SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD AÑO 2017
Entre las diversas
celebraciones de este tiempo litúrgico post pascual, tan especial, donde se
concatenan una serie de grandes fiestas litúrgicas, hoy contemplamos aquella
que se refiere al misterio más importante
de nuestra fe católica como es “mirar” y “vivir” la insondable realidad
de la intimidad de la vida divina.
En efecto, si bien por
medio de nuestra inteligencia podemos
descubrir la existencia de Dios y los diversos atributos que le son propios, la
interioridad de la vida de Dios sólo
podríamos haberla conocido por un acto de la libérrima voluntad divina de darse
a conocer a nosotros.
Dios, sin otra necesidad más
que aquella que emerge del amor, no sólo nos dice quién es, sino que nos invita
a participar de su misma vida, nos llama a permanecer unidos a su amor. Toda
una enseñanza pues, en su nombre, en su
persona, y en su gracia podemos revelar su presencia y su vida en el mundo
actual. No hay otro camino: si el fruto no permanece unido a la vid se seca, si
el apostolado no está inmerso en el poder de Dios nunca será fecundo, por el
contrario permanece estéril.
Para ser partícipe de la
vida divina, y vivir la inhabitación
trinitaria se requiere:
a).
Vivir en gracia. Nada sacamos si no estamos unidos a la red de la gracia. A este respecto morir
antes que consentir un pecado mortal…sin duda es algo fuerte, pero nada lo es
si se trata de la eternidad y de quién
es Dios. Nada más importante y necesario para el bautizado que estar en
permanente amistad con Dios. Hay que cultivar la cercanía con Dios, como uno
riega una planta para que permanezca con vitalidad, del mismo modo la gracia aumenta con la
fidelidad, la amistad con Dios crece con el paso del tiempo. La misma experiencia
nos lo indica: el conocido, el vecino, el colega, el compañero de curso, no son
lo mismo que quien es propiamente un amigo.
No podemos llamar “amigo” a aquel que tarde mal y nunca
vemos; no podemos tratar de “amigo” a
aquel con quien sólo mantenemos puras diferencias; no podemos tratar de “amigo” a quien no nos interesa hablar ni visitar…los amigos no se
hacen los desconocidos… como cuando escondemos nuestra identidad católica
porque nos resulta socialmente favorable hacerlo, o por simple cobardía ante
los respetos y poderes de un mundo renuente a Dios, la religión y a nuestra Iglesia.
b).
Cumplir los mandamientos de Dios: Jesús ha dicho con
claridad “si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada en él” (San
Juan XIV, 23). Por esto, el hecho de cumplir lo que Dios nos
pide no es una opción que pueda ser tenida como facultativa, ni vista como un
simple consejo a seguir. Para el bautizado es una obligación, necesaria para
alcanzar la salvación y conveniente para el bien común, por lo que quien procura
hacer lo que el Señor le pide contribuye eficazmente a edificar una sociedad
donde la virtud prime sobre los vicios, la fidelidad sobre la infidelidad, y la
interioridad sobre la superficialidad.
La manifestación de amor
hacia la Santísima Trinidad, el acto de fe ha de impregnar nuestras actitudes
en un verdadero seguimiento a Jesucristo, procurando cumplir la voluntad de
Dios en todo y permanentemente. Sin duda, hay épocas a lo largo de la historia
de la Iglesia donde el “tono” de la
sociedad ha sido que todos reman a favor de la voluntad de Dios y no contra sus
designios tal como acontece actualmente.
Para nadie debiese ser
sorpresa constatar que en muchos ambientes al interior de la Iglesia y por cierto
fuera de ella, se oculta, se desprecia, de deja de lado todo lo que se refiere
a Dios, llegando, en ocasiones, al colmo
de tenerlo como el origen de las divisiones de la vida presente…de todo se
puede hablar, de moda, de farándula, de deporte, de música, de arte, de
política, menos de nuestra fe, que cada vez está más arrinconada al interior
de las conciencias, en el silencio
de las sacristías, y en los añosos
salones episcopales. Es fuerte la tentación de recluir a Dios creando una vida
eclesial y pastoral que se amolde a los juicios humanos, así, una religiosidad moldeada por el espíritu mundano es a fin de
cuentas un nuevo becerro, al que se le rinde culto y adora falsamente.
En realidad, la vida
actual en su conjunto constituye una verdadera blasfemia al arrinconar a Dios al mundo de lo intrascendente y sin
importancia. En las redes sociales los links de me gusta giran en torno a cualquier vaguedad menos en aquello que
es decisivo en el fortalecimiento de nuestra vida espiritual. Todo importa,
todo es urgente, todo es necesario, siempre que no diga relación con Dios y lo
que es atingente a su vida Divina y Trinitaria.
La semana anterior
recibimos la irrupción del Espíritu Santo, como el alma de nuestra alma y el alma
de la Iglesia, bajo el signo elocuente del fuego encendido, tal como
aconteció en el Cenáculo el día de Pentecostés. Si acaso cambió la vida de los
apóstoles reunidos junto a la Virgen María esa noche fue precisamente porque
sus almas gozaron de la presencia del Dios, uno y trino que vino a ellos a “tomar morada” a “habitar”.
El fuego nos evidencia el
misterio de Dios uno y trino: la llama no puede subsistir sin la luz, y esta no
puede a su vez ser luz que irradia sin dar el calor a lo que se está a su
alrededor. Llama, luz y calor forman parte de una misma realidad, semejante a las
tres personas divinas de la Santísima Trinidad que son un solo Dios.
Entonces, vivir el
misterio de la inhabitacion trinitaria
implica dejarse conducir en toda circunstancia por los designios que Dios Padre
disponga en lo que denominaremos una espiritualidad
providencial, luego, incluye procurar imitar a Jesucristo no sólo como
modelo perfecto de santidad sino como la fuente de toda gracia, es lo que
llamaremos espiritualidad cristiana,
y finalmente, tal como ahondamos el domingo recién pasado, si deseamos crecer
interiormente no podemos hacerlo al margen de lo que el Espíritu Santo habla en
nuestra alma, es lo de reconocemos como vida
en el Espíritu.
c).
Crecer en caridad: “Si
nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a
nosotros” (San Juan IV, 12-13). No hay que tener
vergüenza de reconocer cuál es la vocación que Dios nos ha dado. No hay que
rebajar el horizonte hacia el cual nos encaminamos, pues somos “portadores de Jesucristo” y “theoforos” ¡portadores de Dios!
Esto hace que podamos
gozar de manera especial la presencia de Dios constituyendo un anticipo real de
lo que obtendremos y poseeremos en la bienaventuranza eterna, no ya por un tiempo, sino para siempre.
Esta “vivencia trinitaria” nos hace percibir su presencia que completa y
responde toda necesidad, pues sólo en la vida divina el hombre encuentra lo más
hondo de su identidad y se descifra todo misterio de su vida humana, toda vez
que, como sabiamente escribe San Agustín : “nos
hiciste para ti Señor, por ello nuestro corazón está inquieto mientras no
descanse en Ti” (Confesiones, San Agustín de Hipona).
Así, esta festividad
litúrgica nos hace mirar a lo largo de nuestra vida y descubrir que Dios nada
ha dejado al azar como recuerda un santo: “¿Qué
tenéis hambre? …vuestro es mi cuerpo y sangre. ¿Qué teméis olvido?…vuestro es mi
corazón. ¿Qué teméis miserias? vuestra es mi divinidad”.
Por ello, si donde hay
caridad allí está Dios, entonces hemos de crecer en ella diariamente procurando
seguir los pasos, repetir las palabras y abrigar nuestro corazón con lo que
Cristo hizo, con lo que Cristo dijo, con lo que Cristo es: amor…!Donde hay amor, Dios está
allí!
d).
Procurar llevar una vida pura: El Apóstol San Pablo
dice. “¿No sabéis que sois templos de
Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es santo
y ese templo sois vosotros” (1 Corintios III, 16-17).
Entonces, porque Dios inhabita trinitariamente en cada
bautizado es que debemos hacer realidad una de las bienaventuranzas proclamadas
por nuestro Señor en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (San
Mateo V). Entendámoslo de una vez: Jesús no es nuestro mejor
vecino, sino que más bien, es parte de nuestra vida porque, en el alma en
gracia, “mora en nosotros” (2
Timoteo I, 14).
¡Dios habita en los
santos!...”por medio de su gracia, está
en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo”. Por
esto, si bien muchas personas –incluso no creyentes y adversas a la fe- pueden
dar vestigios del poder y de la sabiduría de Dios, es propiamente en la
caridad, vivida en la virtud de la Santa Pureza donde descubrimos una
característica propia de la vida trinitaria que tan solo aquel que procura
vivir en gracia santificante participa
verdaderamente.
Imploremos a la Santísima
Virgen, que llena del Dios uno y trino, canto las alabanzas con gozo verdadero
que contagie nuestra vida personal y eclesial con el altissimi donum Dei…Dulcis hospes animae. ¡Que Viva Cristo Rey!
Amén.
PADRE
JAIME HERRERA / CURA PARROCO DE PUERTO CLARO / CHILE
No hay comentarios:
Publicar un comentario