HOMILÍA MISA AÑO NUEVO 2018 / PARROQUIA PUERTO CLARO.
Dar
gracias a Dios.
Culminando un año
civil, nos reunimos en esta Santa Misa,
experimentando con mayor fuerza la agilidad del tiempo que se mueve con tanta
rapidez como años van transcurriendo…Mientras más años se cumple, se
evidencia aquel antiguo refrán: “un día
más, un día menos”.
Para el católico, un año
que pasa marca estar un paso más cerca de Dios,
sabiendo que lo que se va dejando es pálida
figura de lo que Dios nos ha prometido alcanzar en la Bienaventuranza
eterna:
Es un día de particular
significación toda vez que el paso del viejo al nuevo año es en día domingo, lo
cual lo hacemos celebrando la Santa Misa, que constituye desde la Ultima Cena
el centro de la piedad y el norte de nuestro apostolado.
De algún modo, como
creyentes aplicamos la enseñanza de San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, por amor, y
sacarás amor”. Según lo cual, todo aquello que tiene de bien, de verdad y
de caridad solo proviene de Dios y es reconocible por las almas de quienes le
buscan, y le han encontrado. Por esto, nada resulta casual o fortuito, sino que
tiene un origen muy preciso en la voluntad de Dios, que al descubrirla nos
permite la más plena realización personal y social.
Sin duda, el hecho de celebrar
la llegada de un nuevo año en día domingo, nos ayuda a dar gracias a Dios por
tantos beneficios concedidos a lo largo de todo este tiempo, los cuales
reconocemos que han anticipado nuestras urgencias y colmado tantas necesidades,
tanto en el plano espiritual como material, todo lo cual no puede sino
conducirnos por el camino de la gratitud.
La gracia que viene de lo
alto siempre satisface lo que necesitamos para alcanzar la santidad, en
generosidad Dios no se deja vencer, por lo que aunque nuestros oídos se cierren
a su palabra, ni nuestros ojos descubran la grandeza y bondad de su amor en la
naturaleza, ni nuestras palabras sean
eco de la consecuencia y probidad, el Señor no deja de buscar los medios
adecuados para ofrecernos nuevas oportunidades de conversión y cambio de vida,
como el Buen Pastor que “busca la oveja
descarriada” (San Mateo XVIII, 10-14).
Más aun, Dios muestra
su bondad y poder cuando las “ovejas
descarriadas” (Ezequiel XXXIV, 16) persisten
en el empeño de ir por el carril que
avanza lleno de orgullo hacia el despeñadero, lo cual, por cierto, exuda ejemplos profusamente en la vida actual:
La falta de respeto por el don de la vida; la nula percepción de una vida sobrenatural; el apego ciego de la
voluntad a los vicios desdeñando las virtudes; la doble vida que oculta
sórdidas intenciones alejadas del Santo Evangelio, han hecho cada una y todas
en su conjunto un manto que parece oscurecer la esperanza.
Como creyentes tenemos la
convicción que sobre las miserias presentes subsiste la certeza que Dios
siempre puede más, y por lo tanto, la gratitud hacia sus
beneficios es algo que permanece inalterable, como imagen de su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo”… la cual se cumple en cada instante, si consideramos que
hay unos 415.656 sacerdotes (según el último Anuario Pontificio), por lo
menos, hay cinco misas por cada segundo y, cada una de las cuales, tiene para el Cielo un valor infinito…La
gratitud hacia Dios la hacemos desde Dios mismo que se ofrece como víctima
por cada uno de nosotros en cada Misa en la cual se revive el misterio del
Calvario.
Por eso colocó en las manos y corazón de su Iglesia la Santa Eucaristía, prefigurada tantas
veces a lo largo de la Escritura Santa, como el misterio de los misterios,
del cual sus mejores hijos han experimentado en toda circunstancia lo dicho por
Jesús: “Aquel que come de este pan tiene
vida eterna” (San Juan VI, 51).
Al mirar la vida de los
Santos descubrimos con cuánta devoción participaban de cada Santa Misa,
anhelando poder estar, aunque fuese un solo instante ante Jesús Sacramentado,
realidad que en la vida de los mártires de la Iglesia sin duda se acrecentaba.
El Cardenal Francois-Xavier Nguyen Van Thuan mientras estuvo trece años en la
cárcel, en sus manos colocaba unas gotas
de vino y un poco de pan, diciendo de memoria las oraciones de la Santa Misa.
Cardenal de Vietman: Francois Xavier Nguyen
Van Thuan (1928 - 2002)
Sus palabras y actuar
como la de todo buen obispo católico, necesariamente debían oponerse a los criterios
de una ideología materialista y atea, más aún si la Iglesia le recordaba a
aquellos que esa doctrina era “intrínsecamente
perversa” y que lo que todo aquello
que “no responde a la verdad y a
la norma moral no tiene objetivamente ningún derecho a la existencia, ni a la
propaganda, ni a la acción” (Papa
Pío XII).
El Primado de Hungría, Cardenal
Joseph Mindszenty quien se opuso tenazmente a entregar los colegios de la Iglesia
a manos de un estado ateo, fue condenado a pasar largos quince años privado de
liberad diciendo la Misa en su lugar de reclusión. La Hostia Santa en sus
manos y alma le confirió nuevas fuerzas para oponerse a la mentira predicando íntegramente la
verdad de Jesús ante quienes si antes quitaban las iglesias a los fieles
ahora, por medio del progresismo liberacionista imperante, les
quitan los fieles a la Iglesia.
A lo largo de su vida
recibió la gracia de percibir el don de la fe como una misión por la
cual tenía la certeza que valía la pena dedicar cualquier esfuerzo y a sus
hermanos obispos su actuar les enseñó que era mejor quedar mal ante el mundo
por decir una verdad que perder la confianza de sus fieles por mantener a flote
una mentira.
Prefirió ir a la cárcel antes
que mentir para ser liberado: “Me volvieron a la celda, llena de humo y sin ventilación.
Completamente agotado, me tendí en el diván y me volví hacia la pared. Reparé
entonces en un pequeño vaso con vino que estaba en el suelo. Pensé que en aquel
lugar de crueldad y horror había todavía una persona capaz de pensar en el
consuelo que representaba para un sacerdote celebrar la Santa Misa en semejante
situación. Del pan que me dieron para el desayuno, partí un pequeño pedazo y
lo guardé. Cuando los guardianes me dejaron un momento solo, vertí la mitad del
vino en mi vaso de agua, pronuncié sobre
el pan y el vino la fórmula de consagración y comulgué. Me fue posible
celebrar en dos ocasiones la Santa Misa” (Memorias, Cardenal
Josep Mindszenty, página 113).
Pedir
perdón por los pecados.
Frente a la grandeza del
amor de Dios imploramos en este día perdón por los pecados cometidos por cada
uno y por el mundo entero. El acto de marginar a Dios pasa por pretender
hacer ineficaz y sin sentido el misterio de la redención, a la vez de alzar “estandartes ciudadanos” en los cuales
no tenga cabida el Señor ni su Iglesia puesto que“creen que la justicia social resuelve todos los problemas, y no se
dan cuenta que es insuficiente. Sin amor no pasa de ser una nueva opresión. No
habrá justicia social sin amor” (Santa Teresa de
Calcuta).
Sin la gracia del cielo
toda fuerza del hombre resulta finalmente ineficaz, pretender cambiar el mundo
sin la gracia resulta tan absurdo como hacer un castillo de humo. No
lo olvidemos: “En vano se cansan los
albañiles si el Señor no construye la casa”
(Salmo
CXXVI, 1).
Más, reiteradamente nos
empecinamos en dejar a Dios de lado, en pasar a llevar sus preceptos y en
borrar aquella “imagen y semejanza”
que imprimió en cada alma cuando creo al hombre y la mujer. Sin duda nuestro
pecado ensucia el rostro de Dios que se refleja en cada bautizado.
Por eso este día es
ocasión propicia para pedir perdón, que si de algo podemos perdonar a otros de
mucho más quiere el Señor perdonar a cada uno. Saber pedir perdón, en el
momento oportuno es una gracia necesaria y escasa en nuestro tiempo. ! Cuánto
alegra a Jesús, recién nacido, una buena
confesión sacramental en estos días! Sin duda el mejor regalo, que a sus pies
podemos colocar es un corazón arrepentido (Salmo LI, 17).
SACERDOTE JAIME HERRERA VALPARAÍSO CHILE |
Alabar
a Dios.
El Salmo XXI nos recuerda
“alabar
a Dios” (v.13). En la Escritura Santa se repite 506 veces esta invitación,
un tercio de las cuales está en los Salmos. Por esto diremos que la Santa
Biblia es un libro de alabanzas a nuestro Dios pues, habituados a reducir
nuestras oraciones a las peticiones, se hace necesario enriquecerla con la
alabanza, la cual se reviste en nuestra alma de gratitud, confesión y elogio.
Múltiples son las razones
que tenemos para alabar a Dios. El primer mandamiento nos exhorta a “amar a Dios sobre todas las cosas” (Deuteronomio
VI, 5). Por ser El principio y fundamento de todo, entonces nada
debe anteponerse a muestra alabanza.
Como creyentes debemos
ver la mano de Dios en todo lo que nos pasa, pues nada escapa a los designios
del Cielo, aun en aquellos momentos que nos experimentemos sufrimiento,
dolor e incertidumbre.
Descubrir que Dios nos habla (actúa) en todo, indudablemente nos
permite vivir en la seguridad que entrega aquella cadena interrumpida que une firmemente un extremo a otro…
Nada nos separa del amor de
Dios (Romanos
VIII, 35-39): ¡En el amor de Dios no hay eslabones sueltos! En
el amor de Dios “no hay detalles” (Santo
Tomas De Aquino, S.th. I, 22.2), púes Él, tanto en lo “macro”
como en lo “micro” vela por nosotros siempre, por lo cual, realmente en una actitud
como la de niños confiados nos podemos tomar de su mano divina y vivir el
camino de una verdadera infancia espiritual.
OBISPADO DE VALPARAÍSO PADRE JAIME HERRERA |
Implorar
a Dios.
Propiciar sus bendiciones
es inclinar la balanza de su misericordia a nuestro favor, para lo cual la Santa
Misa coloca “el peso” necesario con
el cual se aplacan nuestras faltas y las cometidas por el mundo entero. Una
gota de su sangre derramada y una parte de cuerpo lacerado tenía la fuerza
infinita de ser más que el pecado cometido por todos en todo tiempo.
Pedimos en este Año que
iniciamos por la próxima visita del Romano Pontífice que hará a nuestra Patria.
Sin duda, alzado como el Sucesor número 266 de San Pedro, se hace necesario
acrecentar el espíritu de oración por cada una de sus intenciones en medio de
una cultura crecientemente paganizada.
El actual Pontífice visitará
nuestra Patria en un par de semanas, encontrando el cariño de muchos fieles, en una
jornada que estará llena de desafíos a causa de los múltiples cuestionamientos
surgidos fuera y dentro de nuestra Iglesia. Los creyentes tendremos
oportunidad de expresar la fe en nuestros parques y avenidas, luego de
muchos años de transcurrida la recordada visita de San Juan Pablo II.
Pediremos a Dios en este
día por las nuevas autoridades que asumirán sus respectivos cargos a partir del
próximo mes de marzo. Sin duda, la tarea es ardua porque se requiere del
esfuerzo de crear riqueza para evitar el simplismo de repartir pobrezas, a la vez
que es urgente procurar evitar nuevas irregularidades
como las que hemos constatado los últimos años, y que han sido no sólo una
vergüenza sino que han impedido que muchas familias tuviesen lo necesario.
En el contexto de nuestro
continente hemos sido testigos en nuestra Patria de un proceso eleccionario que
se avizoraba con fuerte crispación culminó con un desayuno entre las
autoridades electas y los adversarios que fueron derrotados, lo cual, sin duda lo hemos venido viendo los últimos
treinta años gracias a un marco institucional y constitucional que aunque
perfectible ha resultado adecuado para garantizar cada elección, para morigerar
el ejercicio del poder, y para
salvaguardar la alternancia del mismo sin llegar a recurrir a innecesarios desencuentros
y eventuales violencias, como es el que se constata en tantas otras naciones de
América.
De modo especial al
terminar un año y recibir otro que los buenos recuerdos de lo que dejamos no
superen los ideales y proyectos de bien y santidad que deseamos cumplir a lo largo
del tiempo que se avecina, por eso la compañía de tantos familiares en nuestros
hogares en este día, es una valiosa oportunidad para estrechar lazos y voltear
páginas de distanciamientos, encomendado el Año Nuevo a la maternal protección
de la Santísima Virgen María, siempre atenta a nuestras necesidades. ¡Que Viva
Cristo Rey!
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