TEMA : “LA MISERICORDIA EUCARÍSTICA DE JESUCRISTO”.
FECHA: SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA / CICLO
“A” / AÑO 2020
“Donde quiera alumbra un sol católico hay siempre
alegría y buen vino” (Bruce Marshall), salvando
la libertad de poder interpretar una novela que describe la vida de un párroco
en la lejana Escocia, diré que la alegría y la Eucaristía van de la mano, y cuando
se nubla la piedad hacia Cristo como Pan de Vida se entibia la capacidad de ver con claridad, de ser feliz y de
contagiar a los demás.
Estoy
seguro –queridos hermanos- que esta pandemia Corvid-19 será parte de la
historia en unos meses, pero la presencia de Jesucristo en nuestros altares seguirá
incólume en el tiempo, pues Jesús Eucaristía vino para quedarse hace cerca de dos
milenios. En trece años más celebraremos dos mil años junto a Jesús
sacramentado, fiel a su promesa. Cuya fidelidad se ha mantenido prístina en medio de persecución, epidemias, herejías,
guerras, y olvidos.
MISA CELEBRADA POR PAPA FRANCISCO ABRIL 2020
Es
impresionante…apasionante leer los relatos de toda una Iglesia que ha mantenido
inalterable su amor a Jesucristo a lo largo de este tiempo no sólo en adversidades
externas sino en medio de vacilaciones y condescendencias internas. Conviene
tener presente que respecto de la Eucaristía los grandes errores y herejías no
han provenido de la vereda del frente sino de la propia vereda. No obstante,
como acontece con una simple chispa que tiene toda la fuerza de encender una
llama entera y permanente, la fidelidad no exenta de sufrimiento de quienes se
han puesto del lado de Cristo y de sus promesas han salido siempre victoriosos
y han vivido la alegría propia del creyente.
Con
el cariño y respeto al testimonio de los mártires, me detengo en el fiel desconocido,
que fundó su vida católica a los pies de Jesús Sacramentado, tanto a nivel
personal, como familiar y comunitario, entendiendo que no puede haber una vida
cristiana al margen de nutrir el alma, la vida y el cuerpo con Aquel que dijo
de sí mismo: “Yo soy el Pan de Vida,
quien come de este Pan vive para siempre”.
La
ligereza de suprimir una acotada participación de los fieles en la Eucaristía,
antes de que lo dictaminen las autoridades sanitarias locales, en diversas
partes del mundo, entraña un riesgo evidente de aceptar implícitamente dos graves errores presentes al interior de
no pocos creyentes, en la actualidad: Vida cristiana sin Misa y vida interior
sin Cristo.
Lo
primero casi no requiere de mayor explicación. La ausencia al culto católico es
evidente. Es cierto que hay templos que por un tiempo –décadas- “se ponen de moda” y suelen estar
colmados de fieles, más con el paso del tiempo y, hasta el cambio de generaciones,
va decreciendo la piedad y la
participación evidenciándose la escasa asistencia con el paso de los años. En
general, los templos donde actualmente se verifica una mayor asistencia de
fieles suelen ubicarse geográficamente en los sectores de crecimiento de las
ciudades, en sectores nuevos, donde se instalan
familias jóvenes, incluidos aquellos donde en barrios de antigua data –el
centro de la ciudad- se han permitido la edificación en altura marcando con
ello la llegada de nuevas y jóvenes familias.
En
el mejor de los casos la participación puede llegar al 7% de los bautizados.
Por ejemplo, donde una ciudad o sector
tiene 25.000 habitantes, asistirían unos 1800 fieles a la Misa dominical
¿sucede esto realmente? Mucho temo que no, y estamos hablando de un supuesto en
el “mejor”
de los casos. ¿Qué acontece con el 93% de los creyentes? ¿Dónde se ubican sus
prioridades y las nuestras?
Lo
real es que la presencia de Cristo hoy en la Santa Misa es muy poco importante
para la gran mayoría del mundo católico, que vive el día a día como si Cristo
–verdadero Dios y verdadero hombre-
estuviese ausente en la vida de este mundo, lo cual tiene consecuencias
muy concretas en nuestra vida espiritual y en la vivencia de la caridad
fraterna. El quiebre de la vida social y el estallido de la violencia en
nuestra Patria se debe al proceso de desnutrición espiritual que es renuente a
alimentarse con el alimento que sí necesita.
El
Señor ha permitido que, en medio de las
particulares circunstancias que vivimos en una nueva pandemia, realidad que por
cierto creíamos superada definitivamente, vivamos nuestra fe, nuestro ser
católico, nuestro ADN creyente, apoyándonos en la promesa cumplida por Jesús
cotidianamente sobre el ara de nuestros altares. ¡Qué don más grande e
inmerecido constituye el de poder celebrar en estos días el misterio más
insondable que tenemos los católicos para tener vida en abundancia! ¡Nada y
nadie nos separará del amor del Dios hecho Eucaristía!
FELIGRESES EN MISA VIGILIA PASCUAL ABRIL 202
Lo
anterior, tiene su fundamento en asumir
que la salvación viene de Cristo, que es el único camino puesto por Dios Padre
para alcanzar la Bienaventuranza Eterna, que es el fin último para cada
creyente. La primacía del amor de Dios nos conduce a reverenciar su presencia
eucarística, más, el colocar múltiples
prioridades que entren a rivalizar con el amor debido a Dios, nos conduce a
postergar lo único necesario (tal como dice Jesús a Marta de Betania: “una cosa es necesaria, y Ella eligió la
mejor parte”) cediendo a lo urgente, lo inmediato, lo fácil, lo atractivo y
exclusivamente placentero. En realidad, por experiencia diremos que cuando el
amor a Cristo es relegado a un segundo plano y ya no es prioritario en nuestra
vida, cualquier cosa ocupará su lugar, y
parecerá ser más importante.
Algo
“huele mal” en nuestra vida espiritual si ante el cierre
de un mall, de un campo deportivo y gimnasio, de una plaza pública, o de un
pub, nos parece “lógico” la eventual clausura del lugar propio de la
celebración de la Santa Misa como es un templo sagrado, porque implica colocar
la participación en la Eucaristía al mismo nivel de lo superfluo, de lo que no trasciende,
y de lo que tiene una fecha o circunstancia
de vencimiento…que eventualmente: se pierde, se hurta, se añeja, se
gasta y se oxida. Ningún bien de este mundo que pasa es superior al menor de
los bienes del mundo que no pasa como es el Cielo, cuyo anticipo se vive en
cada celebración de la Santa Misa.
El
segundo riesgo, que particularmente puede expandirse aún más en este tiempo de
pandemia, es una “religiosidad sin Cristo”, la cual encontramos amplificada en las
redes sociales. El gnosticismo viriliza el egoísmo, la tentación del ensimismamiento
lleva a sacar a Cristo del horizonte de nuestra vida ofreciendo una vida espiritual
de fantasía, que parece que es pero es falsa, toda vez que, prescinde de la necesaria familiaridad con Dios y con el prójimo.
Cualquier
sacerdote que haya visitado casas en los últimos años habrá notado el abundante
número de imágenes propias del budismo en su interior, verificando la ausencia
de signos religiosos que antiguamente acompañaban. Por otra parte, todo lo relacionado a la denominada “autoayuda” tiene una misma raíz que es
que la felicidad de hombre y el supuesto progreso de toda la sociedad dependen
exclusivamente de cada persona, y Dios nada tiene que ver en ello, por lo cual,
se despliega una suerte de “espiritualidad laicista”, aunque suene algo
disonante la expresión se trataría de una suerte de “ateísmo religioso” o al
revés, de una “religión del ateísmo”.
En
este domingo de la Divina Misericordia celebramos la bondad de nuestro Dios que
se compadece de nosotros, ofreciéndonos la oportunidad de la salvación en la
persona de Jesucristo. ¡Es en Él que nos salvamos!
Nuestra
confianza en consecuencia ha de ser puesta en su misericordia que puede más que
nuestros pecados, toda vez que “un
corazón arrepentido el Señor no lo desprecia”, por el contrario, está atento
a la menor señal de arrepentimiento, y
ese solo acto es capaz de doblegar a Aquel
que hizo el cielo y la tierra, mantiene el universo entero, pues ve como fruto
del sacrificio de su Hijo Unigénito ese gesto, esa palabra, esa conversión del
corazón del hombre, mutando la dureza de una piedra en un corazón de carne tal como
nos enseña el profeta Ezequiel.
La
misericordia de Dios supone la conversión, porque el engaste de ese perdón de
Dios permanece asentado en el
sacrificio de Cristo. Por esto, recuerda
el Santo Evangelio que “valemos la sangre
de Cristo”, el precio pagado porque cada uno tenga la posibilidad de la
bienaventuranza eterna es la muerte de Jesús en una cruz.
Muy
lejos por cierto de la visión de un Dios que no es afectado por nuestras
faltas, muy lejos de concebir que la misericordia actúa sin que cada uno se
esfuerce en cambiar su conducta pecadora. La síntesis de esta enseñanza es dada
por Jesús en las palabras que dice a la mujer adúltera: “Mujer, yo no te condeno, vete y procura no volver a pecar”.
Nuestra
Madre del cielo no está ausente en este camino del perdón de Dios, por el
contrario, ocupa un lugar privilegiado en virtud de que fue elegida y
constituida por Dios como la “Llena de
gracia” que llevaría en su vientre inmaculado al autor de la salvación del
mundo, por esto, Aquel le dijo desde lo
alto de la cruz: “Mujer, he ahí a tu
hijo”, confiriéndole la participación del misterio de la redención de un
modo nuevo y único, como nunca nadie más lo tendrá.
Imploremos
en este día que la Virgen Santísima nos haga descubrir el valor de la
misericordia que Dios ha tenido con nosotros para tener así misericordia con
quienes están a nuestro alrededor.
¡Que
Viva Cristo Rey!
FIELES DOMINGO PASCUA RESURRECCIÓN AÑO 2020
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