HOMILÍA MISA DE NOCHEBUENA 2016 / PARROQUIA PUERTO CLARO / CHILE.
1.
“El
pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de
sombras, una luz brillo sobre ellos” (Isaías IX, 1).
La luz y el
sonido; la piedad y la alabanza son los elementos humanos y
espirituales que nos ayudan a vislumbrar la trascendencia en la inmanencia, lo
sublime inserto en lo cotidiano, que en esta Noche Santa celebramos:
Dios viene a nosotros para que nosotros vayamos hacia Él.
Se trata de una noche
donde se marcará un antes y después ante la presencia de un recién nacido. Sin
el estruendo de sonidos que gritan agresión y venganza, sin los puños cerrados
del egoísmo voluntarioso, sin las puertas selladas ni los muros cerrados de los
corazones que no perciben más allá del metro cuadrado de sus existencias, hoy,
la simple figura silente de un niño envuelto en pañales será capaz de
cautivar un mundo que indudablemente camina en tinieblas.
El sonido de las
campanas silencia el ruido de las armas del pasado y del presente; las nuevas tecnologías que pueden servir
eficazmente al desarrollo humano, en ocasiones, son usadas para su menosprecio y
aniquilamiento moral, por medio del incentivo
y mantención de pretéritas odiosidades que –a esta altura- ya resultan
extemporáneas.
El fomento de una
prensa llamada a formar informando e informar formando se ha transformado en un
cuarto poder en manos de quienes no suelen ser reconocidos más que en virtud de
sus abultados ingresos, promocionando verdaderas batallas ideológicas que, más temprano que tarde, despiertan el
sonido de las armas a lo largo del mundo entero, constatando que el negocio de
las armas camina de la mano con el de los medios de comunicación formales e
informales.
Insertos en una
cultura, mas no esclavos de ella, como miembros de la Iglesia constatamos el
individualismo exacerbado que se vive en la actualidad:
el puño apretado denota la cobardía de quien no asume el compartir como camino,
prefiriendo el dejar de lado al prójimo como inexistente. Puesto que nadie ama
lo que desconoce, entonces, es mejor dejar fuera de nuestras fronteras a
quienes no deseamos ni conocer ni querer. El prójimo se invisibiliza y se pierde en la nebulosa que es la sociedad hoy.
Jesús que nace en Belén
diluye las tinieblas que el secularismo –persistentemente- instala, para que nos perdamos del camino que lleva
hacia Él, colocándonos atajos que terminan siendo sucedáneos fantasiosos de una
paz inestable, de una amistad que no
perdura, de una alegría nutrida a
fuerzas de los incentivos falaces de la droga, la sensualidad, y del desenfreno
moral, todo lo cual, inevitablemente
conduce al obnubilamiento de la
sociedad que Dios quiere para cada una de nuestras familias y para cada uno de
nosotros.
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“Los
que vivían en tierra de sombras, una luz brillo sobre ellos”:
Con esto el profeta anuncia una realidad que no sólo tuvo cumplimiento en los
tiempos que él vivió, sino que se aplica –también- para nuestros días,
en los cuales ¡que duda cabe! se ciernen las sobras de una noche oscura, en la cual, se
constata la insatisfacción de los satisfechos, el vació existencial de los
siervos de un relativismo cuya única certeza navega en la incerteza. ¡Es un
mundo que camina en tinieblas y por ello, permanece ensombrecido: el amor a la
verdad, y el servicio fiel a ella, la vivencia de la caridad fraterna, y la
santidad como proyecto realizable. Todo parece quedar al margen de una sociedad
que busca su desarrollo al margen de Dios y de su Iglesia, olvidando que “no se nos ha sido dado otro salvador que
Jesucristo”, quien actúa y habla en su Iglesia.
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El camino de la Iglesia
es Jesucristo, quien dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Según esto, los esfuerzos que tiendan a marginar a Cristo de su Iglesia
única, terminan resultando siempre
estériles no obstante, es necesario tener presente que, producen frecuentes sufrimientos en Dios, que
como buen Padre, sabe de qué estamos hechos, y conoce perfectamente nuestra
alma mejor de lo que nosotros creemos saberlo. ¡Nadie es más íntimo a nosotros
que Dios mismo!, en tanto que, el
oleaje impetuoso de un mundo
culturalmente construido contra Dios, no
deja de “zarandear” la barca de Pedro
y el corazón de cada bautizado, que
experimenta lo que rezamos en la Salve: estar en medio de en un “valle de lágrimas”. El desierto por
el que pasó el pueblo de Israel camino a la tierra prometida, se revive ahora
en la sequedad de una civilización abúlica frente a Dios.
2.
“Cantad
al Señor un canto nuevo, cantad a Dios, toda la tierra; cantad a Dios y su
nombre bendecid” (Salmo VIC, 1-2).
El sombrío panorama que
describimos, lejos de aminorar nuestra esperanza, viene a fortalecerla en esta
Noche donde la luz de una estrella anuncia la venida del Divino Redentor.
El Salmo que hemos
escuchado fue entonado cuando el Rey David ingresó el arca de la alianza en la
ciudad de Jerusalén, sobrecogido por la obra de Dios. Al igual que lo experimentó
el santo monarca del Antiguo Testamento, el hecho de conocer la grandeza del
poder y la misericordia de Dios conlleva la misión de darlo a conocer a los
demás, como una imperiosa necesidad para unos y un deber para quien ha visto al
Señor: Es la actitud que tuvieron cuantos llegaron a la llamada de la luz
radiante de Belén: pastores presurosos llegaron al lugar, desde oriente sobrepasaron
desiertos e incertidumbres, sus padres debieron superar la desconfianza, el
desprecio, y el rechazo de quienes hacían de la desconfianza su única
seguridad.
Hermanos: No se
puede dejar de comunicar la bondad de Dios. La gratitud se hace apostolado
y es parte de un compromiso: audaz, valiente y permanente, el cual es sostenido
por la fe. Esta noche se ilumina al corazón para servir a Dios con el
apostolado del servicio a la verdad ¡Lo recibido ha de ser compartido! Por
esto, el Salmo que hemos escuchado es el
salmo misionero para todo tiempo, por lo
que ¿no es acaso maravilloso saberse participe de algo que será para siempre
y cuya validez no dependerá de las circunstancias?
Quien se sabe amado por
Dios no dejara de amar al prójimo según el modelo de
Cristo. Esto implica asumir que la fe recibida se fortalece compartiéndola no
como un tesoro a resguardar sino como un bien necesario del que Dios quiere que
todos lleguen a participar. Sin duda, la fe vivida al interior de la familia
y de la sociedad requiere que todos nos dejemos iluminar por ella: con los
desafíos que implica, con las grandezas que conlleva, con la bondad que
sobrecoge, y el gozo que contagia. El hecho de vivir como creyentes no es
andar a tientas por la vida o esperando que las cosas mejorasen por si
acaso…Quien vive de la fe vive con la seguridad de estar con Dios, y por ello, es capaz de ir a los que están junto a él, con la alegre esperanza de que todos sean partícipes
del don maravilloso de creer.
Dicha fe se celebra en
la Sagrada Liturgia, en la cual, el acto
de cantar ha ocupado, en toda época y
lugar, un lugar preponderante. No da
lo mismo cantar que abstenerse de hacerlo: el canto es consecuencia de una
disposición del alma, y tiene la fuerza de hacer que al unísono se participe de
un espíritu común. La armonía es producto del deseo de juntar voces e
instrumentos que denoten orden, servicialidad, y paz. Por esto, la Navidad
tiene como elemento característico la entonación de los villancicos, que en
este tiempo suenan tan distinto al resto del año. Para cantar se requiere que
todos lo hagan al unísono, de manera gradual: si cada uno canta al ritmo que
le gusta, y con la letra que le place nunca habrá armonía, sino más bien, dará paso a la desarmonía, que: suena mal,
desconcierta, y hace enmudecer y no llena de gozo al que canta ni a los que lo
escuchan…
Navidad Siervas de Jesús 2016 |
El canto nuevo implica que se haga desde un alma renovada, lo cual acontece
tan maravillosamente en esta Nochebuena, llena de luz, y de los himnos
tradicionales que son capaces de unir y alegrar a los que se sienten alejados,
postergados y menospreciados por los suyos.
A partir de este día
los dioses falsos, los ídolos y las múltiples vanidades, desaparecen ante la
manifestación y presencia de Dios en medio nuestro. El rostro del único Dios
verdadero, el que se ha revelado en la Santa Biblia, nace en Belén y es
anunciado de modo preciso, tal como dicen los Evangelios: “En esto
reconocerán, un niño envuelto en pañales” (San
Lucas II, 12)..
La alegría verdadera es
la que trae Jesús en Belén, implica renunciar “a la impiedad y a las pasiones mundanas (desordenadas), viviendo con
sensatez, justicia y piedad en el siglo presente” (Tito
II, 12).
Podemos caer en la tentación de encandilarnos
ante el misterio presente y quedar como paralogizados. Tal como aconteció en el
momento de la transfiguración a “quedarse
en la cumbre” (San Marcos IX, 1-13)
o en el día de la ascensión cuando los ángeles le preguntan a los apóstoles: “¿Qué hacen aquí detenidos mirando al cielo?”
(Hechos
de los Apóstoles I, 10-11). Aceptar a Cristo y dar posada en nuestra alma
implica una conversión de vida, un rechazo al pecado y la tentación, en vistas
a tener un estilo de vida a la altura de lo que Cristo por su bondad quiere
para nosotros y por su misericordia espera de nosotros, toda vez que “quien te
creo sin ti no te salvara sin ti” (San Agustín, Sermón
169).
Liturgia de Navidad Capredena, Valparaíso |
En efecto, los ángeles
cantan en este día; “Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (San
Lucas II, 13-14). La paz verdadera es un don de Dios
que se debe implorar, cultivar y cuidar
a la vez. De manera especial, recordamos que Jesucristo viene al mundo para
redimirlo, por lo que, el ser partícipes
de su gracia, nos hace implorar y conceder el perdón a las faltas hechas de
manera oportuna, completa y definitiva.
Sólo se engrandece
quien es capaz de perdonar y olvidar. ¿Qué pasaría si Cristo
llevase cuenta exacta de nuestras ofensas? ¿Cuántas páginas ocuparían nuestros
pecados socialmente desconocidos? Esta Noche resuena el llamado que hiciera
hace años atrás el recordado Papa Juan Pablo II: “Abrid las puertas del corazón a Cristo”, que nada escape al
poder de su mirada que invita a tener presente que la paz del corazón es la paz
del corazón. Se equivocan quienes confiando en las marchas, en las pancartas, en los acuerdos
pretender instaurar una paz al margen de
los dictámenes del Señor…La paz se construye desde la verdad, la paz se alza
sobre el deber cumplido, en tanto que, la paz se solidifica desde una fe común.
Según esto, el procurar ser fieles a Dios y sus mandamientos implican el
mejor engaste para vivir en paz, a la vez que constituye la mejor garantía para
recobrarla cuando se ha visto quebrantada o debilitada.
Sin duda, el ser
rigurosos con las cosas de Dios y su Iglesia no implica ser rigorista, lo
cual es la tentación de quienes hacen del relativismo
circunstancial el mayor de los rigorismos. Cerrados ante la evidencia de
la verdad, sólo queda el servilismo a la
dictadura del relativismo. El Santo Cura de Ars clamaba a los nuevos
sacerdotes: “¡Tratadle bien!”,
refiriéndose a la celebración de la liturgia. Hoy podemos repetir igual expresión señalando: ¡Tratadle de
verdad! ¡Tratadle con amor! ¡Tened caridad con el Dios que es caridad! ¡Que
viva Cristo rey! Amén.
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO / VALPARAÍSO
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