DÉCIMO NOVENO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO /
CICLO “B”.
Parroquia Nuestra Señora de Puerto Claro |
1.
“Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de
aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios” (1 Reyes XIX, 8).
Un ángel muy diligente es el que aparece en la primera lectura: dos
veces despierta al profeta Elías y dos veces le da un desayuno contundente con “tortilla
y agua”. ¿Quién no recuerda aquellos desvelos cotidianos de una madre que
servía un desayuno reconfortante? Quizás por ello, un insigne Obispo de Chile
escribió el hermoso boceto a una madre denominándola como “aquella mujer que tiene mucho de ángel por la incansable solicitud de
sus cuidados”.
Desde el primer instante de nuestra existencia hasta el umbral de la
vida, el alimento vitaliza y renueva. El refranero popular señala
acertadamente: “Enfermo que no come se
muere”, con lo cual, se manifiesta la necesidad del alimento para la
subsistencia, sin el cual, la persona no sólo se debilita sino que
irremediablemente perece.
Tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento nos entregan milagros donde el alimento, específicamente el pan, sirvió como signo de la bendición
de Dios y como señal de su providencia. En la primera lectura dice que “con la fuerza de aquella comida caminó
cuarenta días y cuarenta noches”, en una clara referencia al peregrinar del
pueblo de Israel durante cuatro décadas,
donde tuvieron “el pan del cielo” como
alimento en medio del desierto.
Recordamos igualmente los prodigios realizados por Nuestro Señor en la
multiplicación de los panes, que sirvieron para alimentar a todos y de sobra,
con lo cual en todo tiempo repitieron con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, bienaventurado el hombre que se
cobija en ´Él” (Salmo XXXIV, 9).
A lo largo del Evangelio Jesús tuvo múltiples denominaciones. En este
texto por primera vez dice “Yo soy”, que
luego repetirá en once oportunidades, destacando con ello que toda necesidad de
trascendencia sólo encuentra respuesta en Él. ¡El Dios del Antiguo y Nuevo
Testamento siempre cumple todas nuestras expectativas!
2.
“Éste es el pan que baja del cielo, para que
quien lo coma no muera” (San Juan VI, 50).
Las lecturas de los Evangelios nos muestra la revelación de la persona
de Jesús como en una sinfonía, en la
cual cada nota tiene relación con la obra completa. De la misma manera los milagros, las parábolas y los discursos
del Señor no pueden ser interpretados sino desde la fe y en la perspectiva de
toda la automanifestacion de Jesucristo, como la Palabra de Dios Padre:
¡Sólo en Cristo habló final y definitivamente!
Consabido es el ejemplo de aquel ateo que fundamenta en la Biblia su increencia
al leer literalmente un versículo: “Dios
no existe”, omitiendo las tres palabras precedentes: “Dice el necio en su corazón” (Salmo XIV, 1). En
consecuencia el texto en su contexto. Entonces, sí tiene sentido hablar de la Santísima
Eucaristía desde el Sermón que hemos escuchado, pues el Pan de Vida eterna que habla nuestro Señor no es otro que aquel que
en la Ultima Cena transformará luego de la consagración en todo su Cuerpo y
toda su Sangre.
No se puede llegar a Cristo desvinculado de la
vida sacramental. Si el
Pan es Cristo, Éste se hace presente de
manera real y substancial: De acuerdo a las enseñanzas del último Concilio
pastoral “la Iglesia hace Eucaristía y la
Eucaristía hace Iglesia”. Por lo que, recibir a Jesús Sacramente nos hace más
feligreses y al ser feligreses ofrecemos lo recibido.
Aceptar un paso previo a identificar nuestra fe con la participación
de la Misa nos lleva a temer una fe mutilada y una práctica religiosa que no
encierra el espíritu de las enseñanzas de Cristo que exige a los suyos: “Hagan esto en mi memoria”. Si a Cristo y Si a la Eucaristía: son dos
realidades de una misma conversión, de un mismo camino, de una misma entrega.
En el pasado se dieron en la historia dos graves herejías que
permanecen vigentes bajo diversas denominaciones en nuestros días. Simplemente
prescindir de los sacramentos por ser tenidas como invención humana según el protestantismo, y dejar la Santísima Eucaristía
por ser indignos de recibirla sin la debida preparación como lo fue el jansenismo. ¿Cuándo una persona está consiente
plenamente de recibir a Jesús Sacramentado? Por otra parte, el encuentro con
Cristo no se verifica por una medalla o un certificado que acredite “yo conocí a Jesucristo” sino por la fe, por el amor, y por la caridad,
es decir por la vivencia de las virtudes teologales. Ahora bien, aquel que ama
de verdad ¿no tenderá naturalmente a amar a Dios? Aquel que cree en Dios acaso ¿no
va a querer participar de su vida misma en cada Misa?….Aquel que espera ¿no
ansiará ver y estar con el que anhela vivamente? ¡Quien conoce a Cristo descubre la Eucaristía; quien vive en Cristo vive
de la Eucaristía!
Hermanos: en la actualidad no faltan quienes en pos del seguimiento de
un espíritu temporalizado plantean
novedades que hunden sus raíces en pretéritas distorsiones de la verdadera fe. No nos engañemos: Son simples novedades de viejas mentiras.
Pues bien, entre otras cosas, se
plantea un nuevo sacerdocio, que no
es el que Cristo instituyó ni el que la Iglesia ha mostrado en dos milenios,
sino que ahora “no está centrado en los
sacramento”, a la vez que, en vez del apostolado, se promueve
un “pseudodiscipulado” desvinculado
de la Santa Misa con una autonomía que prescinde finalmente de la jerarquía,
con lo cual, -evidentemente- se pretende dar una respuesta a los graves
desafíos que implica la vida pastoral de la Iglesia, pero, que inevitablemente
termina alejando a las almas de una vida eclesial y creyente, como es
fácilmente verificable.
No es tan simple decir “cambiar
a Dios por Dios” cuando se coloca la disyuntiva de cumplir el tercer
mandamiento del Decálogo que
implica la asistencia a la Misa
dominical y en los días de precepto, en oposición a la realización de
determinadas obras de caridad fraterna, como si de suyo ambas fuesen excluyentes.
¿Desea construir un techo para quien lo necesita? ¿Tiene que estudiar mucho
para un examen importante? ¿Desea visitar a aquel pariente enfermo que no lo ha
hecho por tanto tiempo? Priorice y focalice su corazón, y verá cómo hay tiempo para todo para aquel que coloca
al Señor en el centro de sus determinaciones.
Más, el problema real es que cuando no nos importa algo o alguien,
cualquier eventualidad nos parece una excusa justificable. Entonces, nuestra dificultad es la falta de una fe
verdadera y no sólo de la posibilidad de tener más o menos tiempo. Ya lo
dice Jesús con claridad en el Evangelio: “Allí
donde está tu tesoro, está tu corazón” (San Mateo VI, 21).
Si es recurrente el hecho de postergar nuestra asistencia a la Santa
Misa y con frecuencia dejamos de lado los momentos de oración, si pudiendo
prepararnos para recibir los sacramentos como la confirmación, la confesión o
el santo matrimonio, los relegamos a un plano secundario y accesorio anteponiendo
múltiples salvedades, entonces, es claro que nuestra prioridad no está –realmente-
puesta en el amor de Dios.
Y, si acaso no está en Dios, ¿En qué está? Bien nos podemos preguntar
con el título de un antiguo bolero:
¿Dónde estás corazón? La respuesta es múltiple: deambulando en la búsqueda
de cualquier realidad que no nos exija entrega, sacrificio, virtud e
integridad. Es que en el supermercado de
la vida se nos suelen ofrecer múltiples sucedáneos del alimento verdadero,
aquellas fantasías que parecen ciertas pero son finalmente falsas.
a). La búsqueda del poder: Es
una tentación que siempre está presente. Por ella se enfrentan naciones,
familias y personas, sea en el ámbito laboral que en ocasiones es como un campo
de batalla, donde sólo se tiene la
mirada puesta en mandar a todos y nunca en servir a todos. Esto incluso se
verifica al interior de nuestros consagrados donde por medo del “carrerismno” se pretende alcanzar con
falsas y permanentes sonrisas, y donde incluso la vivencia de la caridad
fraterna se termina teniendo como trampolín
para obtener prebendas, designaciones y cargos. Olvidamos acaso lo dicho por
Cristo: “El que quiera ser primero entre
vosotros sea vuestro servidor” (San Mateo XXIII, 11).
b). La búsqueda del placer: En épocas antiguas constatamos que grandes civilizaciones e imponentes
imperios terminaron colapsando en virtud de la búsqueda desenfrenada del placer
como última razón para vivir. Más recientemente, los epicúreos modernistas, desde la denominada Revolución de las Flores señalan: “pórtate mal para pasarlo bien”.
La respuesta desde la fe fue, es y será siempre la misma: ¡Pórtate
bien para pasarlo bien! Porque, las alegrías del mundo son pasajeras, tienen
fecha de vencimiento, en cambio aquel que cumple lo que Dios le pide, sea en
circunstancias adversas o favorables, siempre es feliz, como lo exteriorizaba
Santa Teresa de Calcuta y lo repetía un hombre santo: “Contento, Señor, contento”.
c). La búsqueda del tener: Ciego sería aquel que negara la voracidad por
acumular bienes temporales en el mundo actual. Todo parece girar en torno al
materialismo: la persona es tenida como
un bien de consumo, que se adquiere, se usa y se desecha con la liviandad de
cualquier producto: el alumno es cliente, el enfermo es cliente, la familia
es cliente. Para muchos el precio es más
decisivo que la verdad y lo que se gasta resulta más incidente que la bondad. Una y otra
vez conviene recordar lo dicho por Jesús: “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (San Marcos VIII, 36).
Como el pan, es un regalo de Dios, la Santa Eucaristía es un don del cielo que no viene a nosotros como un
reconocimiento sino como alimento que fortalece y nutre con su gracia todas
nuestras necesidades y es capaz de cautivar cada uno de nuestros anhelos.
La persistencia del Señor, que no se cansa de perdonar ni de llamarnos,
siempre puede más que nuestra obcecación por preferir la carne y las cebollas
que los israelitas comían en Egipto, olvidando que tales alimentos se los
servían con la vestimenta del esclavo, en cambio, el nuevo Pan del Cielo ilumina con la verdad, fortalece en el
peregrinar, y satisface como anticipadamente con lo que viviremos en el Reino
de Dios. Por eso, en la segunda lectura, el Apóstol San Pablo nos dice
vivamente: “Sed, imitadores de Dios, como
hijos queridos” (Efesios
V, 1).
Hermanos: Si acaso en nuestra vida espiritual y de apostolado no nos
nutrimos de la cercanía con Jesucristo, seguiremos olvidando lo que es esencial
y decisivo de nuestra vida católica. El Pan de Vida verdadera vivifica, y nos
permite descubrir una vida diferente y mejor...con un pie allá y otro acá. Por ello, nada hay en la vida pastoral que resulte más importante que el cuidado
de nuestra alma con Jesús Sacramentado, el verdadero Pan del Cielo, el
mismo ayer, hoy y siempre. ¡Viva Cristo Rey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario