jueves, 26 de diciembre de 2013

HOMILIA DEL DIA DE LA NATIVIDAD DEL SENOR


EL  CORAZON   DE  CRISTO  EN  EL   ESTABLO  DE  BELEN
 

Con una actualidad  sorprendente, la primera lectura tomada del profeta Isaías nos relata como vivían los creyentes en aquel tiempo: “El pueblo que andaba en tinieblas”, “Los que vivían en tierra de sombras”, “El yugo les pesaba”, todo lo cual nos indica un estado que humanamente parecía imposible de ser superado.  

Las iniciativas hechas con palabras, es decir los acuerdos verbales y escritos,  las inventivas de conflictos que hicieron el inicial pueblo de Dios, condujeron a que aquellos quienes desde antiguo fueron creados a “imagen y semejanza” de Dios, que ese Creador le invito a ser una verdadera huella viva de su ser, procurando recrear su grandeza, su bondad, su amor, su cercanía, su eternidad, y poder  por medio de las acciones diarias.

Sabemos que desde el comienzo ese proyecto de Dios fue cuestionado por quienes mancillaron su condición angelical y dijeron llenos de envidia: “No serviremos” y además, el dramático relato de la caída voluntaria de nuestros primeros padres que afirmaron con sus actos el orgullo inmerso en sus corazones:” No obedeceremos”. 

Una sociedad que no sirve y no obedece no puede tener otro fin aquel que aquel que debieron asumir aquellas grandes ciudades de la antigüedad descritas por la Santa Biblia:  

Sodoma y Gomorra,  de las cuales el profeta Ezequiel indico claramente que el motivo de la molestia de Dios fue “la maldad de tu hermana Sodoma: soberbia, saciedad de pan –en hebreo implica hasta devolver el alimento ingerido-, abundancia de ociosidad, no tender la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron mi ley” (Ezequiel XVI, 49-50),   

Babilonia: junto a Jerusalén las únicas que subsisten actualmente. Distante 110 kilómetros de Bagdag, fue reconstruida hace unas décadas, para retomar su carácter de centro político, religioso y cultural, pero –nuevamente- a causa de la violencia se corroboro la profecía de Isaías: “y será Babilonia montones de ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador” (XXI, 9).

Jericó, la ciudad mas antigua de la tierra, de la cual dice San Pablo que “por la fe cayeron los muros de Jericó después que fueron rodeados por siete días” (Hebreos XI, 30).  

Jerusalén, cosmopolita capital religiosa de Israel, cuya  destrucción fue anunciada por el mismo Cristo, hecho que aconteció cuatro décadas después de la Ascensión del Señor, y que fue relatado por Flavio Josefo quien aseguro con crudeza sin par que luego del asedio: “no hubo nadie mas a quien eliminar ni nada mas que saquear o destruir”.

De algún modo, nuestra ciudad refleja  lo que hay en nuestros corazones, a la vez que es un eco de nuestras carencias: “No servir” y “no obedecer” tiene consecuencias, tanto a nivel personal como comunitario. De algún modo el hecho que el hombre crea tener el mundo al alcance de su mano, le hace sentir una falsa autonomía que le lleva a conductas individualistas, en ocasiones agresivas y hasta violentas para imponer sus gustos y opciones, porque estando lleno de si mismo costrifica su alma y la cierra a la acción de la misericordia y de la gracia de Dios. 

Cuando en el Evangelio leemos que en Belén no hubo lugar para Jesús, porque estaba todo ocupado, constatamos que en nuestros días los múltiples afanes, las programaciones hechas , los resultados esperados, las metas por lograr, hacen que hasta lo mas simple como es dedicar tiempo para Dios, nos resulte muchas veces, imposible de obtener. No damos tiempo a Jesús porque estamos satisfechos y llenos de nosotros mismos.


¿Qué significa celebrar la Navidad sino la acción de abrir las puertas de nuestro corazón al Redentor que nace hoy? 

La humildad de Dios,  creador del universo y para quien la frontera de lo imposible no existe,  quiso tener la simpleza de golpear las puertas de una ciudad, por si acaso al menos en una casa había lugar para El y los suyos. De la misma manera, con la fragilidad de un recién nacido, con la indigencia de Aquel que entre hierba seca  tiene como cuna, y que solo esta cubierto con la simpleza de unos pañales, nuevamente golpea nuestros corazones. ¿Para qué? ¿Cuál es el deseo que subyace en el Corazón de Cristo en Belén? 

La respuesta la encontramos descrita ampliamente en los relatos del Santo Evangelio. Desde su infancia a los doce años, al responder a sus preocupados padres,  en medio del templo, Jesús aseguró: “Debo preocuparme primero de las cosas de mi padre que está en los cielos”.   

La primacía de cumplir la voluntad de Dios, es un imperativo que no admite excepciones. En todo momento nuestra voluntad debe estar orientada a seguir los pasos que Dios nos ha trazado, los cuales no vienen a hurtar nuestra individualidad sino a garantizar nuestra plena realización. El camino de crecer como personas no puede hacerse al margen de Dios sino solo por medio de su auxilio que una y otra vez nos dice: “Ten animo, soy Yo, no temáis”. 

La presencia del recién nacido betlemita no vino a ser sólo parte de una época determinada de la historia, ni solo vino  a marcar un antes y después de la vida humana con  su nacimiento, sino que su advenimiento hoy viene a dar plenitud a los tiempos, por lo que su nacer hoy, implica temporalmente un ahora, de tal manera que su gracia esta en todo momento a nuestro alcance en tanto cuando le dejemos entrar en nuestra vida. Siempre en Navidad es bueno recordar que Jesús vino para quedarse: no es la visita gentil y educada que se hace por cumplir, no es la visita obligada hecha por conveniencia para obtener alguna prebenda. La visita del Niño Dios nace de su corazón misericordioso, que viene a tender su mano especialmente a los más debilitados.

En sus ojos cristalinos, luminosos y virginales, se podían ver los rostros de tantos que posteriormente, en las calles de Judea, Galilea y Palestina, se verían beneficiados por su poder milagroso que les invitaba a creer en todo momento: el ciego Bartimeo que clamaba: “Señor, haz que vea”(San Marcos X,46-52); los diez leprosos que al margen de toda vida social solo esperaban morir en el completo desamparo clamaron: “Señor, ten compasión de nosotros” (San Lucas XVII,11-19), a las dolientes hermanas –Marta y María- de Betania transidas de dolor por la muerte de hermano Lázaro replicaron: “Si hubieses estado aquí nuestro hermano no habría muerto” (San Juan XI, 1-45). Para todos un milagro, para cada uno una respuesta, que humanamente puede tardar pero que divinamente siempre pronta llegará. 

En la Noche de Belén el silente sonido de la Natividad del Señor hizo enmudecer el universo entero, a la vez que desde entonces tenemos todo para ser sanos de alma y cuerpo. La luz emanada desde el pesebre llegaba ya al corazón de Bartimeo, también al nuestro, para recordarnos que el mayor drama no lo constituyen las dolencias físicas, cuanto las espirituales, pues ¿Qué mayor tragedia puede haber que poseer un corazón, ciego que no quiera ver? Hermanos, un corazón que no quiere ver, que no se abre al prójimo, que queda reducido a su “metro cuadrado”, provoca una gran tiniebla interior, y conduce –inevitablemente- a la mayor de las enfermedades cual es el egoísmo. Para abrir nuestro corazón a Jesús de Belén es necesario recorrer el mismo camino del ciego vidente Bartimeo: Llamar, responder y confiar, para finalmente ser, por medio del apostolado, portavoces del milagro obrado por Dios en nuestra vida.

La mirada del Nino Dios se encamino también hasta llegar a  tantos enfermos, que hoy en hospitales, clínicas y sus mismos hogares padecen diversas dolencias, “completando en sus vidas los padecimientos que tuvo Jesús para bien de su cuerpo que es la Iglesia”. Los leprosos debieron no solo ser sanados de su lepra, sino sanarse de sus llagas, es decir, aceptar el perdón gratuito de Dios y saber perdonarse, lo que implica un renacer, un volver a vivir, un partir de cero, todo lo cual solo pudo ser realidad porque en aquella Noche nació nuestro divino Redentor.

De pronto, la mirada de Jesús se movió ágilmente, como si alguien se trasladase al interior de aquel establo: su plena  conciencia mesiánica, le hizo ver a su buen amigo Lázaro avanzando ante su exhortación: “Ven y camina”.  Solo Dios mismo podía hacer que una Noche fuese luminosa, que la fragilidad de un recién nacido fortaleciese el universo entero, que la sabiduría de los sabios del Oriente unida a la indigencia de los pastores betlemitas, se uniesen a una voz, pero además, que aquel que había muerto en Betania apareciera vivo, lo cual nos hace tener la esperanza en la resurrección de nuestros fieles difuntos, especialmente a cuantos en este ano han sido convocados ante la presencia del Redentor y Juez del mundo. En esta Noche Santa nada se puede dar por perdido: aunque humanamente parezca no tener solución, aunque sea imposible perdonar nuevamente, aunque se haya extinguido el camino de nuevas posibilidades, el Recién Nacido nos dice en su mirada y su corazón: “Por que siempre hay tiempo, para volver a nacer  siempre hay tiempo, para volver a vivir,  siempre hay tiempo para volver a empezar,  lo que nunca pudiste terminar”. 

¿Qué le podemos regalar a Jesús en este día? 

Si algo caracteriza este día, es la palabra regalo, que etimológicamente proviene de aquel acto de donación que voluntaria y gratuitamente podemos hacer en bien de alguien. Nuestro Dios no nos entrego un objeto como regalo sino que nos donó a su propio Hijo. Nada mayor ni mas cercano  podía el Señor darnos mas que a si mismo cuando “el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros”. Entonces, si amor con amor se paga, ¿Cómo retribuir a Dios por el bien que nos hace en este día? 

Por lo pronto no  lo que recibió de las grandes ciudades que hemos recordado, toda vez que no quiso nacer en medio los palaciegos del placer de Sodoma y Gomorra, ni vino al mundo al interior de la imponente fortaleza de poder en Babilonia, ni asumió nuestra naturaleza en el ámbito de la prosapia vetusta de Jericó,  tampoco quiso ser esclavo en su nacimiento de modas pasajeras y religiosidad falseada de la otrora Ciudad de Paz Jerosolimitana. ¿Dónde nació? ¿Dónde sus ojos contemplaron el universo por El creado? ¿Dónde se escuchó por primera vez su voz y esbozó su primera sonrisa?

Bien lo sabemos. Nuestra mirada lo contempla. En una pequeña localidad, lejana a los poderes humanos, ajena a los placeres temporales, al margen de la moda esclavizadota del ayer y del hoy: “En Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador de Mundo”. 

¿Locura para unos?  ¿Necedad para otros? Por cierto, toda vez que la lógica de Dios trasciende la nuestra, y la hora de Dios nos parece ir a un ritmo distinto del que avanzan  nuestros anhelos. Mas, es El quien nos pide un regalo, cual es el poder nacer hoy en nuestro corazón, el cual no es  un palacio sino una simple choza, no es una fortaleza sino una humilde mediagua, no es una patrimonial edificación sino una simple tienda de campana, vale decir: no es lo que le podemos dar como regalo sino que el mismo se dona para que podamos entregarlo a nuestros hermanos para que una vez mas el cielo sonría y venza nuevamente la obscuridad de un mundo que puede pretender caminar a tientas y penumbras al margen de la voluntad Dios, pero que tiene que asumir como certeza que ese Dios no dejara de buscarle, no dejara de golpear una y otra vez las puertas del corazón, con el fin de entrar y vivir para siempre en nuestra alma, tal como un día vino al  mundo en el pesebre de Belén. Si, Jesús: puedes nacer hoy en nuestra alma. Amen.

 

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