martes, 30 de mayo de 2023

 

TEMA  : “EL ESPÍRITU NOS LLEVA A VENERAR A LA VIRGEN”.

FECHA: SOLEMNIDAD PENTECOSTÉS Y DEL ROCÍO MAYO 2023

Queridos hermanos y rocieros:

Culminamos en este día lo iniciado en la Vigilia Pascual con la denominada “Fiesta del día cincuenta”. Hoy, en todos los templos católicos se celebra la Solemnidad de Pentecostés, en la cual, el Espíritu Santo se hace presente en la Iglesia con los siete dones de: Sabiduría, Ciencia, Inteligencia, Piedad, Consejo,  Fortaleza, y Santo Temor de Dios (Isaías XI, 2-5).

Estos siete dones llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben por lo que es como Don de Dios,  un bien del que todo bautizado está llamado a ser partícipe, y que entraña una misión, tarea y responsabilidad muy necesaria, particularmente para llevar el mensaje de Cristo de manera fiel en tiempos de tanto relativismo y de tanta acomodación de la verdad a la “música secular” impuesta por lo mundano.

De tiempo inmemorial, la piedad ha vinculado el día de Pentecostés con la fiesta dedicada a la Virgen del Rocío. Es que la obra específica del Espíritu Santo es hacer dócil y diligente al fiel respecto de los designios de Dios. A saber ver nítidamente, a escuchar diáfanamente, y saborear con precisión aquello que Dios nos pide, aplicando el simple principio: “Aléjate de todo lo que no te lleve  Dios, y quédate con todo lo que te lleva a Él”.

La historia suele señalar al Rey san Alfonso X, denominado el sabio, como gestor de la ermita de la Virgen del Rocío hacia el Siglo XIII, constituyendo una de las festividades marianas más importantes de la Madre Patria que alegra el corazón –particularmente- de la región de Andalucía.

Fue aquel monarca quien nos ha legado unas hermosas cantigas dirigidas hacia la Madre de Dios: “Esta es de loor de Santa María, de cómo Dios no puede decir que no a lo que ella le ruega, ni Ella tampoco a nosotros. Más nos valiera, que Dios me ampare, no haber nacido si Dios no nos hubiese concedido a la que rogar suele por nuestros pecados. Por esto, nos hizo Él, el mayor bien que hacer podía, cuando eligió por Madre y nos dio por Señora a Santa María para que le ruegue, cuando esté enfadado con nosotros, que de su gracia ni de su amor no seamos abandonados” (Cantiga número XXX).

De las múltiples gracias que nuestra Señora nos obtiene del Cielo, están aquellas que directamente son para bien de nuestra vida espiritual, y apuntan directamente a la santidad, como aquellas que hacen de “trampolín” y predisponen a bienes mayores. Ente estas se ubican los bienes materiales como el agua abundante para los campos, lo cual,  está muy vinculado a la  advocación  que hoy celebramos puesto que,  en muchas oportunidades se realizó un traslado de la imagen para implorar el beneficio del agua necesaria en épocas de sequía, por lo que la venerada imagen recibió tempranamente el apelativo del “Rocío”.

Los antepasados de Andalucía no dudaron en llamar a la Virgen  como “amparo y remedio” de sus necesidades, entre ellas imploraron “de su Rocío para que la cosecha sea muy colmada” (Municipalidad de Almonte, 25 de Abril de 1653).

Sin duda, el amor hacia la Virgen se vive en la Iglesia desde su mismo  nacimiento, cuando San Juan escucha el mandato del Señor desde lo alto de la Cruz: “Hijo he ahí a tu madre”, ante lo cual,  el discípulo querido por Jesús “la recibió en su hogar”, es decir en su corazón, en su vida y en su piedad. Por ello, resulta imposible  cortar el vínculo existente entre la Madre de Cristo y cada bautizado, porque fue establecido directamente por el Señor aquel Viernes Santo. Nadie podrá nunca separar lo que el Verbo Encarnado dejó unido.

El amor manifestado hacia la Virgen no es una opción ni fruto de un gusto particular que puede tenerse o no, porque se inscribe entre los mandatos explícitos del Señor, que apunta a salvaguardar a su Madre dando continuidad al amor profesado por el Hijo fruto de sus entrañas, y por los hijos que le fuimos encomendados en el Calvario: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (San Juan XIX, 26).

Tratándose del amor maternal y filial, tan íntimo y estrecho que existe entre la Virgen y Jesús, es que la Iglesia en tiempos de los Apóstoles, asumió desde un primer momento manifestar una devoción que incluyese: la obediencia, el cariño filial, y el amor como apostolado.

Respecto de la obediencia: El saber escuchar lo que Dios nos pide es fundamental para poder llevar una vida cristiana verdadera, estando atentos a sus palabras y designios.

 

 

Por ello, la oración, la lectura de la Santa Biblia, el conocer lo que enseña el Magisterio de la Iglesia en la voz continua de sus pastores, aprender a acoger las enseñanzas de un Director Espiritual y los consejos de un sacerdote confesor, son los caminos que el Señor habitualmente usa para darnos a conocer su voluntad por lo que hemos de estar prontos a su escucha y seguimiento fiel.

Respecto al cariño filial: No hay imagen que evoque mayor ternura que una madre que cobija en sus brazos a su hijo. ¡Cuánta confianza depositada por Dios a una mujer y madre!  No acabamos de sorprendernos ante lo sublime del misterio que implica que Dios quiso “esperar” un instante a la respuesta de la Virgen Madre, más aún si ese cariño tan personal, se dio a través de los meses donde ese Verbo Encarnado permaneció cobijado en aquel vientre materno hecho sagrario de la vida. La vida del Hijo Unigénito de Dios sostenida por los brazos de una mujer joven, virgen y madre.

A este respecto con su fuerza característica dijo el Papa Juan Pablo II al momento de visitar el Santuario de la Virgen del Rocío: “Esta devoción mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la palabra de Dios, haciendo de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta en todos los ámbitos de nuestra existencia cotidiana” (14 Junio 1993).

En este día invocamos  al Espíritu Santo que nos permita sintonizar nuestras acciones y pensamientos, en toda circunstancia y época asumiendo que el verdadero amor a Dios no está supeditado a los gustos, a las ideologías, ni a los sentimentalismos pasajeros. ¡Ven Espíritu Santo! Es lo que clamamos para ser fieles a lo que Dios nos pide.

Finalmente, respecto del amor como apostolado: Subyace en la vida presente una especie de cristianismo marcado por los “espectadores”, que cómodamente sentados entre cuatro paredes de su hogar, insertos en las acciones de la habitualidad, y esclavos del conformismo de seguir lo que dictan las mayorías volubles, pretenden  vivir una fe acomodada y sin problemas. Se opta a un amor que no implica ni sacrificio ni  compromiso, en realidad se busca adecuarse a una espiritualidad que no sea molesta ni sea ajena a los dictámenes modernistas. Se aplican los criterios de la moda a lo que se cree, pues,  para muchos resulta un horror  quedar fuera de lo que se ve, se habla, se usa, se tiene y se quiere. Se olvida que el mayor mal existente es ser infieles a un Dios que nos ha amado de manera “entrañable” dando la vida de su Hijo Único  por nuestra salvación.

El Espíritu Santo con sus siete dones y la Virgen con su ejemplo nos invitan en esta Solemnidad de Pentecostés,  a procurar llevar una vida nueva, a un cambio radical donde toda nuestra conducta esté en sintonía fina con la voluntad de Dios, sabiendo que nadie puede hacer algo mayor y mejor por nosotros que Dios y Aquella a la cual, con toda propiedad denominamos como Madre de Dios y Madre nuestra. ¡¿Quién más que tú, Señor?! ¡¿Quién más que tú Virgen Madre?!

Imploremos en este día que venga el Espíritu de Dios como aquel día en el cenáculo de Pentecostés. Que el don de Sabiduría nos permita entender lo que viene de Dios y desechar lo que nos aleja de Él, especialmente en una época donde los valores y fidelidades están licuadas; que el don de Entendimiento nos haga descubrir la riqueza y profundidad de lo que Dios ha revelado en las Sagradas Escrituras para que sea una Palabra que nos conceda una vida abundante; que el don de Consejo nos permita distinguir la verdad de la mentira y lo bueno de lo malo en tiempos donde reina el relativismo ad intra y ad extra de nuestra Iglesia; que el don de Ciencia nos inserte en el pensamiento de Dios para descubrir lo que hay en el fondo de nuestros corazones; que el don de Piedad podamos colocar a Dios como el centro de nuestras vidas descubriendo la grandeza de su amor entrañable ofrecido en el Calvario; que el don de Fortaleza nos ayude a vencer las tentaciones desde una fe  convencida y convincente abandonada en el amor de Dios que nunca destiñe; y, finalmente, que el don de Santo Temor de Dios nos lleve a navegar en el barco de la fidelidad a los mandamientos de Dios y de su Iglesia,  en momentos de tanta incertidumbre. Alzamos nuestra mirada al invocar al Espíritu Santo hacia la Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rocío en el domingo de Pentecostés, para que los hijos que imploran su nombre reciban con abundancia la bendición del Señor.

¡Pues que Viva Cristo Rey! ¡Y que Viva la Virgen del Rocío!

“Dios te Salve María, del Roció Señora, Pura,  Sol,  Norte y Guía,  y Pastora Celestial.  Dios te Salve María, todo el pueblo te adora y repite a porfía: Como Tú no hay otra igual. Olé,  Olé´,  Olé (XV bis).  Al Roció yo quiero volver a cantarle a la Virgen con fe.  Dios te Salve María,  Manantial de Dulzura,  a tus pies noche y día,  te venimos a rezar. Dios te Salve María, un Rosal de hermosura,  eres tu Madre mía  de pureza Virginal. Olé, Ole, Olé (XV bis). Al Rocío yo quiero volver,  a cantar a la Virgen con fe con un olé. Olé, Olé, Olé (XV bis).






No hay comentarios:

Publicar un comentario