1. El futuro del mundo pasa
por la familia.
Con alegría en la fiesta del Apóstol Juan, abría sus puertas la Iglesia de
Todos los Santos en la ciudad que -en sancrito- significa Ciudad de Dios. Fundada el año 144 de nuestra era. En una
placa colocada en una pared se lee: “Esta
Iglesia se levanta a la Gloria de Dios y dedicado a la memoria de Todos los
santos en el año de 1883”. Con sólo el dos por ciento de la población de
aquella nación de oriente, un numeroso grupo acudía a la Santa Misa el pasado
domingo: el mismo evangelio, el mismo color litúrgico, mas o menos las mismas
enseñanzas de las que nosotros escuchamos. Con una diferencia: luego que el
sacerdote impartió la bendición, más de ochenta personas murieron producto de
un grave atentado, quedando heridas casi doscientos feligreses.
En un mundo que habla frecuentemente de los derechos de las personas,
persisten graves abusos hacia aquellos que son fundamentales, uno de los cuales
es a profesar la fe recibida. Lejos de ser un caso puntual y dramático, el
hecho citado se inscribe en un marco de rechazar a Dios, despreciando a su
Iglesia, y exterminando a sus fieles. Lo anterior, está virulentamente manifestado en lo que en ocasiones sale como noticia
pero que en gran medida está presente en lo que no aparece rubricado pero que,
sistemáticamente, se verifica frecuentemente…
Como un cáncer corroe tan silenciosa como audazmente la vida de la
sociedad, y evidentemente uno de las primeras víctimas de un mundo que se alza
contra Dios, de inmediato va en contra de su obra, cuyo centro es el hombre y
la familia.
En efecto, Dios formó al hombre y la mujer como seres complementarios, de
tal manera que para que pueda haber futuro es necesario respetar la vida humana
inscrita por Dios en la naturaleza. No respetar ese camino hace hipotecar no
sólo la práctica de un determinado credo sino la existencia de la vida misma.
Un hijo o una hija solo puede ser gestado de un hombre y una mujer, sólo
puede ser formado convenientemente por un hombre y una mujer: No nos cansaremos
de repetir una y otra vez que ¡ningún ámbito es mas propicio para el desarrollo
de la persona como lo es el ámbito familiar!
Desde la familia se fragua la vida del mundo: únicamente de su
reconocimiento y fortalecimiento se pueden esperar beneficios permanentes. El
dar reconocimiento y validez legal a uniones al margen de la familia y del
matrimonio creado por Dios es nivelar o equiparar lo que de suyo es imposible. El principio de
complementariedad del hombre y la mujer es irrenunciable.
La Escritura nos habla que Dios formó al hombre y la mujer: ¡nada más! Si
afirmamos que sabia es la naturaleza, de igual manera diremos que siempre será
ésta, menor que la sabiduría divina. ¡Dios siempre puede más!
La vaguedad de los roles, que se manifiesta en aspectos aparentemente tan
secundarias como un modo de hablar, de vestir, de presentarse, y hasta de
peinarse, conlleva una determinada manera de ser. Ya fue señalado en la
antigüedad: operari sequitur esse: El
obrar sigue al ser: según soy, así me he de comportar. Es muy simple: o creo lo
que vivo o vivo lo que creo. No hay punto intermedio en esto.
Sabemos que la fe es de suyo razonable; y lo razonable conduce a la fe. En
ocasiones, los misterios de Dios van mas halla de lo que humanamente puede ser
de inmediato comprensible, pero jamás son en esencia irracionales. ¡La fe esta
mas allá de razón no esta contra ella! La fe precede la inteligencia, no
destruye la inteligencia. Ya lo sentenció San Agustín de Hipona al decir: “creo para entender y entiendo para creer”.
Inmersos en la celebración del Mes de la Biblia, al leerla no hemos de ir a
ella con un fin de encontrar un libro que nos aclare aspectos científicos,
porque no es un libro de ciencia. Tampoco es un texto en el cual solo
hermosamente se hable sobre Dios, sino que es la palabra que Dios mismo nos
habla de Si. En realidad, la Santa Biblia es la confidencia de Dios hacia
nosotros, por ello siempre ha ocupado, en la liturgia un lugar basilar, desde
el cual la Iglesia escucha para creer. Basta recordar que si asistimos a la
Santa Misa todos los días durante tres años consecutivos, podríamos decir con
certeza que hemos leído la Biblia completa, pues así se hace cotidianamente en
la liturgia de la Palabra.
Obedeciendo la enseñanza que el Señor nos ha hace en este día, al
condicionar nuestra filiación de hijos en orden a “escuchar y obedecer la palabra de Dios”, recurrimos una vez mas, a
la Sagrada Escritura. Esta vez, al primero de los libros que la componen como
es el Génesis. Allí, luego de haber creado el universo, el Señor piensa en
aquella creatura que será la única constituida a su “imagen y semejanza” (Génesis I, 26).
¡Lo que Dios ha pensado, no ha dejado de crear, lo que Dios no ha dejado de
crear, tampoco ha dejado providencialmente de cuidar, y aquello que no deja de
cuidar Dios se ha detenido en amar! La
mayor grandeza de nuestra humana naturaleza no es sólo haber sido creados, sino
sobre todo haber sido amados y salvados por Dios mismo.
El hombre y la mujer fueron creados por Dios: Durante mucho tiempo, esta
verdad fue creída por nuestra sociedad de manera unánime. Más, en nuestros
días, surgen voces, que cuestionan lo hecho por Dios en la naturaleza,
pretendiendo –antojadizamente- manipular aquello que es, bajo la premisa de lo que se siente: para
algunos las cosas son según se sienten, es decir: lo que yo no siento no
existe. Ante ello, podríamos preguntar si acaso porque yo no veo el sol este
dejará de existir o si acaso yo no siento el calor de sus rayos, estos dejarán
de alumbrar. La denominada “dictadura del
relativismo” tiene en los endiosados
sentimientos uno de sus principales componentes, entre cuyas afirmaciones
pretende doblar la mano a Dios y la
naturaleza por el creada, haciendo del ser hombre y ser mujer una opción y no
una condición de naturaleza inmutable y permanente.
“Dios formó a Adán”: lo hizo para
que éste fuera protector, por ello incluso la contextura física fue hecha para
poder dar protección a Eva. La capacidad
pulmonar del hombre es mayor que la de la mujer porque esto le permite realizar
trabajos que implican físicamente mayor esfuerzo y tiempo.
2. ¿Para qué luego, diseñó a
la mujer?
a). Para ser
complemento del hombre:
Esta respuesta la encontramos en el titulo de aquel cuento tradicional
europeo del siglo XVII: “La Bella y la
Bestia”. Eva es dadora de vida: por ello su cuerpo es nutricio del que está
por nacer, y de los hijos recién nacidos. Su organismo esta capacitado para ser
el ámbito donde la persona surja, crezca y se desarrolle, teniendo un carácter
exclusivo. Pero, además, no solo es nutridota biológicamente de sus hijos, sino
que su alma fue constituida para amar, para ser tierna y cariñosa. Por esto,
San Juan Pablo II señalaba que “la
vocación de la mujer tiene un nombre, y es maternidad”. El ser femenino no
se explica por su dimensión industriosa, es decir, de la capacidad para hacer
cosas, sino en virtud de su ser maternal.
Es verdad, que el cuerpo de la mujer es más frágil que el del hombre, pero
no por ello es inferior al hombre. Por ejemplo, la porcelana es más débil que
el acero, pero no podemos decir que es inferior al acero. Yo puedo hacer una
taza de porcelana, y puedo hacer un mazo de acero, pero no tomo te en un mazo
de acero. No podemos decir que porque son diferentes haya uno que sea mejor que
otro. No hay dicotomía sino armonía. Hombre y mujer, fueron creados distintos
en orden a ser complementarios, lo que en lenguaje bíblico se proclama en las
admirables palabras de Adán al ver a Eva: “¡Esta
si que hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis II, 21).
b). Para ser
la razón de vivir del hombre:
La segunda razón nos hace recurrir a la fábula de Esopo de “La liebre y la tortuga”: En aquella
fábula una liebre y una tortuga se retan a una carrera para ver cual de las dos
es más rápida. Por cierto, la liebre parte ganando y al poco tiempo toma gran
ventaja sobre su lenta perseguidora. Al verse con la victoria en el bolsillo la
liebre se sienta a descansar y se duerme. Al despertar ve que la tortuga está a
punto de cruzar la meta, y pese al gran esfuerzo final, no logra retomar la
punta en la carrera, constatando que es vencida por la tortuga. La enseñanza es
simple: despacio se llega lejos.
El hombre y la mujer son como la liebre y la tortuga. El hombre es como la
liebre: es pura energía y brío. Seguro siempre sí mismo. Suele tener grandes comienzos, y nunca le
falta la iniciativa. El hombre puede trabajar más pero, vivirá menos que la
mujer: puede ganar en velocidad pero la maratón la ganará la mujer. En cambio,
la mujer posee más durabilidad –el sistema inmunológico es superior al del
hombre-, es más perseverante, y de hecho suele vivir más años que el hombre.
Igualar al hombre y la mujer es tan absurdo como equiparar un matrimonio con
una amistad, un acuerdo o un pacto..
3. Incompatibilidad de
equiparar el matrimonio a uniones civiles.
La iniciativa para comparar el matrimonio entre un hombre y una mujer
resulta simplemente aberrante, y donde se ha terminado legislando en su favor
se ha hipotecado el bien de la sociedad: como católicos no solo debemos
procurar tener un seguimiento y acompañamiento con los matrimonios jóvenes,
sino que también se hace necesario rechazar toda iniciativa legal que apunte
hacia desvirtuar el destino de la familia desde su origen mismo. La Biblia es clara al decir: ¡Haz el bien, y evita el mal!
Grave resulta por cierto, que una ciudad que se precia de ser patrimonial
no destaque la grandeza de la familia, no fortalezca su mantenimiento, toda vez
que la familia es la base de la sociedad. Si, por otra parte, una defensa activa hacia la familia no se
percibe, tampoco se descubre una apatía bucólica sin consecuencias, sino que por el contrario, se constata una
verdadera campaña que atenta contra el hogar, al permitir la apertura casi indiscriminada de diversos
centros donde se favorece la promiscuidad como son los pubs –reconocidamente- gaycistas, en los cuales se permite el
lucro consentido de personas, en lo que resulta el nuevo rostro de la
esclavitud por medio de la prostitucion de menores y mayores.
Nunca será legítimo lucrar con las personas, y el Estado y nuestra sociedad
no deben permitir la trata abusiva de personas aun cuando ella sea
monetariamente consensuada.
Recientemente, en el colmo de la
desfachatez, se ha colocado el emblema
del gaycismo en un asta de la Sede
del Municipio porteño. ¿Con qué finalidad? El respeto a las instituciones
supone y emerge desde el respeto a la persona, integralmente entendida.
Entonces, no sólo porque la Iglesia lo enseñe, sino porque la naturaleza humana
lo proclama: ¡Sólo existe el ser hombre y el ser mujer, lo demás es invención
antojadiza!
En este día, al recordar la presencia maternal de Nuestra Señora de las
Mercedes de Puerto Claro, en este Valle evocador del Paraíso, a lo largo de
toda su historia, una vez más,
imploramos que sea Ella la que nos conduzca hacia su Hijo y Dios. Así, nos lo recordaba el actual Pontífice,
hace solo unos días atrás, mientras visitaba la ciudad costrita de Cagliari en
la isla de Cerdeña: “¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los
otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no
tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: Los más abandonados,
los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a
Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos
miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la
Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna
cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre,
danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos
sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen
una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no
nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que
nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada!” (Su Santidad el Papa Francisco,
Septiembre del 2013).
Sacerdote
Jaime Herrera González. Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto
Claro.
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