martes, 9 de octubre de 2018

BIENAVENTURADOS LOS QUE BUSCAN SER JUSTOS


FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL CARLOS MUÑOZ SÁNCHEZ OCTUBRE 2018
1.     No os alegréis de que los espíritus se os sometan, alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos”.
Para la celebración de la Misa la liturgia nos presenta múltiples textos en los rituales de exequias, más junto a ello tenemos la oportunidad de tomar las lecturas que diariamente son leídas a lo largo del mundo en cada una de las casi quinientas mil misas dichas cada día, en una acto ininterrumpido de alabanza y gloria a Dios, como de súplica e intercesión.
ORACIÓN POR LOS FIELES DIFUNTOS
Lo anterior surge como respuesta a saber que no somos fruto del azar ciego, ni nuestras horas deambulan en la incertidumbre de lo casual, toda vez que hemos sido creados por Dios “a imagen y semejanza “suya lo cual alza a la naturaleza humana como cúspide de la obra creadora lo cual entraña como toda gracia venida de lo alto una misión, una tarea por cumplir. El misterio es misión, y el don es una tarea,
La partida de todo ser humano constituye una invitación a agradecer el don de la vida, lo cual desde una genuina devoción creacional –tan arraigada en la Sagrada Escritura-  nos devela la grandeza que implica el solo hecho de existir, lo cual en el mundo actual se le suele anteponer bajo los supuestos de:  vivir para, vivir de, vivir con,
Más,  nuestra existencia se configura desde Dios, cuyos pensamientos son esencialmente creativos no dejando hacer aquello que ´piensa, y no olvidando lo que no dejó de crear. En consecuencia si vivimos es porque Dios –ahora. Nos ama…piensa en nosotros involucrando nuestro ser un su corazón humanizado.
Esta pertenencia a Dios en su origen, y presente a lo largo de nuestro caminar es lo que da sentido definitivo a toda nuestra vida, la cual –nos recordaba el actual pontífice- ha de “buscar, de encontrar y vivir con Dos” en todo. Sin duda, la evidencia del fin de nuestros días ante un féretro hoy, nos motiva a tomar –crecientemente- en serio el hecho de la promesa dada por Dios a cada uno: “alegraos porque vuestros nombres estén inscritos en los cielos”.



2.     Vocación universal a la santidad.
         BIENAVETURADOS SON LOS JUSTOS
Recién ingresado al Seminario Pontificio en Lo Vásquez, muchas veces me detenía a observar este templo, el cual frecuento desde los siete años. Observaba su carácter ojival como queriendo tocar el cielo, colocaba atención en la elocuencia y sonidos del silencio, me detenía en la rica pedagogía de cada una de sus imágenes y vidrieras multicolores. Pues bien, es verdad que con frecuencia solemos tener en nuestros templos imágenes que nos invitan a la piedad, a la paz interior, pero en ocasiones, desearíamos observar en esos mismos rostros venerados esbozar la sonrisa como leemos en la imagen del ángel de la catedral de Reims, o de la Virgen Blanco de la Catedral de Toledo. ¿Sonrió Jesús? Resulta impensado una respuesta negativa si atendemos las palabras del Evangelio proclamado  esta tarde: “En aquel momento se llenó Jesús de gozo en el Espíritu Santo”.
En efecto, cuando Jesús inicia su predicación sube a lo alto de una montaña y entrega lo que denominaríamos su “mensaje programático”, el cual contiene en la primera parte, una llamada a la perfección. “Bienaventurados los pobres de espíritu, los pacíficos, los pacientes, los de corazón puro, los que practican la justicia”. Sin duda, este mensaje sonó ajeno a lo que era el establishment cultural y religioso imperante en tiempos de Jesús, pues la lógica divina en ocasiones para unos constituye  locura y para otros simples necedades.
Si desmenuzamos la expresión “Bienaventurado”, descubrimos que en la lengua latina “Beatus” implica una doble acepción: por una parte es perfección, que consiste en que cada creyente logre configurarse con Jesucristo al punto como lo señala el Apóstol San Pablo: “Mi vivir es Cristo. Ya no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”. Este es el itinerario, el camino,  que cada creyente procurará alcanzar a lo largo de toda su vida, sin rebajas impropias porque ello implicaría desfigurar el rosto santo del Dios hecho hombre.
A la vez, la expresión “bienaventuranza” implica “alegría” gozo. ¡Cómo no! Si aquel que se sabe amado por Dios no puede ocultar la grandeza de saberse querido, como cualquier persona que se enamora no puede sino darlo a conocer a quienes están a su alrededor. Basta mirar los ojos del alma de los santos para descubrir la inmensa alegría que entraña siempre el estar en amistad, el vivir en gracia de Dios.

Entonces, entendemos que la santidad es contagiosa (tal como el bien es esencialmente difusivo al decir de Santo Tomás de Aquino) porque como don gratuito que se concede conlleva una misión por cumplir. Nuestro hermano a lo largo de su vida asumió que su trabajo en la búsqueda del imperio de la justicia era la senda de perfección por medio del cual podía hacer un apostolado eficaz, (especialmente en la atención dispensada a los más necesitados, y que muchas veces no podían retribuirle)
Es impensable desviar nuestra mirada de lo que fueron casi seis décadas en las cuales nuestro hermano difunto trabajo por hacer realidad la octava bienaventuranza de Jesús: “Bienaventurados  los que padecen persecución por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos” (San Mateo V, 10).
Inmersos en una cultura de lo desechable, donde muchas personas tienen una mutabilidad laboral casi constante, donde las relaciones personales, sociales suelen tener circunstancias y fechas de vencimiento, en fin,  donde todo  tiene duración medible por un reloj o calendario, más ahora vemos el testimonio de quien a lo largo de su vida consagró sus mejores esfuerzos en la búsqueda de la justicia desde el ámbito del ejercicio de su profesión.
La fidelidad no es fruto de la improvisación ni del entusiasmo ni de la casualidad, es consecuencia de una opción que libremente se asume como una verdadera consagración lo sabe el religioso que se consagra perpetuamente en pobreza, castidad y obediencia, lo sabe el militar que jura en toda circunstancia defender la Patria hasta dar la vida si fuese necesario, lo saben los esposos que prometer estar unidos con salud o enfermedad hasta que la muerte los separe, lo asumen el hombre dedicados al mundo de a la salud y de la justicia.
San Alberto Hurtado, nos enseña que “la vida fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrar a Dios y la Eternidad para poseer a Dios”. En la cumbre de la vida de un hombre, consagrado como abogado primero y sacerdote después, a colocar en la primacía de los afectos, de los proyectos y acciones el amor a Dios “sobre todas las cosas” y “al prójimo como a uno mismo”. Imploramos por el eterno descanso de nuestro hermano e imploramos la protección de su alma al cuidado de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de Chile y de este templo, para que  goce de la paz de los bienaventurados, a los cuales Jesús enseña: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Ven bendito de mi Padre heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (San Mateo XXV, 34)  ¡Que Viva Cristo Rey!

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