XXº ANIVERSARIO CURA PÁROCO DE PUERTO
CLARO / CHILE.
Misa Día del Cura Párroco |
1.
“¡Ay de los pastores que dejan perderse y
desparramarse las ovejas de mis pastos! (Jeremías XXIUII, 1).
Repitiendo las palabras dichas por Nuestro Señor en la Ultima Cena: “¡Ardientemente he deseado comer esta Pascua
con vosotros”, parafraseo: ¡Con gran anhelo he deseado celebrar esta Santa Misa
junto a vosotros”, pues, desde que en el
mes de Julio del año 1995 el Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez me solicitó
hacerme cargo de la cura de las almas de Nuestra Señora de las Mercedes de
Puerto Claro, hasta este día, transcurridas dos décadas, estuve con la mirada del corazón puesta en esta porción
de la Iglesia diocesana en Valparaíso.
No fue fácil llegar. De hecho, el primer día me perdí y no pude dar
con la dirección, por lo que cuando me consultan respecto si es difícil llegar
a Puerto Claro, les recuerdo que yo me extravié el primer día, lo cual, lejos
de desincentivarme, más bien, acrecentó
mi deseo por llegar prontamente a esta comunidad siguiendo la lógica trazada –entonces-
en el Pontificio Seminario Mayor de Lo Vásquez: “Nada pedir nada rechazar”. ¡Y así ha sido hasta la fecha! Al
momento de ser ordenado sacerdote uno de los mayores anhelos era ser párroco,
pues estimo que ello es connatural a la
vida del sacerdote diocesano, cuya realización pasa y se fortalece en ser el
pastor propio de una parroquia. ¡Muchas debilidades se fortalecen y muchas fortalezas se debilitan con la vida parroquial
en un sacerdote!
Parroquia Puerto Claro Valparaíso
|
Sabiamente una religiosa recordaba que la parroquia “pule” al nuevo y al viejo sacerdote.
Más aún, si recuerdo que durante todo el período de formación
sacerdotal, el curso preseminario, propedéutico, en filosofía y teología, incluido
el año de pastoral y como diácono camino al sacerdocio, rezábamos desde ya –permanentemente-
por las almas cuyos rostros conoceríamos en las futuras destinaciones. Desde
entonces, hubo como una cercanía con quienes he sido Cura Párroco en estos años
que han pasado presurosos!
Estar en las manos de Dios, bajo el mandato del obispo del lugar
conlleva la seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Bajo el pontificado de tres Papas y de seis
obispos me ha correspondido cumplir el ministerio sacerdotal y como Cura
Párroco, aprendiendo la sabia lección de un antiguo presbítero: “los obispos pasan los sacerdotes quedan”,
por lo que hay que aprender a recibir, conducirse y desprenderse muchas veces
de quien ha recibido la plenitud del sacerdocio, ya que estamos llamados a
ser sus más próximos colaboradores, extensión de sus anhelos e iniciativas. !
Dedos de la mano del Pastor!
Sin duda, la primera lectura es
exigente para todos, de manera especial, para los sacerdotes: Lejos de detenerse en una
amenaza constituye una exhortación a modificar nuestro corazón y nuestra vida
en vistas a que la vida del párroco está puesta en medio de los pastos no
propios ni autónomos sino de aquellos que le pertenecen a Dios. Un alma que
se condena por nuestra culpa es un alma que se le roba a Dios y se le regala al
demonio: “! Ay de los pastores que dejan
perderse las ovejas de mis pastos!”.
Las cifras para la sociedad actual suelen ser decisivas en muchos
aspectos, en nuestro caso, son parte de un
trazo más de la obra que Dios esboza a pesar de nuestras deficiencias: Nueve
mil misas celebradas, de las cuales alrededor de 400 han sido de exequias fúnebres,
es una cifra importante. Pues, una sola
Misa tiene un valor infinito. Una sola hostia, y gota que contiene nuestro cáliz,
luego de la consagración, tiene el valor de la redención del mundo.
Lo anterior hace deseable que todo bautizado sea constante en
manifestar la piedad eucarística, y que sea incomprensible imaginar un
verdadero seguimiento de Jesucristo sin un amor profundo por buscar y encontrar
la verdad, y sin abandonar por ligerezas la práctica sacramental frecuente.
Los Apóstoles y la tradición viva de nuestra Iglesia nos enseñan
–claramente- que nunca se ha dado una evangelización sin una debida vida
sacramental. El
anuncio de la Palabra de Dios no ha de quedarse en un eco que se apague en el
silencio solitario, sino, por el contrario,
en el encuentro con la persona de Jesucristo, que vino para quedarse. Quien
deja de ir a Misa irremediablemente terminará por dejar la Biblia en un rincón
olvidado.
Digámoslo sin ambigüedad: una pastoral que no busque la vivencia
sacramental no es católica. Para el creyente no basta hablar de Dios, no basta
escuchar sobre Dios, necesita sobre todo hablar y estar con Dios, tal como
acontece de manera real y substancial en la Santa Misa.
2.
“El Señor
es mi pastor, nada me falta” (Salmo XXIII, 1).
Al llegar a una parroquia como al iniciar cualquier labor por primera
vez, surge la pregunta: ¿dónde me apoyo?, ¿cuál es mi seguridad?, ¿cuáles son
las fortalezas? Miramos personas, seguros, garantías, apoyos humanos, cercanías fuera y dentro de la
Iglesia.
Hoy como ayer “sólo Dios basta”
(Teresa de Ávila). ¡También hoy es así! Aún más, en una época donde el hombre y las sociedades
son autorreferentes. Donde Dios no ocupa el lugar que le corresponde lo hará
cualquier cosa, y ello –también- lo diremos respecto de las seguridades, pues,
inequívocamente terminaremos
amparándonos en cualquier bagatela si acaso nuestra confianza no se funda y
sostiene en quien de Si mismo dijo. “Yo
soy el Dios fiel”.
La vida parroquial encierra la riqueza de poder descubrir que la
verdadera seguridad es la inseguridad…en efecto, lo que para el mundo es seguro
resulta incierto para el creyente que no dejará de repetir las palabras del
Salmista: “El Señor es mi pastor, nada me
falta”. Y, a lo largo de dos décadas han sido muchas las ocasiones donde he
podido repetir esta jaculatoria bíblica, en momentos en que –indudablemente- el Señor me ha invitado a
hacerlo.
Padre Jaime Herrera |
3.
“En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro
tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo” (Efesios II, 13).
a). “Tengo lo que se me ha dado: Al momento de encomendarme la cura de almas
de esta parroquia, el Obispo me dijo dos cosas: “Te va a gustar mucho porque tiene vista al mar”, sabedor él de mi
afición por nadar y pasear contemplando
el azul reflejo de la mirada de Dios. Durante dos décadas he tenido el
privilegio de poseer una vista privilegiada de las dos creaciones que nos
hablan de la inmensidad de la bondad y del poder de Dios: las nevadas cumbres
que anhelan tocar el cielo y el océano en cuyo horizonte parece unirse el cielo
y la tierra en cada atardecer. ¡A la hora de vísperas eso se ha hecho
realidad en las casi nueve mil misas que hemos celebrado en este altar!
Desde nuestro altar, con el rezo del rosario de la aurora hemos visto salir
el sol para luego descansar al caer el día, hora en la cual desde Julio de
1995 hemos procurado celebrar diariamente la Santa Misa, hacia la cual y desde
la cual emerge y converge la vida pastoral de nuestra Iglesia, a la vez que en
ella, como sacerdote alcanzamos la cumbre de la vida sacerdotal, no sólo como
pastor que guía y conduce, ni sólo como quien anuncia y explica la Palabra de
Dios en la homilía y la catequesis, sino sobre todo, en la realidad de ser Alter Christus en cada Santa Misa.
En efecto, cada sacramento celebrado he procurado hacerlo siempre como si
fuese lo más importante del ministerio sacerdotal alejándome de una actitud que celebre por
simpleza, por inercia o por acostumbramiento, todo lo cual termina anulando la
vida del sacerdote.
En los últimos ocho años, hemos incorporado la celebración del Rito Extraordinario:
allí todos los fieles contemplamos la imagen del crucificado al centro del
Altar y adoramos a Cristo que se hace presente, real y substancialmente en
manos del sacerdote. ¡Cuánta riqueza encierra el misterio de la fe celebrado
en latín! Habida consideración que porcentualmente desde la Última Cena a la
fecha, de cada cien misas celebradas a
lo largo del mundo 97 se hicieron en el rito antiguo y tres se han dicho en el
rito nuevo, en consecuencia, es fácil deducir de dónde nos viene la impronta de
fe, y en qué buena tierra se hunde la
raíz de la cual tantos creyeron y crecieron para alcanzar la santidad que hoy
veneramos: A esa celebración acudieron San Agustín, San León Magno, Santo
Tomás de Aquino, San Pio V, San Pio X, San Juan Pablo II, San Alberto Hurtado,
Santa Teresita de Los Andes…como los recordados Gabriel García Moreno, los
cristeros mexicanos, los mártires católicos de España y tantos otros que nos
legaron la certeza de su fe.
¿En quién confío? ¿Dónde me apoyo? ¿Dónde doblego la fragilidad y
sepulto el orgullo? ¿Dónde busco mi realización personal? Todo esto tiene como
respuesta una sola, y muy breve: en la Santa Misa diaria en la cual se renueva
el sacrificio de Jesucristo.
b). “Tengo lo que he dado”: Esta frase encierra, por cierto, una gran
verdad. Pues, la segunda expresión que me dijo el Obispo al asignarme esta
comunidad fue. “No tengas muchas
expectativas…tendrás que parar la olla”. Durante estos años, puedo decir
con certeza que es una parroquia que forma parte de las setenta de la diócesis
de Valparaíso. Algunas son muy imponentes por su arquitectura, otras por la
gran cantidad de capillas que encierran otras por sus abultados ingresos,
algunas por su rica tradición histórica. Pero, que inequívocamente afirmamos que no hay
parroquia pequeña sino corazones pequeños, por lo que evocando la serie literaria
de una antiguo sacerdote descrito por el autor Giovanni Guareshi, Puerto Claro
es “el pequeño mundo” que Dios tuvo a
bien darme a conocer para poder transmitir y compartir la fe en medio de él.
En una sociedad que procura vivir amarrada por seguros, el Párroco
tiene la posibilidad de vivir la aventura
de lo que para unos es incierto, respondiendo a la pregunta que muchos se
hacen, en ocasiones, desde un alma llena
de angustia ¿Qué nos deparará el futuro? A esa inquietud sin duda hay sólo una
respuesta: ¡Lo que Dios quiera! En ella esta nuestra seguridad, nuestro poder,
nuestra convicción, nuestra libertad que nadie y nada puede arrebatarnos, según
lo descrito por San Pablo: “¿Quién nos
separa del amor de Cristo? El hambre, la desnudez, la enfermedad, la
persecución, el oprobio. ¡Nada nos separará del amor de Dios!”.
La vigencia de la vida parroquial resulta necesaria si miramos la
vocación del sacerdote diocesano que vive consagrado a Dios desde el servicio a
una comunidad presente en una porción de la única Iglesia verdadera fundada por
Jesucristo. El imperativo de que Cristo reine nos ha llevado a vivir exigidos por el amor del Señor, procurando responder afirmativamente a cada
solicitud de los feligreses y fieles en general tendiente a estar más cerca de
Dios.
Quienes me conocen lo saben: no soy un padre del no, soy un padre
del sí, por esto, lo primero que hice al llegar a esta parroquia fue dejar
abierta la puerta, sin llave, de la oficina parroquial, procurando atender
personalmente para dar una respuesta sin mediaciones ni innecesarias
dilaciones.
Por otra parte, partiendo de la base que es Dios quien quiere darse a
conocer, ¿cómo presentar obstáculos para cuantos buscan a Dios? El sacerdote
diocesano está llamado a ser un puente
que una no una muralla que separe;
para ello: ha sido iluminado…para
iluminar, bendecido…para bendecir, y amado…para amar.
Hoy se requiere con urgencia un verdadero sacerdote en salida para cortar la vergonzante
salida de los sacerdotes, que encerrados en las falsas teologías de la
liberación, que seducidos por los criterios del
modernismo, y que esclavos de criterios humanos y sociales, causan tanto
dolor e incertidumbre en los fieles de Dios. ¡No tienen la última palabra los
que traicionan la consagración que un día recibieron!
Por esto, transcurridos veinte años como Cura Párroco y un cuarto
de siglo como sacerdote mirando de frente a cada de vosotros puedo decir con
toda libertad que sólo tengo lo que he dado. ¡Ese es mi tesoro! ¡Esa es mi
riqueza! ¡Ese es mi ahorro!
4.
“Al desembarcar, vio mucha gente, sintió
compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a
enseñarles muchas cosas”
(San Marcos VI, 34).
Es primera vez que en nuestra parroquia
celebramos una Misa especial para
pedir por las intenciones del Cura Párroco en el día de conmemoración de su
entronización. Lo hacemos porque al
implorar por un solo sacerdote tenemos presente a todos cuantos antes han
servido a Dios en este altar, como por cuantos, en el futuro, ciertamente, no dejarán de hacerlo con mayor virtud y
perfección, viviendo un sacerdocio “según
el Corazón de Cristo”.
Hoy, se hace urgente pedir por las nuevas vocaciones al sacerdocio,
toda vez que enfrentamos la mayor de las sequias
al interior del lugar propio de la formación sacerdotal, llegando a cifras
que amenazan a las parroquias respecto
de la posibilidad de tener misa dominical en cada sede en unos cuantos años de seguir el camino
actual. Todos debemos involucrarnos con seriedad y determinación en una
verdadera promoción vocacional. Jesús nos lo prometió: “Pedid al dueño de la mies que envíe operarios a su campo de trabajo”.
Finalmente, en circunstancias de tanto cuestionamiento en la sociedad
nuestra sobre el sacerdocio, es necesario doblegar la oración para que los
sacerdotes diocesanos en todo momento apoyen su identidad en la huella
indeleble del amor de Cristo por su Iglesia, que en todo momento fue célibe, fue pobre, y fue obediente.
Cura Jaime Herrera
|
Finalmente una confidencia: Mirando diariamente a Cristo en el centro de
nuestro altar: veo a los fieles desde Cristo, y los fieles me ven desde Cristo,
con ello se realiza la mayor de las cercanías, pues, se da desde y hacia la
persona de Jesucristo, a quien imploramos su perdón por tantas palabras de más
y de menos, por tantas acciones que no han traducido la imagen del Buen Jesús
con claridad a los niños y jóvenes, que están llamados a ser el futuro de la
Iglesia si acaso Cristo Reina, si Cristo vive, y si Cristo impera en sus
corazones. ¡Viva
Cristo Rey!
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO PUERTO
CLARO
No hay comentarios:
Publicar un comentario