TEMA : “LA PAZ COMO FRUTO DE UN CORAZÓN PURO”.
FECHA: HOMILÍA DOMINGO
XXVII° TIEMPO COMÚN / OCTUBRE 2020
En cierta ocasión leí el relato hecho con ocasión de la caída de
Jerusalén el año 70 . Es impresionante
la crudeza del historiador (Flavio
Josefo) que parece describir con
mayor fuerza que lo que actualmente una imagen de video puede mostrar, porque
la imaginación reviste tonos, sonidos a lo que no parece tenerlo. Luego de este
episodio San Mateo escribe el relato que hemos escuchado. Hay una severa advertencia a valorar
debidamente las gracias recibidas de las cuales estamos llamados a multiplicar
y compartir.
El Catecismo de la Iglesia habla de la Iglesia con dos de las imágenes
que hoy conocemos: “Viñedo de Dios” y
“Edificación de Dios”. Lo que invita
a una lectura desde nuestra corresponsabilidad con la Iglesia cuya finalidad y
más necesaria contribución es la santidad según lo cual los mejores hijos de la
Iglesia fueron, son y serán, los santos, muy diferente de los que dan nombre a esta
parábola de los labradores malvados.
La lectura del Evangelio
nos muestra la segunda parábola que forma parte de un triduo, cuyo inicio
conocimos el domingo anterior, donde consideramos la importancia de cumplir la
voluntad de Dios. De la indiferencia de dos hijos pasamos a la violencia de los
“arrendatarios del campo”, y luego
veremos a los invitados a la boda que se auto confinan despreciando a Aquel que
los convocó.
Si una semana atrás Jesús nos invitaba a cumplir la voluntad de
Dios, ahora nos pide rectificar la intención, lo cual, es tarea de siempre. Esto
implica no necesariamente hacer nuevas cosas, no caer en el juego de la
búsqueda infructuosa de novedades y originalidades, consecuencia de una latente
inmadurez espiritual, que suele
avergonzarse de la fidelidad perseverante cediendo al facilismo de complacer
los criterios mundanos.
En momentos que resulta mas fácil callar que hablar sobre Dios,
cuando percibimos una audiencia favorable a la exclusión de Dios, cuando la
espontaneidad es favorecida con la aceptación permanente de lo banal,
perecedero, es ese momento donde debemos preocuparnos si acaso hemos de
corregir el camino hecho pues, como
creyentes nos preguntamos: ¿Qué tipo de felicidad y realización personal y
social puede haber en aquella que pasa por tener a Cristo como un peregrino que
viene y se va, como un adorno que por la moda luce o desluce, o un accesorio
que tan pronto se usa como se desecha?
En el Antiguo Testamento el viñedo es imagen del pueblo de Dios, de la
cual Él es quien planta, cuida y protege. En la plenitud de los tiempos, no
sorprende que nuestro Señor utilizase frecuentemente la cita de ejemplos
cotidianos del quehacer agrícola puesto que formaba parte de su vida, y ahora esa viña es
imagen del Reino de Dios, iniciado con el advenimiento de Cristo y que
culminará cuando “todo sea recapitulado
en Jesucristo”…sea Él todo en todo.
Por cierto, la viña se arrienda para sacar los frutos a su
debido tiempo cosa que no aconteció y es profetizado por Isaías: “Ahora cantaré para mi amado el cantar de
mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había
cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio
de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperando que diese
uvas, y dio unas silvestres”.
Aquel pueblo que Dios eligió con Abrahán, al que hizo salir
desde Ur de Caldea hasta la tierra de bendición, fue conducido donde fluía “leche y miel”, con la promesa, palabra
y alianza de Dios mismo. Aquellos israelitas experimentaron por años, décadas y
siglos, las bondades de Dios, como
también, en igual período, no dejaron de experimentar las consecuencias que
implicaba olvidarlo y oponerse a su voluntad, debiendo ver su tierra destruida,
viviendo como pueblo elegido por Dios un largo tiempo de nueva esclavitud en
Babilonia, y, finalmente, verificando la
destrucción del templo. Pasado los años nuevamente la tentación a muchos israelitas les hizo rechazar al
Mesías esperado con consecuencias aún por descubrir.
Caída de Jerusalen, año 70 d.C. |
Y lo que le ha pasado a los hijos de la Alianza hecha por Dios,
ha sido sobrellevada en primera persona por quienes no han priorizado debida y
oportunamente el amor a Dios, sobre
diversas realidades de una vida que pasa y no trasciende, al punto que
cualquier urgencia suele ser puesta por encima de lo único que importa, cual es,
cumplir la voluntad de Dios en toda
circunstancia.
Verifican así que una
viña donde el Dueño del Campo es dejado de lado termina no solo en la
mezquindad de una comunitaria falta de alimentos sino del crecimiento de una
desnutrición lo que, en el plano de la
vida espiritual, se manifiesta en las denominadas “obras de la carne”: “Adulterio, fornicación, lascivia,
idolatría, hechicería, enemistades, peleas, celos, iras, guerras, herejías,
disensiones, envidias, homicidios, borracheras (vicios), promiscuidad y cosas
semejantes” (Gálatas V, 16-21).
Quien obstinadamente actúe de esa manera, y se deje llevar por
ese “estilo” de vida no será ciudadano del Cielo nunca si acaso no se
arrepiente y se convierte a una vida
nueva en Jesucristo.
Mas, el Apóstol San Pablo
nos enseña los frutos de una vida que procura estar llena del amor a Dios, que
es Padre, Hijo y, Espíritu Santo: “Caridad,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza” (Gálatas V, 22-26). ¡Qué
diferente es una vida con Cristo que una erigida de espaldas a Cristo!
Lo cual, necesariamente
se traducirá en alzar una sociedad donde se respete la libertad en la
especificidad de cada persona, donde el fortalecimiento de las virtudes
encuentre en la institución familiar su mejor campo de crecimiento, donde la
educación académica incluya valores y
religión en cada una de sus etapas, permitiendo que la excelencia no quede
reducida a determinados sectores y
estratos (no podemos aceptar que todos caminen descalzos ¡patines para todos en
la educación partiendo por la formación religiosa!, donde el trabajo personal
permita la realización vocacional de cada uno, donde la sociedad reconozca los
deberes y derechos de la persona, desde su concepción hasta su muerte natural evitando que un
tumulto, colectivo o jauría dictamine por ley respecto de quien puede nacer,
cuantos pueden vivir y quien debe morir, pues,
es el Estado el que ha de colocarse al servicio de la persona y no la persona
esclavizada a los pies de un estado absolutista.
Nuestra Madre Santísima, a la que saludamos hoy como Reina de
los Ángeles, le pedimos que nos obtenga de manos de su Hijo la gracia de poder tener rectitud
(pureza) de intención en cada acción como enseña Santo Tomás de Aquino: “El corazón del hombre camina derecho cuando
va de acuerdo con la voluntad de Dios” (Sobre el Padre Nuestro I, c. 142).
Recordemos que la paz profunda es fruto de un corazón puro, por
lo que iniciado en nuestra Patria el Mes de la Familia, vamos a pedir que esa
paz impere de manera permanente al interior de cada hogar, en cada miembro de nuestras familias,
en circunstancias, donde estamos
batallando para disminuir una pandemia viral y donde asumiremos la de erradicar
la impureza del egoísmo, de la violencia, de la tibieza espiritual y de una
apostasía que -a esta hora- resulta innegable en muchas partes del mundo, de la
cual, no está marginada nuestra Patria.
¡Que Viva Cristo Rey!
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