lunes, 22 de abril de 2019


TEMA  : “TENEMOS A DIOS EN MEDIO DE NUESTRA CIUDAD”.
FECHA: HOMILÍA SANTA MISA DEL  JUEVES SANTO / AÑO 2019
En el corazón de esta Semana Santa, celebramos nuestra Santa Misa vespertina de la Institución de la Eucaristía, en la cual reconocemos la presencia real de Cristo en medio nuestro y el mandamiento de la caridad fraterna, como verdadero ADN de nuestra Iglesia santa. Habiendo acompañado a Jesús entrando en Jerusalén, hoy nos unimos para ver cómo Cristo cumple hasta nuestros días –y el final de los tiempos- la promesa de permanecer junto a nosotros en el que es verdadero milagro de los milagros. 
A Jesús le duele especialmente las ofensas que le son hechas por quienes son parte de su vida. Sus vecinos y  amigos, cercanos de Nazaret e Israel. Hasta el extremo de llorar por ello. Y eso que son los lazos de una historia y vida en común. Imaginemos que en nuestro trabajo, el que sea, los mayores comentarios adversos sean de los vecinos y amigos de la infancia. ¿Nos dolería ello? Obvio, porque el hecho que la aversión llegue de un desconocido puede afectarnos, pero que provenga de un conocido no parece algo menor, por el contrario nos afecta tanto cuanto sea más cercano. Quien ha podido viajar al extranjero ha experimentado la acogida o rechazado o cuestionamiento de quienes visita. Pero ¿se imaginan a un chileno que desconozca y rechazo a un chileno desamparado fuera de su país? Sin duda es un dolor grande.
El dolor de Jesús aumentaba ante la duda y escepticismo de los mismos discípulos, muchos de los cuales le abandonaban y sacaban en alguna oportunidad “de las casillas” como cuando dice: “! Hasta cuando tengo que soportaros!” Si habían sido testigos de los milagros, si fueron instrumentos de la gracia percibiendo “que muchos se convertían” y “expulsaban muchos demonios”, vieron la multiplicación de los panes y peces a quienes hambrientos alimentaron con generosidad. Tantas razones como milagros tuvieron para confiar en el Señor. Pero  la suspicacia parecía ser mayor que la fuerza del amor prodigado por Jesús, y el abandono fue la respuesta mayoritaria que estaba recibiendo.
De igual manera, su familia cercana en una oportunidad lo fue a buscar en medio de la predicación “porque estaba fuera de sí” (San Marcos III, 21), es decir algunos familiares lo tenían por demente, y hemos de reconocer que sus propios padres en un momento “no entendieron lo que les decía”, en aquel episodio de la perdida y hallazgo en medio del templo a los doce años de edad.
Y, todo esto lo hablamos respecto de los cercanos, pues los más “lejanos”, entre los que podemos incluir a fariseos, escribas y saduceos, y a las mismas autoridades romanas lo cuestionaban permanentemente, sin descanso en una acción de verdadera  persecución y entredicho.
Lo más suave que escuchamos es llamarlo “endemoniado” y haber tenido la intención de lanzarlo por un despeñadero en una oportunidad, condena aplicada entonces para reservadas faltas. ¡Que decir cuando insultaron a su madre en medio del cuestionamiento de los fariseos: “no somos hijo de una prostituta”. Ciertamente, esto hirió hondamente al Señor.
Colocarse en ese permanente cuestionamiento a Jesús implica pensar cómo hoy las redes sociales suelen tratar a quien piensa distinto, y en el caso de Nuestro Señor, hay que agregar que sus propios padres en una ocasión “no comprendieron lo que les dijo”, como aconteció en si adolescencia en el templo de Jerusalén.
En su recuerdo como Dios y hombre, estaba presente como una sola imagen cada episodio en esa ciudad, por ello al momento de decir a los discípulos, en medio de la celebración al caer la tarde del día jueves, en una hora semejante a esta: “ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”, en cada uno  de los cuales estaba como en germen cada miembro de nuestra Iglesia.
Su mirada llena de lágrimas desde lo alto de Jerusalén respondía a lo que anidaba en su corazón  pues ya había anunciado que “cuando sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia Mí”, con lo cual señalaba con claridad el modo cómo iba a morir: Pendiente en una cruz, asido a ella por tres clavos, hasta morir desangrado. ¿Con que fin? ¿Para qué tanto sufrimiento?
Sin duda,  para redimir al mundo del pecado, que es la raíz de todo mal pasado, presente y futuro,  por lo que es por medio de su sacrificio, voluntariamente asumido,  que nos viene la salvación a cada uno, del mundo y del universo. La redención es el mayor bien que nos ha dado Cristo, por medio de la cual toda la vida nuestra tiene sentido y adhiere relevancia cada aspecto que la compone por mínimo que nos pueda parecer. Para el creyente que se sabe perdonado por Aquel que murió en la Cruz la vida toma aroma de eternidad, y asume que sólo importa lo que a Dios importa, de tal manera que toda la vida del hombre está llamada a dar razón cierta del amor que ha recibido.
Para ello, la vida del creyente debe ser un eco infaltable de su pertenencia a Dios desde el bautismo, en el bautismo y hacia el bautismo por lo que por medio de la real vivencia de las virtudes teologales de la caridad, de la fe y de la esperanza podemos alcanzar con una vida más plena, más auténtica, y más feliz.
Según esto, nuestra condición bautismal y nuestra identidad plenamente católica siempre es un “plus”, constituye un “más” que hace posible una vida en fe que ilumine y sostenga: nuestras palabras,  nuestras intenciones, nuestros afectos, nuestras acciones, nuestras emociones, con lo cual entendemos aquello  que tantas veces nuestros mayores nos enseñaron respecto de la vivencia de la fe: ¿Esto que diré, que haré, que pienso, que siento? ¿Realmente… lo diría, lo haría, lo pensaría y lo sentiría Jesús?
El solo acto de detenernos en esta (aparentemente) simple consideración,  sin duda,  mutaría muchísimo nuestra vida que debe ser implementada en todo momento “cara a Dios” y no a los “pies del mundo” tal  como lo pregona el liberalismo religioso.
Los niños de Jerusalén fueron los primeros en reconocer la presencia de Jesús como el Mesías ´adveniente, anticipando con ello,  la conversión que un día tendrá mayoritariamente  el pueblo de Israel a la verdad de Jesucristo.
La simpleza propia de los pocos años cumplidos les hizo que liberados de innumerables y falsos respetos humanos, con la creatividad propia de la infancia tomasen en sus manos unas ramas de olivo  y de palmas batientes, con la bulla propia de los niños gritasen: “Hosanna al Hijo de David, Bendito es el que viene en el nombre del Buen Dios” para saludar la llegada del Redentor del Mundo.
¡Somos pertenencia de Dios no del demonio!
Según esto, se debe notar que hemos sido revestidos por el sacrificio de Jesús, muerto y resucitado, el cual,  en cada Santa Misa renueva de manera incruenta y misteriosa el único y perenne sacrifico realizado por el Señor en lo alto del Monte Calvario.
La participación la celebración de la Santísima Eucaristía no puede quedarse en la esterilidad de un acto que se haga de modo  rutinario, como respondiendo exclusivamente a un mandato.

SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ


Es infinitamente más, es la respuesta del Cielo a la necesidad más honda  nuestra, por lo que  el criterio de la celebración no puede quedar reducido a los eventuales gustos o del celebrante o de la comunidad toda vez que la presencia real y sustancial de Cristo en la Santa Misa no es un bien de supermercado…! No es un bien de consumo! Como tampoco ha de ser presentado como oferta modificable a opciones personales que dé pie a graves arbitrariedades durante la celebración de la Santa Misa.
Nuestra liturgia sagrada no está para “gustitos personales”, porque debe responder a fe bimilenaria de la Iglesia en cuya vida se une tanto la revelación como la tradición, por lo que ha de ser expresión de lo que creemos, que a su vez es respuesta a lo que Dios nos ha dado a conocer, por ello modificar antojadizamente el modo cómo celebra la Iglesia en Misterio de la Fe no es algo menor sino que esconde finalmente un acto abusivo: Quien no respeta la liturgia no respeta la fe que recibió.
Tal fe, tal vida:  Es muy importante en nuestro tiempo que la grandeza y certeza de tener a Cristo en medio nuestro nos lleve a procurar ser el mejor conductor, la vía mas expedita, el espejo más visible, el intérprete más preciso, respecto de tener una vida donde la verdad de Dios al mundo expresada en Cristo, llegue hoy, por medio de la vida practica y cotidiana,  a todos los que están a nuestro alrededor, procurando no sólo tener una identidad muy clara respecto al don de la fe sino a buscar que Cristo reine en toda nuestra sociedad.
¡Que Cristo reine! ¡Que Cristo impere! ¡Que Cristo venza! Mas allá de ser el estribillo de una antigua canción latina, es una lema “existencial” que resulta ineludible para quien se sabe amado por Cristo que ha querido quedarse, tan real como misteriosamente, en las especies eucarísticas que son, desde el instante de la consagración, v el verdadero cuerpo y la verdadera sangre del Señor, según lo cual, como acontece con cada uno de nosotros, allí  donde está nuestro cuerpo esta nuestra alma, así acontece con el Señor.
Por tanto,  quede claro que a Cristo Eucarístico se le ha de tratar como al Dios hecho hombre que es, en toda su grandeza y cercanía; en toda su eternidad e inmediatez; en todo su poder y humildad, según lo cual buenamente nos podemos preguntar como leemos en la Sagrada  Escritura: “¿Qué nación grande hay que tenga un Dios tan cerca de ella como está el Señor  de nosotros (Deuteronomio IV, 7).

Lo admirable del misterio y la grandeza del amor que encierra ha de conducirnos a una mayor identificación con la Persona que viene a nosotros, con el fin de implorar su perdón, agradecer sus dones, favorecer su gracia, y reconocer su grandeza. Lo que ni los ángeles de Dios, con toda su grandeza y perfección pueden hacer, no tienen la cercanía que tiene cada bautizado de recibir a Jesús Sacramentado en su vida, realidad donde se hace “corpóreo y consanguíneo de Jesucristo” (San Cirilo de Jerusalén).
Lo anterior nos debe cuestionar respecto del punto central de nuestra existencia, la cual de no estar apoyada y sostenida por Jesucristo suele quedar expuesta a la primera brisa de las modas y vanidades de un mundo que se alza al margen de Dios, y con ello quedar a la deriva de no saber por dónde encaminar los pasos de la vida.
¡Cómo es posible que el absolutismo de quienes quieren dejar las verdades de Dios y su Iglesia hoy parezcan ser más fuertes que la convicción de quienes recibimos a Jesús Sacramentado en cada Santa Misa? ¡Ojala una mínima parte de aquella persistencia fuese imitada por todos los bautizados llamados a llevar la verdad perenne de Dios al mundo entero!
Queridos hermanos: Estos días santos los celebramos con una fe zarandeada por tanta miseria evidenciada al interior de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad. En medio del colapso de tantas instituciones en nuestra Patria, y de la desconfianza de todos por todo, es el momento oportuno para delinear nuestra vida futura más cercana a Jesucristo, y mirar una vez más a nuestra Madre del Cielo que, bajo la basilar presencia en nuestra ciudad, y alzada hoy sobre un hermoso altar que bendecimos, en el cual está la imagen Patronal de Valparaíso,  habla una vez más de hacer “todo lo que Jesús nos diga”,
Por esto, asumimos que la mayor novedad de nuestro tiempo es proponer una vida donde la fidelidad a Dios, a nosotros y al prójimo sea la nota distintiva que el mundo tenga para reconocer el amor de Dios: lleno de perdón, lleno de verdad, lleno de esperanza, lleno de fe,  que siempre puede más porque es la misma eternidad. ¡Que Viva Cristo Rey!
 PUERTO CLARO VALPARAÍSO CHILE 2019



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