domingo, 10 de noviembre de 2013

El mayor genocidio actual es el aborto

 

No hace falta que uno sea creyente o ateo para aceptar que nuestras conductas tienen repercusiones que van mas allá de lo que  uno muchas veces piensa o desea. 

Señores de nuestros silencios, definitivamente somos esclavos de nuestras palabras y acciones. Ya lo clamó un dirigente social que con sus manos limpias sentenció: lo escrito,  escrito está…es decir, lo hecho, ya está hecho y no se puede modificar. Jesús murió en la cruz con la inscripción: Jesús, Nazareno, Rey,  Judío. 

El hombre deja huella con su obrar: nuestras acciones siempre tienen repercusión: variada, temporal, limitada, pero no deja de tener consecuencia, sea para bien o para mal. 

Mas,  no solo la acción producto de una opción, sino también tiene consecuencia la indiferencia, la ligereza, la superficialidad. No optar por algo y dejar que los acontecimientos sigan su inercia es –también- es un camino que tiene consecuencias. 

Hace unos días, una estudiante que cursa en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, pintó de negro una lápida en homenaje a quienes se les impidió tener el derecho a nacer: a ser niños, jóvenes, adultos, ancianos. El absolutismo hecha sus nuevas raíces bajo el slogan de “tengo derecho sobre mi cuerpo”, como si aquella promotora  fuera dueña del alma del fruto de sus entrañas. Aquel absolutismo que tanto mal hizo y que parecía ser definitivamente superado en el tiempo, se ha reinventado, para de las cenizas, tender al símil moderno de la promoción de la esclavitud, la cual sostenía que las personas podían tener sujetos de modo absoluto  por derecho a aquellos seres inferiores considerados por la sociedad. El que esclavizó ayer  y el que promueve el aborto hoy coinciden en una cosa: se creen dueños absolutos de la vida ajena. 
 

“¿Quién establece los derechos en medio de nosotros?”… arengaba la dirigente que vedaba a otros repetirse un plato que ella gustosamente no dudaba en tomar, inicialmente por una segunda vez. La pregunta es riesgosa si entendemos que el Estado “hace” los derechos de las personas, toda vez que si asumimos que los “da”,  bien puede acontecer que en otras situaciones, regulándolos, los termine desconociendo, tal como históricamente ha sucedido en nuestra Patria y en tantas otras regiones en el pasado.  

La persona no existe porque el Estado lo diga. El matrimonio entre un hombre y mujer no existe porque el Estado lo diga. La persona no vive un día mas porque el Estado lo diga., y tampoco dejará alumbrar el sol cada día, o la luna de presentarse cada noche simplemente porque un decreto del Estado lo disponga. El Estado no da los derechos de las personas, y  en el mejor de los casos, debe estar presente  para su mejor reconocimiento. El Sol nunca tuvo Rey, como lo sostuvo un hijo de la flor de lis ayer, ni el Sol tendrá reina como alguna desearía en el futuro. Si tenemos derecho a nacer es porque somos creaturas de Dios, por lo que la mayor grandeza radica en la vinculación con Dios, en lo que constituye la dimensión religiosa que es inherente  de toda persona humana. ¡El hombre vale lo que vale su fe!
 
¿Con esto entonces se desprecia al no creyente? Por el contrario, un hombre religioso sabe que su  mayor bien es la fe, por esto, procurará hacer todo lo posible para que los demás un día, como el,  participen plenamente del don del que se sabe indigno custodio, por lo que por su ADN trascendente respetará la vida ya gestada, la vida del que ha nacido, y la vida de quien está cercano a morir naturalmente. Para un católico es dañino el aborto, la pena de muerte y la eutanasia. 

A favor de la vida humana sin excepción, reconocemos que el mayor genocidio del mundo actual es el aborto. Porque, para conseguirlo, se aúnan fuerzas, personas, recursos y una ideología, que de modo sistemático procura quitar la vida de un conjunto de personas bien definidas que son los niños en el vientre materno. La única condición que exigen los genocidas contemporáneos es que sea, por ahora, un nonato el que se va a asesinar. 

La cobardía y maldad de este acto queda reflejado en que se quita la vida de un inocente, cuya voz es apagada antes siquiera que se pueda percibir: Es la misma inocencia del que anhela vivir la que desnuda la vileza ilimitada  del que perversamente solo busca asesinarle. Una y otra vez diremos que hemos nacido para vivir no hemos nacido para matar. 

La colusión perversa de quienes se colocan de acuerdo para el exterminio masivo de un grupo de personas, como son las que crecen en el vientre materno. Haciendo apología de una ideología criminal como es el abortismo, no dudan en fomentar en la sociedad una cultura de muerte. Bajo similares slogan en el pasado se exterminaba por colores de raza, por pertenencia a una tradición, por vinculaciones  geográficas, en fin, cualquier pretexto ha parecido ser suficiente para eliminar personas, y es obvio, si la persona de Dios no ocupa el lugar que le corresponde, menos lo ocupará aquello que de sus manos a salido, como es las creación entera.  ¡No se respeta a Dios, menos se respeta al hombre! 

El financiamiento para el crimen del aborto es dado por recursos del Estado: Por cierto, en aquellas naciones donde se ha legislado al respecto, pero también, existe una grave responsabilidad en la competencia de aquellos organismos del Estado que debiendo perseguir los ilícitos, no lo hacen con la fuerza, sagacidad y oportunidad que les corresponde por ley. No puede ser más importante perseguir los delitos cometidos  al interior de un cajero automático que en un vientre materno. ¡Algo está mal, y debe cambiar, ahora! 

Con lo anterior, el acto genocida de un aborto queda manifestado en la extrema crueldad que se usa para cometer este crimen abominable, en palabras del Concilio Pastoral último. Las atrocidades que vemos tristemente ocasionadas como actos de enajenación, a causa de la droga, el alcohol, el exceso de velocidad, o producto de guerras declaradas casi unívocamente por hombres “de cuello y corbata”, que no han vestido camuflaje en sus vidas, pueden conmovernos fuertemente.  

¿Quién no enmudece ante las muertes del narcotráfico en México, cuya cifra supera a las victimas de la década de la Guerra en Vietman? Los químicos usados para quemar el feto en el vientre materno no difiere del NAPALM que quemaba pastizales y niños inocentes; las bombas que destrozaban cuerpos son la que facultativos juramentados para defender la vida, usan sus manos para pulverizar un cuerpo llamado a ser parte del banquete de la vida. Si la muerte de un inocente clama al cielo ¡que decir de la de aquellos cuyos Ángeles en sus alabanzas no dejan de implorar por quienes les fueron individualmente encomendados por el mismo Dios! 

Ningún genocidio es aceptable menos el cometido contra inocentes en el vientre materno, llamado a ser  el “sagrario de la vida” y “primer seminario”, en palabras de San Juan Pablo II. Por ello, en la búsqueda de una cultura de la vida, que sea respetuosa de los caminos de Dios inscritos en la naturaleza, y de la voz de la Iglesia, que experta en humanidad, no puede enmudecer la verdad de la que es custodia y testigo fiel.  Los que promueven el aborto como una opción de elegir deben saber que, como católicos, cuantas veces sea necesario, reiteraremos que la vida humana como regalo de Dios no está a la venta. 

En época de elecciones es necesario saber qué dicen los que postulan a cargos de gobierno en nuestra Patria, especialmente en lo referido al don de la vida de aquel que ésta por nacer. Si ningún crimen es aceptable, no lo es tampoco ningún tipo de aborto, porque cuando se habla de vida humana no se hace primeramente reconociendo sus facultades, capacidades, talentos, virtudes, sino simplemente por lo que esencialmente se trata: ¡es persona y debe nacer! Tenga siete horas, siete días, siete semanas, siete meses, siete años o setenta años. En virtud del crecimiento ininterrumpido que se tiene no se puede sino reconocer el derecho a nacer de todo ser gestado en el vientre materno como un derecho a la vida, a la vez que no se dejará de condenar su interrupción como un crimen cobarde e inaceptable para una sociedad, que de momento se precia de ser mayoritariamente creyente. 

Hoy, si somos interpelados ante la disyuntiva de “ser de Cristo” o “ser del mundo”, sin posibilidad de componendas, del mismo modo,  aquel que ya ha aceptado a Cristo, como “camino, verdad y vida”, y a su Iglesia como piedra segura para defendernos del mal, no puede pretender transitar por la misma vereda que lo hacen cuantos defienden, promueven y aceptan un acto genocida que tanto mal hace para toda la sociedad, y que no tiene parangón con ninguna otra realidad, por dramática que pueda haber sido. 

Que Jesucristo: ¡Vida del mundo! Bendiga nuestras familias, ilumine a nuestros gobernantes, legisladores y jueces, fortalezca a los padres de familia y maestros, para que todo niño gestado en el vientre materno en Chile, desde el primer instante, perciba la certeza de una sociedad que le defiende y quiere, tal como Dios. Amén 

PADRE JAIME HERRERA GONZALEZ

SACERDOTE DIOCESIS VALPARAISO

2 comentarios:

  1. Primero está el aborto ESPIRITUAL ¿cuando lo vais a entender? almas abortadas por la doctrina adulterada de la iglesia postconciliar.

    ResponderEliminar
  2. Cuantas almas inadvertidas que ni saben razonar, son arrastradas por el error y viven como animalitos silvestres, a pesar de estar bautizadas, luchando contra la gracia sin saberlo, tratan de adaptarse al mundo y a sus yugos. Nadie les explica que esto es un combate porque la iglesia posconciliar dejó ya de combatir contra el enemigo del alma; no enseña a luchar y pertrecharse con la vida de oración. Ya que ven las consecuencias traten también de ver las causas.

    ResponderEliminar