MEDITACIÓN SOBRE CÓMO RECONOCERNOS CRISTIANOS
HOY.
A). RECHAZO INTERNO Y EXTERNO HACIA EL
EVANGELIO.
La semana pasada
el Evangelio nos centraba en una pregunta hecha por Jesús: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Ha pasado una semana, y al tenor
de las lecturas que hemos escuchado, y que tienen en común una dimensión
marcadamente vocacional, bien podemos preguntarnos, ahora: ¿Cuál es mi obstáculo para seguir a Jesús?
En el texto que
hemos tomado Jesús propone a algunos seguirle, pero dicho llamado recibe, luego
de una respuesta de cortesía, la más rotunda de las negativas, porque los tres
“tienen cosas más importantes que hacer, por lo que no le van a acompañar. Algo
semejante ocurre en nuestro tiempo, cuando –por ejemplo- invitamos a una persona
a un curso, a un retiro, a una charla de formación, o incluso a participar en una
liturgia. Pareciera ser que siempre hay urgencias y obstáculos que nos impiden
estar más cercanos al Señor y la Iglesia por Él instituida. Olvidamos al respecto que “el infierno está plagado de buenas
intenciones”.
En circunstancias que el Señor Jesús se dirigía a
Jerusalén, optó por enviar algunos discípulos delante de Él para procurar
alojamiento. Era necesario y, por lo tanto normal, pasar por tierras de Samaria, cuando se viajaba de la
Galilea a Jerusalén. Aunque, producto de realidades de prácticas religiosas
diversas, y de culto en lugares diferentes, existía mucha hostilidad entre samaritanos
y judíos hasta el extremo de que no se hablaban. Se trataba de antiguas
diferencias de carácter religioso, las cuales con el tiempo se habían
acrecentado.
CURA PÁRROCO DE VALPARAISO CHILE |
No extraña el rechazo que tuvieron de los habitantes de Samaria hacia
los Apóstoles y el Señor. Lo que sí sorprende es que no les dieran alojamiento,
toda vez que la hospitalidad es una obligación moral entre los pueblos de
oriente en general. Una cosa es que “no
les guste” y otra es que “no los
reciban”. Esta experiencia de no ser aceptado, prepara a los apóstoles para
más adelante, de este modo cuando ellos tengan que salir a predicar el
evangelio, sepan ya de las dificultades, porque no siempre va a ser todo fácil,
como entrar en todas partes. Pero frente a estos casos hay que ser pacientes y
mansos, no ser hostiles e iracundos, y mucho menos vengativos con sus perseguidores.
El Evangelio recuerda que cuando los hermanos bonaerges, conocidos como ¡hijos del
Trueno! -Santiago y Juan- vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer
fuego del cielo para consumirlos?" Estas palabras hacen presente que
los discípulos no estaban dispuestos al
rechazo. Habían sido testigos de muchos milagros del Señor, que incluso les
hizo reconocerle como el Mesías esperado en Cafarrnaum, por esto, le preguntaron a Jesús si podían hacer caer
fuego sobre aquellos. Frente a esta pregunta, Nuestro Señor les enseña que no
debe haber venganza, manifestando que la virtud no es vengativa, y que no hay caridad
allí donde exista la ira. La caridad y la ira son absolutamente incompatibles,
no caben en el mismo recipiente ¡nunca! Lo propuesto por los apóstoles no era
una actitud valiente sino que está más bien limitante con la barbarie, por ello
la Iglesia santa en esta materia, siguiendo la respuesta de Jesús no admite
segundas interpretaciones.
Los Apóstoles creyeron que su proposición sería bien
recibida por el Señor. ¡Craso error! Por el contrario, fueron severamente
recriminados enseñándoles que la fuerza de la verdad, es que es verdad, y ésta,
no necesita de golpes, de fuego ni dureza para ser asumida. Entonces, Jesús les
ha de haber recordado que “el hijo del
hombre no ha venido para condenar al hombre sino a salvarlo”, tal como lo
dijo un día, ante la mujer pecadora. Porque
la venganza no es parte del Espíritu de Dios sino del maligno. Tales palabras
quedaron grabadas en el recuerdo del discípulo que señala:
“Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve
por El” (III, 17).
La lectura de este capítulo del Evangelio presenta
un nuevo momento de inflexión en el ministerio público del Señor, pues es
rechazado por los samaritanos e incomprendido por sus propios discípulos. No cuesta imaginar que Santiago y Juan hayan
tenido dolor por el rechazo de los samaritanos hacia su Maestro, molestia muy
humana y algo natural entre dos pueblos que no se aceptaban mutuamente, pero
para el Señor, ese no es el espíritu del Reino que ha venido a instaurar. Hoy
debemos guardar en mente este rechazo de Dios si pensamos así vengativamente de
nuestros hermanos vecinos de otras latitudes, ya que no estamos cumpliendo con
el mandato de Jesús, “amar al prójimo
como a nosotros mismos”. En nombre de la religión nunca es aceptable
ejercer violencia de ninguna clase, y citando al recordado personaje
televisivo, “la venganza nunca es buena,
mata el alma y la envenena”.
El rechazo a Cristo implica la no aceptación de Dios
Padre, lo cual conlleva que al disentir substancialmente del plan de Dios para
cada uno de nosotros y nuestras sociedades, estamos rechazando al mismo Dios. Por
otra parte, el rechazar acoger a Jesús, es rechazar a Dios. Y es una realidad
que de hecho se da en nuestras vidas. No me gusta este mandamiento, ¿Qué no nos
gusta? No me gusta este camino que Dios dispuso ¿a quién rechazo? No acepto
esta cruz ¿a quién estamos rechazando?, cuando huimos del sacrificio, ¿a quién
no estamos aceptando?, cuando no somos comprensivo con el que sufre, ¿con quién
no somos comprensivos? Nuestra vida siempre ha estar orientada por los
principios del Santo Evangelio, por las enseñanzas de Jesús y su Iglesia Santa,
como aquellas expuestas en la Escritura: “Ámense
los unos a los otros Como el Padre me amó, así también os he amado Yo:
permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor,
como Yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”
(San Juan XV, 9-17)
B). VALIENTES EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.
Solemos entender
por valentía aquella actitud que antepone la decisión y entereza para lograr un
objetivo sin dar pie atrás. A lo largo de nuestra vida, sea en la escuela o por
tradición familiar y patria, hemos conocido el testimonio de quienes con gran esfuerzo llegaron al
final del camino, aunque éste les exigiera sacrificios que involucraran la vida
misma. Es valiente aquel que actúa con
un valor que se sobrepone ante las dificultades, y que en la invitación que
hace el Señor, implica una motivación superior, trascendente y definitiva, que
bien podríamos resumir en el lema de San Ignacio de Loyola: “Para mayor gloria de Dios”.
Es momento de
preguntarse: ¿Si tantos hombres dieron su vida por un ideal de conquistar un
premio en la tierra, el que esta acotado en tiempo, porque ha de ser tan
difícil dar la nuestra por uno que no tiene fin en el tiempo? Muchos mártires han dado la vida terrena por
la vida eterna, una inmensa cantidad de ellos, solo son conocidos por quien la
otorga, que a fin de cuentas, es lo que verdaderamente interesa.
C). AYUDADOS POR LA FUERZA DE
DIOS (2 Timoteo II, 8).
He leído la vida de muchos santos y santas, para ninguno
de ellos, el camino fue fácil, han tenido que labrar su vida muy
laboriosamente. ¿De dónde habrán sacado tan fuerza?, de la misma fuente, de su
mismo origen, es decir de nuestra propias raíces y estas no son otras que las
nos entregó Dios, somos parte de su creación, y cuando estamos débiles y a la
deriva, es porque nos hemos unilateralmente alejados de Él, y si queremos
recuperar fuerza, bastará con apoyarnos en su poder, en su bondad y en su misericordia,
tal como nos enseña el Apóstol San Pablo: “Por
lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder” (Efesios VI, 6-10), “Todo lo puedo en Aquel que me conforta.” (Filipenses IV, 4-13).
Cuanta más fortaleza necesitamos, ahí está Dios para
entregarla, como Padre y como amigo. Santa Isabel de Trinidad nos dejó un bello
mensaje: “Vivamos con Dios como con un
amigo”. En efecto, cuando la Palabra inhabita en nosotros, es cuando
podemos decir como ella: “He hallado mi
cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma.” O poder
reconocer como ella: “Creo que si El me
ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan
débil.”
PADRE JAIME HERRERA |
La fuerza viene de Dios y la percibimos cercanamente
en la oración. No puede ser de otra manera, ya que la oración viene –también-
del Espíritu Santo y es el Espíritu Santo quien hace la oración, es la oración
en nosotros y es fuerza para emprender el camino tras la meta ansiada de la Vida Eterna.
San Pablo, presintiendo que pronto el Señor lo
llamaría a su presencia, escribe a Timoteo: “Porque
yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es
inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la
carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia
que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino
también a todos los que hayan esperado con amor su manifestación” (2 Timoteo IV, 6-8).
D). CRISTO REQUIERE DISCÍPULOS
VALIENTES.
Cristo Jesús,
necesita hombres y mujeres valientes, que actúen con valor, con ánimo y con
decisión. Pero no para enfrentamientos bélicos, tampoco en pos de riquezas
materiales. Cristo quiere discípulos preparados para actuar con prudencia,
dispuestos a soportar los sacrificios necesarios para realizar la función de
evangelizador, desempeñándose a la perfección en ese ministerio. (2 Timoteo IV, 5).
La valentía en
el seguimiento a la persona de Jesús no es un acto impulsivo, ni una simple
motivación pasajera, que se tuvo por un instante y ya no está, ha de ser más
bien, fruto de una constante entrega, lo que implica procurar –constantemente- estar
dispuesto a: pensar como El, sentir como EL, actuar como El, mirar
a los demás como los mira él, a la vez que nos pide una firme decisión que
rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y, sin añoranzas y con una libre
voluntad para recibir su gracia, en su tiempo y en su medida.
Primer ofrecimiento: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Cristo necesita
valientes que estén dispuesto a dejarlo todo por El, y en este episodio del
Evangelio, nos destaca cual ha de ser el espíritu de esta decisión que debemos
tener. Este nos muestra un primer ofrecimiento, que le hace alguien a Jesús diciéndole:
“te seguiré adonde vayas”. Jesús le
respondió: “Los zorros tienen sus
madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza”.
Jesús no le
rechaza, Él es el que se invita, sin embargo, le presenta aquella perspectiva
ardua del apostolado: sólo tiene asegurado, en comparación con los zorros y
aves, el incesante ir y venir para anunciar la Buena Nueva del Evangelio. Nuestro hogar en un lugar que nos da cierta
seguridad, como a los animales su madriguera. En las guaridas los animales se
esconden del peligro, pero, los valientes no se ocultan. Además, el hogar es un
lugar con ciertas comodidades,
protegidos del frío y del calor, tenemos nuestros alimentos y allí podemos
dormir con tranquilidad.
Jesús nos
advierte que para caminar junto a Él, debemos desprendernos de lo bienes terrenales,
eso sí, no habla de aquellos que son los necesario para vivir. También, nos
pide olvidarnos de las comodidades si queremos seguirlo y olvidarnos de conseguir
ventajas terrenales, ni económicas ni de posición social, aún más, se debe
estar dispuesto a todo y en todo tipo de lugar. Así es, donde haya que llevar
el mensaje del Evangelio, ahí hay que ir sin pensar en el camino, si este será
fácil o difícil: “Nuestro alimento será
cumplir la voluntad de Dios”.
Dice Jesús; “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar
la cabeza”: Se refiere a esta vida de incesante caminar apostólico más que
al no tener alguna morada para descansar, como en Nazaret, Cafarnaúm o Betania. Es aquí donde por vez
primera sale en los Santos Evangelios el título que se da Jesús de “Hijo del hombre”. Jesús frecuentemente
lo utilizará para nombrarse. Esta expresión sólo aparece en los Evangelios en
boca de Jesús. En algunos textos en los que se usa esta expresión se entiende
aquel Mesías humilde, despreciado, que irá a la muerte, en otros textos se
designa con esta expresión al Mesías en su aspecto glorioso y triunfal. Luego
el relato nos trae un segundo ofrecimiento, ahora es un discípulo, pero éste
antes le ruega; Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre. A éste,
Jesús le da la orden-invitación; Sígueme, y deja que los muertos entierren a
sus muertos. No era esta invitación para incorporarlo a ser uno de los Doce.
Era solo para invitarle a seguirle más de cerca, y acaso más habitualmente en
sus correrías apostólicas como le acompañaban sus discípulos en otras
ocasiones. Sin embargo, este discípulo, en lugar de seguir diligente la
invitación del Maestro le suplicó un espacio de tiempo para cumplir un deber
sagrado: Sepultar a su padre.
Lo que pidió
este joven a Jesús fue más tiempo, porque iba a esperar que muriese su padre,
de este modo ya sin tener que preocuparse de tales deberes, entregarse –entonces-
a aquella misión donde “los operarios
eran pocos y la mies abundante”, lo que le confería un carácter de
inminencia y urgencia. Jesús le pide un acto de desprendimiento cuyo fundamento
es la trascendencia divina. El Señor quiere una respuesta inmediata, sin
retraso, y acordándose que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas, y
esto es claro, es anteponer todo por El, es así, que cuando el Señor no pide un
servicio, esto va primero a todo lo demás. ¡Es cambiar las cosas de Dios por
Dios!
Segundo ofrecimiento: “Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme
de mi familia”.
Cuando a Jesús
le dice uno que se le ofrecía seguir: “Te
seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi familia” Le dijo
Jesús: “El que empuña el arado y mira
hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Utilizando el proverbio del
arado, una vez puestas las manos a la obra del Reino, todo ha de ser para Él y
su obra. Como en el pasaje anterior, Cristo reclama para sí los afectos y
quereres más profundos, porque está por encima
de ellos.
SACERDOTE DE VALPARAÍSO |
Jesús nos pide
seguirle con decisión absoluta, dispuestos a peregrinar en la vida, sin mayores
comodidades y desprendidos. Es una forma
exigente, no es un camino fácil, sólo para valientes, es ir cuesta arriba.
Valientes para enfrentar el decaimiento, animosos contra el desaliento,
reflexivos ante las incomprensiones, fuertes contra las persecuciones, pero
convencidos como el apóstol San Pablo, que al final se llegará a la meta y en ésta
le espera la recompensa eterna.
El valiente,
conoce sus riesgos cuando dice: “te
seguiré adonde vayas”, pero no por eso ante la iniciativa y el llamamiento
divino vamos a condicionar nuestra respuesta a Cristo según nuestros propios
intereses personales. De este modo, podemos
hacernos indignos del don divino, por eso nuestro ofrecimiento debe hacerse con
alegría y disposición total. Lo anterior no hemos de circunscribirlo sólo al
plano consagrado, de religiosos y religiosas, sino que son exigencias en virtud
de nuestra condición bautismal, es decir, porque pertenecemos a Dios como sus
hijos, debemos responderle con generosidad, con rapidez y con cariño, tal como
lo hacemos con nuestros padres, y mejor aún.
¿Vas a
misa?, cuando puedo voy, si tengo mucho que hacer no voy… ¿Eres católico?, si pero
a mi manera… ¿Eres cristiano?, en cierta manera sí, pero no fanático... ¿Crees
en Dios?, si pero no creo también en…. Para seguir a Cristo, no hay especio
para los “pero”, que siempre indica
un reparo, una objeción o un inconveniente.
Seguir, es
un verbo que indica ir detrás, ir por un determinado camino sin apartarse de
él, es proseguir con lo empezado y
permanecer o mantenerse en lo comenzado, imitando a Cristo como modelo. En el
seguimiento a Jesús, no hay lugar para la mediocridad: no se puede ser más o
menos cristiano, esto es “sin medias tintas”.
Es así,
como Jesucristo, quiere testigos verdaderos, debemos estar dispuesto a pensar
como El, sentir como EL, actuar como El, mirar a los demás como los mira El,
nos pide una firme decisión, que rompa
con el pasado, mirando hacia el futuro y sin añoranzas y con una libre voluntad
para recibir su gracia. ¡Viva Cristo
Rey!
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