TEMA : “TENEMOS
A DIOS EN MEDIO DE NUESTRA CIUDAD”.
FECHA: HOMILÍA SANTA MISA DEL JUEVES SANTO / AÑO 2019
En
el corazón de esta Semana Santa, celebramos nuestra Santa Misa vespertina de la
Institución de la Eucaristía, en la cual reconocemos la presencia real de
Cristo en medio nuestro y el mandamiento de la caridad fraterna, como verdadero
ADN de nuestra Iglesia santa. Habiendo acompañado a Jesús entrando en Jerusalén,
hoy nos unimos para ver cómo Cristo cumple hasta nuestros días –y el final de
los tiempos- la promesa de permanecer junto a nosotros en el que es verdadero
milagro de los milagros.
A
Jesús le duele especialmente las ofensas que le son hechas por quienes son parte
de su vida. Sus vecinos y amigos,
cercanos de Nazaret e Israel. Hasta el extremo de llorar por ello. Y eso que
son los lazos de una historia y vida en común. Imaginemos que en nuestro
trabajo, el que sea, los mayores comentarios adversos sean de los vecinos y
amigos de la infancia. ¿Nos dolería ello? Obvio, porque el hecho que la aversión
llegue de un desconocido puede afectarnos, pero que provenga de un conocido no
parece algo menor, por el contrario nos afecta tanto cuanto sea más cercano.
Quien ha podido viajar al extranjero ha experimentado la acogida o rechazado o
cuestionamiento de quienes visita. Pero ¿se imaginan a un chileno que
desconozca y rechazo a un chileno desamparado fuera de su país? Sin duda es un
dolor grande.
El
dolor de Jesús aumentaba ante la duda y escepticismo de los mismos discípulos,
muchos de los cuales le abandonaban y sacaban en alguna oportunidad “de las
casillas” como cuando dice: “! Hasta cuando
tengo que soportaros!” Si habían sido testigos de los milagros, si fueron instrumentos
de la gracia percibiendo “que muchos se
convertían” y “expulsaban muchos demonios”,
vieron la multiplicación de los panes y peces a quienes hambrientos alimentaron
con generosidad. Tantas razones como milagros tuvieron para confiar en el Señor.
Pero la suspicacia parecía ser mayor que
la fuerza del amor prodigado por Jesús, y el abandono fue la respuesta
mayoritaria que estaba recibiendo.
De
igual manera, su familia cercana en una oportunidad lo fue a buscar en medio de
la predicación “porque estaba fuera de sí”
(San Marcos III, 21), es decir algunos
familiares lo tenían por demente, y hemos de reconocer que sus propios padres
en un momento “no entendieron lo que les
decía”, en aquel episodio de la perdida y hallazgo en medio del templo a
los doce años de edad.
Y,
todo esto lo hablamos respecto de los cercanos, pues los más “lejanos”, entre
los que podemos incluir a fariseos, escribas y saduceos, y a las mismas
autoridades romanas lo cuestionaban permanentemente, sin descanso en una acción
de verdadera persecución y entredicho.
Lo
más suave que escuchamos es llamarlo “endemoniado” y haber tenido la intención de
lanzarlo por un despeñadero en una oportunidad, condena aplicada entonces para
reservadas faltas. ¡Que decir cuando insultaron a su madre en medio del
cuestionamiento de los fariseos: “no somos hijo de una prostituta”.
Ciertamente, esto hirió hondamente al Señor.
Colocarse
en ese permanente cuestionamiento a Jesús implica pensar cómo hoy las redes sociales
suelen tratar a quien piensa distinto, y en el caso de Nuestro Señor, hay que
agregar que sus propios padres en una ocasión “no comprendieron lo que les dijo”, como aconteció en si
adolescencia en el templo de Jerusalén.
En
su recuerdo como Dios y hombre, estaba presente como una sola imagen cada
episodio en esa ciudad, por ello al momento de decir a los discípulos, en medio
de la celebración al caer la tarde del día jueves, en una hora semejante a
esta: “ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros”, en cada uno
de los cuales estaba como en germen cada miembro de nuestra Iglesia.
Su
mirada llena de lágrimas desde lo alto de Jerusalén respondía a lo que anidaba
en su corazón pues ya había anunciado
que “cuando sea elevado en lo alto
atraeré a todos hacia Mí”, con lo cual señalaba con claridad el modo cómo
iba a morir: Pendiente en una cruz, asido a ella por tres clavos, hasta morir
desangrado. ¿Con que fin? ¿Para qué tanto sufrimiento?
Sin
duda, para redimir al mundo del pecado,
que es la raíz de todo mal pasado, presente y futuro, por lo que es por medio de su sacrificio,
voluntariamente asumido, que nos viene
la salvación a cada uno, del mundo y del universo. La redención es el mayor
bien que nos ha dado Cristo, por medio de la cual toda la vida nuestra tiene
sentido y adhiere relevancia cada aspecto que la compone por mínimo que nos
pueda parecer. Para el creyente que se sabe perdonado por Aquel que murió en la
Cruz la vida toma aroma de eternidad, y asume que sólo importa lo que a Dios
importa, de tal manera que toda la vida del hombre está llamada a dar razón
cierta del amor que ha recibido.
Para
ello, la vida del creyente debe ser un eco infaltable de su pertenencia a Dios desde el bautismo, en el bautismo y hacia
el bautismo por lo que por medio de la real vivencia de las virtudes teologales
de la caridad, de la fe y de la esperanza podemos alcanzar con una vida más
plena, más auténtica, y más feliz.
Según
esto, nuestra condición bautismal y nuestra identidad plenamente católica
siempre es un “plus”, constituye un “más” que hace posible una vida en fe
que ilumine y sostenga: nuestras palabras,
nuestras intenciones, nuestros afectos, nuestras acciones, nuestras
emociones, con lo cual entendemos aquello que tantas veces nuestros mayores nos
enseñaron respecto de la vivencia de la fe: ¿Esto que diré, que haré, que
pienso, que siento? ¿Realmente… lo diría, lo haría, lo pensaría y lo sentiría
Jesús?
El
solo acto de detenernos en esta (aparentemente) simple consideración, sin duda,
mutaría muchísimo nuestra vida que debe ser implementada en todo momento
“cara a Dios” y no a los “pies del mundo” tal como lo pregona el liberalismo religioso.
Los
niños de Jerusalén fueron los primeros en reconocer la presencia de Jesús como
el Mesías ´adveniente, anticipando con ello, la conversión que un día tendrá
mayoritariamente el pueblo de Israel a
la verdad de Jesucristo.
La
simpleza propia de los pocos años cumplidos les hizo que liberados de innumerables
y falsos respetos humanos, con la creatividad propia de la infancia tomasen en
sus manos unas ramas de olivo y de
palmas batientes, con la bulla propia de los niños gritasen: “Hosanna al Hijo de David, Bendito es el que
viene en el nombre del Buen Dios” para saludar la llegada del Redentor del
Mundo.
¡Somos
pertenencia de Dios no del demonio!
Según
esto, se debe notar que hemos sido
revestidos por el sacrificio de Jesús, muerto y resucitado, el cual, en cada Santa Misa renueva de manera incruenta
y misteriosa el único y perenne sacrifico realizado por el Señor en lo alto del
Monte Calvario.
La
participación la celebración de la Santísima Eucaristía no puede quedarse en la
esterilidad de un acto que se haga de modo
rutinario, como respondiendo exclusivamente a un mandato.
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ
Es
infinitamente más, es la respuesta del Cielo a la necesidad más honda nuestra, por lo que el criterio de la celebración no puede quedar
reducido a los eventuales gustos o del celebrante o de la comunidad toda vez
que la presencia real y sustancial de Cristo en la Santa Misa no es un bien de
supermercado…! No es un bien de consumo! Como tampoco ha de ser presentado como
oferta modificable a opciones personales que dé pie a graves arbitrariedades
durante la celebración de la Santa Misa.
Nuestra
liturgia sagrada no está para “gustitos
personales”, porque debe responder a fe bimilenaria de la Iglesia en cuya
vida se une tanto la revelación como la tradición, por lo que ha de ser
expresión de lo que creemos, que a su vez es respuesta a lo que Dios nos ha
dado a conocer, por ello modificar antojadizamente el modo cómo celebra la
Iglesia en Misterio de la Fe no es algo menor sino que esconde finalmente un
acto abusivo: Quien no respeta la liturgia no respeta la fe que recibió.
Tal
fe, tal vida: Es muy importante en
nuestro tiempo que la grandeza y certeza de tener a Cristo en medio nuestro nos
lleve a procurar ser el mejor conductor, la vía mas expedita, el espejo más
visible, el intérprete más preciso, respecto de tener una vida donde la verdad
de Dios al mundo expresada en Cristo, llegue hoy, por medio de la vida practica
y cotidiana, a todos los que están a
nuestro alrededor, procurando no sólo tener una identidad muy clara respecto al
don de la fe sino a buscar que Cristo reine en toda nuestra sociedad.
¡Que
Cristo reine! ¡Que Cristo impere! ¡Que Cristo venza! Mas allá de ser el
estribillo de una antigua canción latina, es una lema “existencial” que resulta ineludible para quien se sabe amado por
Cristo que ha querido quedarse, tan real como misteriosamente, en las especies
eucarísticas que son, desde el instante de la consagración, v el verdadero cuerpo
y la verdadera sangre del Señor, según lo cual, como acontece con cada uno de
nosotros, allí donde está nuestro cuerpo
esta nuestra alma, así acontece con el Señor.
Por
tanto, quede claro que a Cristo
Eucarístico se le ha de tratar como al Dios hecho hombre que es, en toda su
grandeza y cercanía; en toda su eternidad e inmediatez; en todo su poder y
humildad, según lo cual buenamente nos podemos preguntar como leemos en la Sagrada Escritura: “¿Qué nación grande hay que tenga un Dios tan cerca de ella como está
el Señor de nosotros (Deuteronomio
IV, 7).
Lo
admirable del misterio y la grandeza del amor que encierra ha de conducirnos a
una mayor identificación con la Persona que viene a nosotros, con el fin de
implorar su perdón, agradecer sus dones, favorecer su gracia, y reconocer su
grandeza. Lo que ni los ángeles de Dios, con toda su grandeza y perfección
pueden hacer, no tienen la cercanía que tiene cada bautizado de recibir a Jesús
Sacramentado en su vida, realidad donde se hace “corpóreo y consanguíneo de Jesucristo” (San
Cirilo de Jerusalén).
Lo
anterior nos debe cuestionar respecto del punto central de nuestra existencia,
la cual de no estar apoyada y sostenida por Jesucristo suele quedar expuesta a
la primera brisa de las modas y vanidades de un mundo que se alza al margen de
Dios, y con ello quedar a la deriva de no saber por dónde encaminar los pasos
de la vida.
¡Cómo
es posible que el absolutismo de quienes quieren dejar las verdades de Dios y
su Iglesia hoy parezcan ser más fuertes que la convicción de quienes recibimos
a Jesús Sacramentado en cada Santa Misa? ¡Ojala una mínima parte de aquella
persistencia fuese imitada por todos los bautizados llamados a llevar la verdad
perenne de Dios al mundo entero!
Queridos
hermanos: Estos días santos los celebramos con una fe zarandeada por tanta miseria
evidenciada al interior de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad. En medio del
colapso de tantas instituciones en nuestra Patria, y de la desconfianza de
todos por todo, es el momento oportuno para delinear nuestra vida futura más
cercana a Jesucristo, y mirar una vez más a nuestra Madre del Cielo que, bajo
la basilar presencia en nuestra ciudad, y alzada hoy sobre un hermoso altar que
bendecimos, en el cual está la imagen Patronal de Valparaíso, habla una vez más de hacer “todo lo que Jesús nos diga”,
Por
esto, asumimos que la mayor novedad de nuestro tiempo es proponer una vida
donde la fidelidad a Dios, a nosotros y al prójimo sea la nota distintiva que
el mundo tenga para reconocer el amor de Dios: lleno de perdón, lleno de
verdad, lleno de esperanza, lleno de fe, que siempre puede más porque es la misma
eternidad. ¡Que Viva Cristo Rey!
PUERTO CLARO VALPARAÍSO CHILE
2019
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