No hace falta que uno sea creyente o ateo para aceptar que nuestras
conductas tienen repercusiones que van mas allá de lo que uno muchas veces piensa o desea.
Señores de nuestros silencios, definitivamente somos esclavos de nuestras
palabras y acciones. Ya lo clamó un dirigente social que con sus manos limpias
sentenció: lo escrito, escrito está…es
decir, lo hecho, ya está hecho y no se puede modificar. Jesús murió en la cruz
con la inscripción: Jesús, Nazareno, Rey,
Judío.
El hombre deja huella con su obrar: nuestras acciones siempre tienen
repercusión: variada, temporal, limitada, pero no deja de tener consecuencia,
sea para bien o para mal.
Mas, no solo la acción producto de
una opción, sino también tiene consecuencia la indiferencia, la ligereza, la
superficialidad. No optar por algo y dejar que los acontecimientos sigan su
inercia es –también- es un camino que tiene consecuencias.
Hace unos días, una estudiante que cursa en la Pontificia Universidad Católica
de Valparaíso, pintó de negro una lápida en homenaje a quienes se les impidió
tener el derecho a nacer: a ser niños, jóvenes, adultos, ancianos. El
absolutismo hecha sus nuevas raíces bajo el slogan de “tengo derecho sobre mi cuerpo”, como si aquella promotora fuera dueña del alma del fruto de sus
entrañas. Aquel absolutismo que tanto mal hizo y que parecía ser
definitivamente superado en el tiempo, se ha reinventado, para de las cenizas, tender
al símil moderno de la promoción de la esclavitud, la cual sostenía que las
personas podían tener sujetos de modo absoluto por derecho a aquellos seres inferiores
considerados por la sociedad. El que esclavizó ayer y el que promueve el aborto hoy coinciden en
una cosa: se creen dueños absolutos de la vida ajena.
“¿Quién establece los derechos en medio de nosotros?”… arengaba la
dirigente que vedaba a otros repetirse un plato que ella gustosamente no dudaba
en tomar, inicialmente por una segunda vez. La pregunta es riesgosa si
entendemos que el Estado “hace” los
derechos de las personas, toda vez que si asumimos que los “da”, bien puede acontecer
que en otras situaciones, regulándolos, los termine desconociendo, tal como históricamente
ha sucedido en nuestra Patria y en tantas otras regiones en el pasado.
La persona no existe porque el Estado lo diga. El matrimonio entre un hombre y mujer no existe
porque el Estado lo diga. La persona no vive un día mas porque el Estado lo
diga., y tampoco dejará alumbrar el sol cada día, o la luna de presentarse cada
noche simplemente porque un decreto del Estado lo disponga. El Estado no da los
derechos de las personas, y en el mejor
de los casos, debe estar presente para
su mejor reconocimiento. El Sol nunca tuvo Rey, como lo sostuvo un hijo de la
flor de lis ayer, ni el Sol tendrá reina como alguna desearía en el futuro. Si
tenemos derecho a nacer es porque somos creaturas de Dios, por lo que la mayor
grandeza radica en la vinculación con Dios, en lo que constituye la dimensión
religiosa que es inherente de toda persona
humana. ¡El hombre vale lo que vale su fe!
¿Con esto entonces se desprecia al no creyente? Por el contrario, un hombre
religioso sabe que su mayor bien es la
fe, por esto, procurará hacer todo lo posible para que los demás un día, como
el, participen plenamente del don del
que se sabe indigno custodio, por lo que por su ADN trascendente respetará la
vida ya gestada, la vida del que ha nacido, y la vida de quien está cercano a
morir naturalmente. Para un católico es dañino el aborto, la pena de muerte y
la eutanasia.
A favor de la vida humana sin excepción, reconocemos que el
mayor genocidio del mundo actual es el aborto. Porque, para
conseguirlo, se aúnan fuerzas, personas, recursos y una ideología, que de modo sistemático
procura quitar la vida de un conjunto de personas bien definidas que son los niños
en el vientre materno. La única condición que exigen los genocidas
contemporáneos es que sea, por ahora, un nonato el que se va a asesinar.
La cobardía y maldad de este acto queda reflejado en que se quita la vida
de un inocente, cuya voz es apagada antes siquiera que se pueda percibir: Es la
misma inocencia del que anhela vivir la que desnuda la vileza ilimitada del que perversamente solo busca asesinarle.
Una y otra vez diremos que hemos nacido para vivir no hemos nacido para
matar.
La colusión perversa de quienes se colocan de acuerdo para el exterminio
masivo de un grupo de personas, como son las que crecen en el vientre materno.
Haciendo apología de una ideología criminal como es el abortismo, no dudan en
fomentar en la sociedad una cultura de muerte. Bajo similares slogan en el
pasado se exterminaba por colores de raza, por pertenencia a una tradición, por
vinculaciones geográficas, en fin,
cualquier pretexto ha parecido ser suficiente para eliminar personas, y es
obvio, si la persona de Dios no ocupa el lugar que le corresponde, menos lo ocupará
aquello que de sus manos a salido, como es las creación entera. ¡No se respeta a Dios, menos se respeta al
hombre!
El financiamiento para el crimen del aborto es dado por recursos del
Estado: Por cierto, en aquellas naciones donde se ha legislado al respecto,
pero también, existe una grave responsabilidad en la competencia de aquellos
organismos del Estado que debiendo perseguir los ilícitos, no lo hacen con la
fuerza, sagacidad y oportunidad que les corresponde por ley. No
puede ser más importante perseguir los delitos cometidos al interior de un cajero automático que en un
vientre materno. ¡Algo está mal, y debe cambiar, ahora!
Con lo anterior, el acto genocida de un aborto queda manifestado en la
extrema crueldad que se usa para cometer este crimen abominable, en palabras
del Concilio Pastoral último. Las atrocidades que vemos tristemente ocasionadas
como actos de enajenación, a causa de la droga, el alcohol, el exceso de
velocidad, o producto de guerras declaradas casi unívocamente por hombres “de cuello y corbata”, que no han vestido
camuflaje en sus vidas, pueden
conmovernos fuertemente.
¿Quién no enmudece ante las muertes del narcotráfico en México, cuya cifra
supera a las victimas de la década de la Guerra en Vietman? Los químicos usados
para quemar el feto en el vientre materno no difiere del NAPALM que quemaba
pastizales y niños inocentes; las bombas que destrozaban cuerpos son la que
facultativos juramentados para defender la vida, usan sus manos para pulverizar
un cuerpo llamado a ser parte del banquete de la vida. Si la muerte de un
inocente clama al cielo ¡que decir de la de aquellos cuyos Ángeles en sus
alabanzas no dejan de implorar por quienes les fueron individualmente
encomendados por el mismo Dios!
Ningún genocidio es aceptable menos el cometido contra inocentes en el
vientre materno, llamado a ser el “sagrario de la vida” y “primer seminario”, en palabras de San
Juan Pablo II. Por ello, en la búsqueda de una cultura de la vida, que sea
respetuosa de los caminos de Dios inscritos en la naturaleza, y de la voz de la
Iglesia, que experta en humanidad, no puede enmudecer la verdad de la que es
custodia y testigo fiel. Los
que promueven el aborto como una opción de elegir deben saber que, como
católicos, cuantas veces sea necesario, reiteraremos que la vida humana como
regalo de Dios no está a la venta.
En época de elecciones es necesario saber qué
dicen los que postulan a cargos de gobierno en nuestra Patria, especialmente en
lo referido al don de la vida de aquel que ésta por nacer. Si ningún crimen es
aceptable, no lo es tampoco ningún tipo de aborto, porque cuando se habla de
vida humana no se hace primeramente reconociendo sus facultades, capacidades,
talentos, virtudes, sino simplemente por lo que esencialmente se trata: ¡es
persona y debe nacer! Tenga siete horas, siete días, siete semanas, siete
meses, siete años o setenta años. En virtud del crecimiento ininterrumpido que
se tiene no se puede sino reconocer el derecho a nacer de todo ser gestado en
el vientre materno como un derecho a la vida, a la vez que no se dejará
de condenar su interrupción como un crimen cobarde e inaceptable para una
sociedad, que de momento se precia de ser mayoritariamente creyente.
Hoy, si somos interpelados ante la disyuntiva de “ser de Cristo” o “ser del
mundo”, sin posibilidad de componendas, del mismo modo, aquel que ya ha aceptado a Cristo, como “camino,
verdad y vida”, y a su Iglesia como piedra segura para defendernos del mal, no
puede pretender transitar por la misma vereda que lo hacen cuantos defienden,
promueven y aceptan un acto genocida que tanto mal hace para toda la sociedad,
y que no tiene parangón con ninguna otra realidad, por dramática que pueda
haber sido.
Que Jesucristo: ¡Vida del mundo! Bendiga nuestras familias, ilumine a
nuestros gobernantes, legisladores y jueces, fortalezca a los padres de familia
y maestros, para que todo niño gestado en el vientre materno en Chile, desde el
primer instante, perciba la certeza de una sociedad que le defiende y quiere,
tal como Dios. Amén
PADRE JAIME HERRERA GONZALEZ
SACERDOTE DIOCESIS
VALPARAISO
Primero está el aborto ESPIRITUAL ¿cuando lo vais a entender? almas abortadas por la doctrina adulterada de la iglesia postconciliar.
ResponderEliminarCuantas almas inadvertidas que ni saben razonar, son arrastradas por el error y viven como animalitos silvestres, a pesar de estar bautizadas, luchando contra la gracia sin saberlo, tratan de adaptarse al mundo y a sus yugos. Nadie les explica que esto es un combate porque la iglesia posconciliar dejó ya de combatir contra el enemigo del alma; no enseña a luchar y pertrecharse con la vida de oración. Ya que ven las consecuencias traten también de ver las causas.
ResponderEliminar