sábado, 24 de marzo de 2018

¡QUE ALEGRÍA CUANDO ME DIJERON VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR!


 DOMINGO   LAETARE  / CUARTO  DEL  TIEMPO  DE  CUARESMA



Hemos llegado a la mitad del tiempo de Cuaresma. Y, este día recibe el nombre de “Domingo de laetare” porque es una invitación para estar alegres por la cercanía a los días de Pascua que se avecinan. En cada Misa, tanto del rito ordinario bajo en nombre de “antífona inicial”, como en el rito extraordinario donde se le denomina “introito”, tiene una frase inicial del Salmo 121. “Laetare Ierusalem” (Isaías LXVI).

Tenemos anualmente en nuestra Patria la posibilidad de contemplar el desierto florido. Esta frase encierra habitualmente una suerte de sin sentido, porque no es frecuente que exista vegetación en medio de la sequedad del desierto cuyo promedio puede alcanzar los 35 grados. Más, estamos en tiempos donde lo sorprendente no deja de presentarse, y así hemos visto la limítrofe ciudad de Arica inundada o la Quebrada de Tarapacá víctima de grandes tempestades eléctricas. Si lo inhabitual puede dejarnos sorprendidos, del mismo modo la liturgia no deja de creativamente darnos señales de lo novedoso del amor de Dios.

Este día puede denominarse la “cuaresma florida”, y era en el pasado reciente una jornada dedicada  en honor del santo leño de la cruz a la cual se le tributaba un homenaje floral, puesto que  las flores eran signo de Cristo resucitado, en especial las rosas. Esta celebración se introdujo en la liturgia  romana de occidente  por el al Papa León IX  en el año 1049, desde entonces los pontífices regalaban una rosa de oro a la Virgen María, rito que vino a sustituir el antiguo gesto de regalar las llaves de oro y plata con limaduras de las cadenas de San Pedro que los pontífices daban a los reyes.

Igualmente, el color rosado de los ornamentos litúrgicos de este día debe su color a la rosa de oro. Por medio del rito de consagración del altar, se unge y perfuma el altar, en evidente recuerdo del perfume de la rosa de oro, que a su vez recuerda el gesto que María Magdalena tuvo con el homenaje que tributó a los pies del Señor en Betania.

¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor!: Este día debemos mirar más allá de las consecuencias y realidad que tiene el pecado, raíz del mal en el mundo, pero, también causa de sus mayores penalidades y tristezas. De algún modo, por las oraciones, por los signos y lecturas bíblicas,  nuestra Iglesia en su liturgia de Laetare nos dice: ¡Dios, que es infinita misericordia, puede más que nuestro pecado!

Por tanto, es una renovada oportunidad para convertirnos de corazón hacia Dios, para amarlo y cumplir todos sus mandamientos, que nos hacen plena y verdaderamente libres, como recordábamos en la liturgia dominical pasada.

Es importante recordar que estamos en Cuaresma, y esta fecha no es un recreo de la penitencia debida, sino más bien, ha de ser motivo renovado por medio de ella, y desde la vivencia de una amistad con Dios, aborrecer el pecado, realizar el propósito de no pecar más y de procurar confesar los pecados, para así vivir en Gracia, que nos es otorgada por Dios desde su infinita misericordia.    
                                                     
Los buenos propósitos que citamos sólo pueden ser obtenidos por medio de la gracia, pues como dice el refrán “a grandes males, grandes remedios”, por lo que los abismos surgidos a causa del pecado original, entre el hombre hacia Dios, hacia sí, hacia los demás y la naturaleza, sólo tiene solución desde la vivencia de una gracia que viene de lo alto.

En efecto, la gracia no sólo sana sino que perfecciona, por lo que un fiel que regresa de una vida de pecado no es sólo nuevamente reincorporado en el camino, sino que es  colocado en un grado de mayor novedad y perfección.  

Si antes en la época de la persecución de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo celebrar el Sacrificio de la Eucaristía era cuestión de vida o muerte, hoy  se ha reducido para muchos  simplemente en una cuestión de embarazo…al decir con toda ligereza y soltura: “Yo voy a Misa cuando me nace”.

Pero, más allá de esta anécdota, recordaremos que la Santa Misa  que llena todas las necesidades y satisface todas las aspiraciones del alma tiene cuatro fines, los cuales no se dan en un momento, o por medio de un gesto, sino que se entrelazan en la Misa del modo como en una melodía se insertan diversos instrumentos. Por ello, a través de  un gesto, por medio de una oración, en la entonación comunitaria de un himno, pueden darse complementariamente los diversos fines que tiene nuestra Santa Misa.

·         Para adorarle por quien es, esto es el sacrificio latréutico o de alabanza.

 El primer mandamiento que Dios nos dio en el Monte Sinaí, fue “amar y adorar a Dios sobre todas las cosas”: Al ser consultado Jesús sobre cuál era el más importante de los preceptos, reiteró lo dicho en el libro del Éxodo y el Deuteronomio en orden a dar a Dios el lugar único, primero y definitivo de nuestros pensamientos, de nuestra voluntad, de nuestra inteligencia. ¡Sólo Dios es adorable!

¡Adorar a Dios como sólo Él lo merece! Por medio de inclinaciones, por las genuflexiones que se hacen antes y después de tocar la Hostia y el Cáliz, la elevación de ambas sobre la cabeza del sacerdote para que puedan ser vistos y adorados por todos, la rúbrica que prescribe al sacerdote no cerrar los ojos desde la consagración hasta la comunión. Cuando el sacerdote dice “Per ipsum, et cum ipso, et in ipso”, es la Iglesia que afirma que por cada Misa la Trinidad Santa recibe todo honor y toda gloria.

Ante ello, bueno es hacer constantemente un examen de conciencia, el  cual es como una rectificación del caminar, ¿nos damos cuenta que con nuestra actitud recogida, con el silencio tanto externo como interno, damos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo todo honor y gloria?
Supongamos que un pagano, que nada supiera del culto católico, de pronto ingresase a un templo durante la celebración de la Santa Misa, realmente ¿podría deducir por lo vieran sus ojos que aquello es el acto más sublime que tales fieles dan al Dios Uno y Trino?



·         Para agradecer sus beneficios, y por esto se llama sacrificio eucarístico.

Si de algo tenemos certeza es que la vida no la adquirimos por mérito ni poder nuestro, sino como parte de un regalo, de un don de Dios. Tan absurdo es  pensar que uno pueda autonacer como afirmar que la vida humana es simplemente producto del azar. La realidad primera de la historia del hombre es un obsequio gratuito de Dios.  Es propio de la vida humana ser agradecido, por lo que la Acción de Gracias es la respuesta consciente a los dones de Dios.  

Cuando uno recibe un regalo se llena de gozo, se entusiasma, puede maravillarse, y reconoce alegremente a quien se lo ha concedido. La Santa Eucaristía,  es la respuesta del creyente  que descubre algo recibido de Dios, de su grandeza y de su gloria, de su poder y de su sabiduría, de su hermosura y de su alegría. Es decir, publica la grandiosidad de las obras de Dios. Alabar a Dios es publicar sus grandezas; darle gracias es proclamar las maravillas que realiza y dar testimonio de las mismas primero, en la celebración de la Santa Misa, y luego, como discípulos enviados a dar gracias a Dios por medio del apostolado.

Durante la Misa el rezo del prefacio es un himno de gratitud, diremos que es: “la eucaristía de la Eucaristía”.

·         Para satisfacción de nuestros pecados, por lo cual se llama propiciatorio.

Cada Misa se dice para aplacar la justicia divina y acrecentar –si cabe- su divina  misericordia. Nunca ahondaremos suficientemente lo que implica que podamos por medio de la Misa “poner propicio a Dios”, que está dolido y molesto a causa de nuestros pecados. Lo que implica realmente restituirle con creces la gloria que le han quitado los pecados, tanto de quien preside, de quienes asisten, y de todos cuantos se ofrece el sacrificio, incluidos los fieles difuntos que se purifican en el purgatorio.

La liturgia establece que por inclinaciones y golpes de pecho en el acto penitencial, en el Cordero de Dios, y en la plegaria previa a comulgar, el cristiano coloque su mano sobre su corazón.

Por medio del rito del lavabo de manos: al momento de revestirse, en medio del ofertorio, después de la comunión. Todas las oraciones que se dicen en dichos momentos implican el deseo y petición de limpieza de todo pecado. Respecto de este fin propiciatorio, nos preguntamos si son muchos los que se dan cuenta de que en la Misa se derrama una Sangre de valor infinito para que podamos saldar nuestras cuentas con Dios. ¡Todos somos deudores de Dios! ¡Somos deudores de muchos y enormes pecados!

Por lo anterior, -entonces- no llama la atención que a lo largo de la Biblia se cite setenta veces el término “expiación”. Esta palabra implica no sólo purificar, sino también, hacer un objeto, un lugar, o una persona agradable a Dios, después de haber sido desagradable. Fue el mismo Cristo quien nos enseña  el fin propiciatorio de la Misa: “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros” (San Lucas XXII,19-20) y “Esta es mi Sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (San Mateo XXVI,28).   
                                                                                                
Con ello, vemos claramente que Cristo instituyó la Santa Misa para el perdón de los pecados, es decir, por un fin purificatorio. Sabiamente un religioso contemporáneo denominó la Misa como “El pararrayos de la humanidad pecadora”.

¡Qué necios parecemos, hermanos, si no aprovechásemos del tesoro de la Santa Misa! ¡Cuán pobres y cuán ciegos seríamos! ¡Cuánta soledad y llanto, cuánta tristeza y aflicción tendríamos! Desposeídos de Dios ¿qué norte guiará nuestra nave al puerto?

El que ama naturalmente busca la compañía del amado. Nosotros decimos que amamos a Dios, ¿y no lo buscamos en la Santa Misa dominical? ¿Puede ser eso verdad?

·         Para pedir con vehemencia todas las gracias  necesarias, y por esto se llama sacrificio impetratorio.

Solemos decir: “En pedir no hay engaño”, y aún más, añadiremos que más bien “en pedir hay virtud”, pues dice el Señor: “Pedir y se os dará”, colocándose Él mismo como seguro o garante de lo implorado no sólo en virtud de sus palabras sino sobre todo en virtud de su acción sacrificial de aquel Viernes Santo que se revive misteriosamente en cada Santa Misa, la cual es,  en su esencia  un sacrificio verdadero.

Como si lo implorado ya nos hubiese sido concedido, debemos pedir a Dios aquellos bienes espirituales, en primer lugar, que nos son urgentes para llevar una vida más acorde con la persona de Jesucristo. ¡Hay que rezar para parecerse a Jesús! Y, esto de manera sublime acontece en la Santa Misa donde no como una imagen sino a Cristo mismo podemos tener en nuestra vida. Luego, podemos implorar por los bienes temporales.



Para alcanzar el fin impetratorio establece nuestra liturgia que todas las oraciones de la Misa se digan con los brazos abiertos, la cual es una actitud inequívoca de impetración, tal como fue la que hizo Moisés en el Monte Oreb mientras combatían los israelitas contra los amalecitas (Éxodo XVII, 8-13).
Es inimaginable cómo recibe el Padre Santo aquella súplica que envuelta por la sangre de su Hijo Unigénito le es presentada. Por tanto, la eficacia de lo que `pedimos en la Misa no es sólo atribuible a la intención personal de cada uno, ni a los afectos o sentimientos presente en nuestros corazones, sino principalmente, en el valor de la sangre derramada por Cristo en el Calvario.

Acudamos en este día de Laetare al Corazón maternal de María Santísima: porque Ella fue creada e manera única como la Purísima, porque de generación en generación Ella sería reconocida como la siempre Virgen, porque la Biblia la denomina a Ella como Madre de Dios, por ser Madre de Cristo, perfecto Dios y hombre a la vez, y porque Ella fue llevada a los cielos, en cuerpo y alma  como la asunta, por todo ello, es que su vida misma fue la sonrisa de Dios para el mundo.
¡Que Viva Cristo Rey!

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