Parroquia Nuestra Señora de Puerto Claro, Valparaíso |
TEMA DE FORMACION MES DE NOVIEMBRE DEL 2014.
Cuando estamos fuera
del país, en lugares donde se hablan idiomas desconocidos, suena como agua en
el desierto, la voz de un compatriota que habla a la distancia. Por los
modismos, por el tono, de inmediato nos resulta familiar. Pues bien, tan
característico como el hablar lo es nuestra religiosidad, es decir cómo vivimos
nuestra necesaria relación con Dios.
Y, uno de los medios
privilegiados de toda vida espiritual es cómo se participa en la Sagrada Liturgia,
pues o te comportas como rezas o rezas
lo que te comportas…Más simple aún: Haces lo que dices, o dices lo que haces.
Entonces, importa lo
que decimos a Dios en la oración privada como en la oración litúrgica. Como en
toda relación personal que entablamos, siempre tiene repercusión el cómo
decimos las cosas, el qué decimos y los
silencios que eventualmente guardamos, los cuales –en ocasiones- pueden ser más
elocuentes que la misma multiplicidad de palabras. Por esto, habituados al uso
frecuente de los textos litúrgicos, es gravitante la terminología utilizada,
tras las cuales siempre hay una determinada visión de Dios y de su Iglesia. En
las recientes traducciones del Misal Romano leemos algunas expresiones que es
necesario profundizar.
¿Los
demás o prójimos?
Ayudar a “los demás” y servir al “prójimo” como Cristo puede sonar parecido, pero no es lo mismo. Como
decía un periodista de un matinal nacional: “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. La palabra “prójimo”
implica proximidad, cercanía, y se traduce del termino griego plesion, equivale de manera limitada a la expresión
hebrea rea’. Tiene cercanía con la
palabra “hermano” pero posee matices
propios. “Prójimo” implica asociarse con alguno y entrar en su compañía, no
implica una relación natural ni pertenece a la casa paterna, de tal manera que
podemos decir que si mi hermano es mi otro yo, el prójimo es
otro que yo que puede llegar a ser mi hermano.
Las antiguas
traducciones veterotestamentarias en ocasiones hablan de “los otros” (Éxodo XX, 16ss), pero nuestra lectura de todo el A.T
se debe hacer desde la realidad de la plenitud de la revelación en el N.T. Dios
habló de una vez para siempre en Jesús, por lo que transformó la palabra prójimo de manera definitiva (San Lucas
X, 29).
Pero, la palabra -que
hoy leemos en algunas oraciones del Misal Romano- “los demás” es una expresión genérica e impersonal que nada tiene
que ver con la riqueza honda y tradicionalmente usada de “prójimo” por la liturgia y en la vida de nuestra Iglesia.
¿Caritativos
o solidarios?
De manera similar,
hablar de “ser caritativo” no es lo
mismo que “ser solidario”. ¿Por qué
al interior de la Iglesia ocupamos indistintamente estos términos cosa que
habitualmente evitan hacer los no creyentes? Una conocida transnacional
solidaria organiza en nuestra Patria una colecta de 72 horas. En un paradero los
voluntarios se acercan a solicitar ayuda y al manifestar que no se haría en esa
ocasión, uno de los “solidarios” pega un
golpe al vehículo ante los sorprendidos pasajeros. Curiosa manera de exigir ser
solidarios, que coloca las solicitudes hallowinescas
de “dulce o travesura” como cosa de infantes de pecho. Definitivamente la
caridad no usa distintivos porque “la
mano izquierda no sabe lo que hace la mano derecha” (San Mateo VI, 3); la caridad actúa en primera persona “hay más alegría en dar que en recibir”
(Hechos de los Apóstoles XX, 35); y la caridad parte del bolsillo propio, no de
la expoliación de los ajenos (San Lucas X, 25-37).
¿Párroco
o referente?
Tratar de traducir los
artículos y publicaciones emanados de eximios pastoralistas y liturgistas
resulta, en ocasiones, más engorroso que descifrar los textos de apoyo para los
docentes. Todos requieren de un diccionario de siglas y terminologías que sólo los autores parecen comprender….creo.
Una de ellas es la dada para referirse a lo que la tradicional tonada de los
Huasos Quincheros denomina “Cura de mi pueblo”. Es decir, el Párroco a cargo de
un sector de fieles de la diócesis que oficia de “alargue” del cuidado pastoral
de quien ha recibido la plenitud del sacerdocio por medio d la consagración
episcopal.
¡Nihil sine episcopo!
Clamaba un Padre de la Iglesia. El Párroco no se manda solo, aunque en
ocasiones, por la gravísima crisis vocacional de la actualidad, de larga data
en algunas diócesis, deba ejercer aparentemente solitario su ministerio, al
cual los ángeles miran quizá con solemnidad, respeto y admiración. ¡Un hombre
tiene en sus manos al Dios que ellos adoran! Vaya sublime misterio, que además
palpita en su corazón humano.
R.P. Jaime Herrera |
Vinculado estrechamente
a una comunidad de fieles, el Párroco sabe que su tarea primera es adorar a
Dios, ser santo para santificar; ser creyente para que crean. Casi, podemos
decir su vida de sacerdote párroco está mitad en el cielo y mitad en la tierra;
como verdadero signo de contradicción que le hace ser plenamente con los pies
en la tierra, como plenamente su corazón puesto en el cielo.
Esta tensión para el
mundo le hace ser frecuentemente incomprendido…como su Maestro. El Cura Párroco
siempre está de llegada como siempre
de salida, porque pertenece aquí como
allá.
Del latín parŏchus, y este del
griego πάροχος, que deriva del verbo παρέχω (paréco, "yo suministro". Era la persona que daba
atención por encargo a los que estaban de viaje. Y, esta expresión asumida por
el Derecho eclesiástico habla del “pastor
propio” que alimenta con su fe y sacramentos a su propia comunidad.
El Párroco hace realizable, de modo preferente aunque no exclusivo el
camino de la Iglesia universal en la vida cotidiana, del hogar, de las
instituciones. En términos financieros se habla hoy de una macro economía y de una
micro economía, pues bien, entonces, diremos que las parroquia permiten avocarse a la microiglesia, con toda su riqueza. De
ahí la plena vigencia de la vida parroquial, y de reconocer al Párroco, por su
nombre tradicional.
La cercanía del Cura Párroco con los fieles es única. No la posee ningún
movimiento ni organización porque es
como el antiguo médico de la familia: a todos conoce por su nombre y de un
vistazo sabe cuáles son la causa de las dolencias. Por eso, en general los párrocos son gorditos
y los técnicos de pastoral delgados… ¿No recuerda Ud. que los médicos antiguos
de pueblo, y los de familia eran todos algo rellenitos? Evidente: después de la
visita una tacita, y algún engañito más.
Hoy, nos hablan de “referentes”
para denominar a quien tiene Cura de Almas, llegando incluso a denominarle “agente pastoral cualificado”, con lo
cual se licúa la antigua expresión del querido “Cura de mi Pueblo” a la de un
funcionario más en el pueblo, que eventualmente cumple un rol importante, si
pero se olvida que en medio de la Misa
actúa in persona Christi. Tal Misa, tal Cura, señalaba un magno pontífice.
Mas, lo anterior no es un simple asunto semántico. No se trata de palabras
más, palabras menos, pues tras cada palabra hay una manera de ver la Iglesia, o
de no querer verla…Una comunidad parroquial debe tener una cabeza visible, aunque
en ella puedan colaborar otros sacerdotes. Afirmar que “todos son párrocos” es como delegar en todos unas
responsabilidades, mandos y servicios, y –sabido es que- allí donde todos
mandan ninguno obedece, a la vez que, la experiencia lo indica, suele pasar que
donde todos están, a ninguno se le suele
encontrar oportunamente.
¿Reunidos o apelotonados?
No hace falta pasar largas horas estudiando cómo traducir la Santa Biblia
para darse cuenta de los graves errores que se pueden encontrar en algunos
textos actualmente en uso. Así, podemos imaginar el rostro de sorpresa de los
feligreses que en medio de la Santa Misa escuchan que había una multitud que “apelotonaba” a Jesús. ¿Qué quiso decir
el teólogo bíblico con ello? Debería entender que una muchedumbre es estar
apelotonados.
No menor sorpresa ha de haber experimentado más recientemente, en medio de
la festividad de la dedicación de la Basílica de Letrán algún feligrés
meditando las palabras del Evangelio recordaba que el padrecito había leído que
Jesús dijo: “No hagáis de la casa de mi Padre
una casa de comercio” (San Juan II, 16). Antaño se leía: “cueva de ladrones”, en referencia a la
expresión del profeta Zacarías: “En aquel
día no habrá más mercader en la casa de Dios de los ejércitos” (XIV,
21). Pero ¿Es lo mismo una “cueva de
ladrones” que una casa de comercio? Acaso la señora que tiene un kiosco y
comercia legítimamente para obtener el sustento diario, como el empresario
honesto que da empleo a muchas personas con sus gestiones comerciales deberán sentirse afectados por
aquella homologación de “comercio” a “cueva de ladrones? Mi instinto me hace
percibir cierto humo liberacionista tras esta reciente traducción de la Santa
Biblia, pues basta leer los textos paralelos de San Mateo XXI, 13 y San Lucas
XIX, 46 para darse cuenta que hay una
traducción parcial y reductiva.
De múltiples maneras se
han buscado caminos para hacer que los fieles participan más en las
celebraciones eucarísticas. Un día se dijo: “el
problema es el idioma”, y se incorporó la lengua vernácula a la tradición
milenaria del latín litúrgico; otro día se dijo: “Es que debemos ver el rostro al celebrante”, y se giró al sacerdote, pero… ¿hubo más
participación real? Otro día se tuvo la inventiva de hacer actos más simples y
breves para que los fieles se acercaran. Y, pasado el tiempo marcado por tantas
iniciativas, finalmente nos podemos
preguntar: ¿Por qué decrece el número de quienes asisten habitualmente a
nuestros cultos?
No hablamos de aquellas
eventualidades que son siempre excepcionales, como son las peregrinaciones que
reúnen a miles de fieles (Yumbel, Lo Vásquez, Maipú, Andacollo, y La Tirana). Nos referimos, más bien, a lo que
sucede en el día a día. A las cinco personas que rezan diariamente, y que
pueden sumar algunas mas cuando hay una “Misa especial”, como son las de: aniversario de difuntos, participación de
grupos tercera edad, sociedades en sus aniversario, clubes deportivos, colegios
y sinnúmero de otras organizaciones que pueden converger en el templo y dar la
impresión de una gran participación, lo cual para el asistente ocasional le
dejaría una imagen de renovación y esperanza sobre la vida de la Iglesia hoy.
Más, el día a día tiene
la fuerza de ser como la gota milenaria que es capaz de roer y esculpir la más inerte de las rocas. Así acontece con
la verdadera piedad popular, aquella celebrada todos los días con cantos
conocidos y de tonos algo aletargados. Entonado por cancinas cabelleras que ven
pasar generaciones de iniciativas e inventivas, las cuales en ocasiones se hacen francamente insoportables, y que
gracias a Dios, duran lo que duran no más.
Como dice una canción
española de los setenta “la Puerta de Alcalá ha visto pasar el tiempo”, nuestros
atrios ¿qué dirían de todo lo que han visto transitar en la inventiva litúrgica
de las últimas décadas? Filminas, diapositivas, beta, vhs, power point,
proyectores, Data Show, bailes, disfraces, globos, pancartas.
¡Aplaudamos a Pedro,
Juan y Diego porque están aquí!… Grita el animador, pasando luego lista de todos
los asistentes que también sonrientes se lleva cada uno un cerrado aplauso. Y, luego a casa con el recuerdo de haber
estado con personas muy agradables y acogedoras.
Pero ¿regresan con la certeza
de haber estado con Dios? Con haber conocido su Palabra, no la fría e
impersonal explicación de biblistas que -a veces- toda su vida traducen las escrituras
haciendo luego generosas ofertas con ediciones “corregidas u aumentadas” de la Santa Biblia.
Y, ahí están los
feligreses, los de siempre. Con su fe que mantiene y acompaña los cirios de
nuestro altar que no dejan de consumirse en cada celebración como diciendo: “Dios está aquí, venid adoradores”. Mientras
el canto se escucha en los tabiques gastados y algo siniestrados: “Hasta tus planta Señor llegamos buscando
asilo en tu corazón”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario