lunes, 4 de julio de 2016

¡Menos emoción y más conversión!

DÉCIMO CUARTO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO C.

1.     “Al verlo se regocijará vuestro corazón, vuestros huesos como el césped florecerán” (Isaías LXVI, 10-14).

A lo largo de los domingos siguientes al tiempo pascual, los evangelios nos han venido hablando de nuestra condición de discípulos del Señor,  lo cual tiene como eje central el llamado universal a la santidad, pues Dios quiere que seamos santos, y nuestro destino definitivo aparece señalado al fin del texto del santo evangelio que acabamos de escuchar, como una coronación de las palabras del Señor: “Alégrense que sus nombres estén inscritos en el cielo”.

Sin duda,  hablar de vocación es referirse a la gracia de Dios. Pues, es Él quien llama primero. Es El quien concede las gracias necesarias, y es El quien precipita la generosidad, permitiendo que el seguimiento de sus pasos sea a la vez, tan meritorio para el creyente como fruto de la gracia de Dios.

Nada es más importante, ni más necesario para nuestra vida que alcanzar la salvación. Todo estará irremediablemente perdido si acaso no acabamos de dar gloria a Dios, primero aquí  temporalmente, y luego allá para siempre.

En ello se juega nuestra verdadera felicidad, la cual no puede quedar reducida a una simple alegría pasajera y circunstancial. Insertos en la cultura signada con “emoticones”, todo parece quedar reducido al lenguaje transitorio de los sentimientos y de las emociones.

Es innegable que la espiritualidad reinante en la actualidad arranca lágrimas con facilidad dejando los vicios enraizados a perpetuidad….mucha conmoción y poca conversión. Es la espiritualidad “emo”, en jerga de las tribus urbanas locales.

Y es que se transita por un camino de fantasía, donde quien importa parece ser el hombre y no Dios, hasta en lo que aparentemente puede ser un simple detalle de los modernos cantos penitenciales,  donde se destaca más al pecador que a quien perdona. Incluso nos hace pensar cuán necesarias resultan tantas fórmulas distintas que contiene el reciente Misal Romano local si basta decir la más simple para invocar: “Señor ten piedad, Cristo ten piedad y Señor ten piedad”.

2.     “Sus ojos vigilan las naciones, no se alcen los rebeldes contra Él” (Salmo LXVI, 1-20).

Durante nuestro tiempo, la vida cotidiana de nuestra Iglesia indudablemente enfrenta múltiples y nuevos desafíos. Desde un comienzo, nuestro Señor dejó claro que no faltaría su asistencia, su cercanía y su gracia a quienes se esforzasen por dar a conocer su mensaje es decir, sus enseñanzas y su “estilo de vida”, tal como señalo de manera vinculante: “Aprended de mi” (San Mateo XI, 29) ”Vosotros me llamáis Maestro y lo soy” ( San Juan XIII, 13).

No estaba incluido en las promesas el no padecer persecución, incomprensión o desconfianza, por el contrario,  Jesús  no ahorró detalle alguno en este aspecto para que los Apóstoles tuviesen clara noción de lo que implica el seguimiento de su persona divina y humana. En otras palabras: la Iglesia como una barca navegaría en medio de tempestades pero nunca podría naufragar…pues “el poder del mal nunca prevalecerá” contra Ella.

Entre las múltiples artimañas que el Maligno tiene desde su holoadversión hacia Dios y su obra, está el ataque permanente hacia la institución de la familia tal como aconteció en el principio de la creación cuando el Demonio coloco la discordia y desconfianza entre nuestros primeros padres Adán y Eva.

La existencia de la familia, en la que Dios quiso recrear su propio ser al revelarse como comunidad de vida y amor en la Santísima Trinidad, hace que el principal enemigo de una sociedad sin Dios fue, es y será aquella familia donde Jesús –en su corazón- reina “con todo su poder” (1 San Pedro V, 11).

No podemos descansar, ni en esta vida ni en la otra  en procurar derogar aquellas leyes que atentan gravemente contra las leyes de Dios, de manera particular,  las que se refieren a fomentar la vida espiritual y religiosa de las personas, al fortalecimiento de la unidad y la estabilidad de la familia, tal como fue diseñada y formada por Dios entre un hombre y una mujer. Sin duda, toda ley que no respete a Dios, termina abusando de los hombre, y una sociedad que excluye  a Dios,  terminará necesariamente fomentando todo tipo de marginación en la vida personal, familiar y social.

3.     “El mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Gálatas VI, 14-18).

Estas últimas semanas hemos visto cómo se han implementado iniciativas legales referidas a la alimentación. Todo alimento considerado riesgoso tendrá distintivos visibles que previenen a los eventuales consumidores. Ojalá la preocupación por la salud física, o por el cuidado del medio ambiente,  fuese reflejo de la búsqueda por la pureza y salud del alma. Lo incisivo respecto de  qué tipo de bebida se toma no puede diluirse en la neutralidad de ante la salud del alma y el crecimiento espiritual. Es indudable que nuestra vocación por identificarnos con la persona de Jesucristo es más importante que los niveles de azúcar de un chocolate.

Ninguna persona puede estar en desacuerdo con una medida que apunta al bienestar físico, ni con el mayor cuidado del medio ambiente, o con la preocupación por las mascotas y animales en general, mas, como creyentes nos resulta imposible no exigir una debida coherencia respecto en todo aquello que se refiere a una vida espiritual sana: alegre, veraz, difusiva, y madura.

Esta vida sana, nace de una verdadera amistad con Jesucristo, quien dijo claramente: “Ya no os llamo siervos, sino mis amigos”. Desde nuestro bautismo, Dios vino a vivir junto a nosotros, en medio de nosotros y en nosotros por medio de su gracia. Hermosamente se ha descrito al hombre como un teosforos, portador de Dios a semejanza de Cristo. Cada creyente, por lo tanto a lo largo de su vida ¡y esta es una sola! está llamado a reflejar como un espejo la gloria del Señor, y nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa así es como actúa el Señor que es Espíritu (2 Corintios III, 18).

a). En efecto, la vida interior se vive en alegría: Un alma feliz espanta al Demonio, quien a su vez encuentra la primera grieta del alma en la tristeza. Más que buen humor, más que simpatía, más que afabilidad, la verdadera alegría del católico se fundamenta en su misma identidad que lejos de encerrarse egoístamente responde a la certeza de saberse amado por Dios y de procurar  responder con generosidad a ese amor. Los payasos -en ocasiones- hacen reír, en cambio, los que aman a Dios –en todo momento-hacen felices.

b). La vida espiritual se nutre de la verdad: Si la primera caída de la humanidad fue a causa de una mentira, la reincorporación  a la amistad con Dios sólo puede ir de la mano por medio de la persona de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy la verdad y la vida”, siendo reconocido por los que le conocieron como aquel  que “enseñaba verazmente”. El espíritu de diálogo que galopa actualmente se suele sentar en los foros del debate endiosado casi como el leiv motiv existencial del neomodernismo. Para muchos hoy todo es debatible a causa de que se sostiene que no hay verdades absolutas, mas,  sabemos que Jesús hablaba sin vacilaciones y sus enseñanzas eran del todo ajenas a sembrar dudas al interior de los corazones. Su voz  alejaba cavilaciones y acercaba convicciones, dejando entrever el esplendor de la verdad.

c). El bien, la caridad y la verdad, cuando son verdaderos hacen que la vida interior no quede encerrada entre cuatro paredes, sino que se expande contagiosamente por medio de un verdadero apostolado del alma. Entonces, se crece interiormente cuando se es capaz de comunicar el don de la fe en Jesucristo y su Iglesia a todos quienes viven y trabajan junto a nosotros. Sabiamente repetía el Sumo Pontífice que “la fe se fortalece comunicándola”. Así, la vida espiritual se expande dándola, y ello sucede cuando asumimos que Cristo no es un tesoro para esconder sino para descubrir.

CERRO TORO AÑO 1962 VALPARAÍSO CHILE

d). Finalmente, de la mano de la Virgen Santísima vemos que el sacramento del bautismo, por el cual somos constituidos hijos de Dios e hijos de la Iglesia, a lo largo de los años va haciendo germinar múltiples bendiciones, de tal manera que nuestra vida espiritual va madurando en la justa medida que permanentemente vamos convirtiéndonos. Ni desde la atalaya de los pseudoperfectos ni desde la marea de mediocridad de los populismos, día a día crecemos en la medida que más necesitamos de la gracia y de la necesidad de colocarnos bajo el manto protector del manto de María Santísimo y de su maternal mirada llena del amor del Buen Dios. ¡Que viva Cristo Rey! Amen

Sacerdote Diócesis de Valparaíso, Jaime Herrera González




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