miércoles, 17 de septiembre de 2014

HOMILÍA TE DEUM / 204º ANIVERSARIO INDEPENDENCIA / OLMUÉ


 “EL COMPROMISO DE SER MIEMBROS DE UNA FAMILIA”

1.      Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Corintios XIII, 13).

Las cosas pasan porque Dios lo dispone. Y, esto se realiza de modo notable al momento de escuchar las lecturas de esta celebración. Porque,  resultan sorprendentemente atingentes a la hora actual, y a lo que toda nuestra Patria hoy  celebra: la instalación de la Primera Junta de Gobierno con lo cual se marca un hito trascendental en el proceso de la denominada Independencia Nacional.

Diversas realidades nos llevan a tener la certeza de ser partícipes de una identidad, que hunde sus raíces en épocas pretéritas y que a lo largo del tiempo se ha ido consolidando, del mismo modo que una familia,  con el paso de los años, va tomando características que le hacen posteriormente fácilmente identificable.

Una familia, es más que una tradición de apellidos; una Nación,  es más que un nombre.

Una familia,  es más que una casa; una Nación,  va más allá que una realidad geográfica.

Una familia,  es más  que una sigla; una Nación,  es más que un emblema.

Ahora bien, a ninguno le resulta indiferente el llevar con orgullo el apellido que le ha sido  legado por sus antepasados, y que guarda el germen de hacerlo engrandecer con la vida que en el futuro cada uno lleve. Tan importante es respetar el nombre de nuestros padres que cualquier ofensa hecha hacia ellos la asumimos siempre en primera persona. De modo semejante, el nombre de nuestra Nación antes de ser conocida como tal,  ya era la Patria que Dios nos había regalado y que hoy celebramos con sano orgullo.

Además, el amor a la familia suele expresarse en el modo cómo cuidamos nuestra casa. Sabido es que lo que se asume como propio suele ser cuidado de manera preferente. Lo que nos pertenece nunca lo descuidamos, siempre estamos vigilantes de dónde se encuentra y de cómo es tratado. Así, también, acontece con el territorio de nuestra Nación,  el cual, muchas veces ha debido ser custodiado con la sangre derramada por tantos héroes.

¡Cuánto esfuerzo de los padres para obtener un terreno y para poder construir una casa! Si  al momento de fundar una familia solemnemente ante la ley de los hombres y la ley de Dios uno de los mayores anhelos de las almas jóvenes que se unen es poder tener una casa como propia…Así, aquella Patria que se gestaba como Nación hace 204 años posee un territorio cuya importancia -en toda su extensión- no se diluye en la pequeñez de cada una de las partes que la constituyen.

La vida de una familia no depende existencialmente de la casa donde vive,  pero, ha de reconocerse que,  como familia vitalmente se desarrolla –necesariamente- al interior de una casa. Cada uno de los miembros de esta Nación bendita hemos de sabernos corresponsables del mantenimiento y grandeza de nuestra Patria, tanto en los territorios más generosos y productivos,  como de aquellos que encierran el desafío de descubrir sus –aún- ocultos beneficios.

Si alguna persona nos pregunta cuál es la característica de nuestra familia, veríamos que probablemente no es una sola,  sino más bien un conjunto de realidades las cuales sumadas constituyen lo que es nuestra familia. Y,  para cada uno de los que está aquí, ese historial es sagrado e intocable, porque corre a través de las fibras de nuestro corazón.

De manera similar, la Patria asumió un emblema que al contemplarlo no sólo nos recuerda un elemento identificador sino que vincula una pertenencia indiscutible. Por esto, la bandera nacional es un estandarte que encierra cuatro características que son propias del alma nacional, y que amerita el mismo respeto con el cual reverenciamos lo que ha sido, es y será nuestra Patria en la que Dios nos invitó a vivir.

2.      Todas las sendas de Dios son amor y verdad para quien guarda su alianza y sus dictámenes” (Salmo XXV, 10).

El Salmo XXV que hemos escuchado nos recuerda que todas las cosas constituyen una bendición para quien procura ser fiel a Dios. Así, Teresa de Liseaux escribía: “Donde no hay amor, coloca amor, y sacarás amor”.

El inicio de la importante etapa que hoy celebra nuestra Patria, nos lleva a mirar la huella digital que nos idéntica de época muy lejana, y que vemos flamear a lo largo de todo nuestro territorio en cada emblema por pequeño o majestuoso que sea.

a). El color rojo: Nos habla elocuentemente del espíritu de sacrificio.

Quizás, asumido como consecuencia de la vida litúrgica tan arraigada en las culturas anteriores, donde el carmesí evoca el martirio y la realidad del calvario, ha quedado impresa la imagen  en nuestra bandera como una invitación a dedicar los mejores esfuerzos en la búsqueda del bien común, sabiendo que las cosas que uno siempre termina valorando en la vida,  son aquellas que más sacrificio han exigido.

Nuestra época se caracteriza por la búsqueda de la inmediata obtención de los máximos resultados por los caminos del menor esfuerzo, todo lo cual resulta tan ajeno a nuestra identidad,  en la cual,  los campos se toman su tiempo para entregar sus frutos, sabiendo que el rendimiento dependerá del cuidado que se haya puesto. El escarlata de nuestra bandera nos habla de esfuerzo,  no de violencia; nos habla de dedicación,  no de imposición ni de mayorías ni de minorías;  nos habla de una mano acogedora y generosa,  no de un puño cerrado ciego y violento.

b). El color Azul: Evoca el carácter trascendente.

La naturaleza del hombre y de la sociedad en que participa tiene un origen divino, tal como sabiamente escribió San Alberto Hurtado: “La vida nos fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrar a Dios, la eternidad para vivir con Dios”. Desde esta verdad, se deduce que, en la medida que estamos más cerca de Dios, la solución a los múltiples desafíos de la vida pública se hace sólo más fácil,  sino también más inmediata.

La audaz pretensión de colocar a Dios en una “caletera” de nuestra vida, como algo periférico, tiene como consecuencia que se termina llevando una vida fantasiosa, es decir, que aparenta algo que es, pero –en definitiva- no es real. Nuestra sociedad debe saber que Dios concede muchas bendiciones a las naciones que le son fieles, pero que, en ocasiones, permite que la tibieza espiritual y las nuevas idolatrías hagan experimentar,  al hombre actual,  las consecuencias de haber alzado un mundo sin Dios, en el cual, el primero que pierde su lugar, es el hombre mismo, pues sabido es que “un mundo que avanza  sin Dios, es un mundo que se vuelca contra el hombre mismo”.

En nuestra bandera, el color azul no es simplemente una totalidad afín, es el recuerdo vivo de la vocación universal a la santidad que toda persona tiene, a la vez que constituye una viva invitación a colocar la realidad trascendente y sobrenatural en toda la vida pública pues,  tal como dice un antiguo himno religioso: “A Dios queremos, en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”. ¡Nada que sea plenamente humano puede quedar al margen del hecho de mirar a Dios! ¡Sólo Cristo merece que todo sea recapitulado en Él!

c). El color blanco: Dice relación con la pureza del alma.

La primera enseñanza pública que hizo Jesús la conocemos como el Sermón de la Montaña, en el cual nos entregó un decálogo de santidad, en parte del cual dice. “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios” (San Mateo V, 8). Para ver de verdad la realidad, las necesidades, las grandezas y miserias de la vida humana se requiere no sólo de una debida perspectiva sino de una pureza de corazón que permite estar atentos a los más mínimos requerimientos de la sociedad, al modo cómo discernir los caminos más adecuados para el desarrollo del hombre, de la familia y toda la sociedad.

Sin una rectitud de intención y sin la limpieza del alma se hace infructuosa la búsqueda del bien común, por el contrario, la imposibilidad espiritual de ver nos conduce irremediablemente a sumergirnos en  la incertidumbre, en la desconfianza, y en el temor, de todo lo cual,  sólo se termina viviendo de manera agresiva y en ocasiones, violencia. En realidad, la violencia, ayer como hoy, más que ser consecuencia exclusiva de realidades sociológicas, económicas, políticas e históricas, nace –siempre-  de la ausencia de Dios en el horizonte de nuestra existencia.

 

El Rey David descubrió hace muchos años la clave para poder dirigir a los israelitas: Un día dijo a Dios: “Señor,  sana mi mirada, limpia mi corazón”, porque entendía que “no podía un ciego guiar a  otro ciego, pues ambos caerán al mismo pozo”. Por ello, la pureza tiene una vigencia notable toda vez que nace de la necesidad de poder tener un debido espíritu para discernir,  en todo momento, según el querer de Dios, que se encuentra sobre:  Las modas, los gustos, los poderes, las coaliciones, y los pasajeros liderazgos. Recordemos: “¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres!” (Hechos V, 29).

3.      Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (San Mateo XI, 28-30).

Finalmente, tal como acontece en una corona, en la cual la piedra principal ocupa un lugar preferencial, así, nos pasa al escuchar el Santo Evangelio. ¡En el Corazón de Jesús nadie sobra, porque todos tenemos un lugar en Él! De manera semejante, al rezar por las intenciones de nuestra Patria, y de manera especial, por los habitantes de esta querida comuna de Olmué y sus alrededores, imploramos por aquellos que el peso del día les hace avanzar fatigados, oramos por quienes las dificultades, tanto espirituales como materiales, les hace estar sobrecargados.
Parroquia de Olmué

Cada uno encuentra en la persona de Jesucristo el verdadero descanso, que es vivir confiados en su protección y sabedores que podemos repetir, como los Apóstoles: “Se en quien me he fiado”. Y, lo que decimos cada uno, lo hemos de proclamar como miembros de esta Patria bendita, de la cual somos herederos de sus grandezas y miserias, de sus logros y fracasos, sabedores que hemos de ir siempre en auxilio de los más desvalidos, tal como nos dice Jesús: “Lo que hiciste con uno de estos pequeños, a mí lo hicisteis”. Es decir, procuramos continuar la obra de Jesús, que pasó haciendo el bien.

Nuestra mirada se eleva ahora, a la Estrella de nuestra bandera: Una vez, más, como lo hicieron los Padres de la Patria, miramos a la Santísima Virgen del Carmen, que es Patrona Jurada de nuestra Nación y de las Fuerzas Armadas y de Orden. Su manto,  que ha servido para acoger a cuantos se han refugiado bajo él, nuevamente se abre para recibir tantas plegarias que hoy se elevan como gratitud,  de tantas bendiciones que el Señor nos ha entregado, en tanto que, su mirada maternal se dirige para hacernos tomar conciencia de que estamos llamados a ser una Nación de verdaderos hermanos, miembros de una misma familia, que es nuestra Patria bendita, de la cual somos sus herederos y primeros responsables. Amén.

 

Pbro. Jaime Herrera González. Sacerdote Diócesis de Valparaíso.

 

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