto cuanto se
encaminan a los dictámenes de Dios.
Si, hemos de reconocer que Dios nos quiere libres, que Dios nos quiere felices, y que Dios nos quiere conscientes, con igual fuerza y
convicción, diremos que fuimos creados para “buscar,
para encontrar y para vivir en Dios”. Insertos en el Mes de la Caridad
Fraterna diremos con San Alberto Hurtado que “la vida fue dada para buscar
a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”.
La idolatría es un acto
reduccionista que termina siempre menospreciando a Dios y por tanto a toda la
creación, incluida la persona humana. Quien desprecia a Dios no dejará de
menospreciar a su prójimo.
La evidencia, multitud y
multiplicidad de los males de la vida presente, no pueden llenar nuestro
corazón de tristeza porque ésta es el nutriente perfecto para que el demonio
trabaje. Un alma triste prontamente cede a la tentación.
Tampoco puede
paralizarnos y dejarnos inactivos. Debemos ser pro activos ante los males
del mundo y no permanecer anquilosados
a causa de la maldad extendida a lo largo del mundo, la cual es un enemigo a
vencer, con la seguridad que la victoria nos pertenece aunque para alcanzarla
debamos pasar por sinnúmero de sinsabores. La noche pasa, y descubrimos
cómo sorprendentemente en medio de ella las estrellas nos anuncian siempre que
viene una nueva alborada. ¡Dios vence
siempre! ¡El amor de Dios es más fuerte que cualquier tormenta!
Los discípulos antes que
el Señor Jesús se les presentara en medio de las olas, creyeron por un momento
que el amanecer nunca llegaría nuevamente, y percibieron que la oscuridad de la
noche apagaría la nocturna hora de un cielo estrellado. Su vida de creyentes
no estaba lo suficientemente consolidada, y los avatares, las dificultades, e
imprevistos les hizo olvidar, personal y socialmente, cómo el Señor los había cuidado y les había
manifestado por múltiples caminos su condición mesiánica.
VIRGEN DE PUERTO CLARO |
Tantos milagros parecían
irse por la borda de la frágil embarcación ante el mar bramante; tantas
hermosas parábolas –como las meditadas los domingos anteriores- eran olvidadas
ante una noche que se les hacía interminable. Atrás quedaban
las palabras audaces que antecedían sus acciones del presente: “vayamos a morir por El”…” (San Juan XI, 16) ! Que bien estamos aquí, hagamos
tres tiendas!” (San Mateo XVII, 4) y
permanezcamos aquí instalados clamaban en lo alto del Monte Tabor. ¿Qué
aconteció desde tales promesas de fidelidad y entrega irrestricta hasta que
llenos de temor en medio del mar impetuoso eran incapaces de reconocerle
inicialmente?
También, a lo largo
de nuestra vida –que es como una peregrinación, una navegación, surge la tentación de olvidar tantas bendiciones
que el Señor no ha dejado de concedernos a lo largo de tanto tiempo. Aunque
el hombre reniegue de Dios y de su obra, Dios nunca se olvida de nosotros, lo
cual nos permite regresar siempre confiados a su protección.
Para ello se requiere de
un acto de fe en su Divina Providencia, que no se reduce a una suerte de “recreo” temporal de nuestro servilismo
a las causas mundanas, sino que debe impregnar cada pensamiento, cada anhelo,
cada sensación, y cada acción realizada por nosotros. La vida católica no
puede quedar encerrada a una hora de la semana, sino que a de impregnar de
manera indeleble el alma para que, vivamos, pensemos, y obremos en la consecuencia
propia de la vida católica que ha de ser nuestro ADN desde el día de nuestro “dies credenti” hasta el “dies natalis”.
La tentación del
liberacionismo reinante en los ambientes de nuestra sociedad, pero –además- contemporáneamente
en algunoss ámbitos eclesiales y eclesiásticos conduce irremediablemente a una
doble vida, lo cual se despliega luego,
en un amplio abanico de acciones llenas de hipocresía, de dobleces y de doble estándar bajo la tesis
del discernimiento, de la casuística, y del situacionismo…No
es esta una expresión muy académica –pero- que
nos ayuda a comprender que la verdad aunque molesta debe seguirse de
modo irrestricto, que las cosas son buenas o malas de manera objetiva, independiente de los lentes con que se
observen.
Imploramos, en el Mes de
la Caridad Fraterna que el imperativo de dar a conocer a Jesucristo a las
personas más necesitadas, espiritual y materialmente, ocupe un espacio
impostergable en todo nuestro apostolado, en toda la vida pastoral de la
Iglesia, recordando que Cristo es la alegría para el mundo porque es la
verdad que necesita con urgencia nuestro mundo. ¡Que viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / SACERDOTE
DIOCESIS VALPARAÍSO / CHILE
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