SOLEMNIDAD
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
/ CICLO “B”.
1.
“Guarda los preceptos y los mandamientos que yo
te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y
prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre” (Deuteronomio IV, 40).
Quienes hemos
peregrinado a pie hasta el Santuario de la Purísima de Lo Vásquez hemos
experimentado el alivio, el gozo y el ánimo que se tiene, luego de largas horas de caminata, el poder vislumbrar a la distancia las luces
que sobresalen desde el Santuario, a esa hora bullente de
plegarias, confesiones, mandas, y “demases”.
Resulta curioso constatar
cómo la extensa caminata previa, de una treintena de kilómetros, con el calor
sobre la cabeza y desde los pies, en polvoriento o pavimentado camino, sumado a
un sol que sólo toma descanso para dar paso a la noche, forman un conjunto de
factores que dan un engaste providencial al numeroso grupo de peregrinos en
cuyos corazones subyace lo escrito por el Salmista: “Vamos a la Casa del Señor” (Salmo CXXII).
Nuevos ímpetus,
certezas que son fortalecidas, anhelos
con mayores bríos, emergen al momento de percibir la tenue luz en medio de la
oscuridad en lo alto y alrededor de aquel tradicional templo mariano.
¿Cómo es posible que la
sola percepción de una simple luz sea capaz de vencer todo cansancio, toda
eventual renuncia, toda naciente claudicación? Cuando ya las fuerzas parecen
sobrepasadas en el peregrino, surge por
medio de aquella luminosidad, una
certeza: Si lo hemos visto es porque ya llegamos…
Hoy, nuestra Iglesia
nos invita a celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Aquella verdad de la cual
todas emergen y hacia la cual todas se dirigen. Una verdad que por medio de las
solas capacidades humanas no habrían siquiera imaginado de no haber sido
revelada directamente por el mismo Dios, quien a lo largo de
la Santa Escritura, lo anunció y con el advenimiento
de Jesucristo manifestó de una vez para siempre en toda su realidad.
Entonces, Cristo es el definitivo y máximo revelador de
Dios: que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios y tres personas
distintas.
Esta verdad conocida,
de misterio y certeza, hace que desde nuestra condición de peregrinos que vamos a la Casa de Dios que es el
Cielo, tengamos en ella una sensación semejante
a la de aquellos caminantes que van hacia al citado Santuario, cuyo atrio
recuerda a Aquella que el Arcángel Gabriel reconoció: “sine labe concepta”.
2.
“Pues recta es la palabra de Dios, toda su obra
fundada en la verdad” (Salmo XXXIII, 4).
Las múltiples
oscuridades y cansancios que el largo caminar de la fe entraña en el
creyente, en medio de un valle de lágrimas, muchas veces
inhóspito y adverso, tal como es el calor y el cansancio en quien peregrina,
nos lleva a manifestar una fe dubitativa, vacilante, que no convence a otros
porque no acabamos de estar convencidos nosotros.
El encandilamiento fantasioso de los sucedáneos de la verdad lleva al
creyente a buscar refugio en aquello que sólo le termina resultando oscuro,
riesgoso y fatal. Las falsas verdades sólo traen duda,
colocan al alma en inminente cercanía al pecado, y –tristemente- llevan a la
perdición a ingente número de creyentes: ¡Llamados un día a alabar,
se terminan en condenar!
Y son las verdades
las que han de guiar nuestros pasos hacia el puerto claro de la salvación, o la carencia de ellas las que
conducen irremediablemente a una vida que se transforma en infernal, ya en el tiempo presente, como preámbulo –eventual- de un
mal que irremediablemente no tiene fin.
Entendámoslo claramente:
no buscar y vivir en la verdad no implica sólo estar en el error, sino que
conlleva a una determinada manera de vivir que termina siendo tan falseada como
nociva. La mirada que se tenga sobre Dios conlleva necesariamente a una
determinada visión sobre su obra creada, sobre la humanidad y el hombre en
particular.
Para cada creyente las
verdades de la fe le hacen participar de la vida en Cristo más plenamente, y le
invita a una forma de vida más humana,
porque tiene a Dios en el centro de sus determinaciones, acciones y
pensamientos. Así, vive bien el que vive en la verdad.
En caso contrario, las
falsas verdades y las ideologías reinantes, hacen que la vida humana no llegue
a la plenitud ni alcance el fin para el que han sido creadas por Dios, lo
que imposibilita una vida virtuosa y una vida santa.
Entonces, no ha de
sorprendernos las múltiples degradaciones a la vida humana, ni el desorden al interior
de una sociedad que ve crispada en espiral la convivencia en su interior.
Si hace siglos la vida humana tuvo el valor de un ladrillo de arcilla, hoy esa
misma vida no excede el precio de un celular, de un cigarro o de un trago…! Por
poco o nada se le quita la vida a una persona!
En efecto, cuando la
sociedad más se aleja de Dios, cuando menos se respeta su Santo Nombre, emergen
las mayores desavenencias entre los hombres, y se facilita el desencuentro, la
animadversión, el surgimiento del rencor y del odio lleno de ambición y sed de venganza.
La acción de “echar agua en un saco roto” puede ser vista
como algo que requiere esfuerzo, además, que amerita dedicación y
perseverancia, hasta se puede reconocer
que se necesita iniciativa y espíritu proactivo.
Una y otra vez se repite la misma acción, pero… ¿No es acaso ello sólo una necedad?
Hermanos: Algo
semejante está aconteciendo en la sociedad de nuestra Patria en estos últimos
años, y se percibe de manera más evidente de un tiempo a esta parte. De la
desacralización a la deshumanización hay un paso, que no sólo pasa por negar la
existencia de Dios, sino que, también, implica la negación de las verdades
relacionadas a su ser divino.
Entonces, descubrimos
que, en el inicio de tantos males que se ciernen sobre la vida social en
nuestra Patria, no se deben solamente a una
mala política programada e implementada; ni al hecho de lo pretérito o actual
de determinado sistema constitucional, tampoco, parece tener en si la fuerza
avasalladora de un sistema de corrupción avanzado, todo lo cual, por
cierto, resultan síntomas tan evidentes
como innegables de la falta de una verdadera teología social.
Si el verdadero nuevo
Pueblo de Dios opta por endiosar nuevos becerros
de oro, como aquellos lo hicieron a los pies del Monte Sinaí, entonces ¿Qué
bienes no se dejarán de recibir como abundantes males sobrevendrán si se niega a Dios?
Ni “simple”, ni
“gratuito”, ni “da lo mismo” creer en la Santísima Trinidad y en procurar
llevar una vida personal y social de acuerdo a lo proclamado.
Es muy claro: O acaso vivimos lo que profesamos o terminaremos profesando lo
que vivimos.
3. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues
no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá,
Padre!” (Romanos VIII, 14-15).
Unidos desde el reconocimiento del único Dios
verdadero, que se ha dado a conocer en la Santa Biblia y en la creación que nos
habla de su poder, grandeza, eternidad, y bondad, convocados por la Iglesia
fundada por el Señor para alcanzar la Bienaventuranza, entendemos que cualquier
camino que fortalezca los vínculos fraternales nacen desde la necesaria
realidad de sabernos hijos de un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
que se manifiesta como: “Dios es amor”.
a). La
unidad hacia la verdad abre el horizonte de la generosidad. El eclipse que experimenta la sociedad
respecto del amor a Dios se vuelca como un frío paralizante en vistas a la
vivencia de la caridad fraterna. Se constata falta de iniciativa, y el primer
impulso no busca como instintivamente
primero a dar con generosidad sino que tiende más bien a salvaguardar
egoístamente lo que se pretende obtener como ganancia.
En ocasiones, hasta las mismas obras de caridad
que se impulsan están marcadas por algún sesgo de malsano interés, pues, se contribuye con organizaciones descontando impuestos
pero no afectando en nada o mínimamente los bienes personales. Se regala lo
que no es de uno y eso no cuesta.
Por otra parte, la contribución a la Iglesia pareciera tener
un doble estándar que puede alcanzar ribetes vergonzosos: lo que se da en la
iglesia parece tener un valor especial respecto de aquello que se gasta
lúdicamente. Diez dólares es poco para gastar en una visita a un mall o en
una entrada a un recital, a un estadio o
a un pub, pero, parece demasiado para contribuir
con la Iglesia en una simple colecta.
Nunca se despilfarra cuando se trata de
colaborar con las obras que Dios tiene para darse a conocer a nosotros y a
cuantos están llamados a reconocerle. Nuestro amor a la Santísima Trinidad debe
incluir el imperativo del mandato dado por Nuestro Señor a sus Apóstoles: “Vayan al mundo entero enseñen todo lo que
yo les he enseñado”.
b).
La unidad hacia la verdad garantiza el encuentro de la paz: Por cierto, un alma en paz es un alma que
vive la verdad. Nada teme quien hace de lo verdadero el sello de su conducta
y de sus palabras. Cuando los israelitas verificaban la enseñanza del Señor
afirmaban que “lo hace con autoridad”, no porque hablaba mas fuerte, ni
golpeaba los pupitres, ni porque muchos le aceptaban sino porque anidaba en sus corazones una invitación a
vivir en paz. La verdad edifica la paz, la mentira la destruye.
c).
La unidad hacia la verdad garantiza el espíritu de sacrificio: Quien descubre a Cristo, lo acepta como el
que enseña la verdad. Sus enseñanzas no son una opción de vida, no son una
posibilidad, son el único camino para ser felices, por lo que ello va de la
mano con el espíritu de sacrificio y de
abnegación, procurando imitar a quien no sólo nos enseñó a buscar la
paz, sino a poseerla en Aquel que es
Canino, Verdad y Vida. ¡El Dios Uno y Trino! ¡Que viva Cristo Rey! Amén.
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