martes, 21 de abril de 2020


TEMA  :  “LA MISERICORDIA EUCARÍSTICA DE JESUCRISTO”.
FECHA: SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA / CICLO “A” / AÑO 2020
“Donde quiera alumbra un sol católico hay siempre alegría y buen vino” (Bruce Marshall), salvando la libertad de poder interpretar una novela que describe la vida de un párroco en la lejana Escocia, diré que la alegría y la Eucaristía van de la mano, y cuando se nubla la piedad hacia Cristo como Pan de Vida se entibia la capacidad de ver con claridad, de ser feliz y de contagiar a los demás.
Estoy seguro –queridos hermanos- que esta pandemia Corvid-19 será parte de la historia en unos meses, pero la presencia de Jesucristo en nuestros altares seguirá incólume en el tiempo, pues Jesús Eucaristía vino para quedarse hace cerca de dos milenios. En trece años más celebraremos dos mil años junto a Jesús sacramentado, fiel a su promesa. Cuya fidelidad se ha mantenido prístina  en medio de persecución, epidemias, herejías, guerras, y olvidos.

MISA CELEBRADA POR PAPA FRANCISCO ABRIL 2020

Es impresionante…apasionante leer los relatos de toda una Iglesia que ha mantenido inalterable su amor a Jesucristo a lo largo de este tiempo no sólo en adversidades externas sino en medio de vacilaciones y condescendencias internas. Conviene tener presente que respecto de la Eucaristía los grandes errores y herejías no han provenido de la vereda del frente sino de la propia vereda. No obstante, como acontece con una simple chispa que tiene toda la fuerza de encender una llama entera y permanente, la fidelidad no exenta de sufrimiento de quienes se han puesto del lado de Cristo y de sus promesas han salido siempre victoriosos y han vivido la alegría propia del creyente.
Con el cariño y respeto al testimonio de los mártires, me detengo en el fiel desconocido, que fundó su vida católica a los pies de Jesús Sacramentado, tanto a nivel personal, como familiar y comunitario, entendiendo que no puede haber una vida cristiana al margen de nutrir el alma, la vida y el cuerpo con Aquel que dijo de sí mismo: “Yo soy el Pan de Vida, quien come de este Pan vive para siempre”.
La ligereza de suprimir una acotada participación de los fieles en la Eucaristía, antes de que lo dictaminen las autoridades sanitarias locales, en diversas partes del mundo, entraña un riesgo evidente de aceptar implícitamente  dos graves errores presentes al interior de no pocos creyentes, en la actualidad: Vida cristiana sin Misa y vida interior sin Cristo.

Lo primero casi no requiere de mayor explicación. La ausencia al culto católico es evidente. Es cierto que hay templos que por un tiempo –décadas- “se ponen de moda” y suelen estar colmados de fieles, más con el paso del tiempo y, hasta el cambio de generaciones,  va decreciendo la piedad y la participación evidenciándose la escasa asistencia con el paso de los años. En general, los templos donde actualmente se verifica una mayor asistencia de fieles suelen ubicarse geográficamente en los sectores de crecimiento de las ciudades, en sectores nuevos,  donde se instalan familias jóvenes, incluidos aquellos donde en barrios de antigua data –el centro de la ciudad- se han permitido la edificación en altura marcando con ello la llegada de nuevas y jóvenes familias.
En el mejor de los casos la participación puede llegar al 7% de los bautizados. Por ejemplo,  donde una ciudad o sector tiene 25.000 habitantes, asistirían unos 1800 fieles a la Misa dominical ¿sucede esto realmente? Mucho temo que no, y estamos hablando de un supuesto en el  “mejor” de los casos. ¿Qué acontece con el 93% de los creyentes? ¿Dónde se ubican sus prioridades y las nuestras?
Lo real es que la presencia de Cristo hoy en la Santa Misa es muy poco importante para la gran mayoría del mundo católico, que vive el día a día como si Cristo –verdadero Dios y verdadero hombre-  estuviese ausente en la vida de este mundo, lo cual tiene consecuencias muy concretas en nuestra vida espiritual y en la vivencia de la caridad fraterna. El quiebre de la vida social y el estallido de la violencia en nuestra Patria se debe al proceso de desnutrición espiritual que es renuente a alimentarse con el alimento que sí necesita.
El Señor ha permitido que,  en medio de las particulares circunstancias que vivimos en una nueva pandemia, realidad que por cierto creíamos superada definitivamente, vivamos nuestra fe, nuestro ser católico, nuestro ADN creyente, apoyándonos en la promesa cumplida por Jesús cotidianamente sobre el ara de nuestros altares. ¡Qué don más grande e inmerecido constituye el de poder celebrar en estos días el misterio más insondable que tenemos los católicos para tener vida en abundancia! ¡Nada y nadie nos separará del amor del Dios hecho Eucaristía!

FELIGRESES EN MISA VIGILIA PASCUAL ABRIL 202

Lo anterior,  tiene su fundamento en asumir que la salvación viene de Cristo, que es el único camino puesto por Dios Padre para alcanzar la Bienaventuranza Eterna, que es el fin último para cada creyente. La primacía del amor de Dios nos conduce a reverenciar su presencia eucarística, más,  el colocar múltiples prioridades que entren a rivalizar con el amor debido a Dios, nos conduce a postergar lo único necesario (tal como dice Jesús a Marta de Betania: “una cosa es necesaria, y Ella eligió la mejor parte”) cediendo a lo urgente, lo inmediato, lo fácil, lo atractivo y exclusivamente placentero. En realidad, por experiencia diremos que cuando el amor a Cristo es relegado a un segundo plano y ya no es prioritario en nuestra vida,  cualquier cosa ocupará su lugar, y parecerá ser más importante.
Algo “huele mal”  en nuestra vida espiritual si ante el cierre de un mall, de un campo deportivo y gimnasio, de una plaza pública, o de un pub, nos parece “lógico” la eventual clausura del lugar propio de la celebración de la Santa Misa como es un templo sagrado, porque implica colocar la participación en la Eucaristía al mismo nivel de lo superfluo, de lo que no trasciende, y de lo que tiene una fecha o circunstancia  de vencimiento…que eventualmente: se pierde, se hurta, se añeja, se gasta y se oxida. Ningún bien de este mundo que pasa es superior al menor de los bienes del mundo que no pasa como es el Cielo, cuyo anticipo se vive en cada celebración de la Santa Misa.
El segundo riesgo, que particularmente puede expandirse aún más en este tiempo de pandemia,  es una “religiosidad sin Cristo”, la cual encontramos amplificada en las redes sociales. El gnosticismo viriliza el egoísmo, la tentación del ensimismamiento lleva a sacar a Cristo del horizonte de nuestra vida ofreciendo una vida espiritual de fantasía, que parece que es pero es falsa, toda vez que,  prescinde de la necesaria familiaridad con Dios y con el prójimo.
Cualquier sacerdote que haya visitado casas en los últimos años habrá notado el abundante número de imágenes propias del budismo en su interior, verificando la ausencia de signos religiosos que antiguamente acompañaban. Por otra parte,  todo lo relacionado a la denominada “autoayuda” tiene una misma raíz que es que la felicidad de hombre y el supuesto progreso de toda la sociedad dependen exclusivamente de cada persona, y Dios nada tiene que ver en ello, por lo cual, se despliega una suerte de “espiritualidad laicista”, aunque suene algo disonante la expresión se trataría de una suerte de “ateísmo religioso” o al revés, de una “religión del ateísmo”.
En este domingo de la Divina Misericordia celebramos la bondad de nuestro Dios que se compadece de nosotros, ofreciéndonos la oportunidad de la salvación en la persona de Jesucristo. ¡Es en Él que nos salvamos!
Nuestra confianza en consecuencia ha de ser puesta en su misericordia que puede más que nuestros pecados, toda vez que “un corazón arrepentido el Señor no lo desprecia”, por el contrario, está atento a la menor señal de  arrepentimiento, y ese solo acto es capaz de doblegar a Aquel que hizo el cielo y la tierra, mantiene el universo entero, pues ve como fruto del sacrificio de su Hijo Unigénito ese gesto, esa palabra, esa conversión del corazón del hombre, mutando la dureza de una piedra en un corazón de carne tal como nos enseña el profeta Ezequiel.
La misericordia de Dios supone la conversión, porque el engaste de ese perdón de Dios permanece asentado en el sacrificio de Cristo. Por esto,  recuerda el Santo Evangelio que “valemos la sangre de Cristo”, el precio pagado porque cada uno tenga la posibilidad de la bienaventuranza eterna es la muerte de Jesús en una cruz.
Muy lejos por cierto de la visión de un Dios que no es afectado por nuestras faltas, muy lejos de concebir que la misericordia actúa sin que cada uno se esfuerce en cambiar su conducta pecadora. La síntesis de esta enseñanza es dada por Jesús en las palabras que dice a la mujer adúltera: “Mujer, yo no te condeno, vete y procura no volver a pecar”.
Nuestra Madre del cielo no está ausente en este camino del perdón de Dios, por el contrario, ocupa un lugar privilegiado en virtud de que fue elegida y constituida por Dios como la “Llena de gracia” que llevaría en su vientre inmaculado al autor de la salvación del mundo, por esto,  Aquel le dijo desde lo alto de la cruz: “Mujer, he ahí a tu hijo”, confiriéndole la participación del misterio de la redención de un modo nuevo y único, como nunca nadie más lo tendrá.
Imploremos en este día que la Virgen Santísima nos haga descubrir el valor de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros para tener así misericordia con quienes están a nuestro alrededor.
¡Que Viva Cristo Rey!

FIELES DOMINGO PASCUA RESURRECCIÓN AÑO 2020




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