DOMINGO / SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI /
CICLO “B”.
1. “Esta
es la sangre de la Alianza que Dios ha hecho con vosotros” (Éxodo XXIV, 8).
Padre Jaime Herrera y familia de los Rosarinos |
La Solemnidad del Corpus
Christi nos hace celebrar de una manera especial la presencia sacramental de
Jesucristo en medio nuestro. Su cercanía, real y substancial, nos hace
verificar la promesa cumplida de la última Cena: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Nuestro Señor no
dio fecha para el fin del mundo,
pero, si se quedó con nosotros de manera
permanente, por lo que cada día podemos vivir como si fuera un anticipo y un encuentro del advenimiento.
Entonces, el creyente vive en la tensión
de dedicarse a cada jornada sabiendo que en ella se juega la bienaventuranza
eterna, y con la certeza que Jesucristo está realmente presente en cada Santa
Misa, en cada Sagrario.
Su presencia no es figurada, no es simbólica, es él quien con el poder
y la voluntad lo que dijo hizo: Transformó aquel pan y vino en todo su Cuerpo y
Sangre, entendiendo que, como acontece en cada uno de nosotros, si acaso vivimos,
diremos que donde está su cuerpo,
está su alma, por lo que, recibir la Hostia
Santa es recibir la persona divina y humana de Jesucristo, cuya realidad –indivisa-
se hizo presente en el mundo desde el momento de la Encarnación del Verbo: “Verbun caro factum est et habitabis in
nobis”.
En este día asumimos que Jesús no sólo vino a nosotros. No sólo está cerca de
nosotros. Está en nosotros cada
vez que debidamente preparados, sin conciencia de pecado grave y habiéndonos
confesado de ello previamente, nos acercamos a comulgar. En ese momento,
percibimos que nunca el hombre está más cerca de Dios y nunca Dios más ceca del
hombre: así, entonces, con la Biblia preguntamos…” ¿Qué pueblo hay que tenga a
su Dios tan cerca suyo?”
Pues bien, si acaso asumimos lo que implica tener a Cristo hoy vivo en
medio nuestro, entonces, resulta lógico preguntarnos respecto de cuál deberá
ser nuestra manera de portarnos como cristianos en medio de un mundo cada vez
más renuente a las enseñanzas de la Iglesia y a los dictámenes de Dios. Lo
cierto, es que de lo que estamos ciertos, es que no podemos egresar de esta
Santa Misa siendo los mismos, toda vez que la persona de Jesucristo en todo
momento invita a un cambio de vida. En contra o a favor suyo nunca en la
mediocridad. El catolicismo en Chile desde hace muchos años, acrecentado por
cierto de un tiempo a esta `parte, por la dictadura del relativismo reinante, se ha ubicado en una peligrosa y estéril línea
donde se pretende aplicar una tercera vía
espiritual, es decir: desde una fe vivida “a
la manera de cada uno”, se pretende impedir estar al 100% con Cristo.
Ufanándose en sus errores, los
tercera vía, al creyente consecuente
suelen tratar del mismo modo que a cuantos asolan estos días Oriente Medio,
proponiendo una religiosidad católica “pero
no fanática”. Ello lleva a una vida sin santos, sin mártires, y sin
futuro.
Recientemente meditamos los escritos de San Bonifacio, obispo y mártir
inglés del Siglo VI. En una de sus cartas señala: “Ya se han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción.
Muramos, si así lo quiere Dios, por sus santas leyes de nuestros `padres, para
que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna. No seamos perros mudos,
no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo,
sino solícitos pastores que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el
designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a
los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos de
fuerzas, a tiempo y a destiempo” (Carta 78).
En muchos lugares Cristo sale hoy a las calles en procesión. Es una
realidad que se viene dando desde hace dos milenios. El actual Pontífice nos invita a tener una
Iglesia en salida. ¿Habrá un santo
que no haya vivido su fe en salida?
¡Todos por cierto!
Una Iglesia en salida no es una Iglesia hambrienta de novedades; no es
una Iglesia acomplejada ante el secularismo mundo; no es una Iglesia involutiva
o evolutiva. Nuestra Iglesia verdadera, es una comunidad que busca la primacía
de Jesucristo en todo y en todos; es una comunidad que hace apostolado contra
viento y marea; es una comunidad orgullosa de la fe recibida y compartida; es
una comunidad que abre la puerta, da la bienvenida e invita a participar.
Esa Iglesia, fundada por Cristo, y guiada por el Espíritu Santo,
porque está abierta a la verdad de Dios es capaz de ser acogedora, receptiva,
buscadora, aleccionadora, diligente, y segura, ante la cual, según lo dicho por
nuestro Señor Jesucristo, las fuerzas
del mal no prevalecerán nunca, pero, que debemos tener presente que siempre estarán a su asecho.
“Mucho cuesta a los ojos de Dios la muerte de
los que le aman” (Salmo CXXVI, 15).
Las celebraciones de la
Santa Misa en ocasiones resultan sorprendentes ante la multitud de abusos
litúrgicos que se constatan en la actualidad. El
debilitamiento de la fe, y el eclipse de la caridad, hace que la virtud de la
piedad se vea notablemente disminuida, restringiendo todo lo relacionado con la
unción, respeto, y el silencio. A quienes se dejan seducir por una liturgia protestanizada les resulta
incompresible, por ejemplo, arrodillarse
ante el Santísimo durante la consagración, o colocar la mano en el corazón al
pedir perdón tres veces “por mi culpa,
por mi culpa, por mi gran culpa” y luego ante la presentación del Santísimo
-previa la comunión- repetir las palabras: “Señor
no soy digno de que entres en mi casa”.
La Santa Biblia dice que
“al solo nombre de Jesús toda rodilla se
doble en el cielo y en la tierra”, entonces, nos preguntamos: ¿Qué no deberemos
dejar de hacer ante la presencia real de Jesucristo en medio nuestro?
¡Es el Señor que está
ante nosotros, y por nosotros! Por ello, quien
ama de verdad se preocupa de que el ser amado se sienta y se vea
reconocido, procurando no ahorrar detalles en el cuidado de prodigar atenciones
exclusivas. Por ello, los gestos litúrgicos se hacen lentamente, convergiendo
en una acción lo que se siente y lo que se ve. Nadie imagina un amor verdadero
de novios que se miren de reojo –suspicazmente- o con “chanfle”-falsamente. ¡Se
miran de frente! Así, durante toda la Santa Misa en el centro del altar, el
sacerdote observa y es observado, primero por quien “mira con cariño”, que es Jesucristo. Colocar los crucifijos a los
costados del altar o pendiente en el techo, puede ser señal de una actitud
huidiza, evasiva, de quien no se deja interpelar de frente por Aquel es Victima
y Altar a la vez. En el centro del corazón…Jesucristo…en el centro de todo Altar,
su Cruz.
Los detalles importan
cuando se trata de las cosas de Dios. Y la simpleza nada
tiene que ver con la elocuencia de las vestimentas litúrgicas, que deben
facilitar la comprensión de los misterios sublimes que se celebran en cada
Santa Misa. El valor de los ornamentos radica esencialmente en su capacidad de descifrar y hacer más
accesible a cada creyente lo que se está celebrando, por lo que su uso
adecuado y completo es de suyo una catequesis, constituyendo una rica enseñanza
–también- para quienes están llamados a participar de la vida de la Iglesia
como hijos de Dios. Es decir, si una bandera lleva a los hijos de una Patria
a colocar su mano en el corazón y entonar el himno común con fuerza, los
ornamentos de la Santa Misa invitan a ver crecer en la fe en virtud de la “locuacidad” de los signos impresos y
del respeto con que se usen.
Por el contrario, no
faltan aquellos que bajo un falso pretexto de humildad desechan determinaos
ornamentos, y evitan el uso de signos claros en ellos. Es parte de la
lógica de una religiosidad consensual, de una espiritualidad tibia y de una
evangelización “puertas adentro”. Sin
ser una vestimenta litúrgica, la sotana es la vestimenta propia del sacerdote,
según leemos en el Directorio para la vida de los Presbiterios actualmente
vigente. Su riqueza testimonial separa
las aguas, y es respetada -en ocasiones- más por los no creyentes que por
quienes dicen serlo.
La experiencia de
haberla usado desde hace veinticinco años de manera permanente, no como un uniforme que se usa sólo en horario de
servicio, ni como un disfraz
ocasional, ni como una indumentaria
protocolar, sino como el resultado de un acto único y decisivo realizado al
momento de la consagración. El sacerdote pertenece totalmente y perpetuamente
para Dios y su Iglesia. No se pertenece a sí mismo ni se viste por tanto de
cualquier manera. No se avergüenza de mostrarse visiblemente ante todos como un
sacerdote y facilita su identificación con un fin pastoral y de evangelización
pro activo.
Es un hecho ya
incontrarrestable que el uso de la sotana está extendiéndose en la actualidad
en gran parte del mundo. Son muchas las jóvenes Congregaciones,
Institutos de Vida Consagrada, y Asociaciones de Fieles que el Señor bendice
con numerosas vocaciones, que no rehúyen del uso frecuente del hábito talar y
religioso. Es probable que en nuestra Patria, cuya religiosidad y vida social
suelen caracterizarse por avanzar a paso lento y con décadas de retraso, no se
perciba tan claramente cómo sí se está dando fuertemente en otras naciones.
Entonces, quienes en Chile usamos sotana no somos los últimos en hacerlo
sino los primeros en participar de este reencantamiento de la sotana en el
mundo entero: ¡Mi vivir es Cristo …y con sotana!
Pbro. Karol Wojtyla |
Uno de los primeros síntomas que se constatan de un espíritu
secularizado al interior del clero es el abandono de la sotana.
Los tristes casos de deserciones y traiciones al ministerio presbiteral son signo y a la vez
causa del sistemático abandono del hábito religioso. De hecho, los casos más
dramáticos y dolorosos que hemos conocido de un tiempo a esta parte tienen como
protagonistas a los que olvidando la grandeza de su ministerio, menospreciaron su sotana y –finalmente- terminaron perdiendo
su honra y ministerio. Ciertamente, el hábito no hace al monje, pero, es
evidente que le ayuda a serlo.
Hermanos: Si queremos
que Cristo camine por nuestras calles debemos asumir que lo hará, también, a
través de nuestros pasos, por medio de nuestras palabras, y en cada una de nuestras
actitudes. Todo en la vida del cristiano
debe servir para traducir claramente
al mundo actual quién es Jesucristo, cuáles son sus enseñanzas, cuáles son los
caminos que nos llevan hacia Él, a la vez que con la seguridad de los santos y
mártires, reflejar el esplendor de la verdad por medio de la vivencia del
misterio de la fe que es la presencia de Jesucristo en la Santísima Eucaristía.
Si los Apóstoles
imploraron: “Señor dónde podemos ir”,
al ver a Cristo en nuestros altares cada día, al tenerlo presente en
nuestros sagrarios al centro de cada templo, y recibirlo en cada comunión diremos:
“Sólo tú tienes palabras de Vida Eterna, pues, eres el Pan de Vida”. Amén.
Procesión de Corpus Christi Santiago 2015 |
SACERDOTE JAIME HERRERA / CURA PARROCO DE PUERTO CLARO
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