DOMINGO
UNDÉCIMO / TIEMPO ORDINARIO
/
CICLO
“B”.
“El justo crecerá como una palmera” (S. 92, 12). |
Con la Solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús, hemos concluido la coronación del tiempo de Pascua de
Resurrección, dando paso al tiempo denominado “Ordinario” en el cual se destaca lo habitual, lo cotidiano, lo de todos los
días, de las enseñanzas de Jesús, las cuales lejos de ser consideradas “menos importantes” por no incluir
grandes fiestas y solemnidades adquiere el valor de la semilla que germina, y
cuya grandeza radica –precisamente- en el carácter permanente de su
crecimiento. Así, pasa con la palabra del Señor y con su presencia sacramental
en la Santa Misa: Está en medio nuestro…
Hemos escuchado con
atención las lecturas de la Santa Misa. En ella, la naturaleza es destacada de
manera especial, lo cual, para nosotros,
nos permite valorar el color verde propio de este tiempo litúrgico, que
nos acompañará hasta la Solemnidad de Cristo Rey y el inicio del Adviento.
Durante veintitrés semanas los
ornamentos sacerdotales serán del color que
es símbolo de la esperanza propia del católico.
El profeta Ezequiel
recuerda los cedros del Líbano, el Salmo XIC destaca que el “justo crece como una palmera”, y en el
Evangelio, nuestro Señor enseña una Parábola del Reino de Dios, el ejemplo de
la semilla de la mostaza que al crecer es capaz de albergar las aves en sus
ramas”.
Las palmeras suelen
llamar la atención por su altura, alcanzando hasta treinta metros de alto. Si acaso
nos detenemos a analizarlas es sorprendente constatar cómo algunas de ellas alcanzan
alturas impensables, preguntándonos muchas veces cómo es que un delgado tallo
es capaz de mantenerlas unidas a la tierra. ¿Cómo logran mantenerse tan
alzadas? ¿Cómo resiste el peso de las hojas y frutos el embate del viento y del
viento?
a).
Los frutos salen después de un tiempo: La sociedad y la
mocedad suelen cautivarse por lo instantáneo.
Lo rapidito cuesta menos
dedicación, y requiere menos atención. Los frutos esperados no son inmediatos,
su llegada requiere tiempo y no siempre vienen en la cantidad esperada. En
el tiempo de espera, constatamos que la virtud de la paciencia y de la
fortaleza nos ayudan –eficazmente- a obtener la perseverancia final, y no
quedarnos en el intento a medio camino.
En ocasiones pensamos
que sólo por una actitud proactiva, briosa, y de empeño, logramos tal o cual objetivo pastoral,
olvidando que en el camino del apostolado es el Señor el agricultor que sabe cómo, cuándo y qué fruto sacar. Sostener lo
contrario, conduce irremediablemente a la frustración, toda vez que es el Señor
quien no sólo responde hasta lo que anhelamos, sino que su gracia va más
allá de lo que siquiera imaginamos.
Padre Jaime Herrera y religiosos FSJC |
b).
Para alcanzar la cumbre hay que estar unidos a la vid:
La belleza de una flor siempre luce más en su planta que en florero, por
hermoso y noble que este parezca. La razón es porque una vez que la flor es cortada
se inicia su irreversible camino a marchitarse. En el caso de una planta, si acaso
las raíces no están fuertemente acidas a la tierra se termina secando.
De manera semejante, el
cristiano que está unido a la vid, por medio de la oración, a través de la caridad fraterna, y de la participación en la doctrina perenne y
común profesada y enseñada por siglos, bajo la guía del magisterio de San Pedro hasta
el actual Sumo Pontífice, hace que tenga
irrigada su alma con la gracia.
Y, ¿si ello no ocurre?
No se crece espiritualmente, y ello tiene como consecuencia que se decrece.
Como en otras realidades, un alma que no madura es inmadura, ¡quien no avanza,
simplemente retrocede! Por ello Jesús nos invita a estar unidos a Él, y ha
querido quedarse en medio nuestro y por nosotros en el Santo Sacrificio del
Altar.
c).
Para crecer fue necesario que la palmera se alzara hacia lo alto.
¿Por qué una palmera se eleva tanto? Por cierto para alcanzar más luz. De
manera similar, el creyente no debe perder su norte, su perspectiva, de
la presencia del Señor su Dios. El católico debe saberse llamado a la santidad
en todo momento. ¡Es voluntad de Dios que así sea!
Eso nos hace cambiar de
vida, convertirnos, tomar opción por Jesucristo y su Iglesia Santa. ¿Hay real interés por que Dios sea el primero
en nuestra vida? Miremos a nuestro alrededor, y en nuestro interior: de
todos los libros que tenemos en casa, ¿cuántos son religiosos?, de las 168 horas
de la semana que disponemos ¿cuántas ofrecemos al Señor y dedicamos a rezar? De
los “me gusta” y “yo también” que se inscriben en las redes sociales como facebook,
¿cuántos muestran nuestra identidad católica?
La gran tentación de
los creyentes que un día hemos optado por la fe cristiana, en el bautismo, es “dejarnos
estar”, es decir, caer en la tibieza
espiritual, a través de una vida que no convence porque no está –finalmente-
convencida. Que busca en todo momento el camino más simple: sin riesgos que
enfrentar, sin desafíos que alcanzar, y sin obstáculos por vencer.
¿Y por qué acontece esto?
La soberbia de creer
que ya hemos hecho suficiente y el absolutismo del orgullo de apoyarse en las humanas
capacidades, hacen que aquella gracia que Dios nos quiere conceder no la
imploremos suficientemente, olvidando la promesa de Jesús: “pedid y se os dará”. La suplica es al modo humano, la
respuesta, es al modo divino, por lo que no es que Dios no nos escuche, que Dios no nos
vea, que Dios no lo sepa, por lo
que no acabamos de convertirnos, sino porque o bien no hemos rezado lo
suficiente, o no lo hemos hecho con la confianza necesaria “como sabiendo que lo implorado ya no lo ha sido concedido”.
d).
Desde lo alto da seguridad a quienes buscan refugio en ella:
La imagen usada por Jesucristo es elocuente. Se refiere a la Iglesia, fundada
por Él desde el instante mismo de la Encarnación, y que a lo largo de su vida
tendría múltiples momentos donde iría configurando aquella realidad, que como
un puente, conduciría eficazmente a las almas redimidas hacia la santidad
prometida. Iglesia Santa. Iglesia Apostólica. Iglesia Única. Iglesia Católica.
Iglesia Romana. Cada una de estas propiedades y características, conferidas
por Dios y experimentadas a los largo de dos milenios, le han permitido
aferrarse en distintas épocas a los fieles, como aquellas aves lo hacen bajo el
alero protector de las ramas y hojas frondosas, a la promesa hecha por Cristo a
Pedro y sus sucesores: “Tu eres Pedro
y sobre ti fundaré mi Iglesia. El poder del nunca prevalecerá” (San
Mateo XVI, 13-18)…”Yo
he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca, una vez convertido, ve y
confirma en la fe a tus hermanos” (San Lucas XXII, 32)....”Enseñándoles
a guardar todo lo que Yo os he enseñado”(San Mateo XXVIII,19).
Es propio de la Iglesia
dar seguridad, certeza y acogida a quien se reconoce necesitado, sabe que poco
sabe, y deambula por el mundo y en el tiempo experimentando el menosprecio y frialdad de una sociedad
abiertamente anticristiana. A estas alturas
de la historia, para el modernismo la única fobia aceptada y promovida es la “cristrianofobia”.
Es notable verificar cómo la desvergüenza de los agnósticos y ateos al momento
de criticar la Iglesia, llega a límites tan sorprendentes como inaceptables
donde cualquier ofensa resulta gratuita, pues, la mayor parte de las veces se hacen de manera
anónima.
En general, como
sabemos, las acusaciones se dirigen
hacia todos los consagrados, tal como en una guerra las balas se dirigen hacia todos
los soldados de infantería. Sobre esto diremos que hay cierta similitud, en el
mundo noticioso, entre los sacerdotes y los aviones…El año 2014, diariamente
hubo 104.000 despegues en el mundo. Es decir, cerca de 38 millones de vuelos.
De todos ellos, sólo fueron noticia los que cayeron, los cuales son contados
con los dedos de una mano. Hay casi un millón de obispos, sacerdotes,
religiosos y diáconos, en todo el mundo… ¿De quién sale las noticias? La
respuesta es inequívoca: de los caídos… Es evidente, que tal como acontece
en el caso de los aviones de pasajeros, un sólo caso de colapso ya es
demasiado. Pero, esto no debe llevar a
olvidar que hay miles de testimonios silentes de quienes trabajan cara al sol de
manera ejemplar y abnegada.
La animadversión hacia
nuestra Iglesia tiene en su origen al “león
rugiente” (1 San Pedro V, 8) que describe el
Apóstol San Pedro. No nos dejemos engañar por aquellos que le quieren quitar
la autoría de la maldad al que la origina desde su incursión por el paraíso
terrenal donde hizo caer a nuestros primeros padres. Allí está el origen del
mal, y por lo tanto de todos los males, de todas las aberraciones, de todas
iniquidades, de todas las pobrezas, de todas las esclavitudes, las cuales
nuestra Iglesia libera por el camino, la verdad y la vida que es Jesucristo.
En consecuencia, el
camino de nuestra Iglesia es Cristo. ¡El camino de la Iglesia no es el mundo! Lo
que parece tan evidente no lo es si consideramos la inmensa cantidad de
claudicaciones, de tibiezas, de “medias
tintas” que encontramos al interior de la vida de tantos creyentes que
reniegan de partes del Credo Apostólico y que se muestran renuentes a diversas
enseñanzas del Magisterio Pontificio, particularmente en las últimas cinco
décadas.
Todo respeto al prójimo
emerge del santo temor a Dios y sus leyes santas. Quien tiene verdaderamente
a Dios en su corazón no dejará de procurar revestirse de los mismos
sentimientos del Corazón de Jesús que tanto ha amado al hombre hasta no ahorrar
sufrimiento alguno con el fin de redimirle desde los maderos en forma de cruz,
a la cual, el Señor -voluntariamente-
quiso estar unido y le llevaron nuestros
pecados.
Desde la misericordia
de Dios cuyo definitivo intérprete es
Cristo podemos descubrir que la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos
los que acepten el camino exigente de una conversión para el resto de su vida.
Nadie con sinceridad acepta de verdad a Cristo al amanecer con la torcida intención
de olvidarle luego al atardecer: ¡Si recibimos de verdad sus palabras es
para cambiar de vida, de una vez para
siempre!
Tal como aconteció con
aquella mujer sorprendida en flagrante pecado a la que le dijo: “Yo no te condeno. Vete y procura no volver
a pecar” (San Juan VIII, 3-11), como
al pequeño Zaqueo a quien dijo: “Hoy debo
quedarme en tu casa, y éste le recibió en su hogar”
(San Lucas XIX, 5).
Olvidaremos acaso la promesa hecha ante la súplica del ladrón converso en la
cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
(San
Lucas XXIII, 43).
Padre Jaime Herrera |
¡Todos ellos cambiaron
de vida! Porque se les invitó a hacerlo, el palabras de Santa Teresa de Ávila
con “determinada determinación, de no
parar hasta llegar, venga lo que viviere, suceda lo que sucediere” (Camino
de Perfección, capítulo XXI. 2). Con
la certeza de saber que la fuerza de la verdad es que es verdad, haremos un
apostolado al interior de la Iglesia
y fuera de ella, asumiendo que el
bien del que participamos en nuestra vida como creyentes es deseable y
necesario para todos los que están a nuestro alrededor, y que esperan lo que
mejor podemos darles cual es hacerles partícipes del don insondable de la fe, que un día recibimos en el bautismo y de la
cual nos sabemos participes. ¡Viva Cristo Rey! Amén.
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