martes, 11 de noviembre de 2014

TANTO VA EL AGUA AL CÁNTARO, QUE AL FIN SE ROMPE



Parroquia Nuestra Señora de Puerto Claro, Valparaíso
 TEMA  DE  FORMACION  MES  DE  NOVIEMBRE DEL  2014.

Cuando estamos fuera del país, en lugares donde se hablan idiomas desconocidos, suena como agua en el desierto, la voz de un compatriota que habla a la distancia. Por los modismos, por el tono, de inmediato nos resulta familiar. Pues bien, tan característico como el hablar lo es nuestra religiosidad, es decir cómo vivimos nuestra necesaria relación con Dios.
Y, uno de los medios privilegiados de toda vida espiritual es cómo se participa en la Sagrada Liturgia, pues o te comportas  como rezas o rezas lo que te comportas…Más simple aún: Haces lo que dices, o dices lo que haces.
Entonces, importa lo que decimos a Dios en la oración privada como en la oración litúrgica. Como en toda relación personal que entablamos, siempre tiene repercusión el cómo decimos las  cosas, el qué decimos y los silencios que eventualmente guardamos, los cuales –en ocasiones- pueden ser más elocuentes que la misma multiplicidad de palabras. Por esto, habituados al uso frecuente de los textos litúrgicos, es gravitante la terminología utilizada, tras las cuales siempre hay una determinada visión de Dios y de su Iglesia. En las recientes traducciones del Misal Romano leemos algunas expresiones que es necesario profundizar.
¿Los demás o prójimos?
Ayudar a “los demás” y servir al “prójimo” como Cristo  puede sonar parecido, pero no es lo mismo. Como decía un periodista de un matinal nacional: “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. La palabra “prójimo” implica proximidad, cercanía, y se traduce del termino griego plesion,  equivale de manera limitada a la expresión hebrea rea’. Tiene cercanía con la palabra “hermano” pero posee matices propios. “Prójimo” implica asociarse con alguno y entrar en su compañía, no implica una relación natural ni pertenece a la casa paterna, de tal manera que podemos decir que si mi hermano es mi otro yo, el prójimo es otro que yo que puede llegar a ser mi hermano.
Las antiguas traducciones veterotestamentarias en ocasiones hablan de “los otros” (Éxodo XX, 16ss), pero nuestra lectura de todo el A.T se debe hacer desde la realidad de la plenitud de la revelación en el N.T. Dios habló de una vez para siempre en Jesús, por lo que transformó la palabra prójimo de manera definitiva (San Lucas X, 29).
Pero, la palabra -que hoy leemos en algunas oraciones del Misal Romano- “los demás” es una expresión genérica e impersonal que nada tiene que ver con la riqueza honda y tradicionalmente usada de “prójimo” por la liturgia y en la vida de nuestra Iglesia.
¿Caritativos o solidarios?

De manera similar, hablar de “ser caritativo” no es lo mismo que “ser solidario”. ¿Por qué al interior de la Iglesia ocupamos indistintamente estos términos cosa que habitualmente evitan hacer los no creyentes? Una conocida transnacional solidaria organiza en nuestra Patria una colecta de 72 horas. En un paradero los voluntarios se acercan a solicitar ayuda y al manifestar que no se haría en esa ocasión,  uno de los “solidarios” pega un golpe al vehículo ante los sorprendidos pasajeros. Curiosa manera de exigir ser solidarios, que coloca las solicitudes hallowinescas de “dulce o travesura” como cosa de infantes de pecho. Definitivamente la caridad no usa distintivos porque “la mano izquierda no sabe lo que hace la mano derecha” (San Mateo VI, 3); la caridad actúa en primera persona “hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos de los Apóstoles XX, 35); y la caridad parte del bolsillo propio, no de la expoliación de los ajenos (San Lucas X, 25-37).
¿Párroco o referente?

Tratar de traducir los artículos y publicaciones emanados de eximios pastoralistas y liturgistas resulta, en ocasiones, más engorroso que descifrar los textos de apoyo para los docentes. Todos requieren de un diccionario de siglas y terminologías que  sólo los autores parecen comprender….creo. Una de ellas es la dada para referirse a lo que la tradicional tonada de los Huasos Quincheros denomina “Cura de mi pueblo”. Es decir, el Párroco a cargo de un sector de fieles de la diócesis que oficia de “alargue” del cuidado pastoral de quien ha recibido la plenitud del sacerdocio por medio d la consagración episcopal.
¡Nihil sine episcopo! Clamaba un Padre de la Iglesia. El Párroco no se manda solo, aunque en ocasiones, por la gravísima crisis vocacional de la actualidad, de larga data en algunas diócesis, deba ejercer aparentemente solitario su ministerio, al cual los ángeles miran quizá con solemnidad, respeto y admiración. ¡Un hombre tiene en sus manos al Dios que ellos adoran! Vaya sublime misterio, que además palpita en su corazón humano.
R.P. Jaime Herrera
Vinculado estrechamente a una comunidad de fieles, el Párroco sabe que su tarea primera es adorar a Dios, ser santo para santificar; ser creyente para que crean. Casi, podemos decir su vida de sacerdote párroco está mitad en el cielo y mitad en la tierra; como verdadero signo de contradicción que le hace ser plenamente con los pies en la tierra, como plenamente su corazón puesto en el cielo.
Esta tensión para el mundo le hace ser frecuentemente incomprendido…como su Maestro. El Cura Párroco siempre está de llegada como siempre de salida, porque pertenece aquí como allá.

 

 

Del latín parŏchus, y este del griego πάροχος, que deriva del verbo παρέχω (paréco, "yo suministro". Era la persona que daba atención por encargo a los que estaban de viaje. Y, esta expresión asumida por el Derecho eclesiástico habla del “pastor propio” que alimenta con su fe y sacramentos a su propia comunidad.
El Párroco hace realizable, de modo preferente aunque no exclusivo el camino de la Iglesia universal en la vida cotidiana, del hogar, de las instituciones. En términos financieros se habla hoy de una macro economía y de una micro economía, pues bien, entonces, diremos que  las parroquia permiten avocarse a la microiglesia, con toda su riqueza. De ahí la plena vigencia de la vida parroquial, y de reconocer al Párroco, por su nombre tradicional.
La cercanía del Cura Párroco con los fieles es única. No la posee ningún movimiento ni organización  porque es como el antiguo médico de la familia: a todos conoce por su nombre y de un vistazo sabe cuáles son la causa de las dolencias.  Por eso, en general los párrocos son gorditos y los técnicos de pastoral delgados… ¿No recuerda Ud. que los médicos antiguos de pueblo, y los de familia eran todos algo rellenitos? Evidente: después de la visita una tacita, y algún engañito más.
Hoy, nos hablan de “referentes” para denominar a quien tiene Cura de Almas, llegando incluso a denominarle “agente pastoral cualificado”, con lo cual se licúa la antigua expresión del querido “Cura de mi Pueblo” a la de un funcionario más en el pueblo, que eventualmente cumple un rol importante, si pero se  olvida que en medio de la Misa actúa in persona Christi. Tal Misa, tal Cura, señalaba un magno pontífice.
Mas, lo anterior no es un simple asunto semántico. No se trata de palabras más, palabras menos, pues tras cada palabra hay una manera de ver la Iglesia, o de no querer verla…Una comunidad parroquial debe tener una cabeza visible, aunque en ella puedan colaborar otros sacerdotes. Afirmar que “todos son párrocos” es como delegar en todos unas responsabilidades, mandos y servicios, y –sabido es que- allí donde todos mandan ninguno obedece, a la vez que, la experiencia lo indica, suele pasar que donde todos están,  a ninguno se le suele encontrar oportunamente.
¿Reunidos o apelotonados?

No hace falta pasar largas horas estudiando cómo traducir la Santa Biblia para darse cuenta de los graves errores que se pueden encontrar en algunos textos actualmente en uso. Así, podemos imaginar el rostro de sorpresa de los feligreses que en medio de la Santa Misa escuchan que había una multitud que “apelotonaba” a Jesús. ¿Qué quiso decir el teólogo bíblico con ello? Debería entender que una muchedumbre es estar apelotonados.  
No menor sorpresa ha de haber experimentado más recientemente, en medio de la festividad de la dedicación de la Basílica de Letrán algún feligrés meditando las palabras del Evangelio recordaba que el padrecito había leído que Jesús dijo: “No hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio” (San Juan II, 16). Antaño se leía: “cueva de ladrones”, en referencia a la expresión del profeta Zacarías: “En aquel día no habrá más mercader en la casa de Dios de los ejércitos” (XIV, 21).  Pero ¿Es lo mismo una “cueva de ladrones” que una casa de comercio? Acaso la señora que tiene un kiosco y comercia legítimamente para obtener el sustento diario, como el empresario honesto que da empleo a muchas personas con sus gestiones  comerciales deberán sentirse afectados por aquella homologación de “comercio” a “cueva de ladrones? Mi instinto me hace percibir cierto humo liberacionista tras esta reciente traducción de la Santa Biblia, pues basta leer los textos paralelos de San Mateo XXI, 13 y San Lucas XIX, 46 para darse cuenta que hay una  traducción parcial y reductiva.
De múltiples maneras se han buscado caminos para hacer que los fieles participan más en las celebraciones eucarísticas. Un día se dijo: “el problema es el idioma”, y se incorporó la lengua vernácula a la tradición milenaria del latín litúrgico; otro día se dijo: “Es que debemos ver el rostro al celebrante”, y  se giró al sacerdote, pero… ¿hubo más participación real? Otro día se tuvo la inventiva de hacer actos más simples y breves para que los fieles se acercaran. Y, pasado el tiempo marcado por tantas iniciativas,  finalmente nos podemos preguntar: ¿Por qué decrece el número de quienes asisten habitualmente a nuestros cultos?
No hablamos de aquellas eventualidades que son siempre excepcionales, como son las peregrinaciones que reúnen a miles de fieles (Yumbel, Lo Vásquez, Maipú, Andacollo, y  La Tirana). Nos referimos, más bien, a lo que sucede en el día a día. A las cinco personas que rezan diariamente, y que pueden sumar algunas mas cuando hay una “Misa especial”, como son las de:  aniversario de difuntos, participación de grupos tercera edad, sociedades en sus aniversario, clubes deportivos, colegios y sinnúmero de otras organizaciones que pueden converger en el templo y dar la impresión de una gran participación, lo cual para el asistente ocasional le dejaría una imagen de renovación y esperanza sobre la vida de la Iglesia hoy.
Más, el día a día tiene la fuerza de ser como la gota milenaria que es capaz de roer y esculpir  la más inerte de las rocas. Así acontece con la verdadera piedad popular, aquella celebrada todos los días con cantos conocidos y de tonos algo aletargados. Entonado por cancinas cabelleras que ven pasar generaciones de iniciativas e inventivas, las cuales en ocasiones  se hacen francamente insoportables, y que gracias a Dios, duran lo que duran no más.
Como dice una canción española de los setenta “la Puerta de Alcalá ha visto pasar el tiempo”, nuestros atrios ¿qué dirían de todo lo que han visto transitar en la inventiva litúrgica de las últimas décadas? Filminas, diapositivas, beta, vhs, power point, proyectores, Data Show, bailes, disfraces, globos, pancartas.
¡Aplaudamos a Pedro, Juan y Diego porque están aquí!… Grita el animador, pasando luego lista de todos los asistentes que también sonrientes se lleva cada uno un cerrado aplauso.  Y, luego a casa con el recuerdo de haber estado con personas muy agradables y acogedoras.
Pero ¿regresan con la certeza de haber estado con Dios? Con haber conocido su Palabra, no la fría e impersonal explicación de biblistas que -a veces- toda su vida traducen las escrituras haciendo luego generosas ofertas con ediciones “corregidas u aumentadas” de la Santa Biblia.
Y, ahí están los feligreses, los de siempre. Con su fe que mantiene y acompaña los cirios de nuestro altar que no dejan de consumirse en cada celebración como diciendo: “Dios está aquí, venid adoradores”. Mientras el canto se escucha en los tabiques gastados y algo siniestrados: “Hasta tus planta Señor llegamos buscando asilo en tu corazón”.

 

     

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