viernes, 23 de septiembre de 2016

La mirada de la misericordia

FESTIVIDAD PATRONAL DE LA PARROQUIA AÑO 2016.

A lo largo del año, el inicio de la primavera está jalonado por Dios celebraciones litúrgicas importantes, las cuales gira en torno a la Virgen María. En el Norte la primavera se inicia con la Festividad de la anunciación del Señor, y en nuestra región la llegada primaveral se abre con la festividad de Nuestra Señora de las Mercedes.

Una de las características de esta etapa es que los días son más extensos que las noches, les el tiempo donde la luz del sol destierra las penumbras, donde el calor del día seduce la naturaleza dándole un aroma, un color lleno de claridad y frescura. ¡El invierno queda atrás, la alborada se presenta en su esplendor!

Por cierto como creyentes, recibimos esta estación a la luz de la fe, experimentando con fuerza la certeza de victoria obtenida en aquella noche luminosa de la resurrección del Señor, quien muy temprano, al salir el sol, se presentaba vivo nuevamente en medio de los suyos.

Padre Jaime Herrera


Como creyentes fundamentamos toda esperanza sólo en  la persona de Jesucristo, a quien vemos como causa y ejemplo, autor y medio de todo anhelo por obtener una vida cada vez más auténticamente humana. Por ello, nuestra mirada en esta festividad se dirige a la Virgen María que concibió primero en su alma, y luego en su cuerpo, al autor de toda gracia como es Jesucristo nuestro Señor.

Nuestra esperanza, aunque tiene los pies puestos en la tierra nunca deja de tener su corazón en el cielo, acogiendo la exhortación del precio de la Misa: Sursuum corda ¡Levantemos el corazón! ¡Levantemos la vida! ¡Alcemos el estandarte de la fe! porque tenemos la poderosa razón de dar testimonio de lo que hemos recibido, de lo que hemos visto.

Como aquella periodista italiana escribía sus memorias titulándolas “confieso que he vivido”,  nos podemos decir: “confieso que he creído” en el amor y en la misericordia de Dios, de tal manera que nuestra fe es parte tan presente como decisiva de toda nuestra vida. Sin que las puertas del alma permanezcan con el cerrojo del egoísmo, sin que las ventanas del corazón estén tapiadas con la culposa incredulidad de quien no cree para entender ni entiende para creer.

Esa fe arraigada en Cristo nos permite ampliar el horizonte de nuestra vida y existencia, la cual fue dada para procurar alcanzar cosas grandes, para tiempos donde el reloj no tiene la última palabra, y virtudes que al estar escritas con mayúscula sólo tienden a multiplicarse ante la adversidad.

Es lo que experimentaron uno a uno quienes fueron conociendo el poder irrefutable del resucitado, permitiendo vivir un domingo realmente sin ocaso: quien vio desterrar sus múltiples pecados y fue salvada  de ser condenada por lapidación, la primera; el apóstol cuyas lágrimas eclipsaron su triple negación el segundo; el más joven discípulo, el tercero; la Virgen María, la madre que en virtud de su fe permaneció de pie  junto a la cruz cuando todos parecieron vacilar y no pocos huidizamente se escabulleron en la nebulosa del temor y la traición, el Dios de la misericordia es nuestra esperanza.

Así como cada uno de ellos cambió su vida y hubo un antes y después desde que vieron al Señor, muerto y resucitado, cada uno de nosotros, que hemos sido permanentemente objeto de la misericordia divina a lo largo de toda nuestra vida,  debemos procurar descifrar para nuestro tiempo, la grandeza, la sublimidad, la perennidad y la esperanza que entraña el hecho de creer en Dios. Si hoy  nos parece imposible vivir sin Dios, también lo es quedarse al margen de sus caminos y preceptos.

Parroquia de Puerto Claro, Chile


Sin duda estamos orgullosos de ser católicos, lo cual no sólo es ocasión de una sana alegría sino de un serio compromiso asumido en la mañana de nuestra vida cristiana cuando fuimos insertados en las aguas bautismales.

a). Junto a Santa María Magdalena, seremos “Pregoneros de la misericordia”: como nadie pecó, como nadie se arrepintió, como nadie fue perdonada. Ello le hizo desafiar la tristeza y desesperanza reinante en el ambiente  de Jerusalén en las horas siguientes a la pasión y muerte del Señor. La hora de los lamentos ella lo hizo búsqueda; el tiempo del reposo le condujo al intrépido servicio. Fue premiada con ser la primer testigo de Jesús  resucitado, quien la invitó a comunicar “a sus hermanos lo que había visto”.

b). En San Juan Apóstol descubrimos “el mutuo respeto intergeneracional”: El notable el respeto que tuvo juan evangelista al ceder el privilegio de entrar al sepulcro  antes a Simón Pedro. El que fue constituido para confirmar la fe de sus hermanos, ahora verifica lo visto y oído: si buscaban entre los muertos al que estaba vivo, por su apostolado, ahora llevarían al vivo entre los muertos a causa del pecado. En este tiempo jubilar hemos ido conociendo, desde aquel Vía Crucis de la Misericordia, pasando por el mes de la caridad fraterna, que la verdaderamente la misericordia es el nombre bíblico del amor. Es el amor con tres características específicas, que todo joven descubre gradualmente: gratuito, personal y entrañable.

Misericordia y gratuidad.
En efecto, en la medida que uno va madurando comienza a descubrir que no todo es retribuíble, que no todo tiene interés, que no todo es  ganancia, que hay una dimensión del amor con aroma divino que es gratuito, se da y comparte de manera espontánea y sin dilación, produciendo una felicidad que nada puede arrebatar porque de suyo es un amor que nos identifica con el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”.

Lo anterior, lleva necesariamente a valorar la riqueza que Dios ha dado en cada persona, de manera especial al haberla revestido de la gracia bautismal, por lo que el amor misericordioso en todo momento lleva a una mutua inclusión entre generaciones, no despreciando –entonces- la falta de experiencia en la juventud ni el carácter añejo del paso de los años de la senescencia, por el contrario, más que percibir carencia en unos , descubriremos lozanía y abnegación, y más que quedarse en la inamovilidad y el conformismo de otros, valoraremos la próvida perseverancia y la convicción.

Sólo así vamos a desterrar las sendas contrarias al Santo Evangelio que siempre terminan segregando, distanciando y marginando, a unos contra otros y no a unos con otros, a unos por otros tal como  exige la divina misericordia.

Misericordia personal.

Sin duda una tentación presente en nuestra cultura es la masificación  en  nuestras relaciones personales. El populista igualitarismo se filtra silenciosa y sigilosamente  -también- en la vida familiar, en la vida laboral, en la vida social, olvidando el carácter específico del amor que siempre obra en primera persona, como si fuera el objeto único a complacer y a proteger.

Nuestro Señor resucitado no ama genéricamente, como si formásemos parte de una masa compacta, sino que nos ama de manera propia, tal como es la realidad de nuestra alma y de nuestra vida: única, inmortal e irrepetible. Esto le confiere al amor misericordioso una necesidad que emerge de su exclusividad, lo cual lejos de encandilarnos por su grandeza nos ha de conducir al compromiso de buscar aquella oveja perdida, aquella necesidad que sólo la mirada atenta de nuestro Señor ha tenido con cada uno, y quiere contemplar desde cada bautizado por medio de la vivencia de la caridad. De la misericordia a la misericordia, por esto con el Salmista exclamamos en este tiempo jubilare: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo CXVIII).

Misericordia entrañable.

Entre las diversas acepciones  que encontramos en la lengua hebrea de la expresión misericordia está el término de “matriz”, por lo cual inferimos que la misericordia cobija la vida y la entrega, de tal manera que la historia de cada creyente puede ser tenida como parte viva de esa misericordia. Una entraña vida del amor de Dios que nos invita así a dejar nuestro pasado en manos de la misericordia de Dios; a amparar nuestro presente en manos de la bondad de Dios, y a depositar nuestro futuro en los designios de la providencia de Dios.


Lo anterior, lleva a asumir las necesidades de los demás en primera persona, procurando atender como propio aquello que el mundo nos presenta como ajeno, lo cual sin duda experimento San Juan Apóstol quien ocuparía un lugar de excepción en la vida de la Iglesia naciente. Lo que él vivió junto a Jesús lo transmitió en su palabra y acción hasta el último de los largos años de vida que Dios le concedió.

c). Con Simón Pedro buscamos “la unidad de los hijos de Dios”: “Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad”. El mandato de nuestro Señor en orden a que sus discípulos permanecieron unidos, lleva a trazar el camino de la unidad desde la misericordia y desde la verdad, pues no ha de darse una división entre uno y otro, entre bondad y fidelidad, entre misericordia y verdad, toda vez que,  tanto mal puede ocasionar una verdad inmisericorde, como una misericordia sin verdad.
El Apóstol Pedro experimentó la misericordia al ver la mirada de nuestro Señor, que aún lleno de dolor por la triple negación no dejó de conceder una nueva oportunidad al discípulo que confirmaría en la fe y sería roca inamovible de la fe para todas las generaciones.
Sin duda que –como dice el Antiguo Testamento- “Hay creyentes que tienen la verdad les falta misericordia” (Proverbios XVI, 6), pero, sólo con misericordia y verdad se corrige el pecado sentenciará nuestro Señor.


Sacersdote Jaime Herrera
Con inmensa alegría celebramos esta fiesta patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro en el Jubileo de la Misericordia (2015-2016). Aquí, hemos celebrado: El Año del Rosario (2002-2003), el Año de la Eucaristía (2004-2005); el Año del Sacerdocio (2009-2010);  el Año de la Fe (2012-2013);  despedimos el pasado Milenio con la celebración del Año de Dios Padre (1999), el Año del Espíritu Santo (1998),  para dar paso al Nuevo Milenio de la Fe con la Celebración del Gran Jubileo del 2000. Entonces, como hoy la figura de nuestra Madre Santísima nos ha acompañado con su presencia e intercesión, en la cual no ha dejado de exhortarnos a “hacer todo lo que Él nos diga”, de manera especial en la vivencia de la  Misericordia en este Año Santo donde podemos obtener la Indulgencia Plenaria de manera cotidiana. Que María, la Madre de la Misericordia nos alcance un corazón que en todo momento mire a Dios, y que permanezca atento a las necesidades, primero espirituales y también materiales de nuestros hermanos. ¡Que viva Cristo Rey!



SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO/ VALPARAÍSO



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