viernes, 27 de septiembre de 2019



TEMA  : “DEL INVIERNO A LA PRIMAVERA DE LA FE”.
FECHA: HOMILÍA FESTIVIDAD PATRONAL PUERTO CLARO 2019
Queridos hermanos: El hecho de estar celebrando la fiesta Patronal de nuestra Parroquia es a causa de recordar que el Evangelio y la Cruz llegaron a nuestro continente acompañados por la devoción de un pueblo donde el amor hacia la Virgen es algo esencial, habida consideración que la primera aparición reconocida por la Iglesia de la Virgen luego de ser asunta en cuerpo y alma a los cielos se presentó ante el apóstol Santiago el año 42 después de Cristo.
Desde entonces hasta nuestros días la piedad mariana ha sido una huella identificadora del mundo creyente, por lo que incluso en los momentos de mayor crisis e incertidumbre el pueblo de Dios no ha dejado de contar con la presencia y protección de la Virgen, por lo cual,  pasados los crudos inviernos de la incredulidad a lo largo de la historia,  llega la primavera que ha sido anunciada por la alborada de la presencia de la Virgen como Maestra y Madre.
Guerras, herejías,  cismas, inmoralidades, y múltiples persecuciones  no han sido capaces ni lo serán de doblar la mano a lo que Cristo prometió a Pedro: “El poder del mal no prevalecerá en contra de ti”, lo que implica que nunca cederá ante el mal pero ello,  no implica el hecho de ser tentados y zarandeados fuertemente en sus convicciones y certezas. La impecabilidad doctrinal no va siempre por la misma vereda del que la anuncia: un pecador si puede decir la verdad de Dios. Sin duda, es deseable y la historia de dos milenios suele ratificarlo, que quien está llamado a “confirmar en la fe a sus hermanos” lleve una vida santa y ejemplar muchas veces, no olvidando que fue el propio Simón Pedro quien negó a Cristo en tres oportunidades…”No lo conozco”…”No sé quién es”…”No lo he visto”.

Hace unas horas iniciamos el tiempo de la primavera. De algún modo, hasta  la misma naturaleza parece ilustrar la verdad que, - luego del frio invierno cede al esplendor, de modo similar-,  la aguda crisis al interior de la Iglesia que vivimos en las últimas décadas, cuya existencia no es exclusiva en ella,  toda vez que se percibe –también- en el resto de la sociedad, ha de ser superada con la presencia de la Virgen María, verdadera Primavera de la fe para la Iglesia y el  mundo.


En efecto, Ella es experta en “dificultades”, pues como una madre busca todos los medios para ir en auxilio de todas las necesidades de cada uno de sus hijos, deducimos que, si la Virgen pudo anticipar el primer milagro de Jesús y solucionar el drama que vivía una familia en Cana de Galilea, ¿Cuánto más no podrá Ella obtener de su hijo y Dios ahora que está en el Cielo como Reina del Universo? A este respecto escribió San Bernardo: “Jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha recurrido a tu protección, implorando tu auxilio haya sido desamparado”.

La llama humeante de la fe en nuestra Patria, cuyo mes celebramos, se acrecienta de modo misterioso por la piedad mariana, por lo que muchas gracias y bendiciones devienen de Cristo a quienes son devotos cariñosos de su madre. ¡Nada niega Jesús a María! y todo lo concede con rapidez al que implora confiada, cariñosa y humildemente a aquella que desde la Cruz invitó: “Mujer he ahí a tu hijo”, a lo cual respondió el discípulo llevándola a su casa, lo que la tradición y magisterio  han visto a toda la Iglesia.
Para nuestra Sede Parroquial el Mes de Septiembre encierra momentos de mucha esperanza, por ser el mes del año litúrgico que contiene más celebraciones votivas en honor a la Santísima Virgen.
Si el viejo continente honra a la Madre de Dios durante Mayo y en nuestra Patria lo hacemos en Noviembre, la liturgia de nuestra Iglesia, que es celebración de lo que creemos, lo hace en este Mes, por lo que el día de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, se suma a la Natividad, a la de María Reina del Universo, al Dulce Nombre de María, al de Nuestra Señora de los Dolores, y a la Solemnidad externa de la Virgen del Carmen.
Como miembros de la única Iglesia verdadera, injertados por medio del sacramento bautismal  -necesario para alcanzar la salvación- estamos llamados a dar razón de nuestra condición de hijos de Dios y de la Iglesia en una  cultura crecientemente secularizada, la cual,  inexorablemente parece precipitarse por el derrotero de la incredulidad con consecuencias que nos resultan impensables de momento.




Lo anterior, lejos de aminorar nuestros esfuerzos de apostolado, a los creyentes nos devela que es la hora que el mundo “que camina en tinieblas” vea el esplendor de la verdad en la persona de Cristo, que da respuesta definitiva a toda inquietud del hombre, de las comunidades y de nuestra Iglesia. ¡No somos mendigos de verdades! ¡No podemos dejarnos seducir por la pretensión de superponer otras salvaciones a la única que nos ha dado y es Jesucristo!, quien,  ayer, hoy y siempre, es el Camino, la Verdad y la Vida. 
Entendámoslo claramente: Una “Iglesia en salida” es aquella que tiene hambre de salvar almas para Cristo, que tiene sed de beber la sabiduría de la tradición y el Magisterio perenne, y que no olvida la fantasía propia de ser un alma que guiada por el amor a Dios,  lo procura exteriorizar en el amor al prójimo, dando al ser católico una identidad que el mundo inmerso en la oscuridad,  puede ver como faro seguro al que seguir y una  piedra sólida donde apoyarse en medio de esta verdadera dictadura del relativismo moral, religioso y político.

Con la fuerza sacada de la Comunión frecuente, con el Evangelio en la mano, es necesario en esta Fiesta Patronal hacer presente la vigencia de la tentación neopelagiana que niega toda evangelización sustituyendo la gracia  por cualquier baratija que implique el olvido de Dios.
Esto se ve en algunos párrafos del instrumento de trabajo en vistas al Sínodo de las Amazonas a realizarse en Octubre próximo. Si el 85 % hoy es evangélico en esa región es porque nuestra Iglesia Católica no cumplió su misión por dejarse llevar por los postulados de la denominada Teología de Liberación, que optó por una promoción social sin Cristo. Y, sabemos que las buenas practicas no son necesariamente signo o fruto de una verdadera conversión que deviene de la fe que sí salva, que sí redime, que sí sana la pobreza espiritual y material.
Un párrafo especial constituye el tema del sacerdocio. Nuestra diócesis recordará la fundación del Pontificio Seminario Mayor San Rafael en cinco días más con sólo cinco seminaristas mayores,  toda vez que  en los cinco últimos años no ha ingresado ninguno. Sí, es un drama, signo elocuente de una crisis feroz, que como creyentes sentimos como un severo llamado de atención del Señor que concede vocaciones con generosidad pero que la incredulidad y superficialidad del liberacionismo eclesial y teológico  sofoca aquí en Chile y en el Amazonas.


Hace medio milenio se discutía en el viejo continente respecto si  podía haber sacerdotes nativos de América porque no estaban facultados para la vida celibataria. Luego de quinientos años, se vuelve a discutir lo mismo y se dan soluciones desde el viejo continente que convergen en menospreciar la capacidad del clero en América en orden a tener suficientes sacerdotes célibes por lo cual,  se quiere liberalizar el don que Dios concede a su Iglesia, como figura y anuncio del amor de Jesucristo.
El sacerdocio no es sólo un servicio, no es sólo un trabajo, no es sólo una misión, sino que primero y sobre todo es una configuración con Jesucristo Sacerdote, que vivió célibemente, y que llamó a cada uno de sus apóstoles a vivir célibemente, que nació de un célibe padre adoptivo, que tuvo un primo –Juan Bautista que practicó y predicó el celibato, realidad que inequívocamente ha sido vivida desde su fundación al interior de nuestra Iglesia.
Siempre recordemos que el sacerdocio es un don, y el celibato es un don que se confiere para su ejercicio ministerial, por lo que nadie puede abrogarse el derecho a ser sacerdote, tampoco una comunidad puede pretender  “elegir” al sacerdote ni el estilo de vida que éste ha de llevar. Los carismas en nuestra Iglesia se reconocen a la luz de la fe no por medio de encuestas ni sujeto a votaciones toda vez que es menester “obedecer la voz de Dios antes que las de los hombres”.

En ninguna circunstancia la falta de sacerdotes puede ser tomada como justificación válida para desfigurar las palabras y el estilo de vida que Cristo vivió y pide vivir a cada uno de sus sacerdotes, particularmente por medio del celibato que es un tesoro de la Iglesia que trae múltiples bendiciones y nunca es causa en sí de eventuales infidelidades
Contra todo lo que se nos pueda presentar como imposible e irrevocable, tenemos al “Dios de los imposibles”, porque cuatro milenios de fidelidad con su pueblo elegido, ha mostrado que somos discípulos de Cristo  resucitado, causa de toda esperanza, especialmente en los gélidos tiempos del invierno que Dios nos permite superar año con una nueva estación, lo cual vemos que luego de cada época álgida respecto de la fe, donde la relajación de las costumbres parecía insalvable, ha sido -no sin la intervención de la Virgen María- donde el mundo entero ha logrado salir del pozo del pecado extendido en la sociedad, por la particular intervención de la Virgen, a la que honramos nuevamente como Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro ¡Que Viva Cristo Rey!.


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