TEMA : “INTROIBO AD ALTARE DEI”.
FECHA: HOMILÍA
MATRIMONIAL ORATORIO CHAPANAY / MARZO
2024
Muy queridos novios: Martín y Bárbara, padrinos y
madrinas, hermanos en el Señor. Las primeras palabras del Misal Romano (1962) para la Misa en latín contiene el Salmo XIIL que
se inicia con las palabras: “Introibo ad
altare Dei”, y recibe como respuesta del monaguillo en latín: “Ad Deum qui laetificat juventutem mean”, lo
cual, significa: “Subiré al altar de
Dios, al Dios que es mi alegría”.
Un versículo que encierra parte del misterio
insondable que se celebra en cada Santa Misa, recordando que Dios desde el
inicio de la revelación se da a conocer a patriarcas y profetas en lo alto de
una montaña: Así aconteció con Noé, Abrahán, Moisés, y los profetas….que
debieron emprender camino a las cumbres para estar con Dios. Nosotros estamos
ubicados en esta pequeña meseta, que nos permite ver parte del valle inmediato
a la vez que poder celebrar con la debida dignidad, en este espacio hoy
sagrado, la Santa Misa vespertina en la cual, estos jóvenes y radiantes novios
recibirán el sacramento del matrimonio.
Más estar en este lugar no es el único ámbito que nos conecta con las primeras
páginas de la Biblia, sino que descubrimos un hilo conductor que une el Antiguo
y Nuevo Testamento, desde la realidad del matrimonio. En efecto, el Génesis
refiere la creación del universo señalando a Dios como su único autor, más al
momento de crear al hombre y la mujer “a
su imagen y semejanza” se dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza”, dando el mandato explícito de “Creced,
multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”, con lo cual, el hombre y la
mujer unidos por el matrimonio están llamados a ser partícipes de la obra
creadora de Dios.
Según esto, aquella unión encierra una doble
misión: Transmitir la vida recibida, y ser perpetuamente uno, lo que esta
ritualmente significado en el signo que ingresaron separadamente ante el altar
y saldrán juntos tomados de las manos repitiendo las palabras del Señor Jesús: “Ya no son dos sino uno solo”, lo que
confirió a la primera bendición hecha en la antigüedad una realidad nueva y
superior en orden a ser no sólo un signo sino realidad de su presencia misma.
Han llegado, al igual que todos los que estamos aquí, con facilidad, a lo cual, la pendiente parece favorecer
bastante, pero a su vez, nos recuerda
que las múltiples bendiciones de Dios dadas a los novios les ha permitido
desarrollarse armónicamente y poder acceder hasta aquí sin mayores sobresaltos
en la vida.
A lo largo de la nuestra vida experimentamos que
los inicios suelen ser esencialmente esperanzadores: El nacimiento de un hijo,
el primer día de clases la inauguración de una nueva casa…todo –generalmente-
marcha bien en los primeros pasos. Hace unos días, al ensayar esta ceremonia
descubrimos cómo la pendiente de subida
resultaba algo exigente, al menos para los que tenemos unos años de más…y bueno
también unos kilos de más. Pero, ello nos ayuda a tomar en cuenta que la vida
matrimonial como toda vocación dada por el Señor es “cuesta arriba”.
Por tanto, a partir de este día -como esposos que
serán- se comprometerán a vivir unidos “con
salud o enfermedad”, lo que implica cargar juntos aquellas cruces que el Señor les conceda, asumiendo que la medida de la entrega mutua es amarse sin medida tal como Cristo lo
hizo por cada uno de nosotros. Según esto, el matrimonio no es sólo la
sintonía de sentimientos y gustos en común, sino que primero es un camino de
mutua perfección y santidad que –juntos- les invita a recorrer nuestro Señor,
por esto: ¡Se casan para ser santos!
Cuando decimos que Dios nos ha dado una vocación es
porque reconocemos su mano en nuestro caminar. Ambos han hecho un debido
discernimiento para llegar a este momento, y han podido constatar que la mano
de Dios ha guiado vuestros pasos conociéndose vuestros padres primero como
vecinos de barrio , y luego como compañeros de curso después. ¡Toda una vida
junta! No podría ser de otra manera
-entonces- que hoy con la gracia de Dios, sellen un compromiso que hunde sus raíces
prácticamente en la infancia y adolescencia.
Permítanme detenerme en cuatro puntos concretos que
estimo son necesarios en la vida matrimonial
en nuestros días:
a). Saber dialogar: El Papa Juan Pablo II
fue un gran comunicador, en el Encuentro del Jubileo del 200' se reunió con
jóvenes de todo el mundo a los que les dijo que ese momento “no es un monólogo sino un diálogo”, ello
es aplicable a la vida cotidiana de los esposos puesto que a partir de hoy no se hablará desde el
individualismo sino desde la realidad que son uno solo buscando que la
comunicación sea siempre veraz, oportuna y clara.
Recordando que la verdad es un imperativo en la
vida familiar, que lo que se quiere decir no debe tener prisas ni demoras y que
se debe dialogar con claridad donde las palabras lleven a comprenderse
mutuamente y no a confundirse. Tengan presente que uno es dueño de sus
silencios y esclavo de sus palabras.
b). Saber perdonarse: Para quien se sabe
que está en las manos de Dios, el tema
del perdón es fundamental no sólo a nivel personal sino familiar, por lo que
asumiendo que ninguno es un brillante que destello solo virtudes a su
alrededor, sabemos que de mucho más de lo que nosotros podemos perdonar las
ofensas cometidas Dios nos ha perdonado previamente a cada uno. Sabio consejo
encontramos en la Sagrada Escritura a este respecto: “
c). Saber agradecer: El Padre Mateo
Crawley-Boevey SS.CC gran impulsor contemporáneo de la devoción al Sagrado
Corazón, escribió una bella oración cuyo centro es la gratitud a Dios. Citando
al Apóstol San Pablo pregunta: “¿Qué
tienes tú que no te haya sido dado?”. A lo largo de nuestra vida hace mucho
bien hacer un recuento de las deudas espirituales que tenemos hacia quienes nos
han tratado bien y dado nuevas oportunidades.
En la vida que hoy inician como
esposos deben acostumbrarse a ser mutuamente agradecidos, a no dar por supuesto
que la comida se hizo sola, que las compras llegaron por casualidad, que el
aseo fue algo automático. Tras cada pequeño detalle descubrirán la delicadeza
del amor hecho servicio asumiendo que la santidad y crecimiento en las virtudes
no radica principalmente en las sorprendentes acciones sino en la infinitud de
los pequeños detalles de la vida diaria que sabrán agradecer oportunamente.
d). Saber preguntar: ¿Puedo? Esta pregunta forma parte de la que formuló el actual
Romano Pontífice a un grupo de novios hace una década. Algo muy simple pero
necesario. Incluso la mejor de las buenas intenciones puede verse frustrada si
acaso no se tiene en consideración lo que piensa y quiere realmente la otra
persona. La sorpresa puede resultar ser buena en ocasiones, pero en otras puede
ser como un balde de agua fría. Por
esto, se hace necesario en la vida como esposos y en la vida familiar,
preguntar a los demás sobre que desean. Ello forma parte del ejercicio de la
humildad, de la paciencia y de generosidad asumiendo –en el “matri”…como dicen los jóvenes- que
quien vive para servir, sirve para vivir.
¡Que Viva Cristo Rey!
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