domingo, 31 de diciembre de 2017

SOBRADAS RAZONES PARA AGRADECER E IMPLORAR

 HOMILÍA MISA AÑO NUEVO 2018  /  PARROQUIA PUERTO CLARO.

Dar gracias a Dios.

Culminando un año civil,  nos reunimos en esta Santa Misa, experimentando con mayor fuerza la agilidad del tiempo que se mueve con tanta rapidez como años van transcurriendo…Mientras más años se cumple, se evidencia aquel antiguo refrán: “un día más, un día menos”.

Para el católico, un año que pasa marca estar un paso más cerca de Dios, sabiendo que lo que se va dejando es pálida figura de lo que Dios nos ha prometido alcanzar en la Bienaventuranza eterna: 

Es un día de particular significación toda vez que el paso del viejo al nuevo año es en día domingo, lo cual lo hacemos celebrando la Santa Misa, que constituye desde la Ultima Cena el centro de la piedad y el norte de nuestro apostolado.

De algún modo, como creyentes aplicamos la enseñanza de San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, por amor,  y sacarás amor”. Según lo cual, todo aquello que tiene de bien, de verdad y de caridad solo proviene de Dios y es reconocible por las almas de quienes le buscan, y le han encontrado. Por esto, nada resulta casual o fortuito, sino que tiene un origen muy preciso en la voluntad de Dios, que al descubrirla nos permite la más plena realización personal y social.

Sin duda, el hecho de celebrar la llegada de un nuevo año en día domingo, nos ayuda a dar gracias a Dios por tantos beneficios concedidos a lo largo de todo este tiempo, los cuales reconocemos que han anticipado nuestras urgencias y colmado tantas necesidades, tanto en el plano espiritual como material, todo lo cual no puede sino conducirnos por el camino de la gratitud.

La gracia que viene de lo alto siempre satisface lo que necesitamos para alcanzar la santidad, en generosidad Dios no se deja vencer, por lo que aunque nuestros oídos se cierren a su palabra, ni nuestros ojos descubran la grandeza y bondad de su amor en la naturaleza, ni nuestras palabras  sean eco de la consecuencia y probidad, el Señor no deja de buscar los medios adecuados para ofrecernos nuevas oportunidades de conversión y cambio de vida, como el Buen Pastor que “busca la oveja descarriada” (San Mateo XVIII, 10-14).


Más aun, Dios muestra su bondad y poder cuando las “ovejas descarriadas” (Ezequiel XXXIV, 16) persisten en el empeño de ir por el carril que avanza lleno de orgullo hacia el despeñadero, lo cual, por cierto,  exuda ejemplos profusamente en la vida actual: La falta de respeto por el don de la vida; la nula percepción de  una vida sobrenatural; el apego ciego de la voluntad a los vicios desdeñando las virtudes; la doble vida que oculta sórdidas intenciones alejadas del Santo Evangelio, han hecho cada una y todas en su conjunto un manto que parece oscurecer la esperanza.

Como creyentes tenemos la convicción que sobre las miserias presentes subsiste la certeza que Dios siempre puede más, y por lo tanto, la gratitud hacia sus beneficios es algo que permanece inalterable, como imagen de su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”… la cual se cumple en cada instante, si consideramos que hay unos 415.656 sacerdotes (según el último Anuario Pontificio), por lo menos, hay cinco misas por cada segundo y, cada una de las cuales,  tiene para el Cielo un valor infinito…La gratitud hacia Dios la hacemos desde Dios mismo que se ofrece como víctima por cada uno de nosotros en cada Misa en la cual se revive el misterio del Calvario.

Por eso colocó en las manos y corazón de su Iglesia la Santa Eucaristía, prefigurada tantas veces a lo largo de la Escritura Santa, como el misterio de los misterios, del cual sus mejores hijos han experimentado en toda circunstancia lo dicho por Jesús: “Aquel que come de este pan tiene vida eterna” (San Juan VI, 51).

Al mirar la vida de los Santos descubrimos con cuánta devoción participaban de cada Santa Misa, anhelando poder estar, aunque fuese un solo instante ante Jesús Sacramentado, realidad que en la vida de los mártires de la Iglesia sin duda se acrecentaba. El Cardenal Francois-Xavier Nguyen Van Thuan mientras estuvo trece años en la cárcel,  en sus manos colocaba unas gotas de vino y un poco de pan, diciendo de memoria las oraciones de la Santa Misa.


                             Cardenal de Vietman: Francois Xavier Nguyen Van Thuan (1928 - 2002)

Sus palabras y actuar como la de todo buen obispo católico,  necesariamente debían oponerse a los criterios de una ideología materialista y atea, más aún si la Iglesia le recordaba a aquellos que esa doctrina era “intrínsecamente perversa” y que lo que todo aquello  que “no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente ningún derecho a la existencia, ni a la propaganda, ni a la acción” (Papa Pío XII).

El Primado de Hungría, Cardenal Joseph Mindszenty quien se opuso tenazmente a entregar los colegios de la Iglesia a manos de un estado ateo, fue condenado a pasar largos quince años privado de liberad diciendo la Misa en su lugar de reclusión. La Hostia Santa en sus manos y alma le confirió nuevas fuerzas para oponerse  a la mentira predicando íntegramente la verdad de Jesús ante quienes si antes quitaban las iglesias a los fieles ahora, por medio del progresismo liberacionista imperante,   les quitan los fieles a la Iglesia.

A lo largo de su vida recibió la gracia de percibir el don de la fe como una misión por la cual tenía la certeza que valía la pena dedicar cualquier esfuerzo y a sus hermanos obispos su actuar les enseñó que era mejor quedar mal ante el mundo por decir una verdad que perder la confianza de sus fieles por mantener a flote una mentira.

Prefirió ir a la cárcel antes que mentir para ser liberado: “Me volvieron a la celda, llena de humo y sin ventilación. Completamente agotado, me tendí en el diván y me volví hacia la pared. Reparé entonces en un pequeño vaso con vino que estaba en el suelo. Pensé que en aquel lugar de crueldad y horror había todavía una persona capaz de pensar en el consuelo que representaba para un sacerdote celebrar la Santa Misa en semejante situación. Del pan que me dieron para el desayuno, partí un pequeño pedazo y lo guardé. Cuando los guardianes me dejaron un momento solo, vertí la mitad del vino en mi vaso de agua, pronuncié  sobre el pan y el vino la fórmula de consagración y comulgué. Me fue posible celebrar en dos ocasiones la Santa Misa” (Memorias, Cardenal Josep Mindszenty, página 113).

                                  
    
Pedir perdón por los pecados.

Frente a la grandeza del amor de Dios imploramos en este día perdón por los pecados cometidos por cada uno y por el mundo entero. El acto de marginar a Dios pasa por pretender hacer ineficaz y sin sentido el misterio de la redención, a la vez de alzar “estandartes ciudadanos” en los cuales no tenga cabida el Señor ni su Iglesia puesto que“creen que la justicia social resuelve todos los problemas, y no se dan cuenta que es insuficiente. Sin amor no pasa de ser una nueva opresión. No habrá justicia social sin amor” (Santa Teresa de Calcuta).

Sin la gracia del cielo toda fuerza del hombre resulta finalmente ineficaz, pretender cambiar el mundo sin la gracia resulta tan absurdo como hacer un castillo de humo. No lo olvidemos: “En vano se cansan los albañiles si el Señor no construye la casa” (Salmo CXXVI, 1).

Más, reiteradamente nos empecinamos en dejar a Dios de lado, en pasar a llevar sus preceptos y en borrar aquella “imagen y semejanza” que imprimió en cada alma cuando creo al hombre y la mujer. Sin duda nuestro pecado ensucia el rostro de Dios que se refleja en cada bautizado.

Por eso este día es ocasión propicia para pedir perdón, que si de algo podemos perdonar a otros de mucho más quiere el Señor perdonar a cada uno. Saber pedir perdón, en el momento oportuno es una gracia necesaria y escasa en nuestro tiempo. ! Cuánto alegra a Jesús, recién nacido,  una buena confesión sacramental en estos días! Sin duda el mejor regalo, que a sus pies podemos colocar es un corazón arrepentido (Salmo LI, 17).

SACERDOTE JAIME HERRERA VALPARAÍSO CHILE
                                                          

Alabar a Dios.

El Salmo XXI nos recuerda  “alabar a Dios” (v.13). En la Escritura Santa se repite 506 veces esta invitación, un tercio de las cuales está en los Salmos. Por esto diremos que la Santa Biblia es un libro de alabanzas a nuestro Dios pues, habituados a reducir nuestras oraciones a las peticiones, se hace necesario enriquecerla con la alabanza, la cual se reviste en nuestra alma de gratitud, confesión y elogio.

Múltiples son las razones que tenemos para alabar a Dios. El primer mandamiento nos exhorta a “amar a Dios sobre todas las cosas” (Deuteronomio VI, 5). Por ser El principio y fundamento de todo, entonces nada debe anteponerse a muestra alabanza.

Como creyentes debemos ver la mano de Dios en todo lo que nos pasa, pues nada escapa a los designios del Cielo, aun en aquellos momentos que nos experimentemos sufrimiento, dolor e incertidumbre.

Descubrir que Dios nos habla (actúa) en todo, indudablemente nos permite vivir en la seguridad que entrega aquella cadena interrumpida que une firmemente un extremo a otro…

Nada nos separa del amor de Dios (Romanos VIII, 35-39): ¡En el amor de Dios no hay eslabones sueltos! En el amor de Dios “no hay detalles” (Santo Tomas De Aquino, S.th. I, 22.2), púes Él, tanto en  lo “macro” como  en lo “micro” vela por nosotros siempre, por lo cual, realmente en una actitud como la de niños confiados nos podemos tomar de su mano divina y vivir el camino de una verdadera infancia espiritual.

 OBISPADO DE VALPARAÍSO  PADRE JAIME HERRERA

Implorar a Dios.

Propiciar sus bendiciones es inclinar la balanza de su misericordia a nuestro favor, para lo cual la Santa Misa coloca “el peso” necesario con el cual se aplacan nuestras faltas y las cometidas por el mundo entero. Una gota de su sangre derramada y una parte de cuerpo lacerado tenía la fuerza infinita de ser más que el pecado cometido por todos en todo tiempo.

Pedimos en este Año que iniciamos por la próxima visita del Romano Pontífice que hará a nuestra Patria. Sin duda, alzado como el Sucesor número 266 de San Pedro, se hace necesario acrecentar el espíritu de oración por cada una de sus intenciones en medio de una cultura crecientemente paganizada.

El actual Pontífice visitará nuestra Patria en un par de semanas,  encontrando el cariño de muchos fieles, en una jornada que estará llena de desafíos a causa de los múltiples cuestionamientos surgidos fuera y dentro de nuestra Iglesia. Los creyentes tendremos oportunidad de expresar la fe en nuestros parques y avenidas, luego de muchos años de transcurrida la recordada visita de San Juan Pablo II.


Pediremos a Dios en este día por las nuevas autoridades que asumirán sus respectivos cargos a partir del próximo mes de marzo. Sin duda, la tarea es ardua porque se requiere del esfuerzo de crear riqueza para evitar el simplismo de repartir pobrezas, a la vez que es urgente procurar  evitar nuevas irregularidades como las que hemos constatado los últimos años, y que han sido no sólo una vergüenza sino que han impedido que muchas familias tuviesen lo necesario.

En el contexto de nuestro continente hemos sido testigos en nuestra Patria de un proceso eleccionario que se avizoraba con fuerte crispación culminó con un desayuno entre las autoridades electas y los adversarios que fueron derrotados, lo cual,  sin duda lo hemos venido viendo los últimos treinta años gracias a un marco institucional y constitucional que aunque perfectible ha resultado adecuado para garantizar cada elección, para morigerar el ejercicio del poder, y  para salvaguardar la alternancia del mismo sin llegar a recurrir a innecesarios desencuentros y eventuales violencias, como es el que se constata en tantas otras naciones de América.

De modo especial al terminar un año y recibir otro que los buenos recuerdos de lo que dejamos no superen los ideales y proyectos de bien y santidad que deseamos cumplir a lo largo del tiempo que se avecina, por eso la compañía de tantos familiares en nuestros hogares en este día, es una valiosa oportunidad para estrechar lazos y voltear páginas de distanciamientos, encomendado el Año Nuevo a la maternal protección de la Santísima Virgen María, siempre atenta a nuestras necesidades. ¡Que Viva Cristo Rey!

    


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