DÉCIMO SÉPTIMO DOMINGO / TIEMPO
ORDINARIO / CICLO “B”.
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Padre Jaime Herrera |
1. “¿Qué
es eso para tantos?” (San Juan
VI, 9).
El Apóstol San Juan se caracteriza por escribir
a los conversos no judíos. Su relato escrito en capítulos resulta de gran profundidad, toda
vez que, a una edad adulta, recordó, meditó y revivió los acontecimientos de su
adolescencia y juventud junto al Señor. Ante el Mar de Galilea y protegido por
las serranías se realiza un nuevo milagro, el cual es único si consideramos que
es el que tiene mayor número de seguidores.
Ahora bien, nos podemos preguntar ¿Por qué lo
realizó en lo alto de una montaña?
Entonces, recordamos que todos los
grandes encuentros de Dios y el hombre se realizaron en la cima de una montaña.
Las cumbres fueron lugares de búsqueda, de compañía, de encuentro, donde Dios
manifestaba su poder y su misericordia, y donde el hombre descubría la raíz de
su más honda identidad que es ser un Dei
capax.
En ese lugar, el hambre, se presentaba como la
necesidad más urgente, y que terminaría siendo ocasión de un encuentro más cercano
e íntimo. Doscientos denarios equivalían
a una jornada de trabajo: en cifras actuales, unos quince mil pesos diarios, es
decir: para dar un pan a cada persona necesitaban al menos tres millones de
pesos, sólo tenían para dos personas: es decir unos cuatrocientos pesos. Aunque
resulta ínfimo, algo le motivó al
apóstol a decir al Señor Jesús lo poco que tenían, no era solución
pero…finalmente, ¿servía ello para que Jesús hiciera algo? Para otros más “abajistas” esa cantidad representaba lo
mismo que una gota para el sediento en
el desierto…nada.
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Padre Jaime Herrera |
2. “Así dice el Señor Dios: Comerán y sobrará” (2 Reyes IV, 43).
a). Los Padres de la Iglesia, y la enseñanza
unánime del Magisterio Pontificio, han visto en la realización de este milagro
un anuncio de la Santa Misa. Son muchos los elementos que así lo indican. Vemos
que Jesús es el centro y el autor del milagro: Al momento de celebrar la Última
Cena, el Señor lo hace en el contexto de la celebración anual de la pascua
hebrea, pero, confiriéndole un nuevo sentido y una nueva realidad.
Lo que era un signo de salvación ahora, con la
sangre derramada por Jesús, se
realizaría de una vez para siempre. ¡Era la promesa cumplida, la verdad
rebelada, y el amor entregado!
b). Se trataba un Pan que era transformado en el mismo Cristo:
Un alimento superior al que los antepasados comieron y murieron como era el
maná que como rocío cayó sobre el desierto; este nuevo Pan del Cielo que se
hace presente en cada celebración de la Santa Misa es el único capaz alimentar
y dar respuesta al hambre de la humanidad entera. Un alimento que contiene no
una gracia más, sino al autor de toda gracia, que por lo tanto satisface
plenamente toda necesidad por ello dice el Señor: “Comerá, y sobrará”.
c). Como en aquel milagro descrito, en cada
Santa Misa encontramos a una comunidad que toma asiento y escucha. Los sentidos
humanos atentos a la obra de Dios, por ello, la liturgia sagrada es celebración
de la fe que se tiene y es expresión de un encuentro con Dios, que lleva
necesariamente a una actitud de humildad, de entrega, y de conversión, por lo
que en el humano peregrinar, el procurar participar en la Santa Misa es el inicio y el destino de cada católico, sin la cual no hay camino posible para
alcanzar una vida verdadera, tal como lo describió el sínodo pastoral hace cinco décadas: “fuente y cumbre de la vida cristiana” (SC, número 10).
d). El pan es sobreabundante, es más de lo
esperado. Una gota de sangre de Jesús bastaba para perdonar y partícula de la
Hostia Santa eficaz realidad de perdón para todos. Notablemente, sobraron doce
canastas, lo cual encierra en sí toda una lección.
En efecto, ello es prueba que Dios siempre
puede más, y que su bondad llega donde nuestra mirada ni siquiera logra
acercarse, y donde muchas veces no somos capaces de perdonar y ser perdonados.
Ese día el pan sobrante no estaba de más porque luego sería signo de la
munificencia divina, que a todo evento da más porque es todo.
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Padre Jaime Herrera |
* Es
alimento que satisface: El hombre satisfecho es quien percibe vivir
plenamente, de manera completa, acabada. Quien no se sabe satisfecho vive
inmerso en la inquietud porque algo le falta
y el sufrimiento de percibir la perfección.
* Es
alimento que nutre: Bien sabemos lo que acontece cuando el hombre deja de
comer, termina muriendo de inanición. Luego de una espera de decaimiento, sus
fuerzas ceden a la fuerza del hambre que roba primero el preciado don de la
salud y luego el de la vida misma.
La necesidad básica del hombre de alimentarse y
nutrir su cuerpo aparece citada en el evangelio de este día, para mostrar la
necesidad más honda que el hombre puede tener, y que de no ser sanada tendrá la
consecuencia de la desnutrición del alma que termina cediendo a la tentación y
al pecado.
* Es
alimento que se comparte: Cristo ha querido darnos su propio Cuerpo
como alimento eficaz para nuestra alma. Para ello, anuncio su presencia en la
multiplicación de los panes que en este día hemos escuchado e impartiendo el
más extenso de sus sermones referidos al Pan de Vida, expresión que es acuñada
por el mismo Cristo quien dice de sí mismo: ¡Yo soy el Pan de Vida!.
La iniciativa surge del Corazón de Cristo que “crea” este camino maravilloso al
momento de quedarse presente en medio nuestro de manera tan misteriosa como
maravillosa, por esto, hablamos de un don inestimable que nos habla del Dios
hecho hombre que comparte su vida con nosotros.
* Es
alimento que se reparte: Sin duda resulto prodigioso cómo de dos panes
de cebada se multiplico lo suficiente para que alcanzara lo necesario para
aquella muchedumbre. Los ojos sorprendidos de los Apóstoles que con sus manos benditas repartían aquel pan,
luego darían con sus manos consagradas el
Cuerpo de Cristo. No sólo se comparte sino que se reparte en abundancia a
todos, tal como acontece con la Santísima Eucaristía, lo que conlleva a tener
una vida según el don recibido. Entonces, es un imperativo procurar eucaristizar toda nuestra vida, acogiendo
el envío que recibimos al final de cada Misa: “Ite misae est”…! Vamos en la paz
del Señor!
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