jueves, 2 de abril de 2020


TEMA:   “SORPRENDIDO POR LA ALEGRÍA”.
FECHA: HOMILIA EXEQUIAL SR. HERNÁN ORTIZ ALGARROBO MARZO 2020
Querida Neny Pereda Foweraker de Ortíz, hijos y nietos. Hermanos en el Señor:
Hace unos años recibí como regalo en el Día del Libro un texto titulado: “Sorprendido por la alegría”, de Clive Staples Lewis (claiv Sterpiz Luis)   que traza parte de la vida y conversión del conocido escritor de las “Crónicas de Narnia”. Allí señala que dos factores marcaron su caminar hacia Dios: la belleza y la alegría.
Ambas realidades las encontramos insertas en el discurso llamado programático que hemos escuchado en el Santo Evangelio. Marca el inicio de las enseñanzas del Señor. Desde lo alto de un monte donde se podía contemplare visiblemente parte de las hermosas tierras que Dios le había prometido a Abrahán al salir de Urde de Caldea, pasando por el caminar de cuatro décadas del Pueblo elegido hasta llegar a aquellas tierras descritas tan estupendamente por el salmista, de las cuales todo peregrino puede dar cuanta al llegar a ellas.
Nuestro hermano, por quien hoy elevamos la Santa Misa de Exequias y ahora damos cristiana sepultura, respondiendo a la obra de misericordia que nos enseña la Iglesia, tuvo la oportunidad de recorrer aquellos lugares santos, e incluso, estar en ese mismo Monte en el cual Jesús dio a conocer las Bienaventuranzas que, imploramos a Dios, tan justo como misericordioso, acoja en su Reino por los méritos obtenidos por Cristo.
Por tanto, a la luz de la fe,  descubrimos que lo que aquel misterio que se renueva en cada altar en medio del cual Cristo se hace presente es visto simultáneamente por quienes vamos a la Casa del Señor, por los que están en el atrio de esa morada, y por los que ya entraron un día a Ella, algunos de los cuales nuestra Iglesia reconoce como ejemplares por sus virtudes e intercesores eficaces.
En efecto, la Iglesia militante de quienes estamos en el tiempo de la conversión; la Iglesia de las benditas ánimas en el Purgatorio, y la triunfante de los mejores hijos de la Iglesia, tenemos un momento pleno y real de participación del misterio de Cristo en cada Santa Misa.

PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ 2020

Queridos hermanos: En la Eucaristía se expande la caridad fraterna  haciendo visible la identidad de cada creyente, permitiendo que cuando un católico “hace el bien” sea el Señor quien hoy “refresque” su caminar, su compañía, su sabiduría visibilizando a Dios por medio de la verdadera caridad. ¿Cómo decir que amamos a Dios que no vemos si acaso dejamos de hacerlo con nuestros hermanos a los que sí vemos? (1 San Juan IV, 20). El fruto de cada encuentro con Jesucristo debe inducir a un cambio total de nuestra manera de pensar, y por lo tanto,  de vivir toda vez que “el obrar sigue al ser” (operari sequitur esse), y si nos sabemos pertenencia de Cristo ¿cómo no revestir nuestras acciones de sus “intenciones”?
Es cierto que en virtud de ser partícipes de una naturaleza humana debilitada por el pecado original podemos caer muchas veces en contradicción con lo que Dios quiere, de tal manera que experimentamos “en carne viva” lo que San Pablo enseñó con meridiana claridad: “El bien que quiero hacer no hago y el mal que quiero evitar si hago, ¿Qué es esto? Sino la concupiscencia”.
Según esto, el católico no es impecable como sí lo puede ser un prístino cristal o un metal noble, que cautiva por su pureza e integridad, mas,  desde que Cristo asumió la condición humana, Él se hizo semejante a nosotros para que nosotros fuésemos semejantes a Él. Sólo hace dos días celebramos la Solemnidad de la Anunciación: “Verbun caro factum est et habitavis in novis”.
Lo anterior nos lleva a descubrir la belleza del caminar del creyente, tal como lo fue para el autor C. S. Lewis que hemos citado: “Debes imaginarme solo, noche tras noche, sintiendo, cada vez que mente se apartaba por un momento de trabajo, el acercamiento continuo, inexorable, de Aquel con quien, tan encarecidamente, no deseaba encontrarme. Aquel a quien temía profundamente cayó al final sobre mí. Cedí, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé; quizá fuera, aquella noche, el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra”.
Nuestro hermano, desde niño tuvo oportunidad de encontrarse con Aquel que tardíamente muchos lo han hecho. Recuerdo cuando me comentaba cómo fue su paso por el Colegio Menor de los Religiosos Redentoristas, donde participaba activamente en la interpretación de las melodías más tradicionales de la sagrada liturgia. En ocasiones, citaba las respuestas de la Misa en Latín del Rito de san Pio V que aprendió desde pequeño.
El sacerdote dice en el rito tradicional: “Introibo ad altare Dei”, a lo que el acólito responde: “Ad Deum qui laetificat juventutem meam”…Al Dios que es la alegría de mi juventud. Más que la simple respuesta consabida de memoria constituía un programa de vida propuesto desde temprana edad, que permanece vigente a lo largo de todo nuestro paso por el mundo. De la belleza de la liturgia transitó a la alegría genuina del creyente.
Colocar a Dios como prioridad necesariamente conlleva la vivencia de una sana alegría, tal como lo celebramos en esta semana,  en la cual,  podemos ver cada día como la extensión del Domingo de Laetare.
Sabemos que cada “Bienaventuranza” en su raíz semántica implica una invitación a la felicidad, porque Dios quiere que tengamos ese gozo  de sabernos amados por Él y protegidos hasta el más mínimo detalle. En el Evangelio leemos que “los lirios del campo” y “las aves del cielo” forman parte de la mirada providente del Creador, ¿cuánto mas no ha de serlo respecto de aquel que es nuestro Divino Redentor? El valor para Dios que tiene el alma de una persona, en cualquiera de sus etapas de vida, es más valiosa que toda la naturaleza que nuestros ojos pueden contemplar y deducir.
Por esto, a lo largo de nuestra vida somos sorprendidos por la alegría de sabernos amados de Dios, también,  en las particulares circunstancias en que un ser querido es llamado a presentarse ante Dios sólo con las obras que haya realizado a lo largo de su vida. ¡Nada traemos, nada llevaremos! Por tanto, diremos que a los ojos de Dios cada uno vale lo que hay en su corazón, cada uno vale lo que de Dios hay en el alma.
Nuestro hermano vivió seis décadas con su esposa, fundando un hogar en el cual el amor hacia la Virgen María fue una nota característica desde aquel día que cruzaron el umbral del templo al interior del cual sellaron sus almas. “Contra viento y marea” navegaron en las aguas tranquilas y acogedoras como turbulentas donde se fraguan las virtudes y las mayores enseñanzas.
Imploremos a la Virgen María que conceda el consuelo espiritual a su esposa y familia. Que la oración hecha en este día sirva de medio eficaz para que nuestro hermano pueda gozar de la Bienaventuranza prometida en lo alto de una montaña,  que nuestro hermano tantas veces escuchó: ¡Subiré al altar de Dios, al Dios de mi juventud!
¡Que Viva Cristo Rey!

“YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”


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