DÉCIMO QUINTO DOMINGO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “C”.
1. “Lo han visto los humildes y se
alegran; viva vuestro corazón, los que buscáis a Dios”.
La preocupación por los
más débiles es un requisito para todo católico. No es opción ser caritativo, a
la vez es un imperativo y distintivo, mediante
el cual nos identificamos con Jesucristo que señaló: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré”.
La caridad constituye un
distintivo que invita a los demás a imitar el estilo de vida católico. Es un
atractivo que compromete y exige el ejercicio de una vida coherente y virtuosa.
Si la semana pasada recordábamos que no hay caridad sin conversión, ahora, recordamos que para ser caritativos se
requiere de una arraigada y probada vida cristiana.
En ocasiones tras el pseudo espíritu solidario subyace la
tentación de justificarse moralmente y alivianar el peso de la conciencia con
acciones cuya visibilidad incluso termina resultando una propaganda que viene a
repetir los actos “buenos” de los fariseos que anunciaban sus “buenas obras
solidarias” por medio del sonido de las
trompetas.
Hoy se usan poleras,
chapitas, pulseras, y banderitas para dar a conocer el bien que se hace. Eso
es ajeno al genuino espíritu caritativo que
han tenido los hijos de la Iglesia tradicionalmente, procurando seguir fielmente el consejo del Santo
Evangelio que exhorta a que “no sepa tu
mano izquierda lo que efectivamente hace tu mano derecha”.
Tras ello subyace la
novedad y la diferencia entre caridad en Cristo con la filantropía solidaria. En la primera, la el
espíritu de la santidad conlleva necesariamente la búsqueda de la perfección
por el camino del ejercicio de las
virtudes. La humildad de contemplar como vivió Jesucristo, hace silenciar el
bien hecho para que pueda ser percibido por los oídos de la misericordia, que
habitualmente habla en el silencio de una brisa y no en el estruendo de lo
rimbombante.
Capellán Colegio Viña del Mar, Padre Jaime Herrera |
2. “La Palabra está cerca de ti, está
en tu boca, y en tu corazón para que la pongas en práctica”.
Las mega obras solidarias en la actualidad, reconociendo
que procuran -en general- hacer un bien objetivo, en ocasiones tienden a
limitar la micro caridad de la
vida cotidiana, que finalmente es la que sostiene y mantiene el espíritu de caridad
fraterna al interior de nuestra Iglesia.
La gran Teresa de Ávila
decía que “La humildad es estar en verdad”.
Por ello, hemos de esforzarnos por ser discretos al momento de dar a conocer
las obras hechas, pero elocuentes en generosidad y espíritu de sacrificio.
Las obras de caridad deben partir de
nuestras privaciones voluntarias y personales, como expresión de un veraz
espíritu de sacrificio que procure completar, continuar y revivir lo hecho por
Jesucristo por amor a cada uno y su Iglesia. Por medio de la caridad
fraterna estamos llamados a ser intérpretes del amor de Dios a todo
aquel que lo necesita con urgencia: Frente al imperativo de la caridad ni el
pobre ni el creyente pueden esperar.
Sin duda la verdadera
caridad mitiga las consecuencias del pecado y evidencia la primacía del amor de
Dios cuyo límite siempre es ilimitado. ¡Dios nunca se deja vencer en
generosidad! Y ello lo demostró desde la cruz.
Por ello, hemos de
esforzarnos por “dar hasta que duela”
como señalaba con acierto San Alberto Hurtado, quien debió sortear grandes
desconfianzas en su tiempo para tender la mano a los más necesitados que sin
rumbo recorrían las calles de una ciudad que había vuelto trasparentes a los niños y ancianos más pobres.
Algo semejante acontece
en nuestros días, donde hay muchos que no vemos, entre ellos: los ancianos a quienes no se visita y se
les suele olvidar dramáticamente, como suelen ser los enfermos quienes anhelan la visita de sus seres queridos, o son los
que están privados de libertad y son
tenidos como parias de una sociedad
que no siempre ha hecho lo suficiente para evitar que el primer peldaño de la
delincuencia fuese escalado a temprana edad.
3. “! Vete y haz tu lo mismo!”.
Con una educación mutilada de valores y vida
espiritual, en la que el ramo de religión es tenido como obsoleto y
prescindible, con la enseñanza de una filosofía cada vez más utilitarista donde
no se enseña a buscar ni amar la verdad, ni a razonar con sentido común, donde el
pasado suele ser presentado de manera sesgada por las ideologías hoy reinantes
del relativismo, hace que la diferencia entre los modelos de educación de los distintos
establecimientos resulte –simplemente- abismal.
La infraestructura es
importante, pero no lo principal; las clases de música y educación física son
importantes, pero no lo principal; saber sumar, restar, dividir, multiplicar, y
fraccionar es importante, pero no lo principal. Más, lo que sí realmente
resulta determinante a la hora de zanjar la personalidad es su religiosidad, su
vida interior, y su sentido común, entre otros aspectos. ¡Quitar el Evangelio
de la sala de clases es mutilar el alma de quien se educa y anquilosar (paralizar)
el futuro de toda la sociedad!
Se hace necesaria por
lo tanto, la formación en el espíritu
de la caridad fraterna, por medio del cual la tentación autorreferencial
presente a lo largo de nuestra vida, disminuye en la exacta media que salimos
al encuentro de quien más lo necesita.
Evidentemente, “a tiempo y destiempo”, “con estómagos
llenos y vacíos”, ante “ambientes
favorables y adversos”, la vivencia
de la caridad fortalece el espíritu de la sociedad desde su célula
fundamental que es la familia. La centralidad y primacía de la caridad
resulta entonces un verdadero imán
que fortalece la fe de los que están vacilantes y no deja de atraer a los que
están llamados a convertirse y creer.
PADRE JAIME HERRERA SAINT´PETER´S
|
Sin duda el católico
que procura vivir la caridad según el querer de la Iglesia ejerce un apostolado fecundo al momento de
revivir con su generosidad y espíritu cristiano lo que los primeros cristianos
hacían: ¡Miradlos cómo se tratan! ¡Que diferente sería el mundo si la caridad
reinase en medio nuestro!
No ha de sorprender que
el apostolado, presentado como una acción pro
activa en buscar nuevos creyentes,
sea rechazada por el mundo actual y visto como en los orígenes de la fe cristiana,
cuando los discípulos de Cristo eran
tenidos como “ateos” por el hecho de negarse
a tributar culto hacia sus múltiples divinidades, las cuales en nuestro tiempo tienen –por
cierto- nuevos rostros, pero cuya nocividad permanece plenamente vigente y
ampliamente extendida.
Como directa
consecuencia del espíritu neo-modernista, que es idolátrico del progresismo, se
ha producido una jibarización de la
vida y práctica religiosa en naciones de antigua impronta católica, propiciando
la vivencia de la fe en pequeñas comunidades, familia de familias, semejante a como se da la comunicación en los grupos
de wasap. Ello nos evidencia un hilo conductor en la cadena de la evangelización
entre las nacientes primeras comunidades cristianas de las cuales nos habla San
Lucas en los Hechos de los Apóstoles, con el perseverante “pusillus grex” (pequeño
resto) que describe San Juan en el libro del Apocalipsis.
Sin duda, hemos de
temer confundirnos con el espíritu de este mundo que se alza al margen de Dios,
y da –crecientemente- la espalda a las enseñanzas del Magisterio perenne de la Santa
Iglesia. “Yo os reconoceré ante mi Padre
que está en los cielos”, dijo Jesús.
Como católicos el hecho
que esta sociedad nos indique como “ateos
religiosos”, por no reconocer sus falsos ídolos y pseudocredos, ha de ser
tenido como la justa retribución a la consecuencia y la fidelidad a Dios,
en tanto que, cuando nos dejamos seducir
por las aguas del secularismo, al final de los tiempos, seremos indicados –aún
más, acusados- como “religiosos ateos”, que un día renegamos del don precioso de la fe
y de la oportunidad de acrecentarla por medio de los diversos actos de caridad
fraterna en los cuales Cristo no dejaba de mostrarnos su rostro, tan divino
como humano a la vez. ¡Que viva Cristo Rey! Amén.
PADRE
JAIME HERRERA / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE
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