TEMA : “LA FE EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS”.
FECHA: HOMILÍA CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
/ AÑO 2020
Estamos
en tiempos donde la imagen suele ser importante. ¡Bien lo saben los medios de
comunicación y las redes sociales! Por esto, en estos días me detuve en dos
fotografías, cuya impresión las comento en voz alta. Una es del siglo
antepasado y otra del siglo pasado. Comentaré una de ellas….de momento.
La
primera muestra el hábito roído de un sacerdote ya anciano de la congregación
del colegio donde estudie -los Sagrados
Corazones (SS.CC)- en la cual el Padre Damián de Veuster, muestra las marcas de
una enfermedad qué contrajo al permanecer –voluntariamente- al servicio de los
enfermos de lepra en el archipiélago de Hawái. En la pequeña isla de Molokai se
vivió en toda su expresión las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Siguiendo
una vocación recibida desde pequeño, donde
conoció el testimonio de tantos sacerdotes que fueron martirizados durante la revolución
francesa, y particularmente, luego de unos años, durante el denominado Alzamiento de Paris,
donde fue fusilado el arzobispo de Paris (+
Georges Darboy), ha de haberse enterado al momento de
llegar en marzo de 1873 a esa isla denominada por entonces como el “paraíso
infernal” o la “isla de los locos”,
PENA DE MUERTE A
CATOLICOS EN PARIS 1871
SAN DAMIAN DE VEUSTER
(LEPROSO EN MOLOKAI)
Al
partir a servir a los leprosos conocía del riesgo de adquirir la enfermedad,
aun así, no rehusó la misión, sino que
feliz y confiado procuró antes y después de estar enfermo, cumplir su misión sin mayores prevenciones que
las indispensables y por cierto, en todo momento mostrando su identidad, para
la cual fue enviado a ese lugar y para lo que muy pocos lo esperaban: un hombre
de Dios, que les diese el Pan de Vida, y que les enseñase el catecismo con las
verdades de siempre…(los pobres de ayer y
de hoy poco saben y se interesan de modas y de estar al día).
Lo
que encierra la vida de los santos tiene una vigencia que no está atada a la
moda intrascendente que pasa, por lo que la razón del trato y el ejemplo dado
por el santo leproso adquiere una
vigencia notable en tiempo de “coronavirus”.
Su
estilo pastoral es una luz ante el eclipse que vive algún sector de la Iglesia
en nuestra Patria (recordemos que
habiendo ya 43 contagiados de coronavirus el pasado día 13 de marzo, Santiago
Silva Retamales hablada de la urgencia de un plebiscito para cambiar la Carta
Magna vigente, en instancias que la magna pandemia ya constituía un imperativo
para gran parte del mundo. Esa intervención fue –pastoralmente- como una
desafinación en música, un canto marcadamente desfasado del compás).
Ante
la adversidad, no podemos pedir
reemplazo ni emprender el camino de regreso como le ofrecieron y pudo haber
optado San Damián de Molokai. Más bien, optó por celebrar la Santa Misa “en familia”, junto a sus hermanos pues,
tenía la certeza que una Misa ofrecida por amor a Dios tiene más valor que
todas nuestras acciones por notable que parezcan a los ojos del mundo. ¡Nada es
más importante, más urgente y ¡necesario!
Poder
vivir la Santa Misa en la cual Cristo se hace realmente presente, totalmente
presente, y actualmente presente, nos hace ver como aquel ciego de nacimiento que,
si valioso es todo acto de devoción en estos días, ninguno es comparable con lo acontecido sobre
un altar en cada Santa Misa. ¡Entiéndalo bien y claro! ¡La Iglesia vive de la
Eucaristía, porque ella es Jesucristo! (La
gracia de Cristo no acaba con la Santa Misa pero desde ella todas nacen).
Por
tanto, teniendo presente que hasta la fecha la autoridad no ha suspendido
algunas actividades ni el transporte público, no resulta convincente
anticiparse a evitar casi con desesperación
que aquellos consagrados y fieles que libremente optan por asistir al culto,
con los resguardos necesarios, accedan a estar con Quien para ellos, es la primera necesidad y su mayor seguridad.
Pues,
digámoslo claramente: Los médicos no son
dioses y muchas veces se han equivocado; en tanto que los sacerdotes tienen su mayor
competencia en las cosas del alma (o
deseable sería que la deseen tener...), los fieles a los que se les suele
invitar por los “pastoralistas” a
tomar su misión en la Iglesia tienen la madurez y sentido común en orden a
evitar exponerse indebidamente tanto ellos como a los que son parte inmediata de su entorno familiar y social.
Por
tanto, mostrar nuestros templos como “lugares de contagio” apunta a la
implementación de una visión nacida del ámbito pagano y del progresismo ideológico
puesto que, lo ubica como un centro de
reunión más entre otros, no como el hogar
de nuestra alma, en el cual, tantas
veces hemos escuchado que es la Casa de nuestro Padre (la Casa de Dios) que de la
noche a la mañana se transforma en “medio
de contagio” y que se debe evitar...
Mientras
que en este día Domingo de Laetare las
puertas de muchos templos permanecieron
cerrados, sí permanecían
funcionando ferias callejeras, lugares de comida, bombas de bencina y supermercados.
Pues, la autoridad ha dictaminado
unilateralmente que se puede hacer fila para sacar dinero pero no para recibir
a Jesús Sacramentado. ¡Esto es a lo más sorprendente que evidencia el
debilitamiento de la fe y perversión de las costumbres!
En
los tiempos de crisis en nuestra Iglesia siempre los fieles han elevado su
vista, y puesto sus oídos al llamado de Dios. Gracias a Él en muchos lugares -debo
reconocer con sorpresa- incluso en Santiago de Chile con todo lo liberacionista
que es el medio eclesiástico, se invitó
a hacer sonar las campanas por lo que “moros
y cristianos” se preguntarán al escucharlas: “¿Por quién doblan las campanas?” (Tomando el título de la novela de Ernst Hemingway, que a su vez lo asumió
de un texto de un poeta de 1624: “La
muerte de cualquier hombre me disminuye porque es parte de la humanidad por
consiguiente nunca hagan la pregunta de por quien doblan las campanas…doblan
por ti”).
En
efecto, (las campanas batientes) son
una invitación a saber que la casa del creyente se ubica donde está su Dios, y
si bien, Él se encuentra en todo lugar, porque es
infinito y omnipresente, los católicos creemos que sólo lo encontramos “real y sustancialmente” presente en
nuestros altares y sagrarios donde viene “para
que tengamos vida, y vida en abundancia”.
Sin duda, “quien come de este Pan tiene Vida verdadera”,
por lo que aquella visión de los pastores en Fátima el día 17 de Julio de 1917
en la cual se ve “al Papa avanzar a paso vacilante” constituye ahora una oportunidad
más de conversión verdadera, no a las
cosas de este mundo, no a los tiempos actuales, no al progresismo liberal, sino al Único que se nos ha revelado como “Camino,
verdad y vida”.
No
nos cansemos de repetir que lo esencial de nuestra Iglesia es la Misa: Debemos
tener presente que la sociedad ha toreado
a Dios permanentemente. Desde los modernistas que trivializan la presencia de
Cristo en la Eucaristía rebajándola a un signo ineficaz, hasta el abandono
masivo del amor a Jesús Sacramentado por gran parte del mundo denominado “creyente”.
Ojalá
que el uno por ciento de las razones señaladas para no asistir a Misa con
ocasión del coronavirus algunos de los “consagrados”
lo empleasen creativamente en invitar a los fieles a estar en la Eucaristía devotamente.
Con indicaciones rayanas en lo absurdo exhortan: “Cierren todo templo”…pero, cuando
toda la crisis haya pasado, ¿serán capaces de decir?: Abran los templos para
que vengan los fieles. Serán entusiastas al momento de promover las vocaciones sacerdotales
para llenar un seminario diocesano que agoniza? De tener 90 seminaristas en 1987 a sólo 5 el
2020, me pregunto: ¿No habrá llegado el momento de reconocer que los programas
de formación implementados han sido un fracaso rotundo estos últimos treinta
años?
Queridos
hermanos: Dios se vale del medio de un virus mortal para convertirnos y
descubrir que el “jugueteo” con lo
mundano, el “transar” la certeza de
la revelación divina, y el “relativizar” la
voz del Espíritu Santo en cada época de la vida de la Iglesia, vista en dos
milenios y no en detenidas décadas, son cosas que a los ojos del Señor
importan…y mucho. No son pocos los católicos que experimentan -ahora- que la Santa Misa se celebra de manera acotada, echan de menos
poder comulgar, lo que finalmente implica estar en comunión con el Verbo
Encarnado, con Jesús Sacramentado, el mayor tesoro que podemos tener en este
mundo que pasa.
Confiados
en que nada ocurre sin que Dios no lo permita, nos colocamos bajo el regazo de
la Virgen de Puerto Claro bajo cuya mirada maternal nuestra ciudad nació y en
ningún momento ha dejado de contar con ese auxilio ni dejará de hacerlo en el
futuro. ¡Que Viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA PÁRROCO EN VALPARAÍSO CHILE
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