DOMINGO LAETARE
/ CUARTO DEL TIEMPO DE
CUARESMA
Hemos
llegado a la mitad del tiempo de Cuaresma. Y, este día recibe el nombre de
“Domingo de laetare” porque es una invitación para estar alegres por la
cercanía a los días de Pascua que se avecinan. En cada Misa, tanto del rito
ordinario bajo en nombre de “antífona
inicial”, como en el rito extraordinario donde se le denomina “introito”, tiene una frase inicial del
Salmo 121. “Laetare Ierusalem” (Isaías LXVI).
Tenemos
anualmente en nuestra Patria la posibilidad de contemplar el desierto florido.
Esta frase encierra habitualmente una suerte de sin sentido, porque no es
frecuente que exista vegetación en medio de la sequedad del desierto cuyo promedio
puede alcanzar los 35 grados. Más, estamos en tiempos donde lo sorprendente no
deja de presentarse, y así hemos visto la limítrofe ciudad de Arica inundada o
la Quebrada de Tarapacá víctima de grandes tempestades eléctricas. Si lo
inhabitual puede dejarnos sorprendidos, del mismo modo la liturgia no deja de
creativamente darnos señales de lo novedoso del amor de Dios.
Este
día puede denominarse la “cuaresma florida”, y era en el
pasado reciente una jornada dedicada en
honor del santo leño de la cruz a la cual se le tributaba un homenaje floral,
puesto que las flores eran signo de
Cristo resucitado, en especial las rosas. Esta celebración se introdujo en la
liturgia romana de occidente por el al Papa León IX en el año 1049, desde entonces los pontífices
regalaban una rosa de oro a la Virgen María, rito que vino a sustituir el
antiguo gesto de regalar las llaves de oro y plata con limaduras de las cadenas
de San Pedro que los pontífices daban a los reyes.
Igualmente,
el color rosado de los ornamentos litúrgicos de este día debe su color a la
rosa de oro. Por medio del rito de consagración del altar, se unge y
perfuma el altar, en evidente recuerdo del perfume de la rosa de oro, que a su
vez recuerda el gesto que María Magdalena tuvo con el homenaje que tributó a
los pies del Señor en Betania.
¡Qué alegría cuando
me dijeron vamos a la Casa del Señor!: Este día debemos mirar más allá de las
consecuencias y realidad que tiene el pecado, raíz del mal en el mundo, pero,
también causa de sus mayores penalidades y tristezas. De algún modo, por las
oraciones, por los signos y lecturas bíblicas,
nuestra Iglesia en su liturgia de Laetare
nos dice: ¡Dios, que es infinita misericordia, puede más que nuestro pecado!
Por tanto, es una
renovada oportunidad para convertirnos de corazón hacia Dios, para amarlo y cumplir
todos sus mandamientos, que nos hacen plena y verdaderamente libres, como
recordábamos en la liturgia dominical pasada.
Es importante
recordar que estamos en Cuaresma, y esta fecha no es un recreo de la
penitencia debida, sino más bien, ha de ser motivo renovado por medio de ella,
y desde la vivencia de una amistad con Dios, aborrecer el pecado, realizar el
propósito de no pecar más y de procurar confesar los pecados, para así vivir en
Gracia, que nos es otorgada por Dios desde su infinita misericordia.
Los buenos
propósitos que citamos sólo pueden ser obtenidos por medio de la gracia, pues
como dice el refrán “a grandes males,
grandes remedios”, por lo que los abismos surgidos a causa del pecado
original, entre el hombre hacia Dios, hacia sí, hacia los demás y la
naturaleza, sólo tiene solución desde la vivencia de una gracia que viene de lo
alto.
En efecto, la gracia
no sólo sana sino que perfecciona, por lo que un fiel que regresa de una vida
de pecado no es sólo nuevamente reincorporado en el camino, sino que es colocado en un grado de mayor novedad y perfección.
Si antes en la época
de la persecución de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo
celebrar el Sacrificio de la Eucaristía era cuestión de vida o muerte, hoy se ha reducido para muchos simplemente en una cuestión de embarazo…al
decir con toda ligereza y soltura: “Yo
voy a Misa cuando me nace”.
Pero, más allá de
esta anécdota, recordaremos que la Santa Misa que llena todas las necesidades y satisface
todas las aspiraciones del alma tiene cuatro fines, los cuales no se dan en un
momento, o por medio de un gesto, sino que se entrelazan en la Misa del modo
como en una melodía se insertan diversos instrumentos. Por ello, a través
de un gesto, por medio de una oración,
en la entonación comunitaria de un himno, pueden darse complementariamente los
diversos fines que tiene nuestra Santa Misa.
·
Para
adorarle por quien es, esto es el sacrificio
latréutico o de alabanza.
El primer mandamiento que Dios nos dio en el
Monte Sinaí, fue “amar y adorar a Dios
sobre todas las cosas”: Al ser consultado Jesús sobre cuál era el más
importante de los preceptos, reiteró lo dicho en el libro del Éxodo y el
Deuteronomio en orden a dar a Dios el lugar único, primero y definitivo de
nuestros pensamientos, de nuestra voluntad, de nuestra inteligencia. ¡Sólo Dios
es adorable!
¡Adorar a Dios como
sólo Él lo merece! Por medio de inclinaciones, por las genuflexiones que se
hacen antes y después de tocar la Hostia y el Cáliz, la elevación de ambas
sobre la cabeza del sacerdote para que puedan ser vistos y adorados por todos,
la rúbrica que prescribe al sacerdote no cerrar los ojos desde la consagración
hasta la comunión. Cuando el sacerdote dice “Per
ipsum, et cum ipso, et in ipso”, es la Iglesia que afirma que por cada Misa
la Trinidad Santa recibe todo honor y toda gloria.
Ante ello, bueno es
hacer constantemente un examen de conciencia, el cual es como una rectificación del caminar, ¿nos
damos cuenta que con nuestra actitud recogida, con el silencio tanto externo
como interno, damos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo todo honor y gloria?
Supongamos que un
pagano, que nada supiera del culto católico, de pronto ingresase a un templo
durante la celebración de la Santa Misa, realmente ¿podría deducir por lo
vieran sus ojos que aquello es el acto más sublime que tales fieles dan al Dios
Uno y Trino?
·
Para
agradecer sus beneficios, y por esto se llama sacrificio eucarístico.
Si de algo tenemos certeza es que la vida no la adquirimos por
mérito ni poder nuestro, sino como parte de un regalo, de un don de Dios. Tan
absurdo es pensar que uno pueda autonacer como afirmar que la vida
humana es simplemente producto del azar. La realidad primera de la historia
del hombre es un obsequio gratuito de Dios. Es propio de la vida humana ser agradecido,
por lo que la Acción de Gracias es la respuesta consciente a los dones de Dios.
Cuando uno recibe un regalo se llena de gozo, se entusiasma,
puede maravillarse, y reconoce alegremente a quien se lo ha concedido. La Santa
Eucaristía, es la respuesta del creyente
que descubre algo recibido de Dios, de
su grandeza y de su gloria, de su poder y de su sabiduría, de su hermosura y de
su alegría. Es decir, publica la grandiosidad de las obras de Dios. Alabar
a Dios es publicar sus grandezas; darle gracias es proclamar las maravillas que
realiza y dar testimonio de las mismas primero, en la celebración de la Santa Misa,
y luego, como discípulos enviados a dar gracias a Dios por medio del
apostolado.
Durante la Misa el rezo del prefacio es un himno de gratitud,
diremos que es: “la eucaristía de la
Eucaristía”.
·
Para
satisfacción de nuestros pecados, por lo cual se llama propiciatorio.
Cada Misa se dice
para aplacar la justicia divina y acrecentar –si cabe- su divina misericordia. Nunca ahondaremos
suficientemente lo que implica que podamos por medio de la Misa “poner propicio
a Dios”, que está dolido y molesto a causa de nuestros pecados. Lo que implica
realmente restituirle con creces la gloria que le han quitado los pecados,
tanto de quien preside, de quienes asisten, y de todos cuantos se ofrece el sacrificio,
incluidos los fieles difuntos que se purifican en el purgatorio.
La liturgia
establece que por inclinaciones y golpes de pecho en el acto penitencial, en el
Cordero de Dios, y en la plegaria previa a comulgar, el cristiano coloque su
mano sobre su corazón.
Por medio del rito
del lavabo de manos: al momento de revestirse, en medio del ofertorio, después
de la comunión. Todas las oraciones que se dicen en dichos momentos implican el
deseo y petición de limpieza de todo pecado. Respecto de este fin
propiciatorio, nos preguntamos si son muchos los que se dan cuenta de que en la
Misa se derrama una Sangre de valor infinito para que podamos saldar nuestras
cuentas con Dios. ¡Todos somos deudores de Dios! ¡Somos deudores de muchos y
enormes pecados!
Por lo anterior, -entonces-
no llama la atención que a lo largo de la Biblia se cite setenta veces el término
“expiación”. Esta palabra implica no sólo purificar, sino también, hacer un
objeto, un lugar, o una persona agradable a Dios, después de haber sido
desagradable. Fue el mismo Cristo quien nos enseña el fin propiciatorio de la Misa: “Este es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros... este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por
vosotros” (San Lucas XXII,19-20) y “Esta
es mi Sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión
de los pecados” (San Mateo XXVI,28).
Con ello, vemos
claramente que Cristo instituyó la Santa Misa para el perdón de los pecados,
es decir, por un fin purificatorio. Sabiamente un religioso contemporáneo
denominó la Misa como “El pararrayos de
la humanidad pecadora”.
¡Qué necios
parecemos, hermanos, si no aprovechásemos del tesoro de la Santa Misa! ¡Cuán
pobres y cuán ciegos seríamos! ¡Cuánta soledad y llanto, cuánta tristeza y
aflicción tendríamos! Desposeídos de Dios ¿qué norte guiará nuestra nave al
puerto?
El que ama naturalmente busca la compañía del amado. Nosotros decimos que amamos a Dios, ¿y no lo buscamos en la Santa Misa dominical? ¿Puede ser eso verdad?
·
Para
pedir con vehemencia todas las gracias
necesarias, y por esto se llama sacrificio impetratorio.
Solemos decir: “En pedir no hay engaño”, y aún más,
añadiremos que más bien “en pedir hay
virtud”, pues dice el Señor: “Pedir y
se os dará”, colocándose Él mismo como seguro o garante de lo implorado no
sólo en virtud de sus palabras sino sobre todo en virtud de su acción
sacrificial de aquel Viernes Santo que se revive misteriosamente en cada Santa
Misa, la cual es, en su esencia un sacrificio verdadero.
Como si lo
implorado ya nos hubiese sido concedido, debemos pedir a Dios aquellos bienes
espirituales, en primer lugar, que nos son urgentes para llevar una vida más
acorde con la persona de Jesucristo. ¡Hay que rezar para parecerse a Jesús!
Y, esto de manera sublime acontece en la Santa Misa donde no como una imagen
sino a Cristo mismo podemos tener en nuestra vida. Luego, podemos implorar por
los bienes temporales.
Para alcanzar el fin
impetratorio establece nuestra liturgia que todas las oraciones de la Misa se
digan con los brazos abiertos, la cual es una actitud inequívoca de
impetración, tal como fue la que hizo Moisés en el Monte Oreb mientras
combatían los israelitas contra los amalecitas (Éxodo XVII, 8-13).
Es inimaginable cómo
recibe el Padre Santo aquella súplica que envuelta por la sangre de su Hijo
Unigénito le es presentada. Por tanto, la eficacia de lo que `pedimos en la
Misa no es sólo atribuible a la intención personal de cada uno, ni a los
afectos o sentimientos presente en nuestros corazones, sino principalmente, en
el valor de la sangre derramada por Cristo en el Calvario.
Acudamos en este día
de Laetare al Corazón maternal de
María Santísima: porque Ella fue creada e manera única como la Purísima, porque
de generación en generación Ella sería reconocida como la siempre Virgen,
porque la Biblia la denomina a Ella como Madre de Dios, por ser Madre de
Cristo, perfecto Dios y hombre a la vez, y porque Ella fue llevada a los cielos,
en cuerpo y alma como la asunta, por
todo ello, es que su vida misma fue la sonrisa de Dios para el mundo.
¡Que Viva Cristo
Rey!
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