jueves, 31 de agosto de 2023

 

TEMA   : GRANDEZA DE LA VIRTUD DE LA FE Y LA HUMILDAD.

FECHA : HOMILÍA DOMINGO VIGÉSIMO MES AGOSTO DEL 2023

La importancia de este episodio se funda en las palabras del mismo Jesús: “Mujer que grande es tu fe!”. Precedido del desencuentro con el fariseísmo Jesús se encamina a tierras “no judías”, paganas diríais donde realiza este milagro. Este milagro no es para satisfacer una necesidad “básica” de vestuario, alimento o salud, sino se trata de una menor enferma a causa de una posesión diabólica, cosa que el Señor no mira desde lejos ni coloca en forma humorística como algo irreal, sino que lo hace al punto de liberar a aquella niña del mal.

En nuestro tiempo al interior de la Iglesia se cree poco respecto de la existencia del Maligno, lo cual,  está definido como “verdad que ha de ser creída” por el Magisterio perenne, encontrando en múltiples textos de la Santa Biblia diversos versículos que confirman con toda claridad la existencia del Satanás y su interés por alejar las almas de Dios por medio de la tentación consentida que es el pecado.

Sin duda, la técnica usada por Satanás puede cambiar dependiendo a quien tienta, y en qué  sociedad se mueve, lo cierto es que no descansa y persiste con furia de manera especial,  en aquellas almas y comunidades donde se procura dar el culto debido a Dios, en aquellos ámbitos como la familia y el mundo de la educación donde se desea dar a conocer la verdad de Dios en medio del mundo actual. Son esos “ámbitos” o “lugares” donde la maldad suele empecinarse porque mientras aquellos que le sirven ya están esclavizados los que se esfuerzan por vivir en santidad son para el Maligno una preciada oportunidad de algo que no le pertenece.

El apostolado nuestro, en esta época no puede prescindir de esta realidad, que existe el Maligno y la maldad, contra el que hemos de estar vigilantes y en actitud combativa pues, como dice el apóstol. “El Demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar”. Por ello, no podemos andar en la vida como creyentes como aquel turista que camina desprevenido  en medio de un zoológico abierto africano  donde los leones andan sueltos, con alto grado de posibilidad que de quien actúa de esa manera termina siendo un  festín de las bestias, lo que en el caso de la vida espiritual,  es acabar sucumbiendo al pecado exponiéndose a la eterna condenación. Jesús dijo: “Estad atentos y vigilantes!

 

Mas esa actitud despierta y vigilante debería estar revestida de una oración y penitencia tal como fue la que Jesús tuvo en medio del desierto para enfrentar la triple tentación de Satanás. Las cosas del Maligno no se solucionan por generación espontánea, tampoco Aquel suele tentar usando una especie de  “tómbola de la suerte”, sino que lo hace buscando a quienes más despreocupados viven en orden a dar lo que  Dios le corresponde, haciendo de la vida un juego permanente donde a las realidades referidas al Señor se les deja como algo accesorio o suntuario (adorno).

El Evangelio nos presenta a una madre que se acerca a Jesús y le implora: Nada de lo que tenemos es fruto exclusivo de lo hacemos, porque en ello Dios ha ocupado un lugar decisivo en todo momento, de tal manera que su mano providente más que ser un impulso a lo que hacemos,  constituye un colocarnos en sus manos, por lo cual, su ayuda está al inicio, durante y fin de todo acto meritorio, lo cual,  nos lleva a reconocer con toda propiedad: “¿Qué tienes tú que no te haya sido dado?”.  Humilde es quien sabe se debe a todos y de todo.

Sin duda,  constituye  una coraza muy poderosa la virtud de la humildad con la que se acerca a pedir un milagro la madre descrita por el Evangelio. No expuso ante Jesús su condición de mujer, que por esos años era muy postergada en toda las sociedades del Oriente,  sino que evidenció con claridad  su realidad de madre, quizás para hacerle recordar el rostro de aquella que llamarán “Bienaventurada todas las generaciones”, constituida como medianera universal de toda gracia desde el momento mismo de la Encarnación. Leemos en el Santo  Evangelio que “El Señor Dios  miró la humildad de su esclava”, que “Dios ensalza a los que viven la humildad y abate a los que son soberbios”, sentenciando que: “El que se humilla será ensalzado, y aquel que  se ensalza será abatido”.

Esta virtud, tan agradable a los ojos de Dios, consiste en un laudable rebajamiento de sí mismo por conocimiento interior, porque se tiene una sabiduría especial para asumir la propia pequeñez y limitación, oponiéndose con fuerza al deseo personal de destacarse, ser reconocido, y ser visibilizado. Una persona humilde de verdad no sólo sonríe y es feliz cuando está rodeado por muchos que le reconocen sino –también- lo es en medio  del silencio y soledad y eventual postergación. La gran Teresa de Ávila decía sobre la virtud de la humildad que es “andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira”.

En efecto,  la virtud de la humildad suele  crecer en la medida que mejor nos conocemos y percibimos las propias limitaciones, cosa que la tentación nos hace hacer exactamente en manera opuesta: En vez de agrandar las imperfecciones y ser sobrios en los logros, solemos justificar cada una de las imperfecciones y adornar profusamente los éxitos, medida  totalmente distinta a la usada hacia el prójimo,  a quienes relativizamos su grandeza y empequeñecemos sus méritos.

Un aspecto muy importante que destaca el evangelio de hoy, es que la mujer cananea en tres ocasiones reconoce el Señorío  de Jesús al denominarle como “Señor”, lo cual,  a esa fecha, no lo habían hecho ni sus propios discípulos. ¡Qué grande es tu fe, mujer! Es la respuesta de Jesús, que produjo la salud total de aquella menor posesa. Mas, no se trata de una fe basada en entusiasmos ni gustos, sino en la “determinada determinación” de reconocer a Cristo como “Señor”, lo que implica evidenciar su carácter mesiánico y su condición de Hijo Unigénito de Dios. ¡Toda una audacia para ser aquella mujer una persona proveniente del paganismo!

El Apóstol San Pedro nos dice: “Sed humildes unos con otros”. Si acaso  la virtud de la humildad nace de conocer nuestras limitaciones, deducimos que al momento de corregir al prójimo tendremos un corazón amplio para saber hacerlo de modo oportuno y caritativo, puesto que,  aquel que ha recibido mucho amor al saberse participe de la misericordia se esmerará en vivirlo hacia quien debe en algún momento guiar, corregir o enseñar. Por lo tanto, la base del éxito de una corrección fraterna es que nace de un corazón humilde, ello tiene más incidencia que si se hace incluso de manera oportuna y paciente. Es que si la virtud de la humildad cautivó el Corazón de un Dios,  ¿Cómo no ha de hacerlo con el de una de sus criaturas?

Con frecuencia vemos que oración y humildad van de la mano, porque sólo un corazón sencillo es capaz de doblar sus rodillas y corazón para reconocer a Jesús como Señor, tal como la mujer cananea lo hace este día donde “gritaba diciendo: Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”…Luego vino a arrodillarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!” diciendo finalmente: “! Hasta los perros comen lo que cae de la mesa de sus amos!”

Pidamos que este ejemplo de humildad y oración sea parte de la vida de nuestra Iglesia, con las palabras de un santo monje irlandés, beatificado en nuestro tiempo: (Don Columba Marmion O.S.B.).

 

Oración: “Jesús, dulce y humilde de corazón, óyenos. Jesús, dulce y humilde de corazón, escúchanos. Del deseo de ser estimados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser amados líbranos, Jesús. Del deseo de ser buscados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser alabados, líbranos, Jesús.

Del deseo de ser honrados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser preferidos, líbranos, Jesús. Del deseo de ser consultados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser aprobados, líbranos, Jesús. Del temor de ser humillados, líbranos, Jesús. Del temor de ser despreciados, líbranos, Señor. Del temor de ser rechazados, líbranos, Jesús.

Del temor de ser calumniados, líbranos, Jesús. Del temor de ser olvidados, líbranos, Jesús. Del temor de ser ridiculizados, líbranos, Jesús. Del temor de ser burlados, líbranos, Señor. Del temor de ser injuriados, líbranos, Jesús.

Oh María, Madre de los humildes, rogad por nosotros.

San José protector de las almas humildes, rogad por nosotros.

San Miguel Arcángel, que fuiste el primero en abatir el orgullo, rogad por nosotros.

Todos los justos, santificados por la humildad, rogad por nosotros.

¡Oh, Jesús, cuya primera enseñanza ha sido ésta: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, enseñadnos a ser humildes de corazón como Vos”

¡Que Viva Cristo Rey!









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