TEMA: “SORPRENDIDO POR
LA ALEGRÍA”.
FECHA: HOMILIA EXEQUIAL SR.
HERNÁN ORTIZ ALGARROBO MARZO 2020
Querida
Neny Pereda Foweraker de Ortíz, hijos y nietos. Hermanos en el Señor:
Hace
unos años recibí como regalo en el Día del Libro un texto titulado: “Sorprendido por la alegría”, de Clive
Staples Lewis (claiv Sterpiz Luis) que
traza parte de la vida y conversión del conocido escritor de las “Crónicas de
Narnia”. Allí señala que dos factores marcaron su caminar hacia Dios: la belleza
y la alegría.
Ambas
realidades las encontramos insertas en el discurso llamado programático que
hemos escuchado en el Santo Evangelio. Marca el inicio de las enseñanzas del
Señor. Desde lo alto de un monte donde se podía contemplare visiblemente parte
de las hermosas tierras que Dios le había prometido a Abrahán al salir de Urde
de Caldea, pasando por el caminar de cuatro décadas del Pueblo elegido hasta
llegar a aquellas tierras descritas tan estupendamente por el salmista, de las
cuales todo peregrino puede dar cuanta al llegar a ellas.
Nuestro
hermano, por quien hoy elevamos la Santa Misa de Exequias y ahora damos
cristiana sepultura, respondiendo a la obra de misericordia que nos enseña la
Iglesia, tuvo la oportunidad de recorrer aquellos lugares santos, e incluso,
estar en ese mismo Monte en el cual Jesús dio a conocer las Bienaventuranzas
que, imploramos a Dios, tan justo como misericordioso, acoja en su Reino por
los méritos obtenidos por Cristo.
Por
tanto, a la luz de la fe, descubrimos
que lo que aquel misterio que se renueva en cada altar en medio del cual Cristo
se hace presente es visto simultáneamente
por quienes vamos a la Casa del Señor, por los que están en el atrio de esa
morada, y por los que ya entraron un día a Ella, algunos de los cuales nuestra
Iglesia reconoce como ejemplares por sus virtudes e intercesores eficaces.
En
efecto, la Iglesia militante de quienes estamos en el tiempo de la conversión;
la Iglesia de las benditas ánimas en el Purgatorio, y la triunfante de los
mejores hijos de la Iglesia, tenemos un momento pleno y real de participación
del misterio de Cristo en cada Santa Misa.
PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ 2020
Queridos
hermanos: En la Eucaristía se expande la caridad fraterna haciendo visible la identidad de cada
creyente, permitiendo que cuando un católico “hace el bien” sea el Señor quien hoy “refresque” su caminar, su compañía, su sabiduría visibilizando a
Dios por medio de la verdadera caridad. ¿Cómo decir que amamos a Dios que no
vemos si acaso dejamos de hacerlo con nuestros hermanos a los que sí vemos? (1
San Juan IV, 20). El fruto de cada encuentro con
Jesucristo debe inducir a un
cambio total de nuestra manera de pensar, y por lo tanto, de vivir toda vez que “el obrar sigue al ser” (operari sequitur
esse), y si nos sabemos pertenencia de Cristo
¿cómo no revestir nuestras acciones de sus “intenciones”?
Es
cierto que en virtud de ser partícipes de una naturaleza humana debilitada por
el pecado original podemos caer muchas veces en contradicción con lo que Dios
quiere, de tal manera que experimentamos “en
carne viva” lo que San Pablo enseñó con meridiana claridad: “El bien que quiero hacer no hago y el mal
que quiero evitar si hago, ¿Qué es esto? Sino la concupiscencia”.
Según
esto, el católico no es impecable como sí lo puede ser un prístino cristal o un
metal noble, que cautiva por su pureza e integridad, mas, desde que Cristo asumió la condición humana,
Él se hizo semejante a nosotros para que nosotros fuésemos semejantes a Él.
Sólo hace dos días celebramos la Solemnidad de la Anunciación: “Verbun caro factum est et habitavis in
novis”.
Lo
anterior nos lleva a descubrir la belleza del caminar del creyente, tal como lo
fue para el autor C. S. Lewis que hemos citado: “Debes imaginarme solo, noche tras noche, sintiendo, cada vez que mente
se apartaba por un momento de trabajo, el acercamiento continuo, inexorable, de
Aquel con quien, tan encarecidamente, no deseaba encontrarme. Aquel a quien
temía profundamente cayó al final sobre mí. Cedí, admití que Dios era Dios y,
de rodillas, recé; quizá fuera, aquella noche, el converso más desalentado y
remiso de toda Inglaterra”.
Nuestro
hermano, desde niño tuvo oportunidad de encontrarse con Aquel que tardíamente
muchos lo han hecho. Recuerdo cuando me comentaba cómo fue su paso por el Colegio
Menor de los Religiosos Redentoristas, donde participaba activamente en la interpretación
de las melodías más tradicionales de la sagrada liturgia. En ocasiones, citaba
las respuestas de la Misa en Latín del Rito de san Pio V que aprendió desde
pequeño.
El
sacerdote dice en el rito tradicional: “Introibo
ad altare Dei”, a lo que el acólito responde: “Ad Deum qui laetificat juventutem meam”…Al Dios que es la alegría
de mi juventud. Más que la simple respuesta consabida de memoria constituía un
programa de vida propuesto desde temprana edad, que permanece vigente a lo largo
de todo nuestro paso por el mundo. De la belleza de la liturgia transitó a la
alegría genuina del creyente.
Colocar
a Dios como prioridad necesariamente conlleva la vivencia de una sana alegría,
tal como lo celebramos en esta semana, en la cual, podemos ver cada día como la extensión del
Domingo de Laetare.
Sabemos
que cada “Bienaventuranza” en su raíz
semántica implica una invitación a la felicidad, porque Dios quiere que
tengamos ese gozo de sabernos amados por
Él y protegidos hasta el más mínimo detalle. En el Evangelio leemos que “los lirios del campo” y “las aves del cielo” forman parte de la mirada providente del Creador, ¿cuánto
mas no ha de serlo respecto de aquel que es nuestro Divino Redentor? El valor
para Dios que tiene el alma de una persona, en cualquiera de sus etapas de
vida, es más valiosa que toda la naturaleza que nuestros ojos pueden contemplar
y deducir.
Por
esto, a lo largo de nuestra vida somos sorprendidos
por la alegría de sabernos amados de Dios, también, en las particulares circunstancias en que un
ser querido es llamado a presentarse ante Dios sólo con las obras que haya
realizado a lo largo de su vida. ¡Nada traemos, nada llevaremos! Por tanto, diremos
que a los ojos de Dios cada uno vale lo que hay en su corazón, cada uno vale lo
que de Dios hay en el alma.
Nuestro
hermano vivió seis décadas con su esposa, fundando un hogar en el cual el amor
hacia la Virgen María fue una nota característica desde aquel día que cruzaron
el umbral del templo al interior del cual sellaron sus almas. “Contra viento y marea” navegaron en las
aguas tranquilas y acogedoras como turbulentas donde se fraguan las virtudes y las
mayores enseñanzas.
Imploremos
a la Virgen María que conceda el consuelo espiritual a su esposa y familia. Que
la oración hecha en este día sirva de medio eficaz para que nuestro hermano
pueda gozar de la Bienaventuranza prometida en lo alto de una montaña, que nuestro hermano tantas veces escuchó:
¡Subiré al altar de Dios, al Dios de mi juventud!
¡Que
Viva Cristo Rey!
“YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”
No hay comentarios:
Publicar un comentario