TEMA
:
“LA FAMILIA COMO SACRARIUM
TRINITATIS”.
FECHA: HOMILÍA CATEDRAL SAN AMBROSIO AGOSTO 2023.
Queridos novios: Con gran
alegría nos reunimos en esta iglesia Catedral de Linares, dedicada a San
Ambrosio, para celebrar la Santa Misa en medio de la cual recibirán el
sacramento del matrimonio, quedando vuestras almas unidas por la gracia de
Dios.
La genialidad del
recordado Papa Benedicto XVI recordaba en un encuentro con las familias de Milán
que eran un “sacrarium Trinitartis” en
palabras del San Ambrosio. En este
sentido, como analogía referida a Dios,
limitada por cierto, un teólogo medieval llama a la familia como “la Trinidad en la tierra”, lo que
conlleva a destacar en toda su amplitud la grandeza del don recibido por estos
novios en este día no exento de una responsabilidad sin fecha de vencimiento.
Son pocas las veces que
en la cultura de la volatilidad que vivimos, donde estamos habituados a tomar,
usar y desechar, constatamos que el entorno sobre el cual se alzan nuestras
relaciones y posesiones es de carácter transitorio, acostumbrándonos con ello a
permear los afectos y sentimientos.
Por ello, resultan
menguados los momentos y actos que tenemos que son trascendentes e
irrevocables, tal como acontece en medio de un juramento, como lo hace un
soldado de sacrificarse “hasta dar vida si fuese necesario”; o el medico a
la hora de proclamar el denominado juramento hipocrático “si cumplo este juramento y no lo quebranto, que los frutos de la vida y
el arte sean míos, que sea siempre honrado por todos los hombres y que lo
contrario me ocurra si lo quebranto y soy perjuro”. De modo similar, el que
opta por la consagración a Dios hace un juramento en orden a llevar una
conducta determinada “para toda la vida”,
teniendo un carácter irrevocable.
Lo que estos novios dirán
escuetamente en dos palabras en unos
momentos, tendrá un eco para siempre, por lo que el mutuo consentimiento dado
es, porque Dios así lo ha establecido desde el inicio de la vida humana, una
realidad permanente para toda la vida.
Así leemos en el libro
del Génesis que “Dios creó al hombre y la
mujer a su imagen y semejanza”, como seres complementarios, que se
necesitan el uno al otro en orden no sólo al crecimiento como familia sino para
el armónico desarrollo personal.
¡Hombre y mujer los
creó!, diciéndoles: “creced, multiplicaos
y poblad la tierra y dominadla”. Toda
una misión, una vocación que Dios confiere y que tiene un carácter
irrevocable, que nada puede
unilateralmente borrar, pues lo que el Señor escribe nadie lo borra. Por ello,
en la plenitud de los tiempos, con ocasión de la máxima revelación de Dios en
la persona de Jesucristo, ante una pregunta hecha, respondió de modo taxativo: “Habéis oído que se dijo: dejará el hombre a
su padre y a su madre y se unirá a su mujer, de manera que lo que Dios ha unido
no lo separe el hombre”.
El Evangelio de este día,
donde celebramos la Santa Misa de precepto de la Solemnidad de la Asunción de
la Santísima Virgen, nos nuestra que a paso presuroso la Madre de Dios partió
de Nazaret a la localidad de Ain Karen distante unos 145 kilómetros –como ir de Valparaíso a la parte
alta de Santiago- Sin duda, Ella ya estando embarazada, por camino en
pendiente, polvoriento, oscuro, con temperaturas altas durante el día, fue en pronto
auxilio de aquellos
No era una simple visita
de cortesía: Al ser informada por el Arcángel Gabriel la Virgen cumple una
misión, donde el centro es el Verbo Encarnado que lleva en su vientre, y quien
es la causa de su diligencia, atención,
y alegría. El Evangelio dice que “entró
en aquella casa” y culmina recordando que “se quedó allí tres meses”.
En este día, donde
reciben el santo matrimonio, la presencia de Jesús no es algo pasajero, como de
una visita que permanece por un momento,
sino que el Señor viene para quedarse a
lo largo de toda vuestra vida futura, de tal manera que así como pueden saberse
bendecidos por Dios en todo momento, igualmente, han de saberse responsables de
las gracias recibidas permanentemente. Recuerden a este respecto que es el
hombre que se puede olvidar de Dios pero el Señor nunca se olvida de nosotros.
¡Viene Jesús para quedarse en vuestra vida! ¡Viene para quedarse en vuestro
matrimonio! ¡Viene el Señor para quedarse en vuestra familia que hoy inician!
Si algo destaca a lo
largo de todo el relato del Evangelio que hemos escuchado es la presencia de Jesús
en el corazón tanto de la Virgen, como de los esposos que la reciben en su
hogar, lo cual, es causa de una
verdadera alegría. Estamos habituados a quedarnos con los entusiasmos y gozos
de este mundo que culminan ante la primera adversidad, y en ocasiones, se
quedan en reírse de otros y no reír con otros. Allí, en la pequeña casa de
Zacarías e Isabel reinó la verdadera alegría, la que nace del amor de Dios y
del amor a Dios.
Cuánta falta hace hoy al
interior de la familia, y en la vida conyugal, la alegría de tener a Jesús que
haga nuevamente “saltar de gozo” a cada miembro del hogar con la certeza de contar
con el amor de Dios en su interior, el cual es capaz de transformar cualquier
realidad, capaz de cambiar cualquier ambiente marcado por la tibieza, por la
costumbre, y por el hastío. La alegría en Cristo es como el agua pura que
purifica y vivifica todo a su alrededor, en tanto que la alegría mundana es
similar al agua estacada que putrefacta contamina todo en su entorno.
El hecho de tener esa
alegría en corazón es un eco de la participación de la vida divinas por medio
de la gracia, tal como acontece en el sacramento del matrimonio donde Dios hace
morada en el alma, que a partir del mutuo consentimiento dado serán bendecidos
como “uno solo”, procurando tener un
mismo pensar, un mismo sentir y un mismo creer.
Las palabras pronunciadas
por Santa Isabel primero y Nuestra Madre Santísima después, hacen referencia
prioritaria de la obra de Dios en sus vidas, de cómo ha puesto su mirada y ha
intervenido en su caminar de modo permanente, lo que ambas asumen y por tanto,
agradecen y alaban a Dios. Es una oración que nace de lo que han vivido:
“Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas de parte de
Dios”…”Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi
Salvador, porque ha hecho en mí maravillas, Santo es su nombre”.
Queridos novios: A lo
largo de los años transcurridos ambos han experimentado cómo el Señor les ha
dado su bendición, también en momentos de prueba y dolor, donde la
incertidumbre fue vencida por la fuerza de la fe. Por ello, verifican que lo
que celebramos hoy no es sólo producto de lo que han decidido autónomamente,
sino que es fruto del querer de Dios, cuya voluntad un Dios los creó por amor
gratuito, e hizo que se conocieran y optaran para vivir permanentemente unidos
en el amor de Dios.
Sin duda, es una gracia
especial el poder hacerlo en esta hermosa catedral, y sobre todo, en medio de la celebración de la Santa Misa en
las Vísperas de la Solemnidad de la Asunción. Aquí en este altar, Nuestro Señor
se hace presente total y realmente, en su Cuerpo y Sangre, humanidad y
divinidad, para que tengan en El las
gracias necesarias en orden a llevar un matrimonio por el camino de la mutua
santidad. Digámoslo con fuerza: Si se casan es para ser santos, esa es la
vocación y meta de vuestro mutuo y libre consentimiento.
Recordamos, que Nuestra
Madre del Cielo se hace presente en el hogar de Ain Karem constituido por los
esposos Zacarías e Isabel; se hace presente en medio de la celebración esponsal
de los novios en Caná de Galilea, donde Jesús realizó su primer milagro, se
hace presente en medio de la familia y
hogar de Juan Apóstol, que “la
recibió en su casa” luego del drama del Calvario. Siempre
presente, en medio de la familia, particularmente en los momentos de mayor
dificultad, por lo que –en toda circunstancia- podrán recurrir a la Virgen, como Madre que
apaña y Maestra que corrige.
Permítanme recordar tres
consejos, resumidos en tres palabras,
que el actual Sumo Pontífice dijo a un grupo de novios hace varios años
atrás:
Primero, Perdón: Sólo la Virgen María ha
carecido de pecados por ser constituida “llena
de gracia”, por lo que en muchas ocasiones, a lo largo de la vida,
deberemos reconocer que nuestros actos cotidianos, en la vida familiar y social
“no dan el ancho” en ese camino de perfección que recorremos, por lo que con
prontitud pediremos perdón a Dios y al prójimo por el mal hecho.
Segundo, ¿Puedo?: Es una pregunta que nace de la
humildad, y que implica respetar los intereses y deseos con aquel que se vive,
con quien se trabaja y con aquel que se estudia. Muchas veces actuamos de
manera avasalladora, sin preguntar y sólo imponiendo lo que para uno es
prioritario. Algo tan simple como el uso de un control remoto o la
utilización de una tarjeta comercial
puede desencadenar en un innecesario problema con la sólo pregunta “¿puedo?”.
Tercero: ¡Gracias! Es una palabra que despierta
y abre puertas, a la vez que destaca el esfuerzo y dedicación que las personas
tienen hacia cada uno. Muchas veces damos por supuesto que las cosas se hacen
solas, como si un espíritu angelical obrase en la preparación de un almuerzo,
del aseo del hogar, y de un sinfín de actividades en la vida familiar. La
gratitud tiene la fuerza de hacer que el esfuerzo y sacrificios hechos pasen
casi a un segundo plano, por ello, como esposos constantemente procurarán que esta
palabra “gracias” aflore siempre en
el hogar.
Nuestra mirada se dirige ahora, hacia nuestra Madre Santísima para implorar que como en Cana de Galilea obtenga el milagro de permitir la felicidad de unos novios que al momento de implorar la bendición del Señor, escuchan las palabras de la Virgen que repite incesantemente: “!Hagan todo lo que Él les diga!” ¡Que Viva Cristo Rey!
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