FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL CARLOS MUÑOZ
SÁNCHEZ OCTUBRE 2018
1. “No os
alegréis de que los espíritus se os sometan, alegraos de que vuestros nombres
estén escritos en los cielos”.
Para
la celebración de la Misa la liturgia nos presenta múltiples textos en los
rituales de exequias, más junto a ello tenemos la oportunidad de tomar las
lecturas que diariamente son leídas a lo largo del mundo en cada una de las
casi quinientas mil misas dichas cada día, en una acto ininterrumpido de
alabanza y gloria a Dios, como de súplica e intercesión.
ORACIÓN POR LOS FIELES DIFUNTOS
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Lo
anterior surge como respuesta a saber que no somos fruto del azar ciego, ni
nuestras horas deambulan en la incertidumbre de lo casual, toda vez que hemos
sido creados por Dios “a imagen y semejanza “suya lo cual alza a la naturaleza
humana como cúspide de la obra creadora lo cual entraña como toda gracia venida
de lo alto una misión, una tarea por cumplir. El misterio es misión, y el don es
una tarea,
La
partida de todo ser humano constituye una invitación a agradecer el don de la
vida, lo cual desde una genuina devoción creacional –tan arraigada en la
Sagrada Escritura- nos devela la grandeza
que implica el solo hecho de existir, lo cual en el mundo actual se le suele
anteponer bajo los supuestos de: vivir
para, vivir de, vivir con,
Más,
nuestra existencia se configura desde
Dios, cuyos pensamientos son esencialmente creativos no dejando hacer aquello
que ´piensa, y no olvidando lo que no dejó de crear. En consecuencia si vivimos
es porque Dios –ahora. Nos ama…piensa en nosotros involucrando nuestro ser un
su corazón humanizado.
Esta
pertenencia a Dios en su origen, y presente a lo largo de nuestro caminar es lo
que da sentido definitivo a toda nuestra vida, la cual –nos recordaba el actual
pontífice- ha de “buscar, de encontrar y
vivir con Dos” en todo. Sin duda, la evidencia del fin de nuestros días
ante un féretro hoy, nos motiva a tomar –crecientemente- en serio el hecho de la
promesa dada por Dios a cada uno: “alegraos
porque vuestros nombres estén inscritos en los cielos”.
2.
Vocación
universal a la santidad.
BIENAVETURADOS SON LOS JUSTOS
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Recién
ingresado al Seminario Pontificio en Lo Vásquez, muchas veces me detenía a
observar este templo, el cual frecuento desde los siete años. Observaba su
carácter ojival como queriendo tocar el cielo, colocaba atención en la
elocuencia y sonidos del silencio, me detenía en la rica pedagogía de cada una
de sus imágenes y vidrieras multicolores. Pues bien, es verdad que con
frecuencia solemos tener en nuestros templos imágenes que nos invitan a la
piedad, a la paz interior, pero en ocasiones, desearíamos observar en esos
mismos rostros venerados esbozar la sonrisa como leemos en la imagen del ángel
de la catedral de Reims, o de la Virgen Blanco de la Catedral de Toledo.
¿Sonrió Jesús? Resulta impensado una respuesta negativa si atendemos las
palabras del Evangelio proclamado esta
tarde: “En aquel momento se llenó Jesús
de gozo en el Espíritu Santo”.
En
efecto, cuando Jesús inicia su predicación sube a lo alto de una montaña y
entrega lo que denominaríamos su “mensaje
programático”, el cual contiene en la primera parte, una llamada a la perfección.
“Bienaventurados los pobres de espíritu,
los pacíficos, los pacientes, los de corazón puro, los que practican la
justicia”. Sin duda, este mensaje sonó ajeno a lo que era el establishment cultural y religioso
imperante en tiempos de Jesús, pues la lógica divina en ocasiones para unos
constituye locura y para otros simples necedades.
Si
desmenuzamos la expresión “Bienaventurado”, descubrimos que en la lengua latina
“Beatus” implica una doble acepción:
por una parte es perfección, que
consiste en que cada creyente logre configurarse con Jesucristo al punto como
lo señala el Apóstol San Pablo: “Mi vivir
es Cristo. Ya no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”. Este es el
itinerario, el camino, que cada creyente
procurará alcanzar a lo largo de toda su vida, sin rebajas impropias porque
ello implicaría desfigurar el rosto santo del Dios hecho hombre.
A
la vez, la expresión “bienaventuranza”
implica “alegría” gozo. ¡Cómo no! Si
aquel que se sabe amado por Dios no puede ocultar la grandeza de saberse
querido, como cualquier persona que se enamora no puede sino darlo a conocer a
quienes están a su alrededor. Basta mirar los ojos del alma de los santos para
descubrir la inmensa alegría que entraña siempre el estar en amistad, el vivir
en gracia de Dios.
Entonces,
entendemos que la santidad es contagiosa (tal
como el bien es esencialmente difusivo al decir de Santo Tomás de Aquino) porque
como don gratuito que se concede conlleva una misión por cumplir. Nuestro
hermano a lo largo de su vida asumió que su trabajo en la búsqueda del imperio
de la justicia era la senda de perfección por medio del cual podía hacer un
apostolado eficaz, (especialmente en la
atención dispensada a los más necesitados, y que muchas veces no podían
retribuirle)
Es
impensable desviar nuestra mirada de lo que fueron casi seis décadas en las
cuales nuestro hermano difunto trabajo por hacer realidad la octava
bienaventuranza de Jesús: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la
justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos” (San
Mateo V, 10).
Inmersos
en una cultura de lo desechable, donde muchas personas tienen una mutabilidad
laboral casi constante, donde las relaciones personales, sociales suelen tener
circunstancias y fechas de vencimiento, en fin, donde todo tiene duración medible por un reloj o calendario,
más ahora vemos el testimonio de quien a lo largo de su vida consagró sus
mejores esfuerzos en la búsqueda de la justicia desde el ámbito del ejercicio
de su profesión.
La
fidelidad no es fruto de la improvisación ni del entusiasmo ni de la casualidad,
es consecuencia de una opción que libremente se asume como una verdadera consagración
lo sabe el religioso que se consagra perpetuamente en pobreza, castidad y
obediencia, lo sabe el militar que jura en toda circunstancia defender la Patria
hasta dar la vida si fuese necesario, lo saben los esposos que prometer estar
unidos con salud o enfermedad hasta que la muerte los separe, lo asumen el
hombre dedicados al mundo de a la salud y de la justicia.
San
Alberto Hurtado, nos enseña que “la vida fue dada para buscar a Dios, la muerte
para encontrar a Dios y la Eternidad para poseer a Dios”. En la cumbre de la
vida de un hombre, consagrado como abogado primero y sacerdote después, a
colocar en la primacía de los afectos, de los proyectos y acciones el amor a
Dios “sobre todas las cosas” y “al prójimo como a uno mismo”.
Imploramos por el eterno descanso de nuestro hermano e imploramos la protección
de su alma al cuidado de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de Chile y de
este templo, para que goce de la paz de
los bienaventurados, a los cuales Jesús enseña: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Ven bendito de mi Padre heredad
el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (San
Mateo XXV, 34) ¡Que Viva Cristo Rey!
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