FESTIVIDAD PATRONAL DE LA PARROQUIA AÑO 2016.
A lo largo del año, el
inicio de la primavera está jalonado por Dios celebraciones litúrgicas
importantes, las cuales gira en torno a la Virgen María. En el Norte la
primavera se inicia con la Festividad de la anunciación del Señor, y en nuestra
región la llegada primaveral se abre con la festividad de Nuestra Señora de las
Mercedes.
Una de las
características de esta etapa es que los días son más extensos que las noches,
les el tiempo donde la luz del sol destierra las penumbras, donde el calor del
día seduce la naturaleza dándole un aroma, un color lleno de claridad y
frescura. ¡El invierno queda atrás, la alborada se presenta en su esplendor!
Por cierto como
creyentes, recibimos esta estación a la luz de la fe, experimentando con fuerza
la certeza de victoria obtenida en aquella noche luminosa de la resurrección
del Señor, quien muy temprano, al salir el sol, se presentaba vivo nuevamente
en medio de los suyos.
Padre Jaime Herrera |
Como creyentes
fundamentamos toda esperanza sólo en la
persona de Jesucristo, a quien vemos como causa y ejemplo, autor y medio de
todo anhelo por obtener una vida cada vez más auténticamente humana. Por ello,
nuestra mirada en esta festividad se dirige a la Virgen María que concibió
primero en su alma, y luego en su cuerpo, al autor de toda gracia como es
Jesucristo nuestro Señor.
Nuestra esperanza,
aunque tiene los pies puestos en la tierra nunca deja de tener su corazón en el
cielo, acogiendo la exhortación del precio de la Misa: Sursuum corda
¡Levantemos el corazón! ¡Levantemos la vida! ¡Alcemos el estandarte de la fe!
porque tenemos la poderosa razón de dar testimonio de lo que hemos recibido, de
lo que hemos visto.
Como aquella periodista
italiana escribía sus memorias titulándolas “confieso
que he vivido”, nos podemos decir: “confieso que he creído” en el amor y en
la misericordia de Dios, de tal manera que nuestra fe es parte tan presente
como decisiva de toda nuestra vida. Sin que las puertas del alma permanezcan
con el cerrojo del egoísmo, sin que las ventanas del corazón estén tapiadas con
la culposa incredulidad de quien no cree para entender ni entiende para creer.
Esa fe arraigada en
Cristo nos permite ampliar el horizonte de nuestra vida y existencia, la cual
fue dada para procurar alcanzar cosas grandes, para tiempos donde el reloj no
tiene la última palabra, y virtudes que al estar escritas con mayúscula sólo
tienden a multiplicarse ante la adversidad.
Es lo que
experimentaron uno a uno quienes fueron conociendo el poder irrefutable del
resucitado, permitiendo vivir un domingo realmente sin ocaso: quien vio
desterrar sus múltiples pecados y fue salvada
de ser condenada por lapidación, la primera; el apóstol cuyas lágrimas eclipsaron
su triple negación el segundo; el más joven discípulo, el tercero; la Virgen María,
la madre que en virtud de su fe permaneció de pie junto a la cruz cuando todos parecieron
vacilar y no pocos huidizamente se escabulleron en la nebulosa del temor y la
traición, el Dios de la misericordia es nuestra esperanza.
Así como cada uno de
ellos cambió su vida y hubo un antes y después desde que vieron al Señor, muerto
y resucitado, cada uno de nosotros, que hemos sido permanentemente objeto de la
misericordia divina a lo largo de toda nuestra vida, debemos procurar descifrar para nuestro
tiempo, la grandeza, la sublimidad, la perennidad y la esperanza que entraña el
hecho de creer en Dios. Si hoy nos parece
imposible vivir sin Dios, también lo es quedarse al margen de sus caminos y
preceptos.
Parroquia de Puerto Claro, Chile |
Sin duda estamos
orgullosos de ser católicos, lo cual no sólo es ocasión de una sana alegría
sino de un serio compromiso asumido en la mañana de nuestra vida cristiana
cuando fuimos insertados en las aguas bautismales.
a). Junto a Santa María Magdalena, seremos “Pregoneros
de la misericordia”: como nadie pecó, como nadie se arrepintió, como nadie
fue perdonada. Ello le hizo desafiar la tristeza y desesperanza reinante en el
ambiente de Jerusalén en las horas
siguientes a la pasión y muerte del Señor. La hora de los lamentos ella lo hizo
búsqueda; el tiempo del reposo le condujo al intrépido servicio. Fue premiada
con ser la primer testigo de Jesús resucitado, quien la invitó a comunicar “a sus hermanos lo que había visto”.
b). En San Juan Apóstol descubrimos “el mutuo
respeto intergeneracional”: El notable el respeto que tuvo juan
evangelista al ceder el privilegio de entrar al sepulcro antes a Simón Pedro. El que fue constituido
para confirmar la fe de sus hermanos, ahora verifica lo visto y oído: si
buscaban entre los muertos al que estaba vivo, por su apostolado, ahora
llevarían al vivo entre los muertos a causa del pecado. En este tiempo jubilar
hemos ido conociendo, desde aquel Vía Crucis de la Misericordia, pasando por el
mes de la caridad fraterna, que la verdaderamente la misericordia es el nombre
bíblico del amor. Es el amor con tres características específicas, que todo
joven descubre gradualmente: gratuito, personal y entrañable.
Misericordia
y gratuidad.
En efecto, en la medida
que uno va madurando comienza a descubrir que no todo es retribuíble, que no todo tiene interés, que no todo es ganancia, que hay una dimensión del amor con
aroma divino que es gratuito, se da y comparte de manera espontánea y sin
dilación, produciendo una felicidad que nada puede arrebatar porque de suyo es
un amor que nos identifica con el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”.
Lo anterior, lleva
necesariamente a valorar la riqueza que Dios ha dado en cada persona, de manera
especial al haberla revestido de la gracia bautismal, por lo que el amor
misericordioso en todo momento lleva a una mutua inclusión entre generaciones,
no despreciando –entonces- la falta de experiencia en la juventud ni el
carácter añejo del paso de los años de la senescencia, por el contrario, más
que percibir carencia en unos , descubriremos lozanía y abnegación, y más que
quedarse en la inamovilidad y el conformismo de otros, valoraremos la próvida
perseverancia y la convicción.
Sólo así vamos a
desterrar las sendas contrarias al Santo Evangelio que siempre terminan
segregando, distanciando y marginando, a unos contra otros y no a unos con otros, a unos por otros tal como
exige la divina misericordia.
Misericordia
personal.
Sin duda una tentación
presente en nuestra cultura es la masificación
en nuestras relaciones
personales. El populista igualitarismo
se filtra silenciosa y sigilosamente -también-
en la vida familiar, en la vida laboral, en la vida social, olvidando el
carácter específico del amor que siempre obra en primera persona, como si fuera
el objeto único a complacer y a proteger.
Nuestro Señor
resucitado no ama genéricamente, como si formásemos parte de una masa compacta,
sino que nos ama de manera propia, tal como es la realidad de nuestra alma y de
nuestra vida: única, inmortal e irrepetible. Esto le confiere al amor
misericordioso una necesidad que emerge de su exclusividad, lo cual lejos de
encandilarnos por su grandeza nos ha de conducir al compromiso de buscar
aquella oveja perdida, aquella necesidad que sólo la mirada atenta de nuestro
Señor ha tenido con cada uno, y quiere contemplar desde cada bautizado por
medio de la vivencia de la caridad. De la misericordia a la misericordia, por
esto con el Salmista exclamamos en este tiempo jubilare: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia” (Salmo CXVIII).
Misericordia
entrañable.
Entre las diversas
acepciones que encontramos en la lengua
hebrea de la expresión misericordia está el término de “matriz”, por lo cual inferimos que la misericordia cobija la vida
y la entrega, de tal manera que la historia de cada creyente puede ser tenida
como parte viva de esa misericordia. Una entraña vida del amor de Dios que nos
invita así a dejar nuestro pasado en manos de la misericordia de Dios; a
amparar nuestro presente en manos de la bondad de Dios, y a depositar nuestro
futuro en los designios de la providencia de Dios.
Lo anterior, lleva a
asumir las necesidades de los demás en primera persona, procurando atender como
propio aquello que el mundo nos presenta como ajeno, lo cual sin duda
experimento San Juan Apóstol quien ocuparía un lugar de excepción en la vida de
la Iglesia naciente. Lo que él vivió junto a Jesús lo transmitió en su palabra
y acción hasta el último de los largos años de vida que Dios le concedió.
c). Con Simón Pedro buscamos “la
unidad de los hijos de Dios”: “Nunca
se aparten de ti la misericordia y la verdad”. El mandato de nuestro Señor
en orden a que sus discípulos permanecieron unidos, lleva a trazar el camino de
la unidad desde la misericordia y desde la verdad, pues no ha de darse una
división entre uno y otro, entre bondad y fidelidad, entre misericordia y
verdad, toda vez que, tanto mal puede
ocasionar una verdad inmisericorde, como una misericordia sin verdad.
El Apóstol Pedro
experimentó la misericordia al ver la mirada de nuestro Señor, que aún lleno de
dolor por la triple negación no dejó de conceder una nueva oportunidad al
discípulo que confirmaría en la fe y sería roca inamovible de la fe para todas
las generaciones.
Sin duda que –como dice
el Antiguo Testamento- “Hay creyentes que
tienen la verdad les falta misericordia” (Proverbios XVI,
6),
pero, sólo con misericordia y verdad se corrige el pecado sentenciará nuestro
Señor.
Sacersdote Jaime Herrera |
SACERDOTE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO/ VALPARAÍSO
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