BODAS
DE ORO : ALVARO FIGARI &
MARÍA CRISTINA VERSIN / 2014.
1.
“La
copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?
Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo
pan”. (1
Corintios X, 16-17).
Nuestra
Iglesia, tradicionalmente dirige su mirada cada sábado para venerar la
presencia de nuestra Señora bajo la advocación de la Santísima Virgen del
Carmen, Reina de nuestra Patria bendita,
cuya primera y segunda independencia celebramos en este Mes.
Lo hacemos en el ámbito de la celebración de la Santa Misa, tal como el Santo Evangelio nos exhorta: ¡Aquel que se case, que se case en el Señor! (1 Corintios VII, 39). Lo cual, evidentemente se realiza con la bendición de Aquel que se hace “real y substancialente” presente en la Eucaristía. En efecto, no sólo recibimos la grandeza inmerecida de una gracia particular en cada sacramento, sino que al momento de la consagración, y posterior comunión, somos partícipes del Autor de toda gracia, de toda bendición, es decir, de la vida misma de Jesucristo, definitivo revelador del “Dios que es amor” (1 San Juan IV, 8).
La
realidad de la vida de cada persona, nos hace ver que no somos fruto del
azar y sin razón, sino parte de un sueño
de Dios, del deseo de Dios.
Porque, el Señor todo lo que piensa no deja de crear, y aquello que no dejó de
crear, no puede dejar de amar. Así, decimos que por el solo hecho de existir
hoy, nos lleva a sabemos –plenamente- amados por Dios, cuya única imposibilidad es
dejar de amarnos misericordiosamente.
Si
acaso cada día, al despertar, agradecemos el poder vivir, entendemos que la
razón definitiva para ello es, porque Dios nos ama tanto, que su propio amor es el agua viva que refresca el mutuo amor, que un día Dios les invitó a
manifestar desde su bendición del Cielo. La ocurrencia para contraer el santo
matrimonio, luego de los cinco años de pololeo y de la etapa del noviazgo, si bien fue expresada
por ambos, tiene su origen mismo en el querer de Dios, de tal manera que, para
cumplir la voluntad de Dios, es que
unieron hace cinco décadas vuestras vidas, sellando –irrevocablemente- el
pasado, presente y futuro, pues se casaron ante quien de Si dijo: “El mismo
ayer, hoy y siempre”. ¡Es un amor eterno, porque Dios es Eterno!
Sabedores
de que Dios lo quiere, han procurado seguir el camino trazado por Él durante un
tiempo que, aunque extenso, parece ser tan breve para ambos. La razón es
que cuando se ama de verdad el tiempo parece avanzar más rápido porque de
algún modo, así como acontece al momento en que está presente el Señor en la
Santa Misa, el tiempo se detiene porque la eternidad llega, de manera
semejante, para los que pololean, los que están de novios, y –especialmente-
para los esposos, el tiempo pasa volando cuando están juntos.
2.
“¿Cómo
a Dios podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación
levantaré, e invocaré el nombre de Dios. Sacrificio te ofreceré
de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor Dios. Cumpliré mis votos a
Dios, sí, en presencia de todo su pueblo”.
(SALMO CXVI, 16-18).
Cuatro
veces repite el salmista -en sólo dos
versículos- el nombre Santo de Dios, vinculando con ello la promesa hecha por
el hombre y la mujer el día de su matrimonio, a la gracia de Dios. ¿Cómo dar
gracias al Señor por tantas bendiciones? La respuesta surge de inmediato: No
sólo invocaremos el Santo Nombre de Dios, Él se hace presente con su Cuerpo,
Sangre y Corazón, en nuestro altar.
Si,
El mismo que, asumió nuestra condición en el vientre inmaculado de la Virgen,
sin menoscabar su integridad; El mismo que, al nacer sobrecogió el cielo y la
tierra; El mismo cuya vida oculta de treinta años asombró a cuantos
sorprendidos reconocían que enseñaba con autoridad; El mismo que, desde lo alto
de una Montaña invitaba a ser
bienaventurados como “sal de tierra y luz
del mundo”, para luego sanar de toda dolencia a los enfermos y alimentar
prodigiosamente a muchedumbres; El mismo que, subió a la Cruz para al tercer
día resucitar tal como lo prometió.
El
mismo, Dios y hombre verdadero, ha querido durante cinco décadas hacerse
presente en el mundo por medio del amor de quienes ahora celebran gozosos y
confiados las Bodas de Oro matrimoniales,
con la confianza que la gracia recibida a lo largo de tanto tiempo, con el paso
de los años, se acrecentará si
permanecen fieles a las promesas hechas ante Dios.
Esta
Misa la celebramos al mediodía. Estas fiestas son el mediodía de vuestra vida,
donde la luz más irradia sus rayos generosos, de la misma manera es el tiempo
donde mayores bendiciones experimentan porque esa familia que inauguraban hace
tantos años se ha consolidado y acrecentado en los hijos y nietos que hoy les
acompañan, más allá de los debidos afectos y sentimientos, con la fe puesta en
el protagonista principal de esta hora que es nuestro Dios.
Miren sus manos:
Como aquel día…hace cincuenta años que ante Dios en el altar unisteis vuestras
manos. En unos momentos, nuevamente estarán unidas. Esas manos han
trabajado, han orado, han sostenido a los hijos, han dado vida y amor, han
ayudado con desinterés, han llevado el fruto de vuestro trabajo al hogar, y cimentando
el futuro de sus hijos: María Soledad, María Carolina y Álvaro Miguel.
Miren sus ojos
: ¡Cómo brillaban de emoción nerviosa aquel día en la Parroquia de los Padres Carmelitas de Viña del Mar un día diecisiete de Septiembre. Entonces solo parecía caber un rostro en vuestras pupilas, la del ser amado con quien anhelaban y prometían pasar el resto de sus días. Hoy, se ilumina vuestra mirada con nuevos rostros. Unidos al de vuestros hijos, se incorpora el de los nietos que –decanalmente- les acompañan: Constanza, José Patricio, Antonia, Roberto, Sebastián, Magdalena, María Jesús, Beatriz, Nicolás y Vicente.
: ¡Cómo brillaban de emoción nerviosa aquel día en la Parroquia de los Padres Carmelitas de Viña del Mar un día diecisiete de Septiembre. Entonces solo parecía caber un rostro en vuestras pupilas, la del ser amado con quien anhelaban y prometían pasar el resto de sus días. Hoy, se ilumina vuestra mirada con nuevos rostros. Unidos al de vuestros hijos, se incorpora el de los nietos que –decanalmente- les acompañan: Constanza, José Patricio, Antonia, Roberto, Sebastián, Magdalena, María Jesús, Beatriz, Nicolás y Vicente.
Miren vuestros pies:
Han recorrido un largo camino, donde de manera tan misteriosa como
sorprendente han ido conociendo lugares y personas que Dios ha colocado en
vuestro avance. Hoy, en Con-Con, ayer en Viña del Mar, y durante cuarenta
años en la soleada La Serena, cada una de las cuales han albergado momentos de
dicha e inmensa alegría como también de sufrimientos, los cuales han servido
para purificar vuestra entrega fiel, según lo pueden testificar vuestros padres
desde lo alto, como –también- doña: Laura de Versin que asiste nuevamente, para ratificar lo que su hija y yerno dirán al
renovar sus promesas esponsales en estos primeros cincuenta años de vida
esponsal.
Miren vuestros labios:
Cuando recién se conocieron, conversaban en
todo y de todo. Ahora, no necesitan
decirse demasiadas palabras, porque el
amor que se han donado resulta tan evidente que –ciertamente- no pueden
imaginar una vida el uno sin el otro. El sí que vuestros labios
pronunciaron, continúa siendo un sí, ahora más maduro y convencido que el dado
hace cinco décadas atrás. Tantas confidencias, tantas gratitudes, tantas
palabras se han dicho y han escuchado mutuamente, las cuales en ocasiones
pueden haber arrancado lágrimas de dicha como de tristeza e incertidumbre.
Mas,
la prueba que han sabido hablar y callar con un espíritu de sabiduría, es que vuestras
argollas esponsales lucen el paso del tiempo vivido, como la más valiosa presea
que una matrimonio –aquí- puede aspirar, desde la realidad de ser un camino que
conduce a la mutua perfección para alcanzar juntos la santidad. Por esto
nuestra Iglesia nos invita a destacarlo vivamente.
En
efecto, en la Carta Familiaris Consortio, el Papa Juan Pablo II invita a
celebrar -con especial solemnidad- las Bodas de Oro porque el solo hecho de
ese acto es ya un apostolado eficaz para las generaciones venideras, que ven posible y real, aquello que sus padres mayores han procurado vivir
ejemplarmente. ¡Jóvenes y niños ved que, en esta época es posible amar para toda la
vida! ¡Hoy sois testigos de ello!
3.
“Todo
el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar
a quién es semejante:
Es
semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los
cimientos sobre roca”. (San Lucas VI, 47-48).
El
gran Obispo San Agustín de Hipona, en el Siglo IV, escribió: “El que te creó sin ti, no te salvará sin
ti”. La gracia de Dios no es algo mágico, actúa eficazmente en nuestra alma
de tal manera que al inicio, durante y fin de todo acto meritorio, virtuoso
y santificante estará la mano del Señor que nunca olvida, siempre sostiene y
acoge paternalmente.
Por
ello, lograr cincuenta años de matrimonio no es algo que sea fruto de la
improvisación o casualidad, sino que es la consecuencia inmediata del haber
procurado ser fieles a la gracia y al amor de Dios, pues sabido es que: “amor, con amor se paga”.
Aquí,
ocupa un lugar importante el camino de
las virtudes, las cuales en la vida matrimonial son especialmente
necesarias.
Han
sido -no sólo- padres ocupados y
preocupados de sus hijos, además, han
sabido darles el tiempo necesario a cada uno, sabiendo que como cada estrella
es genuina, cada hijo es único en su especie, por lo que, lo que aquello que para uno puede ser
necesario para otro puede ser ya suficiente. ¡Cada hijo es tan distinto, como original!
Han
sido padres que se han ayudado mutuamente: Entendiendo que, el santo matrimonio fue desde donde surgió
vuestra familia, y en la cual nacieron vuestros hijos, ambos han procurado
apoyar sus mutuas iniciativas, como indica el Santo Evangelio de este día, “sobre
la roca” que es la Persona de Jesucristo, único que hace el amor humano
posible y para siempre.
Cómo
no elevar a esta hora, tan significativa para todos, una oración: “Jesús
no tienes manos…Tienes solo nuestras manos para modelar un mundo donde reine la
justicia y misericordia; Jesús no tienes pies…Tienes nuestros pies para colocar
en marcha la caridad y la verdadera libertad que es vivir con Cristo; Jesús no
tienes ojos…Tienes nuestros ojos para descubrir que donde no hay amor, colocando
amor se cosecha amor verdadero; Jesús no tienes labios…Tienes nuestros labios
para anunciar hoy que el amor vence siempre, que el amor es más fuerte, como el
de estos esposos que, junto a los suyos celebran sus Bodas de Oro
Matrimoniales”.
Amén.
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