jueves, 31 de agosto de 2023


TEMA  :     “LA FAMILIA COMO SACRARIUM TRINITATIS”.

FECHA:  HOMILÍA CATEDRAL SAN AMBROSIO AGOSTO 2023.

Queridos novios: Con gran alegría nos reunimos en esta iglesia Catedral de Linares, dedicada a San Ambrosio, para celebrar la Santa Misa en medio de la cual recibirán el sacramento del matrimonio, quedando vuestras almas unidas por la gracia de Dios.

La genialidad del recordado Papa Benedicto XVI recordaba en un encuentro con las familias de Milán que eran un “sacrarium Trinitartis” en palabras del  San Ambrosio. En este sentido, como analogía referida a Dios,  limitada por cierto, un teólogo medieval llama a la familia como “la Trinidad en la tierra”, lo que conlleva a destacar en toda su amplitud la grandeza del don recibido por estos novios en este día no exento de una responsabilidad sin fecha de vencimiento.

Son pocas las veces que en la cultura de la volatilidad que vivimos, donde estamos habituados a tomar, usar y desechar, constatamos que el entorno sobre el cual se alzan nuestras relaciones y posesiones es de carácter transitorio, acostumbrándonos con ello a permear los afectos y sentimientos.

Por ello, resultan menguados los momentos y actos que tenemos que son trascendentes e irrevocables, tal como acontece en medio de un juramento, como lo hace un soldado de sacrificarse “hasta dar  vida si fuese necesario”; o el medico a la hora de proclamar el denominado juramento hipocrático “si cumplo este juramento y no lo quebranto, que los frutos de la vida y el arte sean míos, que sea siempre honrado por todos los hombres y que lo contrario me ocurra si lo quebranto y soy perjuro”. De modo similar, el que opta por la consagración a Dios hace un juramento en orden a llevar una conducta determinada “para toda la vida”, teniendo un carácter irrevocable.

Lo que estos novios dirán escuetamente en dos palabras  en unos momentos, tendrá un eco para siempre, por lo que el mutuo consentimiento dado es, porque Dios así lo ha establecido desde el inicio de la vida humana, una realidad permanente para toda la vida.

Así leemos en el libro del Génesis que “Dios creó al hombre y la mujer a su imagen y semejanza”, como seres complementarios, que se necesitan el uno al otro en orden no sólo al crecimiento como familia sino para el armónico desarrollo personal.

¡Hombre y mujer los creó!, diciéndoles: “creced, multiplicaos y poblad  la tierra y dominadla”. Toda una misión, una vocación que Dios confiere y que tiene un carácter irrevocable,  que nada puede unilateralmente borrar, pues lo que el Señor escribe nadie lo borra. Por ello, en la plenitud de los tiempos, con ocasión de la máxima revelación de Dios en la persona de Jesucristo, ante una pregunta hecha, respondió de modo taxativo: “Habéis oído que se dijo: dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, de manera que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

El Evangelio de este día, donde celebramos la Santa Misa de precepto de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen, nos nuestra que a paso presuroso la Madre de Dios partió de Nazaret a la localidad de Ain Karen distante unos 145  kilómetros –como ir de Valparaíso a la parte alta de Santiago- Sin duda, Ella ya estando embarazada, por camino en pendiente, polvoriento, oscuro, con temperaturas altas durante el día, fue en pronto auxilio de aquellos

No era una simple visita de cortesía: Al ser informada por el Arcángel Gabriel la Virgen cumple una misión, donde el centro es el Verbo Encarnado que lleva en su vientre, y quien es la  causa de su diligencia, atención, y alegría. El Evangelio dice que “entró en aquella casa” y culmina recordando que “se quedó allí tres meses”.

En este día, donde reciben el santo matrimonio, la presencia de Jesús no es algo pasajero, como de una visita que  permanece por un momento, sino que el Señor viene  para quedarse a lo largo de toda vuestra vida futura, de tal manera que así como pueden saberse bendecidos por Dios en todo momento, igualmente, han de saberse responsables de las gracias recibidas permanentemente. Recuerden a este respecto que es el hombre que se puede olvidar de Dios pero el Señor nunca se olvida de nosotros. ¡Viene Jesús para quedarse en vuestra vida! ¡Viene para quedarse en vuestro matrimonio! ¡Viene el Señor para quedarse en vuestra familia que hoy inician!

Si algo destaca a lo largo de todo el relato del Evangelio que hemos escuchado es la presencia de Jesús en el corazón tanto de la Virgen, como de los esposos que la reciben en su hogar, lo cual,  es causa de una verdadera alegría. Estamos habituados a quedarnos con los entusiasmos y gozos de este mundo que culminan ante la primera adversidad, y en ocasiones, se quedan en reírse de otros y no reír con otros. Allí, en la pequeña casa de Zacarías e Isabel reinó la verdadera alegría, la que nace del amor de Dios y del amor a Dios.

Cuánta falta hace hoy al interior de la familia, y en la vida conyugal, la alegría de tener a Jesús que haga nuevamente  “saltar de gozo” a cada miembro del hogar con la certeza de contar con el amor de Dios en su interior, el cual es capaz de transformar cualquier realidad, capaz de cambiar cualquier ambiente marcado por la tibieza, por la costumbre, y por el hastío. La alegría en Cristo es como el agua pura que purifica y vivifica todo a su alrededor, en tanto que la alegría mundana es similar al agua estacada que putrefacta contamina todo en su entorno.

El hecho de tener esa alegría en corazón es un eco de la participación de la vida divinas por medio de la gracia, tal como acontece en el sacramento del matrimonio donde Dios hace morada en el alma, que a partir del mutuo consentimiento dado serán bendecidos como “uno solo”, procurando tener un mismo pensar, un mismo sentir y un mismo creer.

Las palabras pronunciadas por Santa Isabel primero y Nuestra Madre Santísima después, hacen referencia prioritaria de la obra de Dios en sus vidas, de cómo ha puesto su mirada y ha intervenido en su caminar de modo permanente, lo que ambas asumen y por tanto, agradecen y alaban a Dios. Es una oración que nace de lo que han vivido: “Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas  que te fueron dichas de parte de Dios”…”Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha hecho en mí maravillas, Santo es su nombre”.

Queridos novios: A lo largo de los años transcurridos ambos han experimentado cómo el Señor les ha dado su bendición, también en momentos de prueba y dolor, donde la incertidumbre fue vencida por la fuerza de la fe. Por ello, verifican que lo que celebramos hoy no es sólo producto de lo que han decidido autónomamente, sino que es fruto del querer de Dios, cuya voluntad un Dios los creó por amor gratuito, e hizo que se conocieran y optaran para vivir permanentemente unidos en el amor de Dios.

Sin duda, es una gracia especial el poder hacerlo en esta hermosa catedral, y sobre todo,  en medio de la celebración de la Santa Misa en las Vísperas de la Solemnidad de la Asunción. Aquí en este altar, Nuestro Señor se hace presente total y realmente, en su Cuerpo y Sangre, humanidad y divinidad,  para que tengan en El las gracias necesarias en orden a llevar un matrimonio por el camino de la mutua santidad. Digámoslo con fuerza: Si se casan es para ser santos, esa es la vocación y meta de vuestro mutuo y libre consentimiento.

Recordamos, que Nuestra Madre del Cielo se hace presente en el hogar de Ain Karem constituido por los esposos Zacarías e Isabel; se hace presente en medio de la celebración esponsal de los novios en Caná de Galilea, donde Jesús realizó su primer milagro, se hace presente en medio de la familia y  hogar de Juan Apóstol, que “la recibió  en su casa” luego del drama del Calvario. Siempre presente, en medio de la familia, particularmente en los momentos de mayor dificultad, por lo que –en toda circunstancia-  podrán recurrir a la Virgen, como Madre que apaña y Maestra que corrige.

Permítanme recordar tres consejos, resumidos en tres palabras,  que el actual Sumo Pontífice dijo a un grupo de novios hace varios años atrás:

Primero, Perdón: Sólo la Virgen María ha carecido de pecados por ser constituida “llena de gracia”, por lo que en muchas ocasiones, a lo largo de la vida, deberemos reconocer que nuestros actos cotidianos, en la vida familiar y social “no dan el ancho” en ese camino de perfección que recorremos, por lo que con prontitud pediremos perdón a Dios y al prójimo por el mal hecho.

Segundo, ¿Puedo?: Es una pregunta que nace de la humildad, y que implica respetar los intereses y deseos con aquel que se vive, con quien se trabaja y con aquel que se estudia. Muchas veces actuamos de manera avasalladora, sin preguntar y sólo imponiendo lo que para uno es prioritario. Algo tan simple como el uso de un control remoto o la utilización  de una tarjeta comercial puede desencadenar en un innecesario problema con la sólo pregunta “¿puedo?”.

Tercero: ¡Gracias! Es una palabra que despierta y abre puertas, a la vez que destaca el esfuerzo y dedicación que las personas tienen hacia cada uno. Muchas veces damos por supuesto que las cosas se hacen solas, como si un espíritu angelical obrase en la preparación de un almuerzo, del aseo del hogar, y de un sinfín de actividades en la vida familiar. La gratitud tiene la fuerza de hacer que el esfuerzo y sacrificios hechos pasen casi a un segundo plano, por ello, como esposos constantemente procurarán que esta palabra “gracias” aflore siempre en el hogar.

Nuestra mirada se dirige ahora, hacia nuestra Madre Santísima para implorar que como en Cana de Galilea obtenga el milagro de permitir la felicidad de unos novios que al  momento de implorar la bendición del Señor, escuchan las palabras de la Virgen que repite incesantemente: “!Hagan todo lo que Él les diga!” ¡Que Viva Cristo Rey! 







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