EL
CORAZON DE CRISTO
EN EL ESTABLO
DE BELEN
Con una actualidad sorprendente, la
primera lectura tomada del profeta Isaías nos relata como vivían los creyentes
en aquel tiempo: “El pueblo que andaba en
tinieblas”, “Los que vivían en tierra de sombras”, “El yugo les pesaba”,
todo lo cual nos indica un estado que humanamente parecía imposible de ser
superado.
Las iniciativas hechas con palabras, es decir los acuerdos verbales y
escritos, las inventivas de conflictos
que hicieron el inicial pueblo de Dios, condujeron a que aquellos quienes desde
antiguo fueron creados a “imagen y
semejanza” de Dios, que ese Creador le invito a ser una verdadera huella
viva de su ser, procurando recrear su grandeza, su bondad, su amor, su
cercanía, su eternidad, y poder por
medio de las acciones diarias.
Sabemos que desde el comienzo ese proyecto de Dios fue cuestionado por
quienes mancillaron su condición angelical y dijeron llenos de envidia: “No serviremos” y además, el dramático
relato de la caída voluntaria de nuestros primeros padres que afirmaron con sus
actos el orgullo inmerso en sus corazones:”
No obedeceremos”.
Una sociedad que no sirve y no obedece no puede tener otro fin aquel que
aquel que debieron asumir aquellas grandes ciudades de la antigüedad descritas
por la Santa Biblia:
Sodoma y Gomorra,
de las cuales el profeta Ezequiel indico claramente que el motivo de la
molestia de Dios fue “la maldad de tu hermana
Sodoma: soberbia, saciedad de pan –en hebreo implica hasta devolver el alimento
ingerido-, abundancia de ociosidad, no tender la mano al afligido y al mendigo.
Y se llenaron de soberbia y abominaron mi ley” (Ezequiel XVI, 49-50),
Babilonia: junto a Jerusalén las únicas que
subsisten actualmente. Distante 110 kilómetros de Bagdag, fue reconstruida hace
unas décadas, para retomar su carácter de centro político, religioso y
cultural, pero –nuevamente- a causa de la violencia se corroboro la profecía de
Isaías: “y será Babilonia montones de
ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador” (XXI, 9).
Jericó, la ciudad mas antigua de la tierra, de la
cual dice San Pablo que “por la fe
cayeron los muros de Jericó después que fueron rodeados por siete días” (Hebreos
XI, 30).
Jerusalén, cosmopolita capital religiosa de Israel,
cuya destrucción fue anunciada por el
mismo Cristo, hecho que aconteció cuatro décadas después de la Ascensión del
Señor, y que fue relatado por Flavio Josefo quien aseguro con crudeza sin par
que luego del asedio: “no hubo nadie mas
a quien eliminar ni nada mas que saquear o destruir”.
De algún modo, nuestra ciudad
refleja lo que hay en nuestros
corazones, a la vez que es un eco de nuestras carencias: “No servir” y “no
obedecer” tiene consecuencias, tanto a nivel personal como comunitario. De
algún modo el hecho que el hombre crea tener el mundo al alcance de su mano, le
hace sentir una falsa autonomía que le lleva a conductas individualistas, en
ocasiones agresivas y hasta violentas para imponer sus gustos y opciones,
porque estando lleno de si mismo costrifica
su alma y la cierra a la acción de la misericordia y de la gracia de Dios.
Cuando en el Evangelio leemos que en
Belén no hubo lugar para Jesús, porque estaba todo ocupado, constatamos que en
nuestros días los múltiples afanes, las programaciones hechas , los resultados
esperados, las metas por lograr, hacen que hasta lo mas simple como es dedicar
tiempo para Dios, nos resulte muchas veces, imposible de obtener. No damos
tiempo a Jesús porque estamos satisfechos y llenos de nosotros mismos.
¿Qué significa celebrar la Navidad sino la acción de abrir las puertas de
nuestro corazón al Redentor que nace hoy?
La humildad de Dios, creador del universo y para quien la frontera
de lo imposible no existe, quiso tener
la simpleza de golpear las puertas de una ciudad, por si acaso al menos en una
casa había lugar para El y los suyos. De la misma manera, con la fragilidad de un recién nacido, con la indigencia de Aquel que entre hierba
seca tiene como cuna, y que solo esta
cubierto con la simpleza de unos
pañales, nuevamente golpea nuestros corazones. ¿Para qué? ¿Cuál es el deseo que
subyace en el Corazón de Cristo en Belén?
La respuesta la encontramos descrita
ampliamente en los relatos del Santo Evangelio. Desde su infancia a los doce
años, al responder a sus preocupados padres,
en medio del templo, Jesús aseguró: “Debo
preocuparme primero de las cosas de mi padre que está en los cielos”.
La primacía de cumplir la voluntad de
Dios, es un imperativo que no admite excepciones. En todo momento nuestra
voluntad debe estar orientada a seguir los pasos que Dios nos ha trazado, los
cuales no vienen a hurtar nuestra individualidad sino a garantizar nuestra
plena realización. El camino de crecer como personas no puede hacerse al margen
de Dios sino solo por medio de su auxilio que una y otra vez nos dice: “Ten animo, soy Yo, no temáis”.
La presencia del recién nacido betlemita
no vino a ser sólo parte de una época determinada de la historia, ni solo
vino a marcar un antes y después de la
vida humana con su nacimiento, sino que
su advenimiento hoy viene a dar plenitud a los tiempos, por lo que su nacer
hoy, implica temporalmente un ahora, de tal manera que su gracia esta en todo
momento a nuestro alcance en tanto cuando le dejemos entrar en nuestra vida.
Siempre en Navidad es bueno recordar que Jesús vino para quedarse: no es la
visita gentil y educada que se hace por cumplir, no es la visita obligada hecha
por conveniencia para obtener alguna prebenda. La visita del Niño Dios nace de
su corazón misericordioso, que viene a tender su mano especialmente a los más
debilitados.
En sus ojos cristalinos, luminosos y
virginales, se podían ver los rostros de tantos que posteriormente, en las
calles de Judea, Galilea y Palestina, se verían beneficiados por su poder
milagroso que les invitaba a creer en todo momento: el ciego Bartimeo que
clamaba: “Señor, haz que vea”(San
Marcos X,46-52); los diez leprosos que al margen de toda vida social solo
esperaban morir en el completo desamparo clamaron: “Señor, ten compasión de nosotros” (San Lucas XVII,11-19), a las
dolientes hermanas –Marta y María- de Betania transidas de dolor por la muerte
de hermano Lázaro replicaron: “Si
hubieses estado aquí nuestro hermano no habría muerto” (San Juan XI, 1-45).
Para todos un milagro, para cada uno una respuesta, que humanamente puede
tardar pero que divinamente siempre pronta llegará.
En la Noche de Belén el silente sonido de la Natividad del Señor
hizo enmudecer el universo entero, a la vez que desde entonces tenemos todo
para ser sanos de alma y cuerpo. La luz emanada desde el pesebre llegaba ya al
corazón de Bartimeo, también al nuestro, para recordarnos que el mayor drama no
lo constituyen las dolencias físicas, cuanto las espirituales, pues ¿Qué mayor
tragedia puede haber que poseer un corazón, ciego que no quiera ver? Hermanos,
un corazón que no quiere ver, que no se abre al prójimo, que queda reducido a
su “metro cuadrado”, provoca una gran
tiniebla interior, y conduce –inevitablemente- a la mayor de las enfermedades
cual es el egoísmo. Para abrir nuestro corazón a Jesús de Belén es necesario
recorrer el mismo camino del ciego
vidente Bartimeo: Llamar, responder y confiar, para finalmente ser, por medio
del apostolado, portavoces del milagro obrado por Dios en nuestra vida.
La mirada del Nino Dios se encamino
también hasta llegar a tantos enfermos,
que hoy en hospitales, clínicas y sus mismos hogares padecen diversas
dolencias, “completando en sus vidas los
padecimientos que tuvo Jesús para bien de su cuerpo que es la Iglesia”. Los
leprosos debieron no solo ser sanados de su lepra, sino sanarse
de sus llagas, es decir, aceptar el perdón gratuito de Dios y saber perdonarse,
lo que implica un renacer, un volver a vivir, un partir de cero, todo lo cual
solo pudo ser realidad porque en aquella Noche nació nuestro divino Redentor.
De pronto, la mirada de Jesús se movió
ágilmente, como si alguien se trasladase al interior de aquel establo: su
plena conciencia mesiánica, le hizo ver
a su buen amigo Lázaro avanzando ante su exhortación: “Ven y camina”. Solo Dios
mismo podía hacer que una Noche fuese luminosa, que la fragilidad de un recién
nacido fortaleciese el universo entero, que la sabiduría de los sabios del
Oriente unida a la indigencia de los pastores betlemitas, se uniesen a una voz,
pero además, que aquel que había muerto en Betania apareciera vivo, lo cual nos
hace tener la esperanza en la resurrección de nuestros fieles difuntos,
especialmente a cuantos en este ano han sido convocados ante la presencia del
Redentor y Juez del mundo. En esta Noche Santa nada se puede dar por perdido:
aunque humanamente parezca no tener solución, aunque sea imposible perdonar
nuevamente, aunque se haya extinguido el camino de nuevas posibilidades, el Recién
Nacido nos dice en su mirada y su corazón: “Por
que siempre hay tiempo, para volver a nacer siempre hay tiempo, para volver a vivir, siempre
hay tiempo para volver a empezar,
lo que nunca pudiste terminar”.
¿Qué le podemos regalar a Jesús en este día?
Si algo caracteriza este día, es la palabra regalo, que etimológicamente
proviene de aquel acto de donación que voluntaria y gratuitamente podemos hacer
en bien de alguien. Nuestro Dios no nos entrego un objeto como regalo sino que
nos donó a su propio Hijo. Nada mayor ni mas cercano podía el Señor darnos mas que a si mismo
cuando “el Verbo se hizo carne y habito
entre nosotros”. Entonces, si amor con amor se paga, ¿Cómo retribuir a Dios
por el bien que nos hace en este día?
Por lo pronto no lo que recibió de
las grandes ciudades que hemos recordado, toda vez que no quiso nacer en medio
los palaciegos del placer de Sodoma y Gomorra, ni vino al mundo al interior de
la imponente fortaleza de poder en Babilonia, ni asumió nuestra naturaleza en
el ámbito de la prosapia vetusta de Jericó,
tampoco quiso ser esclavo en su nacimiento de modas pasajeras y
religiosidad falseada de la otrora Ciudad de Paz Jerosolimitana. ¿Dónde nació?
¿Dónde sus ojos contemplaron el universo por El creado? ¿Dónde se escuchó por
primera vez su voz y esbozó su primera sonrisa?
Bien lo sabemos. Nuestra mirada lo contempla. En una pequeña localidad,
lejana a los poderes humanos, ajena a los placeres temporales, al margen de la
moda esclavizadota del ayer y del hoy: “En
Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador de Mundo”.
¿Locura para unos? ¿Necedad para
otros? Por cierto, toda vez que la lógica
de Dios trasciende la nuestra, y la hora
de Dios nos parece ir a un ritmo distinto del que avanzan nuestros anhelos. Mas, es El quien nos pide
un regalo, cual es el poder nacer hoy en nuestro corazón, el cual no es un palacio sino una simple choza, no es una
fortaleza sino una humilde mediagua, no es una patrimonial edificación sino una
simple tienda de campana, vale decir: no es lo que le podemos dar como regalo
sino que el mismo se dona para que podamos entregarlo a nuestros hermanos para
que una vez mas el cielo sonría y
venza nuevamente la obscuridad de un mundo que puede pretender caminar a tientas
y penumbras al margen de la voluntad Dios, pero que tiene que asumir como
certeza que ese Dios no dejara de buscarle, no dejara de golpear una y otra vez
las puertas del corazón, con el fin de entrar y vivir para siempre en nuestra
alma, tal como un día vino al mundo en
el pesebre de Belén. Si, Jesús: puedes nacer hoy en nuestra alma. Amen.
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