martes, 2 de junio de 2015
martes, 26 de mayo de 2015
PARA VOSOTROS Y CON VOSOTROS, UNA VEZ SACERDOTE SIEMPRE SACERDOTE
SÁBADO / SEMANA SEXTA /
TIEMPO DE PASCUA / CICLO “B”.
1.
“Por este motivo os llamé para veros y
hablaros, pues precisamente por la esperanza de Israel llevo yo estas cadenas” (Hechos de los Apóstoles XXVIII, 20).
Un criterio espiritual y pastoral que he procurado mantener a lo largo
de los últimos veinticinco años de sacerdocio es tomar las lecturas propias de
cada día con el fin de mantener la mirada puesta en los textos que el Señor por
medio de su Iglesia en la liturgia nos propone cotidianamente. Cada día
tiene su afán dice el refranero popular sacado del libro del Eclesiastés…y añadiremos para cada día hay
una página de la Santa Biblia abierta a nuestra mente y corazón.
Y, sabemos que no es un texto elegido al azar, sino que –realmente- la voz del Espíritu Santo se oye en cada versículo y en cada capítulo: por esto, solemos quedar sorprendidos y desafiados por
los caminos que el Dios de la Palabra y la Palabra de Dios nos exhortan.
Con San Pablo diré hoy: “Os
llamé para veros y hablaros”. En efecto, con ocasión del aniversario del nacimiento, vemos esta
ocasión como una oportunidad para dar gracias a Dios por habernos llamado a
conocer, a compartir y a crecer en la fe en Cristo por medio de los vínculos de
la familiaridad, de la amistad y de la recíproca paternidad y fraternidad
espiritual en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Por ello: ¡para
vosotros y junto a vosotros, una vez sacerdote, siempre sacerdote!
Debo reconocer que
desde que tempranamente Dios me llamó a la consagración sacerdotal me he sabido
portador de un don inmerecido y que trasciende infinitamente las humanas y
limitadas capacidades. Quedamos en deuda ante la misericordia; quedamos cortos ante las gracias concedidas; quedamos exigidos por los dones
otorgados, lo cual una y otra vez nos lleva a decir: “Las misericordias del Señor cada día cantaré” (Salmo 88).
En un polvoriento
cuaderno de meditaciones escrito hace unos años, el lunes 18 de abril de 1983
anoté: “¿Será por tus cualidades que
Él te ha elegido?...A veces parece que pensaras que así es. Lo que pasa es que
ese orgullo es tan grande que te ciega ver que Dios por su infinita bondad te
eligió”.
El ejercicio del
ministerio sacerdotal durante veinticinco años, sumado a los años de formación
presbiteral en el Pontificio Seminario ubicado a los pies de la Purísima de Lo
Vásquez, me han enseñado a percibir la necesidad de tener una vida consagrada moldeada
por el ejemplo de San Juan el Bautista quien, ante la grandeza del Cordero de
Dios presente en medio del mundo dijo: “Es
necesario que el crezca y que yo disminuya”. En el mundo de la
comunicación los cables importan porque logran conectar con mayor definición a
los receptores… Al mirar un puente entendemos que éste tiene su razón de ser si
acaso logra acercar dos extremos…Así el sacerdocio en Cristo une eficazmente el
cielo y la tierra.
2.
“Su trono está en los cielos; ven sus ojos el
mundo, sus párpados exploran a los hijos de Adán” (Salmo XI, 4).
El contacto diario con el misterio más grande del amor de Dios al
mundo como es habernos dejado a su propio hijo en la Santísima Eucaristía hace
que las deficiencias sean más evidentes para cada uno y mas perceptibles para
los demás, por lo que la figura de un consagrado resultará en todo momento y
en cada época un signo de contradicción para un mundo, que en ocasiones no sólo
se le hace difícil comprender el sacerdocio sino que en la actualidad le
resulta casi inaceptable la sola idea de un alma consagrada para Dios.
Por esto, en la Ultima Cena, nuestro Señor dijo al Padre por sus
discípulos: “Padre no te ruego que los
saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo,
como tampoco Yo soy del mundo”.
En ocasiones constatamos que para muchos católicos la Iglesia se
parece a un pasajero que se le escapó su medio de locomoción. El sacerdote para
algunos es como un pasajero en un andén, que espera ser transportado por el
carro de la modernidad, al que mira con nostalgia porque se la ha pasado de largo y que espera con desesperanza su venida que tarda en pasar. No es extraño ver que en algunos
seminarios de formación sacerdotal se instala la tentación de la búsqueda
frenética de novedades y de modas que el solo tiempo terminará sepultando.
La tentación de llevarse bien con el mundo, y adecuarse a una cultura
pseudo-moderna conlleva el olvido de las enseñanzas de Jesús: “! Yo
les he dado Tu Palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como
tampoco Yo soy del mundo” (San
Juan XVII, 14).
Entendámoslo claramente: “¡Quien
quiere ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios” (Santiago IV, 4).
Y esto nada tiene que ver con la receptividad del mensaje de Cristo,
ni con una mejor capacidad para comunicarse con todas las personas, porque
estamos convencidos que, si el
misterio de Dios da entidad a la vida humana, entonces, lo que constituye el anuncio de la verdad de
Dios es realmente el camino de nuestra la Iglesia para nuestros días donde la
incertidumbre, la duda y la desconfianza anida en el alma de gran parte de
nuestra sociedad.
Dios no quita nada al hombre sino que le concede todo; no es rival de
nuestra libertad sino su primer garante, por esto, el hecho de manifestar en
toda su hondura y exigencia la verdad del Evangelio es la vía más expedita para
la profundización de la vida cristiana. ¡Solo la fidelidad es fecunda! ¡Sólo la
fidelidad abre espacios inagotables de caridad! ¡Sólo en la fidelidad anida la
verdadera esperanza!
Todos estos años de vida sacerdotal he constatado que la fidelidad
a Dios sólo se escribe con letra mayúscula nunca con letra chica.
3.
“Este es el discípulo que da testimonio de estas
cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (San Juan XXI, 24).
En los años de Seminario, algunos seminaristas con humor me decían que
yo no daba “testimonio” sino más bien
daba “testimomio”. Admito que algo de
razón tenían, pues la
formación recibida al interior del hogar,
a lo largo de los años de vida escolar en el Colegio de los Sagrados
Corazones y gran parte de la etapa de Seminario en Lo Vásquez, unida a la
cercanía espiritual de diversos sacerdotes, gestó un perfil de sacerdocio que
puede ser sintetizado en la búsqueda incansable de procurar ser un sacerdote
según el Corazón de Jesús y no un sacerdote al servicio de la mundanidad.
Por lo anterior, sólo tengo
en este día palabras de gratitud a Dios por haberme permitido vivir largos años
como sacerdote, junto a ser heredero de una formación de la cual el
carácter testimonial me ha hecho conocer en primera persona la abnegación, la
fidelidad, el espíritu de sacrificio, de una fe intransable que he visto en
quienes me han acompañado cercanamente en toda mi vida.
La familia, los amigos, y los feligreses son parte de mi vida. Y, parte
fundamental, sin los cuales no habría surgido el germen vocacional
tempranamente y probablemente los vientos del secularismo habrían mermado la
formación con consecuencias tan
dramáticas como las que hemos constado por la honda crisis vocacional que enfrenta
actualmente nuestro Seminario Pontificio y una suerte de esclerosis espiritual y pastoral al interior
de la Iglesia.
El
Evangelio de hoy nos invita a ser testigos convencidos
y convincentes de las gracias
recibidas, realidades que necesariamente vinculadas entre sí, han de estar debidamente ordenadas: “Nadie da lo que no tiene” y “nadie ama lo que no conoce”. En
consecuencia, las crisis de credibilidad son consecuencia del eclipse de la
fe, en tanto que las faltas de identidad son faltas de fe.
Lo
anterior nos hace reconocer el valor del testimonio como fundamental en la hora
presente donde los modelos que tiene nuestra sociedad se diluyen en el mar de
un mundo empecinado en oponerse a los designios de Dios y de su Iglesia. El
testigo certifica con su vida lo que ha visto lo que ha conocido, lo que ha
vivido, y ello es consecuencia de la condición propia de quien asume la
invitación a ser “sal de la tierra” y
“luz del mundo” en toda
circunstancia, por adversa que nos parezca inicialmente.
Esta
hermoso lugar sagrado, ubicado en el corazón de Tunquén, fue construido gracias
a la generosidad de los vecinos que, colocaron en el centro de la localidad la
Capilla donde se habitualmente se ha de celebrar la Santa Misa. Con ello se
quiso significar la importancia de dar a Dios el lugar que le corresponde en el
desarrollo de la sociedad y en la necesidad de centrar en la piedad cada
determinación, cada pensamiento y cada deseo que se tenga.
Por
desgracia, hoy para muchos, Dios es un desconocido. En el mejor de los casos puede obtener el título
de una sentimental visita, se le permite a Dios entrar en
la vida “con hora de llegada y de
partida”. Mas, el lugar que ocupe el Señor ha de ser el centro, lo primero que como
opción se tome y lo último que como premio se reciba con la Bienaventuranza
eterna.
No
se trata de sólo recurrir a Dios después de todo lo que uno haya hecho: porque
entonces limitamos su gracia a un auxilio;
tampoco, se trata de invocarlo -.exclusivamente- en la angustia prometiendo
determinadas acciones: porque entonces terminamos creyendo obtener los dones no
desde la gratuidad sino desde la reciprocidad. No se puede negociar ni lucrar
con la bondad de Dios: ¡Es libérrimo, es magnánimo, es misericordioso!
Entonces,
el testimonio de los Apóstoles, de los santos es ejemplificador. Este templo
está colocado bajo el patronazgo de una vecina que fue elevada a los altares:
Santa Teresa de los Andes, cuya reliquia –aquí venerada- fue entregada con
ocasión de su canonización el año 1992. Es posible que entre sus largas
cabalgaduras de verano, nuestra santa haya visitado estos hermosos parajes, de
los cuales escribió: “todo lo que veo me
lleva a Dios”.
Un día como hoy, hace un tiempo atrás, nací como el cuarto de los hermanos. Enrique, que
como un ángel partió a pocos meses de nacido, Paulina Luisa y Hugo Hernán. Ese
día, jueves 23 de Mayo se celebraba la fiesta del Apóstol Santiago, cuyo nombre
hebreo es Iacobi del cual proviene
Jaime. Doy gracias a Dios que la reforma litúrgica se implementó años
después de mi nacimiento, porque si hubiese nacido en este tiempo, el santoral coloca a Desiderio y Florencio…y
no me veo portador de esos nombres.
Como Apóstol era conocido con el seudónimo de “boanergues” (San Marcos III, 17), que el mismo Señor les colocó, que
significa “hijo del trueno”, en
virtud del ímpetu de su carácter fuerte, que le hizo actuar impetuosamente y de
manera enérgica. Le pidió a Jesús permiso para hacer caer fuego sobre quienes
los rechazaban…No he llegado a pedir como mi Santo Patrono pero ganas
sobrevienen a veces….Por él intercedieron sus seres queridos ante Jesús para ocupar un lugar de importancia y
figuración…Aunque no he implorado como mi Santo Patrono, no olvido las enseñanzas
de quien fuera Cura de esta Parroquia: “Nada
pedir y nada rechazar”.
De esta manera, uno vive bien, hace el bien, y vive feliz de
procurar cumplir la voluntad de Dios. Tengo certeza que mi Apóstol Patrono
no se dejó seducir ni por el quietismo ni por el conformismo: Dio la cara,
navegó con tiempo calmo y tempestades, exigió en tiempos de claudicaciones, tuvo
la convicción que quien tiene a Dios en su alma nada le falta porque lo tiene
todo, por esto, su testimonio apostólico
terminó con el inicio del camino de quienes a lo largo de dos milenios han
proclamado que su existencia no tiene sentido si Dios está al margen de su
vida. Dio su vida por el Autor de ella. Gracias por vuestra compañía y
oración en este día. ¡Que viva Cristo Rey! Amén.
lunes, 25 de mayo de 2015
Ser cristiano es saber esperar

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR / CICLO “B” .
1. “Recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros. Seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. (Hechos de los Apóstoles I, 8).
La promesa que nos entrega San Lucas en Los
Hechos de los Apóstoles, tiene íntima relación con el modo cómo los discípulos
se habían comportado y el cómo el Señor los había elegido. Ya resucitado les
hace ver que no confiaron en el testimonio de los primeros testigos de la
evidencia del sepulcro vacío: No creyeron a María Magdalena (San Marcos XVI, 11)
ni a las otras mujeres que de madrugada fueron hacia aquel lugar; tampoco
creyeron a los peregrinos de Emaús (San Marcos XVI, 13); tampoco mayormente a
lo dicho por Pedro y Juan. En realidad, algo hubo que les impedía hasta entonces, aceptar
aquella evidencia, que resultaría más
real que la realidad…
En la actualidad un sociólogo diría que es una
actitud “autoflagelante” la que
sostiene el evangelista. ¿Qué sentido puede tener que un Apóstol rubrique y
destaque la debilidad de los discípulos?
En primer lugar, para señalar el imperativo
del valor del convencimiento contagioso de la fe recibida y vivida. En
efecto, el hecho de creer en nuestro Señor pasa por la fe de quienes nos lo han
anunciado. Si acaso hoy creemos, no ha sido por un fuego que espontáneamente surgió de la nada, sino que ha sido
consecuencia de que un fuego ha encendido otro fuego. ¡Qué mejor y más bello
puede ser que poder compartir el don de la fe con quienes están junto a
nosotros!
En segundo lugar, para que aprendamos a valorar
que las crisis de fe pueden ser una oportunidad para crecer en mayor
confianza en Dios. ¡A no dejarse cautivar por la tristeza a la que conduce
tenerse por indigno de haber dudado! Si los mismos apóstoles dudaron ¿nosotros
no lo haremos? ¡Los once desconfiaron, los once dudaron, y los once vacilaron! El
hombre actual cree que todo lo que desea es bueno, y que todo lo que proyecta
debe cumplirse, olvidando que la única seguridad que no perece es aquella que
se ancla en el poder y la bondad de
nuestro Dios.
Ningún presente será más valioso, ninguna
medicina más necesaria, ningún proyecto será más realizable, que ser portadores
de aquella certeza de la cual hemos de ser custodios humildes, veraces y
valientes, La sociedad cristiana no es un barco a la deriva sino una
embarcación que es actualmente fuertemente zarandeada. Avanzamos
con dificultad; nos movemos con lentitud, pero, porque sabemos a dónde vamos y porque
sabemos con Quién vamos, es que somos capaces de invitar a otros a subirse a
esta navegación, a la cual nos
dijo Jesús: Duc in altum: Ir hacia lo
profundo e ir hacia lo alto…como la Cruz nos muestra.
2.
“Que de toda la tierra Él es el Rey: ¡Salmodiad
a Dios con destreza! Reina
Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono” (Salmo VIIL, 8).
Lo hermoso de nuestra fe en Dios es que Él se ha
mostrado cono un Dios cercano, que ha querido tomar parte en la vida del hombre
de una manera tan propia como fue permitiendo que su Hijo único se hiciera
semejante en todo al hombre, excepto en el pecado. Y esa semejanza no es
similitud: por eso a Dios lo llamamos “Nuestro
Padre” y a Cristo le decimos “Nuestro
Señor”. Jesús no es el “flaco”,
ni el “buena onda”, es Dios y hombre
a la vez, ante cuyo sólo nombre toda rodilla debe doblarse “en el cielo y en la
tierra”, por ello nadie puede “echárselo
al bolsillo” ni osar “tomarlo con sus
manos”. Procuremos tratarlo siempre como quien es y como quien se nos ha manifestado:
¡Es el Señor!
Hermanos: Hay como una simetría entre la capacidad
de confianza que tenemos en una persona con el respeto que le
profesamos. A quien se cree nunca se le falta el respeto, siempre se le
rinden los mayores honores y se le procura hacer todo tipo de atenciones, en
cambio, cuando no se cree en alguien se suele ser descortés, desconfiado, y distante.
En consecuencia, el hecho de confiar en Cristo sólo puede llevarnos a un
mayor respeto a su persona, a sus enseñanzas, y a manifestarlo en los diversos
actos de piedad en cada uno de los cuales nada es irrelevante tratándose de
quien ha dado su vida por cada uno de nosotros.
El paso de Cristo en medio nuestro estuvo
marcado por hacer el bien en toda circunstancia. ¡Es un Dios a todo evento!
Que por todos los medios nos muestra su bondad y también, su realeza pues, recordamos que “Reina Dios sobre las naciones” (Salmo VIII). Por ello, para un
creyente cualquier momento le resulta oportuno para descubrir la mano de Dios alrededor suyo, tal como lo
escribió nuestra santa, Teresa de los Andes: “Todo lo que veo me lleva a Dios”. En realidad, el creyente
experimenta la vida como una prolongación de la virtud de la esperanza.
¡Todo lo podemos en Cristo! ¡Nada es imposible para Él, ni para quienes creen
en Él! Si Cristo conmigo ¿Quién contra mí´? ¿Quién contra nosotros?
El Evangelio del día de la Ascensión nos invita
a crecer en la virtud de la esperanza. ¿Qué esperamos de la vida hoy? ¿Cuáles serían nuestros sueños inmediatos? Uno dirá “vivir en paz”, “desarrollarme como
persona”, “crecer profesionalmente”, “fundar una familia”, en fin, la lista
casi sería prácticamente interminable. Pero, el asunto esencial no está en
cuántos son nuestros deseos y anhelos, sino en cual ocupa el primer lugar de
nuestra esperanza. Aquello que es prioritario y que no puede
posponerse…Evidentemente, para el fiel bautizado es alcanzar la bienaventuranza
eterna, lo que en palabras del Apóstol dice: “ser ciudadanos del cielo”. Entonces, la respuesta del Catecismo del Papa San Pío X es elocuente: “El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios porque el ama humana
es espiritual y racional, libre en su obrar, capaz de conocer y amar a Dios y
gozarlo eternamente: perfecciones que son un reflejo de la infinita grandeza
del Señor” (Parte III, número 56).
“Bajo
sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que
es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo”. (Efesios I, 22-23).
La segunda lectura de esta semana nos muestra
un ejemplo tan claro como oportuno para los tiempos que estamos viviendo
respecto de nuestra fe. Habla que Cristo es “Cabeza de la Iglesia” y la “Iglesia
su cuerpo”, por lo que el camino que conduce a la Vida Eterna pasa
necesariamente por no solo por la pertenencia a la Iglesia desde el bautismo,
sino por la comunión plena con ella.
Las “viejas y modernas” novedades tienden a separar a Cristo de su
Iglesia pretendiendo hacer posible aquello que la misericordia de Dios ha
establecido de una vez para siempre con la vida de la Iglesia. ¡Toda gracia
de Cristo pasa por mediación de su Iglesia! ¡Ninguna alma llega al Cielo si
acaso no es por su necesaria vinculación con la Iglesia!
Nuestra vida como miembros de la Iglesia no
puede prescindir del resto de los creyentes, llamados a salvarse como parte de la vid. Aún
el denominado pusillus grex, el pequeño
rebaño fiel del que habla la Santa Biblia tiene una dimensión universal de
la caridad y del apostolado. Hemos visto
recientemente lo dramático que resulta constatar la violencia de algunos líderes
religiosos musulmanes que han sostenido que su “creencia no es de paz sino de guerra”, por ello, no han dudado
en decapitar a cientos de inocentes en estos últimos meses en Oriente.
Entonces, si resulta tan fuerte ver la imagen de un decapitado en nuestros
tiempos, nos preguntamos ¿cómo será ver a la luz de un creyente la indebida escisión
que se pretende hacer entre Cristo y su Iglesia?
No estamos llamados a salvarnos solos…estamos
llamados a salvarnos como racimo, como miembros vivos del Cuerpo Místico de
Cristo que es su Iglesia. Por ello, nuestro señor en el evangelio nos presenta
cuatro signos de su presencia real en su Iglesia real.
a). Se
expulsarán demonios: No nos cansemos de repetir que la mayor tragedia humana
no son las consecuencias de un huracán, de una erupción volcánica, de un sismo,
de una epidemia, sino que el mal más hondo de nuestra vida implica consentir un
solo pecado grave. ¡La pobreza más excluyente es aquella que nos lleva a estar
excluidos del Cielo! Como anticipo de Bienaventuranza tenemos que una comunidad abierta a Dios cierra las
puertas al Maligno, lo cual es signo de la presencia de Dios en el mundo y en
nuestra alma. Síntoma elocuente es la recepción frecuente de-l sacramento de la
confesión…
b) Se
hablará en lenguas nuevas: No se trata de que vamos a ser políglotas, que
tendremos facilidad de hablar en diversos idiomas, sino que el “idioma nuevo” será la vivencia del amor
que no necesita de otro intérprete que comparar la propia conducta con el
Decálogo y las Bienaventuranzas. En cada comunidad creyente debe primar el
idioma del Santo Evangelio en la vida diaria, lo que hace tener “un mismo pensar y un mismo sentir”. ¡El amor traduce, la
falta de él confunde!
c).
Se vencerá el veneno: El antídoto contra un veneno permite seguir viviendo. De
manera semejante, la fuerza
destructiva de las ideologías actuales nada podrán hacer contra aquel creyente,
y contra aquella comunidad que se esfuerza por vivir en la presencia divina por
medio de los antídotos celestiales
como son: la piedad eucarística, la oración perseverante la devoción
a la Santísima Virgen y la fidelidad a cada uno de los sucesores
de aquel a quien Jesús dijo: “Tú eres
Pedro, sobre ti fundaré mi Iglesia y el poder del mal nunca prevalecerá”.
d).
Se sanarán los enfermos: La vivencia de las obras de misericordia
responde a un estilo característico de la vida de los creyentes…Hace dos milenios la novedad de las palabras de
Jesús invitaban a ser “bondadosos”, “misericordioso”, “a colocar la otra mejilla”, “a
dar antes que recibir”, “a perdonar”.
Todo esto, dicho de frente ante una
cultura marcada por la ley del Talión: “ojo
por ojo, diente por diente, vida por vida”.
El eclipse de la vivencia de la fe conlleva
necesariamente el oscurecimiento de las virtudes en toda la sociedad, pues, quien se olvida de Dios por la mañana, se
olvida del hombre por la tarde, es decir: Sin amor a Dios no es posible la
caridad, y la denominada ayuda fraterna
y la solidaridad se terminan transformando-simplemente- en un esqueleto inerte.
3. “Y
les dijo: ¡Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación! El
que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (San Marcos XVI, 15.16).
A través del apostolado debemos dar razones de
nuestra fe a quienes están junto a nosotros y en quienes el Señor espera su
conversión por medio del fiel testimonio de vida cristiana en toda su Iglesia
cuya primera corresponsabilidad es la
de ser camino de santidad.
Los discípulos luego de la Ascensión del Señor,
experimentaron la certeza de saber que las fuerzas mundanas no podían apagar la
luz de la fe que provino del hecho de la
resurrección (Romanos XXXV, 35-39). Entonces, la unión de Cristo y Dios Padre
que hoy se solemniza, no implica un
alejamiento del Señor Jesús de nosotros, sino, por el contrario, el hecho de
retornar al Padre Eterno conlleva a tenerlo como un camino permanente y seguro
que conduce a la Bienaventuranza. ¡Vuelve al Padre para quedarse en medio nuestro!
En sólo una semana, Jesús viendo que estamos
desanimados, que nos sentimos huérfanos y desamparados, nos enviará el Espíritu
Santo, que hace nuevas todas las cosas. Entonces: ¡Fuera las vacilaciones
¡Fuera los silencios sospechosos! ¡Fuera
la complicidad con los dictámenes mundanos! ¡Viva Cristo Rey! Amen.
Sacerdote: Jaime Herrera González / Cura
Párroco de Puerto Claro / Valparaíso
sábado, 9 de mayo de 2015
Unidos a Cristo y Unidos en Cristo
QUINTO DOMINGO /
TIEMPO DE PASCUA / CICLO “B”.
1. “Andaba
con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor” (Hechos
IX, 28).
En las vísperas del Día del Señor hacemos una peregrinación espiritual
hacia Tierra Santa. En estos días donde hemos puesto la mirada en la
resurrección del Señor hemos transitado por diversos lugares donde se apareció
el Señor, lo cual fue motivo de alegría para grandes y pequeños, para fuertes y
débiles, cuya grandeza común fue dar lugar, luego de las tinieblas, incertidumbres,
soledades y tristezas, al gozo y certeza anidado en sus corazones, ante el
Señor: que de la muerte salió victorioso.
Pero, todo aquello no sólo tuvo
lugar en Jerusalén, sino que Jesucristo comenzó su ministerio público en el Río
Jordán donde fue bautizado por San Juan Bautista. Hoy, para bautizar a quien
será constituido hijo de Dios usaremos agua sacada desde ese río y que ha llegado
generosamente a nuestras manos. Con ello queremos significar elocuentemente que
lo que nuestro Señor hizo como señal conveniente para nosotros, se transforme
en sacramento, eficaz y necesario para quien ahora es bautizado.
El tiempo de Pascua es tiempo de resurrección, todo en él nos habla de
una vida nueva: de
Cristo que está junto al Padre Eterno; de los Apóstoles que ven transformadas
sus almas en el reencuentro con el resucitado; de la Virgen María cuya
esperanza contagia a la plegaria de la Iglesia naciente; y de cada uno de los
bautizados, que vemos en este maravilloso camino instituido por Cristo la vía para nacer de verdad para
siempre, tal como dice nuestro Señor a Nicodemo: “En verdad, en verdad os
digo: Si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de los Cielos” (San Juan III,5).
“Le recordarán y volverán a Dios todos los
confines de la tierra, ante Él se postrarán todas las familias de las gentes” (Salmo
XXII, 28).
El diálogo que tuvo nuestro Señor con aquel anciano magistrado al
anochecer se desarrolla en un ambiente afectuoso y respetuoso, realidad que se
mantendría cuantos años se extendió la predicación pública. Sabemos que la
gracia supone la naturaleza, por lo que los presupuestos de cercanía mutua
facilitarían eficazmente el crecimiento espiritual y la apertura hacia la
verdad revelada. Y, junto al cariño mutuo y al trato debido se percibe una
ambiente exigente, pues se invita a una victoria sobre el pecado y a participar en la vida misma de
Dios. Si para Nicodemo resultaba arduo comprender el misterio de la
filiación divina, no es un camino fácil
para nosotros, pero sí lo suele ser para los pequeños: “Gracias Padre porque has revelado estas cosas a los sencillos y
pequeños” (San Mateo XI, 25).
Hace unos días, mientras viajábamos de Tunquén a Viña del Mar, con los
padres de Agustín, de pronto le pregunté si rezaba al “tatita Dios”, a lo cual me repudió que lo hacia todas las noches.
Su padre le dijo que –además- debía hablarle en las mañanas, a lo cual, de
inmediato el pequeño se comprometió a hacerlo.
Estoy cierto que ese diálogo lo escuchaba el Señor con gran alegría, la misma con la que en esta tarde debe estar
contemplando desde lo alto, esta celebración litúrgica en la cual, aquel que le
ha conversado ya desde temprana edad, le implora, junto a sus padres y
padrinos, ser tenido entre los renuevos
del Cielo y de la Iglesia.
En efecto, el Santo Evangelio nos habla hoy de una nueva
autodenominación del Señor: “Yo soy la
vid; vosotros los sarmientos” (San Juan XV, 5). La experiencia nos indica que en la vida
vegetal nuestros plantas, nuestros árboles, nuestras flores, nuestros frutos
sólo pueden subsistir y tener vigor si acaso se mantienen unidos plenamente a
las raíces y troncos respectivos. ¿Qué le sucede a una flor que es contada y
dejada una semana sin agua? Se seca… ¿Qué le sucede a un fruto que es sacado
del árbol y abandonado? Se pudre…Pues, entonces, es necesario estar unido a la vid para que
los sarmientos tengan vida, pues segregados resultan estériles los esfuerzos e
infecundos los frutos deseados.
En la vida espiritual acontece algo similar: Unidos a Cristo, los
padres tienen la gracia para criar a sus hijos según el querer de Dios: Encontrando
en los momentos a solas para exponer sus convicciones y plantear sus eventuales
diferencias; descubriendo las genuinas características de cada hijo para poder
entregarle la ayuda oportuna y necesaria; buscando con esfuerzo enriquecer los
escasos momentos que las jornadas laborales permiten en bien de sus hijos; asumiendo
el camino mutuo y exigente de saber compatibilizar una cercanía cómplice con
una clara huella que no reniegue de la exigencia, tal como los antepasados lo sincretizaban
en un refrán: “mano de hierro en guante
de seda”.
En vistas al mundo que este niño enfrentará en su vida adulta se hace
imprescindible que se mantengan unidos a las enseñanzas y a la vida del Señor,
nuestro Dios. Cualquier duda, toda incertidumbre y todo temor humano tienen
respuesta en la persona de Jesucristo que tiene “palabras de Vida Eterna”. Ante tantas realidades donde la sociedad ha pretendido dar seguridad,
progreso, alegría al hombre, constatamos que por todas partes esta embarcación “hace agua”, por lo que surge
espontáneamente la pregunta co la que los discípulos clamaron: “¿Señor, dónde podemos ir?”.
La cultura actual nos entrega sucedáneos de felicidad, y hace nuevos esclavos con la gravedad que se
creen libres. ¡Antes el esclavo sabía su condición! Por ello, se vive en un
mundo de fantasía, de ilusión, en el cual las variadas recetas, incluidas las
emitidas por el liberacionismo ad intra
ecclesia, pretender cortar los sarmientos y unirlos a las piedras del
poder, del tener y del placer, ofreciendo una redención y una libertad que
excluye a Cristo e incluye al progreso, al espíritu secularizador, al
endiosamiento de la libertad, y a la idolatría de la conciencia. ¡Todos
estos remedios tienen a nuestro mundo en una fase terminal!
Muchos pensarán que nuestra visión es pesimista. ¡Se equivocan! La
crudeza de los resultados médicas de una grave enfermedad que se padece por
largo tiempo, suelen ser el camino para esperar una plena y pronta recuperación
a los males que se tienen y se desconoce actualmente su origen. En este caso, desde
la fe, el hombre actual y la sociedad en que vivimos, no es un enfermo que se
va a morir sino alguien que se sanará
plenamente.
Por ello, los hijos de Dios y de la Iglesia sólo pueden ser
optimistas porque han puesto su confianza en lo que no pasa de moda, en lo que
no se pierde, en lo que no pierde su valor, es decir, en la vida de Quien
venció de una vez para siempre: el pecado, al demonio, y al mundanismo.
Como padres de este niño que vamos a bautizar deben renovar hoy sus
promesas bautismales, con lo cual se comprometen a procurar llevar una vida a
la medida del amor de Dios. Hemos hablado de la unión a Cristo, ahora nos
detendremos unos momentos en la unión en
Cristo, la cual es el fundamento del amor verdadero que, donde está,
siempre hace nuevas todas las cosas.
“Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce
todo” (1 San Juan III, 20).
Un cirio encendido representa a Cristo Luz del Mundo: bien sabemos lo
que pasa cuando se corta la luz de improviso, nos detenemos, quedamos en el mismo
lugar esperando que pronto se restituya. En ocasiones, se sobreviene un
sentimiento de incertidumbre y de temor ante lo desconocido. ¿Quién conoce
lo que hay en la oscuridad? ¡Sólo sabemos de lo que vemos y para ello, la luz juega un rol insustituible!
Por
ello, si acaso Cristo es la Luz del Mundo, es porque es capaz de descifrar toda
incertidumbre y de sobreponernos a todo temor. Tantas veces lo dice el Señor en
el Evangelio: “Soy, yo no temáis”.
Pero, no basta con dejar los temores de lado es necesario confiar el ´El
para vivir con Él, por lo que la unión con Cristo nos invita a irradiar su luz
a todos los que están a nuestro alrededor, en especial, al interior de la familia
llamada a ser domus ecclesiae, que es
uno de los caminos más preclaros para vivir el Evangelio en nuestro tiempo.
Así
lo sentenció el Papa Juan Pablo II cuando visitó nuestra ciudad: “¡El futuro del mundo pasa por la familia!”,
por lo que ninguna iniciativa de renovación
pastoral ni eclesial válida puede pretender
prescindir del hogar para evangelizar el mundo actual. Del fortalecimiento del
hogar, de la fortaleza de la familia depende no sólo el porvenir sino la
existencia misma de nuestra sociedad.
Como
padres y padrinos tienen el imperativo de hacer que la vida de quien hoy es
bautizado sea el seguimiento de la vocación que Dios le ha trazado, pues el
Señor no nos creó para dejarnos solos en manos de un destino ciego, sino que continúa
a nuestro lado con el cuidado de su Divina Providencia, la cual es tan
diligente como intima aunque nos olvidemos de ella.
Ese
camino se recorre con el consejo de los
padres y padrinos, pero –también- por medio de la frecuencia a cada uno de los sacramentos, con un espíritu de verdadera
confianza hecha plegaria…Recuerden
que “la oración es la verdadera
respiración del alma”, y una educación
que jamás prescinda del horizonte de las enseñanzas de nuestra Iglesia, las
cuales lejos de ser murallas que separan, son puentes que nos permiten responder
cabalmente a los designios de Dios, en
cuyo pleno cumplimiento está la felicidad y bienestar verdadero.
“No teman”
repetimos una y otra vez. No teman aventurarse por la senda de la fe que da
seguridad si procuran como padres de familia hacer realidad el mandato de la
caridad que nos enseñan las sagradas Escrituras: “El amor es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés, no se irrita, no
toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no
acaba nunca” (1 Corintios XIII, 4-8).
Con
la certeza de saber que los padres de quien es bautizado han conocido la vida
de la Iglesia desde temprana edad, confiamos en que se esmerarán en hacer que su primogénito, a medida que vaya creciendo a su mirada, lo
haga -también y primero- a la mirada de Dios: hoy, en cuya alma inhabita la
Trinidad Santa; hoy cuya alma es purificada de la culpa del pecado original,
hoy que recibe la fuerza extraordinaria de la gracia santificante; hoy, que pasa a formar parte de una vez para
siempre de nuestra Iglesia, que es: una, santa, católica, apostólica y romana.
¡Fuera de la Iglesia no hay salvación! Extra ecclesiam nulla salus.
Que
nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen María cuide e ilumine los pasos
del pequeño Agustín, cuyo nombre está tomado de aquel gran “super héroe de la fe”, que pudo
conquistar tantas almas para Dios Padre desde que en su vida supo dar espacio
primario a la verdad del Cielo entregada a través de la Iglesia Santa, en la
cual puede confiar plenamente.
Sabemos
que en la vida de San Agustín de Hipona
ocupó un lugar principal su madre
–Santa Mónica- , cuyas lágrimas
cautivaron el Corazón de Dios y precipitaron la conversión de su hijo.
Sea
la Virgen María el ícono donde estos
padres creyentes se apoyen y depositen sus seguridades y desvelos en las manos
de aquella Madre Buena que en todo momento sólo colocó la vida de su hijo más
que en manos de Aquel que no puede dejar de amarnos como es el Buen Dios. Amén.
! EXTRA ECLESIAM , NULLA
SALUS!
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SI HIJO DE DIOS…
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HIJO DE LA IGLESIA
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