TEMA
:
“CERTEZA DE LA FIDELIDAD DE JESÚS
EN LA CRUZ”.
FECHA: VIERNES SANTO / CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN / 2020
El
versículo con el que culmina el extenso relato de la Pasión encierra cuatro
realidades que, para los ojos del mundo,
se presentan como definitivas: Fueron
¿Quiénes? Los enviados de los que gritaron: “Su
sangre caiga sobre nosotros y nuestra descendencia”; y “aseguraron el
sepulcro”: Tal como acontece en los más sencillos bajo tierra hasta los más
monumentales que la historia nos muestra, hasta ese momento de un sepulcro no
sale nadie para no volver a morir, “sellando la piedra” para eso se requería de
un gran número de personas; y “pusieron una guardia”: Estos garantizaban y
testimoniaban que nada de lo que el establishment imperante se viese
modificado.
Como
en una película la palabra “fin” marca que no hay más, las acciones relatadas
en las últimas líneas nos hace ver con qué grado de certeza habrán retornado a
sus hogares y poblados los que vieron lo acontecido desde el pretorio hasta el
calvario.
De
ello, encontramos las palabras de dos jóvenes peregrino, que
suelen ser los más impetuosos y audaces, pero cuyo “talón de Aquiles” suele ser la perseverancia y la esperanza.
Recordemos que a Jesús Camino a Emaús ambos le cuentan lo acontecido diciéndole: “¡ya han pasado tres días y nada ha cambiado!”. Por eso retornaban cabizbajos, abatidos,
tristes, y hasta algo malhumorados ante
el desarrollo de los acontecimientos.
Estamos
celebrando la Pasión del Señor, iniciada el domingo pasado con la llegada de
Jesús a Jerusalén, la ciudad cosmopolita, donde todo pasaba: comercio, cultura,
templo, vida religiosa. Dirían algunos: “Todo
pasando”…un ambiente “cool”. Más aún,
que se desarrolla en medio de las fiestas de la pascua semita a la
cual, convergían peregrinos de muchos
lugares, todos ellos parte de la diáspora
que constituían los israelitas provenientes de los más recónditos lugares del
mundo conocido.
AFICHE EN UN TEMPLO “NO HAY MISAS”
Ha
culminado la cuaresma: Durante cuarenta días avanzamos por la senda del ayuno,
la caridad fraterna y la penitencia, realidades que resultan indispensables
para el crecimiento interior y necesarios para la conversión que es tarea que cotidianamente debemos hacer,
teniendo presente que desde que Jesús asumió la condición humana, asemejándose
en todo a nosotros menos en el pecado, dispone que libremente podamos emprender
el camino de regreso hacia la casa paterna, abriendo nuestro corazón al que
nunca permanece cerrado porque está esperando nuestro regreso.
Este
Triduo Santo es un tiempo de retorno a casa: ¿No es acaso en este lugar santo
donde reposa nuestra alma? Si la casa del hijo es la de su padre, ¿no es la
Casa de Dios el hogar de nuestras almas?
¿Somos hijos o hijastros de Aquel que llamamos nuestro Padre?
Nuestros
templos como el Corazón de Jesús no
cierran las puertas porque están permanentemente abiertos. ¡Nadie abre una
puerta que no se cierra! Esto que resulta tan dramático para los
católicos, nos ha hecho tener una
celebración acotada de acuerdo a las normas dadas –hasta hoy al menos - por la
autoridad de salud en nuestra Patria para nuestra Quinta Región.
No
por voluntad humana, ni parte exclusiva parte de una antigua tradición vigente por ya dos milenios, sino como un
acto plenamente consciente, en un ambiente marcado por la cercanía e intimidad,
Jesús instituyó la Eucaristía, por medio de la cual, Él pasa a ser el Cordero anunciado “que quita los pecados del mundo” por
medio de su único y definitivo sacrificio. Recordemos que Juan Bautista lo
anuncia y señala con estas palabras al inicio del ministerio público de Jesús.
La
figura del cordero está puesta a los pies de la puerta del sagrario de nuestro
templo parroquial. Casi parece pasar inadvertida por muchos, pero ahí está,
pequeña y desapercibida, como mudo testigo de Aquel que permanece vivo en medio
nuestro, en modo misterioso, en todo su cuerpo, toda su sangre, alma y
divinidad. ¡Todo Jesús cumpliendo la promesa de estar junto a nosotros hasta el
fin del mundo!
Cumpliendo
el acto de humildad de quedar a manos del santo que bendice, alaba y agradece,
como del pecador por cuya boca salen blasfemias, ingratitudes y maldiciones;
Cristo no duda en hacerse presente. Nos preguntamos: ¿Por qué lo hace? Por amor
a nosotros, conocedor de una naturaleza fragilizada
a causas del pecado original.
Jesucristo
en la Eucaristía es alimento que nutre especialmente a quien está debilitado, a
quien camina cansado por la vida.
Las
debilidades del hombre no sólo se experimentan
en el cuerpo, a causa de enfermedades, accidentes, y agresiones, las cuales –generalmente- vienen del “exterior”.
En
tales circunstancias, uno es objeto de una realidad que no esperaba, en la gran
mayoría de los casos no deseada. La audacia
que no suele medir consecuencias, es origen de muchas tragedias; el
exceso o carencia de determinados alimentos y ejercicios pueden ser la causa de
múltiples dolencias; y la falta de pleno uso de razón por efecto de las drogas
y el alcohol, una falta de educación en los valores, el egoísmo ideologizado
del progresismo, y una casi nula vida espiritual conducen a guerras, violencia que
nacen de un alma belicosa, que no vive ni deja vivir el paz.
Más
aun, en nuestra sociedad actual en las
cual, la conflictividad y la crisis es
tenida como algo positivo desde la mirada dialéctica de la lucha de clases
ampliada –ahora- a lucha generacional y
confesional: ricos y pobres…viejos y jóvenes…creyentes y no creyentes.
PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ 2020
También, las debilidades del hombre están en el plano
espiritual. Se diferencian de las anteriores porque en vez de provenir desde el
“exterior” subyacen incoadas en el alma
y se expresan hacia el entorno. Jesús enseña que nuestro principal enemigo no
es el que quita la vida física, sino en el que además, hace perder la vida
espiritual. ¡Ese es el demonio!
¿Es
grave el Sida…desde 1981 al 2020: ¡36 millones! de muertes? ¿Es grave el anta?
¿Es grave el ébola….83% de letalidad? ¿Es grave la lepra? ¿Es grave el Sars?
¿Es grave el Zika…4.000 muertos? ¿Es
grave el dengue? ¿Es grave el Corvid-19…250.000 a la fecha? Todas estas
enfermedades son contagiosas. Todas conducen en parte a la muerte. Tienen un
inicio y un fin, en cambio, el pecado
hace que a causa de una debilidad, el
mal se perpetúe irremediablemente.
Como
creyentes debemos tomar conciencia real de los males que nos afectan, teniendo
presente que cuando cada uno cede ante una tentación y comete un pecado no es
solo producto de lo que uno voluntariamente hace sino que satanás lo promueve. Ante un pecado Dios
nada tiene que ver, un pecado tiene dos autores: el hombre y Satanás, por esto, decir que es humano equivocarse, y colocar al
pecado el nombre de un error constituye una grave reducción toda vez que el
pecado no es equivocación sino acción deliberada de hacer algo malo, que va
contra uno de los designios y mandamientos de Dios.
Tras
cada pecado mortal el hombre cree que será como Dios, según lo cual, diremos
que en todo pecado subyace una idolatría a los bienes, personas o acciones,
donde el tener, poder y placer cautivan el corazón nuestro para reiterar lo
acontecido un día en el paraíso terrenal: no servir a Dios.
En
lo anterior, está la mayor nocividad del
pecado, que es vencido desde la Cruz por nuestro Señor: a la idolatría del
placer la vence desde su condición de varón de dolores; a la idolatría del
poder quedando en manos arbitrarias de pecadores; y a la idolatría del tener
despojándose de todo, ofreciendo su vida misma en rescate por muchos: “qui pro vobis et pro multis effundetur in
remissionen peccatorum”, según expresión de la consagración.
A
lo largo de todo el Misal Romano encontramos que tres palabras se repiten:
sacrificio, perdón y misericordia, las que, tanto en el Calvario como en cada
altar “vemos” y “participamos” palpablemente al asumir cada uno que esa sangre
derramada por Cristo fue a causa de cada uno de nosotros que ocupamos un lugar
en su mirada y en el palpitar de su Sagrado Corazón que tanto ha amado al
mundo.
A
la hora que Cristo dice: “En tus manos
encomiendo mi espíritu” dirigimos nuestra mente hacia la Virgen Madre que
permanece de pie junto a la Cruz. ¡No estaba sola ni abatida! Constituida como “llena de gracia” era poseedora de una fe lo suficientemente
poderosa como para permanecer acompañando a su Hijo y Dios en ese momento,
constatando el olvido de unos y la
odiosidad de muchos. Su gran amor contó con el joven Juan Evangelista,
en esta hora, en un mundo que camina en incertidumbre, cuenta con nosotros, con nuestro amor, quienes cada vez que hemos recurrido a
Ella, jamás hemos sido defraudados ¡Que
Viva Cristo Rey!
LITURGIA PASIÓN DEL SEÑOR ABRIL 2020
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