HOMILIA MISAI N MEMORIAN PABLO ANDUEZA GUZMÁN 2017.
Para quien es sacerdote
el enfrentarse ante la realidad de la muerte es algo permanente, hay parroquias
que tienen un funeral al día, y otras que tienen algunas celebraciones al mes,
pero en uno u otro caso, forma parte de la vida parroquial, de la vida
sacerdotal y de la vida eclesial., lo que hace tener una visión amplia de este
misterio.
Socialmente para nosotros
¿Qué es una muerte prematura? Hoy en Chile, hablamos de setenta años, con lo
que se cumple la promesa bíblica a los hijos de tus hijos los verás. En tanto
que si uno vive en Mónaco el promedio de vida supera los noventa años, en tanto
que en África no sobrepasa las cinco décadas. En tiempos de Jesús la
“ancianidad” era considerada casi a partir de las cuatro décadas.
Por otra parte, antaño se
iniciaba la vida laboral casi con la adolescencia, hoy se posterga casi una
década después. Igual cosa acontece con la vida esponsal: nuestros padres
contrajeron matrimonio con una década de diferencia de lo que es actual…de
hecho, sorprendentemente, hablamos de
jóvenes de treinta años y de muchachos
veinteañeros habituándolos a la vivencia de una adolescencia casi permanente.
Un gran amigo ha muerto. Podría
decir… “ha partido”, “se ha adelantado”, “vive su pascua”, para no recurrir a una terminología que a los ojos modernos resulta tan fuerte por su
carácter absoluto: ha muerto. Se zanja –entonces- una brecha insondable que
tiene un eco entre vida y muerte, gracia y pecado, juicio y misericordia.
La llegada al denominado
“Colegio grande” de una generación iniciada el año que el hombre llegaba a la
luna, había fortalecido los primeros lazos de amistad en la infancia durante
ocho años. Pero ahora, el pantalón corto daba paso al pantalón largo, el overol
a la capa, y de ser los reyes del
colegio chico al último eslabón del
colegio grande. En medio de esta navegación irrumpe la llegada de un risueño e
histriónico rostro, que nos acompañará los seis años restantes, marcando con su
presencia el rostro indeleble de toda una generación.
Siempre pensamos que
otras familias pierden a sus seres queridos, que otros son los que parten, mas,
hoy constatamos que “uno de los nuestros”, de la primera
línea en el plano de los recuerdos y los afectos de una generación, ha
sacado lágrimas por lo inesperado de su partida.
Distinción
entre lo trascendental e inmanente: Nunca se perdió en esta
realidad. Dios, su Iglesia, sus padres, su familia, sus amigos no se tranzaban
ni perdían. Así lo experimenté la última vez que estuve con él, donde una vez más
–al sazón de una buena mesa- conversamos de lo divino, de lo humano, y de lo “extraterrestre”
habida consideración de tanto espécimen
extraño que hay en la actualidad, entre los cuales no nos restamos…
Aquel día, durante largo
tiempo, reímos distendidamente, recordamos episodios de la infancia y juventud,
nos proyectamos con nuevos desafíos, incluso, hablamos de la realidad que estábamos “invictos” de defunciones como generación,
aunque entre los comensales éramos varios los candidatos por dolencias y
operaciones, por lo que ninguno se avizoró a preguntar, como lo hizo un
apóstol al Señor: “¿Seré yo maestro?”.
Bueno, la Divina Providencia dispuso fuese él, que veía navegar por la vida a sus hijas con
resolución y a su esposa con entereza e irrestricta entrega; que una vez más,
como en tantas otras ocasiones, daba
luchas, a veces con espíritu francamente quijotesco, contra molinos que una y otra vez emergían en
una sociedad marcada de intereses que no estaban inscritos en su ADN formativo
y en su realidad existencial.
La
familia como programa de vida: Compartiendo parte de su
niñez, infancia y juventud, vimos irrumpir a un verdadero modelo de amor a su
familia. De carácter fuerte y decidido, -indudablemente-
tuvo diferencias con sus padres, más jamás olvidó tributarles el trato, cariño,
respeto y preocupación, tal como lo hizo
hasta la última jornada donde llevó a su señora madre a la Santa Misa dominical
y luego a almorzar con ella. De la Misa a la mesa cumplía el precepto aprendido
en su primera infancia: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.
Ello es sin duda un signo
elocuente en la vida de quien ha partido, y constituye una rica enseñanza para estos
tiempos en que la familia y las generaciones se encuentran atomizadas. Con
fuerza el actual Sumo Pontífice recuerda a la juventud no alzar muros infranqueables
entre ricos y pobres, entre jóvenes y adultos. Siguiendo la lógica que las fronteras
terminan donde otras se alzan, constatamos una reciprocidad que debe ser
superada a la luz de la gracia que viene de lo alto procurando hogares
integradores, familias amplias donde a cada uno se le reconozca una importancia
y dignidad insustituible. El amanecer y el ocaso han de encontrar cabida en el día
de la vida y en la vida de cada día. Si es tan obvio para un católico no
aceptar las injustas desigualdades y las
obtusas injusticias, entonces ¿Por qué aceptarlas cuando se trata de nuestros adultos?
¿Por qué permitirlas como aquel día donde
el primer marginado fue puesto en una cruz? ¿Por qué actuar como
cómplices activos cuando nuestra fe es violentada y despreciada?
Habitualmente escuchamos
decir que el “alma mater” de un
persona es la casa de formación de su educación superior, más en este caso,
simplemente diremos que lo fue su familia. Allí, en la intimidad del hogar
paterno, junto a sus numerosos hermanos supo del rigor por el trabajo, de la
responsabilidad con los desafíos asumidos, de la austeridad y honradez
intransable, de la preocupación por las necesidades de los demás, del respeto a los más débiles,
todo lo cual, forjó su alma de manera imborrable. Quizás no sepamos todo lo que
hizo, en cuantas organizaciones participó, pero si intuimos dónde sacaba la
fuerza interior para enfrentar la vida cotidiana: su fe en Dios, el legado
familiar, y la educación recibida…y asumida.
La
política como servicio: Sin duda, las últimas tres décadas las
empleó para fortalecer la vida social y comunitaria, tanto desde la perspectiva
de la ciudad, como de su célula
fundamental que fue, es y será la familia, tal como lo dijo vehementemente Juan
Pablo II en su visita a nuestra ciudad un día dos de abril de 1987: “El futuro dl mundo se fragua en la familia”, pues desde la
creación del mundo sigue vigente el designio divino en orden a “poblar la tierra” y en su nombre
encauzar la creación según sus voluntad y no de manera sesgada o abusiva como suele
constatarse tan frecuentemente en nuestros días. Los designios de Dios son
inmutables: “El hombre se unirá a su mujer
y serán uno solo”. ¡No hay otro camino!
Aunque desde joven tuvo
un carácter acelerado, en modo alguno podemos olvidar que actuaba de manera consiente
y reflexiva: no le bastaba conocer sobre mucho sino que encontraba necesario profundizar,
saborear, tanto racional como
espiritualmente, lo visto, por ello, era
un gran conversador y sin duda un experimentado docente en centros tan diversos
como en los que colaboró durante largos años y distintas épocas.
La vida como dice el
himno de su colegio de los Sagrados Corazones le deparó “coronas de laureles y espinas”, las cuales no dudó en ofrecer a Dios cuando tuvo que optar por una
independencia y a veces sana distancia de aquellas prácticas que aunque ampliamente
generalizadas, han causado tanto daño a
la credibilidad y el fortalecimiento del tejido de la vida social y comunitaria
actual.
Con entereza personal y
no sin la colaboración de su mujer navegó las convulsionadas aguas de la vida
laboral y política sin actitudes serviles con el estado de las cosas (establishment)
que a tantos suele cautivar. Renunció dos veces a trabajos que consideraba, no
postuló a cargos en los cuales habría sido electo sobradamente por ir en la
búsqueda de ideales que están fuera de billeteras y sobre los títulos, pergaminos y gratificaciones que para el
mundo resultan tan gravitantes. Renunció a un partido donde tempranamente
militó porque requería mayores espacios de real integración, pero, también, porque sus mejores sueños no lograban despertar
en la vida partidista de la actualidad…la política ya no parecía dar el ancho para la generosidad de su
corazón, no considerándola como un fin sino como un medio, y en cuanto tal,
transitorio y pasajero.
Sin duda, fue un hombre amante de la vida política desde
su infancia, pero que desde su espíritu libre y buscador no permaneció esclavo a ella. Supo descubrir
la grandeza de una fe, de una vida familiar y conyugal, supo realizarse como
padre amoroso y dedicado a sus hijas, asumiendo tempranamente un rol de “padre y madre” de ellas por lo que al
cuidado y atención debió sumar la delicadeza y ternura. ¡Estoy cierto que a
cada hija le tendría un apelativo único que denotaba el afecto paternal! ¡Su
particular sentido del humor haría pasar momentos imborrables a sus seres
queridos!
Espíritu
abierto a los desafíos: Quien está inserto en las aguas
bautismales, a lo largo de su vida descubre que la vida como católico consiste
en una permanente maduración de su condición bautismal, en la cual fuimos
constituidos como hijos de Dios, miembros de una Iglesia, purificados del pecado
original y hechos partícipes de la gracia, que como presencia de Dios nos
permite ir “pareciéndonos” e identificándonos
con mayor perfección. Este camino lo recorremos apoyados en la gracia que nunca
falta y que nos es siempre necesaria.
Por ello, nunca podemos tenernos como instalados,
tranquilos con el desarrollo de los acontecimientos a nuestro alrededor, o
creyendo que estamos lo suficientemente convertidos y que ya nada puede
cambiar.
Nuestra alma debe ser
buscadora incansable de la verdad, del bien, del amor, para que el nombre de
Jesucristo no resulte lejano ni adverso a nuestra sociedad por lo que un empeño
realmente misionero y un espíritu verdaderamente apostólico pasa necesariamente por una conversión del corazón
que conduzca a un estilo de vida que sin confusiones dé a conocer a Cristo
vitalmente, mostrando la fe en un seguimiento de los preceptos divinos hacia
quienes están a nuestro alrededor.
La muerte abrupta que hoy
nos ha traído a esta celebración en memoria de nuestro hermano difunto, pasados
días de su partida, nos hace recordar que todos los presentes nos presentaremos
–igualmente- ante el tribunal de Dios un día
próximo. ¿Y cómo nos preparamos para ello? La vida como cristiano que se da
“en lagrima y canción”, es el único
camino que no debemos olvidar aunque para muchos resulte extraño y diferente.
La Santidad no es una moda, sino que constituye un imperativo para nuestro
tiempo que no podemos postergar más.
Dios quiere que seamos
perfectos. No temamos decirlo, el Señor desea que todos seamos santos…esa es su
libérrima voluntad para cada uno, por ello, la esperanza marca esta celebración
en memoria (sufragio) de quien ya no está físicamente en medio nuestro, y por el cual, el mejor homenaje que podemos tributar y el
más necesario presente, es ofrecer esta
Santa Misa por su alma, en compañía e intercesión de la Virgen Santísima a la
cual –ciertamente- tantas veces recurrió lleno de confianza y amor filial. ¡Que
Viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO / VALPARAÍSO
No hay comentarios:
Publicar un comentario