domingo, 1 de diciembre de 2013

“DIOS CREO AL HOMBRE Y LA MUJER”.

adán y eva
 
1. El futuro del mundo pasa por la familia.

Con alegría en la fiesta del Apóstol Juan, abría sus puertas la Iglesia de Todos los Santos en la ciudad que -en sancrito- significa Ciudad de Dios.  Fundada el año 144 de nuestra era. En una placa colocada en una pared se lee: “Esta Iglesia se levanta a la Gloria de Dios y dedicado a la memoria de Todos los santos en el año de 1883”. Con sólo el dos por ciento de la población de aquella nación de oriente, un numeroso grupo acudía a la Santa Misa el pasado domingo: el mismo evangelio, el mismo color litúrgico, mas o menos las mismas enseñanzas de las que nosotros escuchamos. Con una diferencia: luego que el sacerdote impartió la bendición, más de ochenta personas murieron producto de un grave atentado, quedando heridas casi doscientos feligreses. 

En un mundo que habla frecuentemente de los derechos de las personas, persisten graves abusos hacia aquellos que son fundamentales, uno de los cuales es a profesar la fe recibida. Lejos de ser un caso puntual y dramático, el hecho citado se inscribe en un marco de rechazar a Dios, despreciando a su Iglesia, y exterminando a sus fieles. Lo anterior, está virulentamente manifestado en lo que en ocasiones sale como noticia pero que en gran medida está presente en lo que no aparece rubricado pero que, sistemáticamente, se verifica frecuentemente…
 
Como un cáncer corroe tan silenciosa como audazmente la vida de la sociedad, y evidentemente uno de las primeras víctimas de un mundo que se alza contra Dios, de inmediato va en contra de su obra, cuyo centro es el hombre y la familia.  

En efecto, Dios formó al hombre y la mujer como seres complementarios, de tal manera que para que pueda haber futuro es necesario respetar la vida humana inscrita por Dios en la naturaleza. No respetar ese camino hace hipotecar no sólo la práctica de un determinado credo sino la existencia de la vida misma.  

Un hijo o una hija solo puede ser gestado de un hombre y una mujer, sólo puede ser formado convenientemente por un hombre y una mujer: No nos cansaremos de repetir una y otra vez que ¡ningún ámbito es mas propicio para el desarrollo de la persona como lo es el ámbito familiar! 

Desde la familia se fragua la vida del mundo: únicamente de su reconocimiento y fortalecimiento se pueden esperar beneficios permanentes. El dar reconocimiento y validez legal a uniones al margen de la familia y del matrimonio creado por Dios es nivelar o equiparar  lo que de suyo es imposible. El principio de complementariedad del hombre y la mujer es irrenunciable. 

La Escritura nos habla que Dios formó al hombre y la mujer: ¡nada más! Si afirmamos que sabia es la naturaleza, de igual manera diremos que siempre será ésta, menor que la sabiduría divina. ¡Dios siempre puede más!
 
El fortalecimiento de la familia pasa por el debido y oportuno reconocimiento de lo que es realmente el hombre y la mujer, a la vez que de saber descubrir que las diferencias entre ambos apuntan no al distanciamiento sino a la complementariedad. 

La vaguedad de los roles, que se manifiesta en aspectos aparentemente tan secundarias como un modo de hablar, de vestir, de presentarse, y hasta de peinarse, conlleva una determinada manera de ser. Ya fue señalado en la antigüedad: operari sequitur esse: El obrar sigue al ser: según soy, así me he de comportar. Es muy simple: o creo lo que vivo o vivo lo que creo. No hay punto intermedio en esto. 

Sabemos que la fe es de suyo razonable; y lo razonable conduce a la fe. En ocasiones, los misterios de Dios van mas halla de lo que humanamente puede ser de inmediato comprensible, pero jamás son en esencia irracionales. ¡La fe esta mas allá de razón no esta contra ella! La fe precede la inteligencia, no destruye la inteligencia. Ya lo sentenció San Agustín de Hipona al decir: “creo para entender y entiendo para creer”.

Inmersos en la celebración del Mes de la Biblia, al leerla no hemos de ir a ella con un fin de encontrar un libro que nos aclare aspectos científicos, porque no es un libro de ciencia. Tampoco es un texto en el cual solo hermosamente se hable sobre Dios, sino que es la palabra que Dios mismo nos habla de Si. En realidad, la Santa Biblia es la confidencia de Dios hacia nosotros, por ello siempre ha ocupado, en la liturgia un lugar basilar, desde el cual la Iglesia escucha para creer. Basta recordar que si asistimos a la Santa Misa todos los días durante tres años consecutivos, podríamos decir con certeza que hemos leído la Biblia completa, pues así se hace cotidianamente en la liturgia de la Palabra. 

Obedeciendo la enseñanza que el Señor nos ha hace en este día, al condicionar nuestra filiación de hijos en orden a “escuchar y obedecer la palabra de Dios”, recurrimos una vez mas, a la Sagrada Escritura. Esta vez, al primero de los libros que la componen como es el Génesis. Allí, luego de haber creado el universo, el Señor piensa en aquella creatura que será la única constituida a su “imagen y semejanza” (Génesis I, 26).  

¡Lo que Dios ha pensado, no ha dejado de crear, lo que Dios no ha dejado de crear, tampoco ha dejado providencialmente de cuidar, y aquello que no deja de cuidar Dios  se ha detenido en amar! La mayor grandeza de nuestra humana naturaleza no es sólo haber sido creados, sino sobre todo haber sido amados y salvados por Dios mismo.

El hombre y la mujer fueron creados por Dios: Durante mucho tiempo, esta verdad fue creída por nuestra sociedad de manera unánime. Más, en nuestros días, surgen voces, que cuestionan lo hecho por Dios en la naturaleza, pretendiendo –antojadizamente- manipular aquello que es,  bajo la premisa de lo que se siente: para algunos las cosas son según se sienten, es decir: lo que yo no siento no existe. Ante ello, podríamos preguntar si acaso porque yo no veo el sol este dejará de existir o si acaso yo no siento el calor de sus rayos, estos dejarán de alumbrar. La denominada “dictadura del relativismo” tiene en los endiosados sentimientos uno de sus principales componentes, entre cuyas afirmaciones pretende doblar la mano a  Dios y la naturaleza por el creada, haciendo del ser hombre y ser mujer una opción y no una condición de naturaleza inmutable y permanente.
 
Dios formó a Adán”: lo hizo para que éste fuera protector, por ello incluso la contextura física fue hecha para poder dar protección  a Eva. La capacidad pulmonar del hombre es mayor que la de la mujer porque esto le permite realizar trabajos que implican físicamente mayor esfuerzo y tiempo.  

2. ¿Para qué luego, diseñó a la mujer?  

a). Para ser complemento del hombre: 

Esta respuesta la encontramos en el titulo de aquel cuento tradicional europeo del siglo XVII: “La Bella y la Bestia”. Eva es dadora de vida: por ello su cuerpo es nutricio del que está por nacer, y de los hijos recién nacidos. Su organismo esta capacitado para ser el ámbito donde la persona surja, crezca y se desarrolle, teniendo un carácter exclusivo. Pero, además, no solo es nutridota biológicamente de sus hijos, sino que su alma fue constituida para amar, para ser tierna y cariñosa. Por esto, San Juan Pablo II señalaba que “la vocación de la mujer tiene un nombre, y es maternidad”. El ser femenino no se explica por su dimensión industriosa, es decir, de la capacidad para hacer cosas, sino en virtud de su ser maternal.  

Es verdad, que el cuerpo de la mujer es más frágil que el del hombre, pero no por ello es inferior al hombre. Por ejemplo, la porcelana es más débil que el acero, pero no podemos decir que es inferior al acero. Yo puedo hacer una taza de porcelana, y puedo hacer un mazo de acero, pero no tomo te en un mazo de acero. No podemos decir que porque son diferentes haya uno que sea mejor que otro. No hay dicotomía sino armonía. Hombre y mujer, fueron creados distintos en orden a ser complementarios, lo que en lenguaje bíblico se proclama en las admirables palabras de Adán al ver a Eva: “¡Esta si que hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis II, 21). 

b). Para ser la razón de vivir del hombre:
 
La segunda razón nos hace recurrir a la fábula de Esopo de “La liebre y la tortuga”: En aquella fábula una liebre y una tortuga se retan a una carrera para ver cual de las dos es más rápida. Por cierto, la liebre parte ganando y al poco tiempo toma gran ventaja sobre su lenta perseguidora. Al verse con la victoria en el bolsillo la liebre se sienta a descansar y se duerme. Al despertar ve que la tortuga está a punto de cruzar la meta, y pese al gran esfuerzo final, no logra retomar la punta en la carrera, constatando que es vencida por la tortuga. La enseñanza es simple: despacio se llega lejos. 

El hombre y la mujer son como la liebre y la tortuga. El hombre es como la liebre: es pura energía y brío. Seguro siempre sí mismo.  Suele tener grandes comienzos, y nunca le falta la iniciativa. El hombre puede trabajar más pero, vivirá menos que la mujer: puede ganar en velocidad pero la maratón la ganará la mujer. En cambio, la mujer posee más durabilidad –el sistema inmunológico es superior al del hombre-, es más perseverante, y de hecho suele vivir más años que el hombre. Igualar al hombre y la mujer es tan absurdo como equiparar un matrimonio con una amistad, un acuerdo o un pacto..

3. Incompatibilidad de equiparar el matrimonio a uniones civiles. 

La iniciativa para comparar el matrimonio entre un hombre y una mujer resulta simplemente aberrante, y donde se ha terminado legislando en su favor se ha hipotecado el bien de la sociedad: como católicos no solo debemos procurar tener un seguimiento y acompañamiento con los matrimonios jóvenes, sino que también se hace necesario rechazar toda iniciativa legal que apunte hacia desvirtuar el destino de la familia desde su origen mismo.  La Biblia es clara al decir: ¡Haz el bien, y evita el mal!

Grave resulta por cierto, que una ciudad que se precia de ser patrimonial no destaque la grandeza de la familia, no fortalezca su mantenimiento, toda vez que la familia es la base de la sociedad. Si, por otra parte,  una defensa activa hacia la familia no se percibe, tampoco se descubre una apatía bucólica sin consecuencias,  sino que por el contrario, se constata una verdadera campaña que atenta contra el hogar, al permitir  la apertura casi indiscriminada de diversos centros donde se favorece la promiscuidad como son los pubs –reconocidamente- gaycistas, en los cuales se permite el lucro consentido de personas, en lo que resulta el nuevo rostro de la esclavitud por medio de la prostitucion de menores y mayores. 

Nunca será legítimo lucrar con las personas, y el Estado y nuestra sociedad no deben permitir la trata abusiva de personas aun cuando ella sea monetariamente consensuada.  Recientemente,  en el colmo de la desfachatez,  se ha colocado el emblema del gaycismo en un asta de la Sede del Municipio porteño. ¿Con qué finalidad? El respeto a las instituciones supone y emerge desde el respeto a la persona, integralmente entendida. Entonces, no sólo porque la Iglesia lo enseñe, sino porque la naturaleza humana lo proclama: ¡Sólo existe el ser hombre y el ser mujer, lo demás es invención antojadiza!

En este día, al recordar la presencia maternal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, en este Valle evocador del Paraíso, a lo largo de toda su historia, una vez más,  imploramos que sea Ella la que nos conduzca hacia su Hijo y Dios.  Así, nos lo recordaba el actual Pontífice, hace solo unos días atrás, mientras visitaba la ciudad costrita de Cagliari en la isla de Cerdeña: “¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: Los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!” (Su Santidad el Papa Francisco, Septiembre del 2013). 

Sacerdote Jaime Herrera González. Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro.

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